miércoles, 3 de julio de 2024

Refutación de lo monstruoso

La identidad de tu padre se hace trizas y con ello se descompone una parte de la tuya. Es cuando te das cuenta de que la una no puede entenderse sin la otra. Y le miras a los ojos y llega la pregunta que lo cambia todo, la pregunta que pone tu existencia patas arriba: ¿quién hay ahí? Es tu padre, sus mismos gestos, su mismo timbre y tono de voz, su misma mirada pero habla otra persona, o parece hablar por boca de otra persona. Sí, técnicamente lo monstruoso es "aquello que no está en su propia naturaleza".

La última novela de Agustín Fernández Mallo me ha gustado mucho. Ya sabía yo (porque estas cosas se saben, se huelen) que iba a ser muy buena, pero es que es MUY buena.

Con su estilo intelectual y frío, con sus complejas ramificaciones rizomáticas, consigue llegar a un raro nivel de sentimentalismo que emociona. Y con una historia tan personal y autobiográfica consigue hacer que muchos nos reconozcamos. Yo, desde luego, me he reconocido, como él, como hijo que ha sido testigo del deterioro "monstruoso" de su padre.

Y me quedo con ese concepto de "lo monstruoso" para reflexionar sobre otras cosas. Todo fracaso, toda decrepitud, todo error, incluso todo dolor, pueden llegar a ser asumibles, pero "lo monstruoso" es inconcebible y es lo que nos desarma. Y "lo monstruoso" es, como bien dice Fernández Mallo, algo muy sencillamente definible: "aquello que no está en su propia naturaleza".

Monstruosa es una mente que ya no es la de la persona que conocemos y queremos; monstruosas son unas células que han perdido su código y su esencia y se están reproduciendo locamente en nuestro cuerpo, que parece que ya no es el suyo. Monstruoso es aquello que, sobre el dolor o el malestar que produce, es un disparate sin sentido, y eso es precisamente lo terrible.

Dicho lo cual, cambio bruscamente de tercio:

Durante siglos ha sido relativamente fácil juzgar cualquier tipo de obra artística: musical, poética, pictórica, arquitectónica... Siempre había un código, un reglamento que servían de pauta y de base. Al cambiar de estilo o incluso de paradigma se cambiaba de reglamento. Podría haber mayor o menor problema en adoptar el nuevo, pero una vez adoptado ahí estaba para guiar claramente todas las veleidades de los autores, y para juzgar si eran válidas o no.

Pero llegó un giro brutal con las llamadas vanguardias (y con las postvanguardias, y con las postpostvanguardias...), y ya nadie sabe nada. Ya no hay código. Ya no hay ningún catecismo para juzgar una obra.

¿Qué tiene que ver la catedral de Milán con la casa Schröder? ¿Y el soneto Amor constante más allá de la muerte con un caligrama? ¿Y Las Meninas con la Contracomposición simultánea? ¿Y La pasión según San Mateo con el West End Blues? Hubo un primer momento de pasmo en el que no parecía posible juzgar ninguno de los segundos términos de estas parejas, mientras que los primeros sí eran fácilmente apreciables.

Tras litros y litros de tinta y miles y miles de páginas se llegó a una especie de solución: Las obras no tienen por qué seguir un código concreto, una norma, un patrón, sino que su única obligación es ser fieles a sí mismas. Ese es el criterio, el código, el patrón, la norma: No ser monstruosas.

Así, cada cosa podría ser apreciada y juzgada analizando la medida en que se respetaba a sí misma, en que seguía su propia esencia, en que era fiel a su naturaleza. Si lo era, ya no hacía falta que cumpliera ninguna norma dictatorial y coartadora. La única exigencia es que fuera coherente consigo misma.

Qué fantástica palabra: coherencia. La de veces que la usamos los críticos, los profesores y los "listos" en general. "Qué proyecto tan interesante; se ve muy coherente". "Esto de aquí supone una incoherencia con el resto. ¿No lo notas?" Estupendo. Problema resuelto. Ya sé juzgar una obra. No me importa tu estilo, ni tu planteamiento, ni tu personalidad. Es más, te animo a que resuelvas el problema según los tuyos (estilo, planteamiento, personalidad). Bravo. Sé tú. Sé tú y solo tú.

Pues ya está. Tenemos las mentes abiertas, somos muy comprensivos y tolerantes, admitimos cualquier ideología y cualquier tendencia. Lo único que pedimos es coherencia. Y si lo que haces, además de coherente, es orgánico, ya nos da el parraque. La gloria.

¿Qué significa "orgánico"? Yo qué sé. Que todo es todo. Que todo es a uno como uno es a todo. (¿O esos eran los tres mosqueteros?) Que la parte es al todo como el todo a la parte, o que de lo general a lo particular y de lo particular a lo general. O sea, coherente.

Resumen final: que no sea monstruoso. Ese es, en definitiva, el requisito último para dar validez a una obra, para constatar la salud de un organismo, para validar una idea y para todo todo todo en absoluto: que lo que sea que sea es lo que tiene que ser; que sea lo que sea que sea esté en su propia naturaleza.

De acuerdo. Pero sin embargo...



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(1).- FERNÁNDEZ MALLO, Agustín, Madre de corazón atómico, Planeta (Seix Barral), Barcelona, 2024, pp. 239. (La cita es de la página 28)

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