El otro día, después de escribir eso tan bonito de que todos tenemos la opción de cambiar el futuro para mejor a base de modificar cualquier cosa del presente, se me ocurrieron varias objeciones que contradecían un propósito tan optimista.
Pensé que si por ejemplo alguien hubiera ayudado a Hitler a ser mejor pintor y con ello le hubiera llevado a centrarse en el arte y no interesarse por la política, probablemente las cosas habrían incluso empeorado. El ambiente quería nazismo, y en cualquier caso lo habría habido. Y probablemente otro líder del partido y de la cancillería con otra personalidad, menos disparatado, menos excitado y más frío y racional, habría escuchado a sus generales y habría dosificado sus fuerzas con mayor prudencia, por lo que podría haber soslayado el desastre de la ofensiva rusa e incluso haber ganado la guerra. ¿Y cómo estaría el mundo hoy?
Podemos buscar todos los ejemplos que queramos: En un despiste de sus padres un niño escapa a su vigilancia y arranca a cruzar una calle justo cuando viene un camión. En un gesto oportunísimo le agarramos del brazo y le salvamos la vida. Con los años ese niño deviene en un asesino múltiple o incluso en un cantante de reguetón.
Proclamamos las excelencias de los bocatas de calamares de "Casa Mariano" (que son una delicia, y además el pobre lo está pasando mal económicamente) y fomentamos el establecimiento todo lo que podemos. Somos cada vez más quienes lo hacemos. Tanto es así que Mariano triunfa, prospera, evoluciona y, antes de que nos demos cuenta, está esferificando, más adelante gelatinando y por último vaporizando tanto el pan como los calamares, a los que llama ahora, tras su segunda estrella Michelin, "nube de cereal horneado al aroma de cefalópodo romano en oleico".
¿Entonces qué podemos hacer? ¿Nos paramos y no hacemos nada, puesto que nunca podemos saber si nuestros actos mejor intencionados van a tener consecuencias nefastas? ["El infierno está empedrado de buenas intenciones"].
Un desastre. Como dice la famosa sentencia, "que ninguna buena acción quede libre de su justo castigo".
Esto es así para todo el mundo, pero el otro día yo pretendí particularizar el asunto para mi profesión, y decía que lo que hacemos con ella es especialmente relevante para el futuro de nuestro entorno. Lo que pasa es que con la bajona pesimista e indeterminista de ahora ya no sé qué pensar. ¿Para qué hacer buena arquitectura? ¿Qué sentido tiene? ¿Para qué sirve?
En la casa Robie, obra maestra de Frank Lloyd Wright, todo el mundo lo pasó fatal, con desgracias y más desgracias (que no eran culpa directa de la casa, pero que esta no pudo evitar ni dulcificar),
y supongo que, por la misma falta de lógica y de sentido, en estos chaletones
la gente será más feliz que un cerdo en un charco de purines.Como he escrito otras veces con otros contextos, me temo que la arquitectura no sirve (como pretendemos los arquitectos) para encauzar o mejorar la vida de la gente, que puede ser perfectamente feliz habitando edificios impresentables y perfectamente desgraciada en otros excelsos.
Bueno, al menos creo que hacerlos bien no debería perjudicar, y que organizarlos y organizarnos con lógica y con bondad debería destruir menos el territorio y dejarlo más habitable y acogedor para el inminente futuro.
Y aprovecho que estoy pensando en esto para decir que hablar tanto de sostenibilidad y de huella de carbono en arquitectura no deja de ser otra buena intención, pero por ahora en general es otra nube vacía con aroma, otra bocachancletez que tomamos como obligatoria sin saber ni lo que queremos decir con ella(1), y otra excusa para marear la perdiz, distraer la atención y no afrontar los problemas de verdad y con responsabilidad.
En definitiva, no tengo la menor idea de cómo va a ser el futuro, pero menudo futuro nos espera.
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