lunes, 11 de julio de 2022

Ene bada, Lukarini!

Dedicado, una vez más, a Ekain Jiménez,
que me ha vuelto a dar otra entrada hecha


El aislamiento térmico en los edificios empezó a ser obligatorio en el año 1979, con la norma NBE CT 79. (Mejor dicho: Esa norma exigía unas condiciones térmicas tales que para cumplirlas empezó a generalizarse el uso de aislamientos térmicos en las fachadas y cubiertas de los edificios). En las fachadas la solución más corriente (prácticamente la única) consistía en colocar un aislante térmico por detrás. Eso hacía que el aislante quedara interrumpido en los pasos de los forjados, y la realidad final era como si en la más cruda noche de invierno durmiéramos con una buenísima manta que nos cubriera desde el cuello hasta arriba del ombligo; ahí quedara una franja de unos centímetros al aire; después otra manta nos cubriese desde debajo del ombligo hasta un poco más arriba de las rodillas, y finalmente otra desde debajo de las rodillas hasta los pies.

Conclusión: Mucho mejor eso que dormir sin nada, pero nos quedábamos con la barriga y las rodillas al aire. En este caso los forjados que interrumpen las mantas de aislamiento hacen el mismo efecto de dejar salir demasiado calor en invierno y entrar en verano. Es lo que llamamos "puentes térmicos". En las cubiertas el procedimiento era parecidamente malo y dejaba como puente térmico el forjado superior.

Ahora se está poniendo de moda una solución mucho más eficaz, que es forrar completamente el edificio con aislante térmico, de modo que queda una manta continua que abriga mucho mejor y evita esos puentes térmicos. (SATE: Sistema de Aislamiento Térmico Exterior).

La solución es estupenda, y cuando se trata de edificios de nueva planta se tiene en cuenta desde la concepción arquitectónica inicial y queda muy bien. Pero cuando se trata de una rehabilitación de edificios existentes (ya sean sin ningún aislamiento o con ese interrumpido que he contado) genera algunos problemas.

Ekain es muy sensible a ellos y ha intervenido en prensa muchas veces, con un éxito nulo (naturalmente). El asunto más polémico es que el SATE cambia la imagen del edificio y del barrio. El aislamiento térmico se remata con un revoco de mortero monocapa o similar que cuenta con una infinita carta de colores. De modo que incluso edificios de poco valor arquitectónico y patrimonial, pero que generaban barrios coherentes que tenían una imagen característica se forran con colores y texturas diferentes y arbitrarias, y así nos encontramos con que calles enteras conformadas por bloques iguales ahora tienen un edificio rojo, otro azul celeste, otro con franjas verdes y amarillas y así, y en definitiva lo que se gana en calidad térmica, confort y ahorro energético (cualidades no solo deseables, sino imprescindibles) se pierde en carácter de calle y de barrio.

Como dice Ekain, ahora la ciudad es configurada por los distintos presidentes de comunidades de propietarios armados con cartas de colores y abiertos a cualquier combinación entre ellos.

Y eso es hablando de edificios sin nada especial que conservar salvo su carácter urbano. Qué no diremos cuando además tenían elementos estimables que se pierden con estas reformas.

El último grito de Ekain (en el desierto) ha sido por un edificio muy conocido por los vitorianos en la avenida de Santiago. Cuando se entraba a la ciudad desde el este se veía lo que hay a la derecha en esta foto:

Un hastial forrado de piezas cerámicas rojas(error. Ver nota 1) suavemente piramidales y una escultura del escultor alavés Joaquín Lucarini. (Gracias a la preparación de esta entrada me acabo de enterar de que suyo es también el fantástico tigre del edificio de ese nombre en Bilbao, obra del arquitecto Pedro Ispizua).

Pues bien: La comunidad de propietarios se ha cargado esa fachada para hacer esa otra gris con rectángulos blancos a franjas incompletas de la parte de la izquierda de esa misma foto. Vamos, que se ha perdido para siempre esto:

Y digo para siempre porque la escultura ha sido destruida y duerme rota, perdida y ya inencontrable e irrecuperable en el vertedero municipal.

Preguntados los guardianes y prebostes del ayuntamiento, han dicho que no había problema alguno en hacer lo que se ha hecho porque ni la escultura ni el edificio estaban catalogados. [Bueno, y ahora, tras el ligero, insignificante, despreciable revuelo por lo aparecido en prensa, que la escultura estaba en mal estado y era irreparable. ¡Ja!]

No me lo explico, porque esa escultura valía dinero. No sé, pero creo que la comunidad de propietarios podría haberla subastado (aunque fuera en Ebay si no la quería Ansorena) y haber sacado algún dinerillo para su obra de acondicionamiento térmico del edificio.

Pero es que para más recochineo Vitoria tiene una calle dedicada al escultor Joaquín Lucarini. O sea, que algún día el ayuntamiento le distinguió con ese honor.

Y, como dice Ekain, si ya nadie quería esa escultura al menos podrían haberla puesto allí.


Fotomontaje de Ekain Jiménez sobre imagen del Google Street

Creo que queda claro que soy partidario de acondicionar los edificios para que sean más eficientes térmicamente (eso no hay ni que preguntármelo), pero también deberíamos concienciarnos todos (los ayuntamientos los primeros) de que esas operaciones no pueden ser tan vivalavirgen ni tan irresponsables. Las cosas hay que estudiarlas y tiene que hacerlas alguien que se las tome en serio. No puedes salir de viaje quince días y a la vuelta ver que tu calle se ha convertido en una delirante sucesión de colorines sin sentido, y que el ayuntamiento que pone normas para todo no ponga una sencilla ordenanza de actuación en estos casos.

¿Qué podemos hacer los arquitectos? Muy poca cosa: Protestar, ser moscas cojoneras, incordiar, hacernos insufribles, conseguir que la sociedad nos odie aún un poco más por poner pegas a su legitimísima intención de gastar menos dinero en calefacción y aire acondicionado y mejorar el medio ambiente. Siempre nosotros, siempre los tocapelotas. No me extraña que el alcalde de Vitoria lo diga tan claro:

(El colegio de arquitectos advirtió con tiempo al ayuntamiento del valor de esa fachada y esa escultura, pero no sirvió de nada). Al final la lectura es que somos unos desleales siempre enfadados, unos engreídos, unos chulos y unos inútiles.

Bueno, pues el derecho al pataleo, el último lamento y la inutilidad final la vuelve a expresar muy bien Ekain en esta sugerencia que envía al buzón ciudadano y que, supongo, será convenientemente arrojada a la papelera virtual (y ciudadana):



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Nota: El "Ene bada" del título es una exclamación de sorpresa y de disgusto. Algo así como "madre mía".

Nota 1.- Como podéis ver en los comentarios, las piezas rojas no eran cerámicas, sino de acero esmaltado. No lo corrijo en el texto porque eso dejaría sin sentido los comentarios de mi amable informador, a quien le agradezco aquí la puntualización.
Tampoco me atreví a escribir que arrancaron la escultura y las piezas rojas porque pensé que a estas a lo mejor las habían cubierto con el SATE, pero ese mismo comentarista dice que sí las arrancaron, y que parece ser que también desaparecieron. Hala; todo a la basura. 

5 comentarios:

  1. Siempre enfadados. Las placas eran de acero esmaltado 😉

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    1. Muchas gracias por el dato. Pensé que eran cerámicas
      Por cierto, ¿sabes si fueron cubiertas por el SATE o arrancadas previamente?

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    2. Se retiraron, y ni tener la idea de reutilizarlas aunque sea como detalle. A la vez se hizo la reforma de un portal y no me parece una tontería haberlas dignificado como mínimo allí. Estaban hechas en la fábrica de Esmaltaciones san Ignacio, una importante industria vitoriana

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    3. Muchas gracias. (Veo que antes, no sé por qué, no te contesté desde mi cuenta, pero era yo).

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  2. Los mismos técnicos del Ayuntamiento que consienten esto, estoy seguro, han denegado licencias en urbanizaciones de las afueras porque la "vallita" de cerramiento no era 1 metro de fábrica y el resto, hasta dos, de elemento permeable. Pues nada. Así todo.

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