miércoles, 19 de enero de 2022

Hablo por mí

No hay mes en el que algún compañero (o algún colectivo de compañeros) no saque a la arena del debate la necesidad de que se impongan de nuevo las tarifas de honorarios de los arquitectos. Ante la debacle, el hundimiento inmisericorde de nuestras retribuciones, provocada por insensatos suicidas que apenas pretenden cobrar algo por su trabajo, la profesión clama por unas tarifas justas y equilibradas que sean obligatorias y que garanticen así que podamos afrontar decentemente nuestro trabajo, cubrir nuestros costes e incluso sacar algo en claro de esta profesión que, por otra parte, cada vez se va cargando más y más de obligaciones y de responsabilidades.

Entiendo perfectamente estos clamores, pero no les auguro ningún éxito y tampoco los comparto. No creo que tenga sentido imponer tarifas de honorarios. Pero cuidado, compañeros: No os abalancéis contra mí. Es solo mi opinión; mi desilusionada, desencantada y pesimista opinión. Y solo hablo por mí.

Yo manejé este cuadernito. Ahí estaban las tarifas que teníamos que cobrar como mínimo todos los arquitectos por cada uno de nuestros trabajos. Los colegios les cobraban a los clientes en nuestro nombre y luego nos daban nuestra parte. Era cómodo tener una estructura poderosa que velara por nuestros ingresos. Se decía que eso era una cosa anacrónica y muy paternalista y que la sociedad contemporánea y avanzada no podía permitirla, como si los profesionales fuéramos niños pequeños. Yo os aseguro que vivía muy a gusto bajo esa tutela.

El problema que veo es que se rompió el vidrio y ya no se puede arreglar. En estos años de lucha fratricida nos hemos desgarrado unos a otros, y, todos juntos, lo hemos tirado todo por la borda. Ahora tenemos muchísima más responsabilidad que antes, nuestros proyectos son inmensamente más voluminosos y trabajosos, y cobramos por todo ello bastante menos de la mitad que lo que cobrábamos entonces. Así están las cosas.

Se suponía que el sacrosanto mercado regularía nuestros precios y en seguida se llegaría a una situación de equilibrio, pero no ha sido así. Y yo creo que no ha sido así principalmente porque los arquitectos no somos mercado, sino póliza. Perdón, hablo por mí: Yo no soy mercado, sino póliza.

A ver si me explico:

Como arquitecto ya derrotado pido una tarifa de honorarios mínimos porque sé que mi trabajo es inútil y no sé ni cuánto pedir por él.

A menudo me digo para consolarme y mantener mi orgullo que los arquitectos que piden muy poco dinero por su trabajo es porque lo hacen muy mal: proyectos muy faltos y después nula atención a la obra. Pero si los arquitectos tan increíblemente baratos son tan malos, ¿por qué les siguen encargando más y más trabajos? ¿Por qué no escarmientan los clientes y hacen correr la voz de que son pésimos? Pues porque da igual hacerlo bien o hacerlo mal. Pues porque, en mi opinión, mi trabajo apenas sirve para algo. (Además eso no es cierto, o no del todo. Muchos de estos superbaratos lo hacen aceptablemente bien e incluso bastante bien).

Las profesiones útiles (fontanería, odontología, peluquería, mecánica de automóviles...) no tienen honorarios mínimos. La gente que las necesita acude y los precios acaban siendo regulados y equilibrados por el mercado(1). Pero yo, que hago trabajos de trámite obligado, pejigueras burocráticas y similares, sí pido que se establezcan tasas, honorarios o gabelas porque no sé ni cuánto he de cobrar, ya que mi trabajo dimana de una mera abstracción normativa.

(De más de seiscientos trabajos de todo tipo solo recuerdo dos, tal vez tres -bueno, vale, cinco-, encargados por el mero gusto y deseo del cliente. Nunca me han encargado el proyecto de un edificio porque pensaran que iba a resolver problemas, a dar una solución brillante, bella, elegante, ligera. No: Era porque se lo exigía una legislación difícil de entender. El diseño lo suele tener muy claro -y muy mal dibujado- el cliente, que solo pide alguien que se lo pase a planos acotados y que le calcule la estructura, y para eso cualquiera -no necesariamente titulado ni como arquitecto ni como nada- le vale igual. Jamás me han pedido un certificado de eficiencia energética porque quisieran saber qué carencias tiene su casa o su local y cómo mejorarlas. Jamás una memoria descriptiva de una actividad porque les apeteciera o porque sintieran la conveniencia de tenerla. Nunca un informe porque quisieran que les aclarara unas dudas espontáneas o una curiosidad. Y así todo mi trabajo. Encargos obligados, encargos a regañadientes, encargos enfadados, hechos sin más remedio, hechos pataleando y rabiando. ¿Cómo no hacérselos al más barato que puedan encontrar?)

Con todo esto hace ya muchos años que he entrado en una dinámica suicida a la que no le veo remedio. Me han perdido el respeto porque me lo he perdido yo mismo más que nadie. Mis clientes y yo nos lo hemos perdido hasta un nivel tan abyecto que si un día volviera a haber tarifas mínimas me las pagarían por cumplir y después me exigirían que les devolviera una parte bajo cuerda. Y la cosa sería peor que ahora, porque encima tendría que declarar a Hacienda mil habiendo cobrado solo seiscientos.

Me duele y me da mucha envidia ver que otros profesionales de otras ramas (no quiero señalar) que son tan ficción burocrática como yo sí tienen tarifas y aranceles que nadie discute, mientras que a mí se me supone que tengo una actividad directa en el mercado y que por tanto mi precio es una especie de ser vivo y saludable que crece y evoluciona en un ambiente orgánico. No: De eso nada. Soy un inútil, una ficción administrativa, y exijo que se me tenga por tal y se me asigne una retribución estipulada, un estipendio, o, mejor, muchísimo mejor, directamente una pensión de incapacidad permanente. Eso es lo que tendría que haber pedido desde que terminé la carrera, y no la ridícula tarifa de honorarios.


Addenda 20 de enero

Un lector me recuerda, con toda la razón, que las administraciones públicas participan de esta situación en incluso la fomentan.

Cada vez es más frecuente asistir a mesas de contratación para optar al encargo de un proyecto y/o de una dirección de obra en la que, una vez acreditado que se cumplen los requisitos técnicos mínimos pedidos que te capacitan, la pugna es o bien solo por dinero o bien por varios aspectos entre los que la oferta económica es el más valorado (y valorado con fórmulas polinómicas muy sibilinas en las que nunca sabes hasta cuánto bajar ni qué criterios seguir en la lucha ciega y desesperada contra tus competidores).

El antiguo concepto de "baja temeraria", que te eliminaba automáticamente, ya no se aplica. He visto encargos adjudicados a quien rebajaba un 70% los honorarios de partida, a la vez que prometía más visitas a la obra, menos plazo de redacción del proyecto, y esto, y lo otro y lo de más allá.

Eso solo puede significar dos cosas: o que el arquitecto es un sinvergüenza que luego se va a conchabar con el constructor para firmar reformas y sobrecostes de todo tipo, y con ello va a ganar mucho más dinero que el de la rebaja que ha hecho, o que es un infeliz desesperado que, con tal de lograr el soñado encargo, se ha autoengañado convenciéndose de que todo va a ir como una seda y va a cundir muchísimo y no va a dar ningún problema. La leyenda habla mucho del primer caso, que yo no digo que no haya, pero yo no lo he conocido. Sí que veo a menudo el segundo. Un horror: Arquitectos trabajando mucho más de lo que previeron porque siempre hay cambios, informes, certificaciones discutidas, carencias, improvisaciones... y volviéndose locos por un trabajo enorme e infernal en el que cada día que pasa pierden más dinero. (Ah, haber calculado mejor. Pero la administración pública es culpable por consentir eso y además sale perdiendo en ambos casos).


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(1).- Casi digo la "sana" competencia. Creo que la competencia no tiene nada de sana, y que los más poderosos y los mejor situados abusan de los más débiles. Hacen dumping y otras cabronadas con nombre en inglés y se cargan a quienes les da la gana, e imponen sus reglas.

12 comentarios:

  1. No hay comentarios porque no te hemos leído ,no te ha oído nadie,no nos oye nadie…🤷🏻‍♀️

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  2. Supongo que parte del problema se debe en que salvo que sea una pequeña casa para dimensionar la estructura prefiero contratar un calculista estructural de verdad, si es una instalación eléctrica un ingeniero eléctrico y si es una instalación de aguas a un ingeniero porque busco seguridad de alguien especializado.
    Para planos, definir estancias y elegir acabados un arquitecto si que me hará falta pero en muchos casos, si es un encargo pequeño prefiero elegir yo distribuciones y acabados porque soy yo quien va a vivir ahí y para gustos colores y más sabiendo que ya el CTE tiene exigencias con el aislamiento asique se construya lo que se construya mal no estará, solo mejor o peor.

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  3. Ojalá llegue pronto el día en que nadie se dedique a la arquitectura. Y lo urgente es cerrar cuanto antes todas las escuelas de arquitectura para evitar que más gente joven caiga en esta pesadilla. Es una tarea de carácter ético. No se puede permitir que nadie más caiga en esta fosa séptica. Esta profesión ya no existe y hay que asumirlo. Ahora hay que mandar lo que queda de ella al cubo de la basura de la historia (realmente ya está ahí, pero aún no se asume).
    El problema es qué hacer con todos los desgraciad@s que aún están atrapad@s y que dedicaron sus años de formación a algo que no sirve para nada... Ése es el problema. Se pueden cerrar las escuelas y evitar que nadie más caiga en el pozo (acto de protección civil), pero rescatar a los que ya están en él no es tan fácil.

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  4. José Ramón, también hablas por mí.

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  5. No desesperéis. El problema no es solo de los arquitectos. No somos el ombligo del mundo, ni siquiera para esto. La clase media occidental al completo está cayendo en el abismo, con todas sus ilusiones, su falsa percepción de la realidad y sus conocimientos inútiles. Los que todavía seáis jóvenes tenéis varias opciones, como ser profesores en una escuela de arquitectura y pasar la patata caliente al siguiente, haceros funcionarios (cada vez hacen falta más para mantener el sistema, a pesar de la digitalización y de la inteligencia artificial), o diseñar espacios de realidad virtual con obsolescencia programada en el metaverso. ¡Queda mucho por hacer!

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  6. El comentario de anónimo, aunque desesperanzados, no puede ser más real y trágico al mismo tiempo

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  7. Gracias por escribir tan claro y alto. Me devuelves la fe un poco en qué no estoy sola. Un abrazo enorme!

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  8. Totalmente de acuerdo en que nuestros honorarios deben cambiar y actualmente no son sostenibles ni reflejan nuestro trabajo y esfuerzo. Sin embargo, no coincido para nada en que nuestro trabajo no sea necesario ni apreciado. El DISEÑO es muy importante, cuando existe se valora. Por otra parte, creo que se deberían de fijar unos honorarios mínimos, y especialmente en los contratos públicos, donde más se rebajan. Eso es una vergüenza absoluta y los colegios de arquitectos deberían reivindicarlo hasta conseguir cambiarlo.

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  9. Deberías presentarte a Decano. Esto se tiene que resolver desde los colegios profesionales.

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  10. Las tarifas de los colegios es algo que no va a volver. Alemania tuvo que eliminarlas hace unos 5 años por imposición europea. Hubo revuelo en la profesión porque hasta entonces se había podido vivir con unos honorarios dignos. Ahora la administración sigue utilizando las tablas de honorarios (HOAI) como referencia para adjudicar encargos. Los encargos de clientes privados suelen seguir haciéndose con la tabla de honorarios como referencia.

    En España la profesión se ha echado a perder y han sido los propios arquitectos los que se han perdido el respeto. El autor ha conocido cómo era la profesión antes de que el gobierno de Aznar eliminara las tarifas profesionales ("servirá para mejorar la competencia y bajar el precio de la vivienda", ¡ja!), pero cada vez son menos y ya sólo quedan arquitectos que han desarrollado su profesión en la precariedad. Lo peor sería considerlo como algo normal. Gracias, José Ramón, por levantar el dedo y decir que no, que así no.

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  11. También hablas por mi.

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  12. 😊***
    Me has encantado con tus palabras de tu entrada

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