lunes, 20 de abril de 2020

Un soneto cortito

Hace unas semanas la revista ICON Design, de EL PAÍS ha hecho un reportaje preguntando a varios arquitectos sobre la transformación del recinto de IFEMA en hospital de urgencia, sobre qué carencias ven en nuestras viviendas y en nuestras ciudades y, en definitiva, sobre su visión "arquitectónica" de la gestión de la crisis del COVID-19. Y, naturalmente, todo está mal. (Los arquitectos somos así).

La mayor parte de las intervenciones tienen algún punto discutible (y cuando digo discutible no quiero decir ni incorrecto ni flojo, sino que merece la pena discutir sobre ello y que yo sería feliz haciéndolo con una cerveza en la mano), pero entre ellas están las de un autor inapelable, ontológicamente indiscutible, que es quien dice:

La arquitectura contemporánea trabaja para trasladar a los espacios digitales las garantías políticas con las que ya contaba el espacio público.

Y añade:

Es imperativo dar importancia al desarrollo de estrategias de solidaridad simétricas a la transversalidad de esta pandemia.

Glups. ¿Qué podemos hacer ante esto? No se me ocurre. Le están preguntando a un arquitecto su opinión "como arquitecto" y suelta eso. Lo primero es que contesta con vaguedades supuestamente políticas y no con propuestas concretas de arquitectura, y lo segundo es que lo que dice tampoco es política ni sociología, sino que utiliza un lenguaje infame, pomposo y confuso para expresar unos deseos muy primarios y elementales. Un lenguaje que actúa como hojarasca de camuflaje para ocultar unas ideas paupérrimas (si es que hay alguna).

El fondo, si tenemos la paciencia de analizarlo, es tan inane como el deseo sempiterno de la paz en el mundo y de la bondad universal que expresan las misses cuando se les pregunta en el certamen.

Miss Montana

Miss Panamá

Solo que en estos casos que solemos protagonizar los arquitectos (no somos los únicos, pero somos muy característicos y muy conspicuos en ello) revestimos ese paupérrimo concepto con palabros y más palabros, como queriendo aparentar gran riqueza intelectual. Pero todo eso no solo no consigue que el concepto mejore, ya que apenas lo hay, sino que su expresión queda ridícula.

Qué poco me gusta ese afán palabrero que parece que nos caracteriza y que solo sirve para que cuando algún periodista se acuerda de nosotros para que opinemos sobre algo acabe yéndose con el rabo entre las piernas, y que siempre quedemos como exquisitos masturbadores de palabras huecas.

Sostengo que unas ideas claras han de ser expresadas con un lenguaje sencillo y directo, y que la verborrea vacía, las concomitancias inherentes al desarraigo post-estructural de la síntesis interactiva procedimental, solo esconden inopia, pereza mental y estulticia.

Sin embargo, como todo esto ya lo he dicho más veces y no quiero insistir, voy a hablar del vicio contrario: Hay ideas complejas, conceptos muy elaborados y llenos de matices, que no se pueden resolver con un mero malo-bueno, bonito-feo. Hay veces que, si nos queremos enterar de algo, tenemos que poner también de nuestra parte y hacer un esfuerzo de comprensión, pero nos da mucha pereza y queremos que nos resuman la idea, y que nos la simplifiquen, y que nos la den ya mascada y preparada para evitarnos la más mínima molestia o el mero atisbo de cansancio. Y eso no puede ser: No nos pueden dar cucharaditas de mermelada para que entendamos como por ensalmo la estructura del ADN, por ejemplo, o las implicaciones económicas de la Guerra de los Cien Años.

En este sentido, es notoria la entrevista que una conocida presentadora de televisión (ahora novelista, como casi todas, ay, qué cruz) le hizo a un exitoso polígrafo (dramaturgo, novelista, articulista y poeta). En un momento dado le pidió que recitara un soneto. El agredido puso cara de eso, de agredido, y manifestó su estupor ante el ataque por sorpresa. ¿Pero cómo un soneto? ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Sin tener nada preparado?
La entrevistadora, conocida por su intrepidez y su cercanía humana, le puso voz de mimito y le insistió: "Anda, sí, por favor: Un soneto cortito".

(Perdón, Don Lope)

O, lo que es lo mismo:

-Explícame eso de la pintura de vanguardia. Lo de los pintarrajos; a ver si lo entiendo.
-Mira, ya hemos hablado de eso muchas veces y ni lo vas a entender ni lo quieres entender.

-Cuéntame lo de la Teoría de la Relatividad, pero sencillo.
-¿Cómo de sencillo?
-Pues sencillo sencillo. Como para mí.
-Ya, pero como para ti desganado, ¿no?

-Dime de una vez cuándo es fuera de juego.
-Pues cuando le pasan a uno el balón y... Ah, no. De verdad que no.

-¿Entonces eso de la música dodecafónica qué me has dicho que era?
-Pues es como la poesía que no rima, pero en música.
-Pues vaya una explicación de mierda.

En efecto: Explicaciones de mierda.


Hay que asumir que ciertos conceptos complejos y ciertas explicaciones serias, profundas y fundamentadas (sobre todo la del fuera de juego) necesitan una exposición densa e incluso antipática en muchas ocasiones. Y en esas, lo siento, no hay otro remedio que tragar quina. Pero nunca debemos confundir eso con la mera farfolla para ocultar conceptos muy simples cuando no sencillamente inexistentes.

Yo, por ejemplo, siempre he tenido curiosidad por la filosofía, y he leído a algunos filósofos. Si bien soy capaz de entender a los clásicos, porque en su época estaba todo por decir y había que empezar por lo más general e incluso obvio, los del siglo veinte generalmente me cuestan mucho, porque ya hay tanto dicho y escrito que muchas de sus obras son metalenguaje: comentario del comentario de un matiz de terminología, y eso a quien no está acostumbrado ni tiene formación específica le resulta inextricable.

Por no tener formación filosófica confieso que he dejado a medias (uy, a medias: qué más habría querido yo que llegar a la mitad) algunos libros de grandes filósofos a los que les tenía muchas ganas pero con los que no he podido, y me he tenido que conformar con textos de divulgación, historias de la filosofía e incluso libros de bachillerato que no he estudiado por obligación académica, sino que he leído y subrayado por mera curiosidad e incluso gusto. Y reconozco que la ímproba labor de los autores de dichos manuales, que tienen que reducir las complejas construcciones mentales de los grandes filósofos a unos conceptos muy elementales y comprensibles por legos como yo, debe de ser muy frustrante. Me los imagino diciéndose a sí mismos: "No es eso; no es eso", mientras escriben sus resúmenes y simplificaciones. Pero es a lo único que llego. Lo siento. También a mí, en el campo de la filosofía, me gustan los sonetos cortitos.

1 comentario:

  1. No entiendo a Andrés Jaque, no entiendo a Izascún Chinchilla.No entiendo el movimiento Queer ni a Beatriz Preciado, ahora Paul Preciado. Debo ser tonto, o esto es como el traje invisible del rey en aquella fábula, en que el traje sólo lo veían los listos?.?

    ResponderEliminar