viernes, 7 de junio de 2019

L-C (o "porque lo digo yo")

Una figura puede servir para esquematizar los estratos áticos de Le Corbusier: la misma que se usa para trazar la cifra del "5". Una línea que, empezando a dibujarse como un cuadrado, acaba dibujando un círculo; que, empezando con una línea quebrada convexa, acaba en una ondulación cóncava; y viceversa, desde cualquier posición en que se la tome: es esa figura la que aparece cada vez que Le Corbusier firma con sus iniciales: "L-C", el cuadrado y el círculo, el ángulo recto y el arco.
Josep Quetglas
Les Heures Claires


Alguna vez ya lo he dicho, y las que volveré a decirlo: Creo fervientemente que la crítica es una actividad creativa. A mí me parece obvio. Seguro que a vosotros también y todo lo que sigue sobra. Pero aun así tengo ganas de escribirlo. Paciencia.

Una obra de arte permanece viva en tanto que nos toque la sensibilidad y el intelecto; en tanto que nos hable a nosotros, a cada uno de nosotros. Si no nos dice nada habrá muerto como obra de arte: Quedará como testimonio histórico, como objeto anecdótico o como yo qué sé, pero ya no será arte porque el arte está abierto al ser humano y de su interior sigue manando energía.

Por eso mismo, aunque ya se hayan escrito miles de tratados sobre tal pintor o sobre tal poeta o sobre tal obra, siempre es posible que yo aporte mi versión y pueda decir algo nuevo (si es que sé) y, sobre todo, que sea capaz de llevar la contraria al gran profesor Fulánez de Tal y sean válidos a la vez lo que dice él y lo que digo yo.

La crítica es interpretación y creación, y pueden ser una interpretación y una creación personales con una sola condición para que sean válidas: que sean interesantes. Que sean divertidas, o excitantes, o provocativas, o gamberras, o emotivas. Que construyan. Que nos construyan. Que me muevan a volver a ver esa obra con una nueva mirada. La obra no solo no se agota con cada nueva visita y con cada nuevo disfrute o con cada nueva diatriba, sino que eso la hace seguir viva y ser cada vez más rica.

La historia es otra cosa: El historiador tiene que dar el dato preciso. Tampoco la obra se agota; siempre se puede aportar un nuevo documento, o relacionar dos que hasta ahora no se habían relacionado. Eso da nuevos conocimientos sobre la obra. Son conocimientos ciertos.

La crítica, sin embargo, me parece que no aporta un nuevo conocimiento objetivo sobre la obra, sino una nueva opinión y una nueva interpretación por si nos puede servir. (Si me permitís la expresión, un nuevo "conocimiento dinámico") Porque la crítica, como queda dicho, es productiva y nos mueve a actuar.

De la historia valoro si es verdad o mentira. De la crítica si es útil o inútil.

Por ejemplo, el citado libro Les Heures Claires, de Josep Quetglas, tiene dos partes: Primero es un despliegue exhaustivo de datos "históricos" sobre la villa Savoye de Le Corbusier. Y a partir de ahí se lanza a elucubrar. Es una buena combinación: Primero un apoyo sólido y después un vuelo sugerente.

Me encanta.

Me dejo llevar por la fascinación del discurso de Quetglas, que arrebata y enreda al lector, y le llena de ideas. ¿Fueron así? ¿Las pensó así de verdad su autor? Qué más da. Al lector le sirven. Con ellas puede enfrentarse por enésima vez a la villa. Le ofrecen nuevas perspectivas de una casa que parecía que no podría dar más de sí. Una gran obra siempre da más de sí, como ya hemos dicho.

Quetglas se fija en que Corbu juega con los contrastes entre el cuadrado y el círculo, entre el ángulo recto y la curva. Es más: observando distintos edificios suyos llega a la (siempre discutible, y por eso fértil) conclusión de que le pasa más a menudo en las plantas más altas que en las bajas. El ejemplo notorio es el trazado caprichoso y sensual del solarium de la Villa Savoye.


Bueno. Lo compara con sus obras gráficas y pictóricas y descubre ese tic, esa manía, ese gusto por el quiebro entre curva y ángulo recto, ese trazado "tipo número 5", y ya la bomba (para mí) es cuando dice que ese tic es tan tic, es tan suyo, es tan irracional e íntimo, que se demuestra en su firma L-C.

¿Le Corbusier le habría dado la razón? Seguramente no. Pero Quetglas le contestaría que era un gesto tan inconsciente que ni su autor se habría dado cuenta, pero que para eso está el crítico: para explicárselo.

No importa que sea verdad o mentira la intención consciente del artista. El hecho es que la forma está ahí, expuesta para nosotros, para alimentarnos y alimentar nuestras interpretaciones.

Me vuelve (ya la he puesto alguna otra vez) la famosa escena de la película Annie Hall, de Woody Allen. El protagonista -que tampoco está precisamente de buen humor- no soporta a un pesado que está perorando sobre Marshall McLuhan en la cola del cine. Tanto le molestan las tonterías que está diciendo que llama al propio McLuhan para que las desmienta.


Yo creo que el problema del profesor de la cola del cine no es que interprete erróneamente a McLuhan, sino que es un pesado y que lo que dice nos aburre y no nos sirve para nada, pero si relacionara hábilmente al filósofo con un cowboy, con el tenis de mesa o con una cucharilla y nos explicara el motivo nos haría gracia y, sobre todo, nos sería muy útil.

Defiendo que un crítico lea en una obra algo que el autor no ha pretendido. Se le puede decir: "Usted no lo habrá pretendido, pero yo lo veo". (También puede ser que la obra le haya salido fallida al autor en cuanto a su mensaje. Vamos, que le haya salido el tiro por la culata y la gente interprete lo contrario de lo que quiso decir).

Si alguien dice: "el autor ha pretendido tal cosa" se trata de una afirmación histórica que tiene que probar con cartas y otros documentos, o preguntándole al autor. Pero puede decir sin pruebas: "yo veo tal cosa por esto, por esto y por esto", aunque no fuera tal lo que quisiera el autor. Si el "por esto, por esto y por esto" están bien explicados la crítica es válida.

Otro ejemplo: Jorge Oteiza escribió mucho sobre los microcromlechs vascos. No voy ni a resumir aquí lo que decía al respecto sobre espacio sagrado y espacio vacío. Era fascinante. A mí y a muchos nos embelesó y nos seguirá embelesando. Yo le dediqué a esa idea buena parte de mi tesis doctoral. Y todo ello sabiendo que arqueológicamente no tenía validez. Los historiadores sonreían con conmiseración ante los escritos de un mero aficionado, voluntarioso, eso sí, pero completamente ignorante de la metodología arqueológica, de los fundamentos de la disciplina.

Yo no me fiaría en absoluto de las dataciones que diera Oteiza, ni de sus explicaciones sobre la vida social ni sobre la alimentación de las tribus que hicieron esos cromlechs, pero sí le creo cuando se mete en el alma de esos creadores, en sus miedos y en sus anhelos (porque son los nuestros) y nos explica esos monumentos como solución espiritual a todo eso. Porque esa explicación nos sirve, nos dispara y nos cura.

Por lo tanto, si un crítico dice que Corbu firma habitualmente "Le Corbusier" pero cada vez más (sobre todo en su obra plástica) se decanta por firmar "L-C" porque eso representa la dualidad y el equilibrio entre el cuadrado y el círculo, entre el ángulo recto y el arco, y me lo dice con elocuencia me lo creo. Más que "me lo creo" "me sirve". Y si el propio autor dice que no lo hizo por eso y que jamás se le pasó tal majadería por la cabeza, le diremos: "Pues es así porque lo digo yo". Pero, sobre todo, "porque lo digo muy bien".

Se non è vero, è ben trovato. Y a estas alturas yo ya lo que quiero son buenas trovas. Si son mentira, pues qué le vamos a hacer.

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