miércoles, 5 de diciembre de 2018

El precursor atrasado

A Miguel Barahona, gracias a cuyas indica-
ciones y advertencias pude hacer esta visita.


He estado unos días (muy pocos) en Praga y he aprovechado para visitar la Villa Müller, de Adolf Loos.
No sé muy bien qué decir, pero al mismo tiempo tengo una especie de necesidad de decir algo de ella.


Está en un barrio muy agradable, a pocos kilómetros al oeste del casco histórico, en una cota elevada desde la que este se ve estupendamente bien.

La casa ha sido restaurada y está muy pero que muy bien cuidada. (Esto daría para otra entrada: El orgullo de cuidar y exponer el patrimonio).

Esta villa es una de las que mejor exhiben la idea loosiana de raumplan: Esa palabra significa plano espacial, y consiste en que los niveles de suelo y techo de cada planta no son constantes. Es decir: Un salón y un comedor están al lado, pero para pasar de uno a otro se suben tres o cuatro peldaños. Cada habitación tiene la altura que necesita.
En unos puntos sube o baja el suelo. En otros el techo.
De este modo, cada habitación tiene su expresión, su luz, su altura, sus vistas, su espacio, y la casa no es una superposición de plantas como las rebanadas de pan de un sandwich, sino una especie de tetris en el que cada pieza encaja de forma quebrada o irregular con las demás.






Como arquitecto friki la casa me gustó mucho. Vamos, quiero decir que me gustó mucho la sensación triunfal de haber cruzado media Europa para llegar a la puerta (fuera del cogollo de Praga) a la hora prevista (pues había que reservar la visita y mi mujer y yo lo habíamos hecho semanas antes del viaje)(1).
Hay un poco de no creérselo del todo. Qué bien. Todo ha salido bien. Aquí estamos, finalmente. Eso os parecerá una tontería, pero para mí no es lo menos importante. He llegado a tiempo, ha coincidido el espacio y el tiempo para rendir el rito y el culto necesarios a la Arquitectura. Podemos proceder.

Luego la casa blanca, recién pintada, con las ventanas amarillas, recién pintadas, más mal compuestas que yo qué sé(2), pero recién pintadas. Todo limpio, todo acogedor. La hiedra naranja y casi desnudada por el frío otoño. En la puerta un banco de travertino, un rincón, un perfil ergonómico y duro a la vez. Prohibido hacer fotos.

Una vez dentro, en la visita guiada reducida (ocho personas), nos obligan a ponernos unas calzas de plástico, y con ello ya me ganan definitivamente. El templo, la reliquia, el suelo sagrado. Pisar sobre zapatos que pisan sobre calzas que pisan sobre alfombras que pisan sobre mármol, madera o balsosas cerámicas, según los caprichos de cada recoveco del raumplan.

Y es que una habitación tiene el suelo de madera, otra de esto, otra de lo otro... la entrada tiene los tabiques alicatados con grandes azulejos verdes, el cuarto de la señora tiene las paredes chapadas de madera de limonero, el del niño es de colorines... Raumplan: Cada habitación de su padre y de su madre, cada rincón una sorpresa.

Mármoles grises, busto de bronce del padre del propietario, cuadros de su colección de arte, y alfombras, y cristalerías de Bohemia con el monograma de la señora, y sofás de cuero, y mesas de madera de no sé qué... Nobleza, dinero, buen gusto. Nivelón. Raumplan.

Y el olor. Huele a calentito, y a barniz, y a limpio, y a dignidad. Mucha dignidad.

En medio de una explicación la guía se para. No sabe cómo decir un color azul claro ligeramente verdoso y se acerca a mi mujer, la más guapa del mundo, y señala los pétalos de una de las flores que lleva bordadas en su jersey, y de pronto mi esposa es la señora Müller, la dueña de la casa, con ese jersey tan bonito, con la sonrisa tímida de ser la involuntaria protagonista de ese momento, por tener esa ropa tan cálida y tan hermosa, ese peinado tan ligero, esa cara tan bella. Y yo me siento indigno, incapaz de proporcionarle la casa que merece, culpable por no ser el señor Müller, por no poder aspirar a esa grandeza(3).

Y seguimos. Y subimos. Y bajamos. Y volvemos a subir. Y bajamos otro poco. Y ahora tres escalones. Y ahora cuatro más. Porque para saber mantener el tipo en el raumplan hay que tener las piernas del maillot de topos rojos del Tour de Francia.

Villa Müller, Praga. Clicad para ver en grande todos los rompepiernas de la casa.
Hay que ser un verdadero líder de la montaña para vivir aquí.
(Hay un pequeño ascensor, marcado en azul, pero no para en todos los niveles,
y además si tomas el ascensor no tienes raumplan).

Sí: El raumplan es muy cansado.

Pero, por encima de todo eso, en la Villa Müller, como en otras casas de Loos, las fechas nos sorprenden por lo tardías. Es de 1928-30, es decir, rigurosamente contemporánea de la Saboya (1929) y de la Tugendhat (1929-30), que están en otra galaxia.
Pero es que, por ejemplo, la casa Robie (1908-10) ya pasa a la Müller por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo.

Loos aparece en la historia de la arquitectura moderna encuadrado en esa rara etapa de transición entre el Art Nouveau y el Movimiento Moderno. Lo vemos con Berlage, Perret, Behrens... y ciertamente es coetáneo de ellos. Forma parte de la generación de los pre-modernos, de los precursores. Siendo así yo entendería la Villa Müller en 1900, pero no treinta años después.

En los años veinte ya había en todo el mundo, y muy especialmente en Checoslovaquia, una generación de arquitectos modernos muy avanzados que hacían cosas verdaderamente vanguardistas, mientras que el precursor seguía con sus mármoles y sus maderas de limonero.

El raumplan es un avance arquitectónico espacial... ¿sobre qué? ¿Sobre lo que se hacía un siglo antes? Porque desde luego ya había habido una verdadera revolución arquitectónica hacía unas décadas, y al parecer Loos no se había enterado. (Se me siguen abriendo las carnes con su columna para el Chicago Tribune).

En definitiva, visitar la Villa Müller fue una experiencia muy grata, pero también fue un poco como visitar un monumento funerario. Y lo peor es que da la impresión de que esa casa, con sus cristales de Bohemia, alfombras, maderas, mármoles, lacas y cerámicas holandesas(4) ya era un mausoleo en vida, una casa como la de los Bellamy de Arriba y Abajo o como Downton Abbey. Una casa muy atractiva y con mucha vida social, pero en absoluto moderna.

Hace muchos años, recién casados, mi mujer y yo también nos pusimos unas calzas para poder visitar otra casa famosa, la Schröder (1924). Perdonad que la mencione aquí y que la ponga al lado de esta para su detrimento y oprobio, pero es que la ceremonia fue muy parecida, la oficina en una casa al lado, la recepción de visitantes, el recorrido guiado, la venta de recuerdos, el amor de las guías, la ceremonia, el respeto... Todo igual. Bueno, todo no. Las casas no.




(1).- Gracias a la advertencia de mi amigo y compañero Miguel Barahona. Si no me lo llega a decir me quedo sin poder entrar. Muchas gracias.

(2).- La conté ya una vez, la sentencia que hizo un gran arquitecto español contemporáneo: "Adolf Loos: Cuatro ventanas mal puestas".

(3).- En esta casa anacrónica creo que es normal sentir eso: El hombre, el pater familias, tiene que subvenir a las necesidades de su clan, y tener a su mujercita como una reina. Ya sé que dicho ahora es para que me deis de tortas, pero estamos en la Villa Müller y esa sensación me parece la coherente. Al menos es la que me brota ahí dentro.

(4).- El despacho del Señor Müller tiene la chimenea alicatada con azulejos holandeses. Creo que de Delft. En el piso de arriba hay un salón japonés con lacas y esas cosas.

2 comentarios:

  1. Sabes que a veces tengo la impresión, debido quizá al anacronismo que mencionas, de que la arquitectura de Loos posee una gran contemporaneidad, por la tendencia minimalista exterior (hoy veo esas fachadas prolijas y volumétricas, minimalistas, que me recuerdan en parte a su arquitectura) y el raumplan. Respecto a este último me gustaría arrimar lo que genera en los cuerpos, las interacciones con el espacio, la sorpresa, el cansancio (que supongo esta bien ejercitar el templo humano, tenga tatuajes o no). Muy lindo blog, un abrazo.

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