lunes, 29 de octubre de 2018

Si sale con barbas...

Nota previa: ¿Qué haces cuando ya tienes casi escrita una entrada en este blog y al irla puliendo en el repaso final te enteras de datos nuevos y te das cuenta de que estabas equivocado (o ahora crees que lo estabas)? Pues supongo que modificar la entrada y redactarla según lo que crees ahora, ¿no? Pues no. No me sale. Ahora veo, gracias a un dato aportado por la Fundación-Museo Jorge Oteiza, que la anécdota que pretendía contar tiene mucha más profundidad de lo que pensaba, y necesitaría que la contara un investigador más serio que yo, que soy un indocumentado sin ningún peso académico ni solvencia alguna. No obstante, la publico de todas formas. Me contradigo y corrijo sobre la marcha, y cambio de opinión en el punto donde me he enterado del dato nuevo. Dejo los hilvanes sin rematar por si le pueden valer a alguien que sepa y quiera.

(Dicho lo cual, voy con mi entrada):


Seguro que todos conocéis el proverbial dicho de aquel tallista de imágenes religiosas que sobre ser muy malo era de muy buen conformar y muy despreocupado: "Si sale con barbas, San Antón; y si no, la Purísima Concepción".

Es una frase muy reconfortante y consoladora, muy digna de aplicar a todos quienes nos equivocamos y, pretendiendo hacer una cosa, hacemos otra. Santa y bella frase que deberíamos grabar y tener muy a la vista en nuestros lugares de trabajo.

Traigo esta bella divisa hoy aquí para contaros que Jorge Oteiza estaba haciendo el retrato de Ramón Laborda, sacerdote abertzale, estimable tenor y creador de coros y grupos de danza, y sin quererlo le salió el de Juan XXIII.

Jorge Oteiza: Retrato doble de Ramón Laborda y Juan XXIII 

Estaba Oteiza enfrascado con Ramón Laborda y todo el que lo veía le decía: "Caray, Jorge, qué bien te está quedando Juan Veintitrés. Es que está clavado".

Ramón Laborda y Juan XXIII

Él protestaba: "Que no, leche. Que es Ramón Laborda". A lo que le contestaban: "¿Y quién es Ramón Laborda. Ese es el Papa".

Así que el autor, resignado -también él veía que el retrato le había salido mal y tiraba mucho al cardenal Roncalli-, lo acabó titulando como retrato doble.

Juan Daniel Fullaondo dice(1) que un retrato doble no es un retrato; que le falta la exclusividad propia e imprescindible para que pueda ser considerado como tal.

Un retrato resalta las facciones (físicas, espirituales, caracterológicas, idiosincrásicas...) de una persona. Si exhibe las de una no puede exhibir las de otra. Son excluyentes.

Defender que un retrato es de dos personas simultáneamente es decir que no es un retrato, sino otra cosa. (Sobre este asunto Fullaondo hace algunas consideraciones sutiles, pero quedan fuera de lo que pretendo contar aquí. Os envío al libro que cito debajo).

Una estrategia muy diferente de Picasso con el retrato (también fallido) de Gertrude Stein fue la conocida:
-Ese retrato no se parece a mí.
-Tranquila. Ya se parecerá usted a él.


Gertrude Stein y su retrato por Picasso

Picasso tenía una fe ciega en su retrato. Es el de Gertrude Stein y solo de Gertrude Stein. Es tan suyo que si no se parece a ella será ella la que tendrá que parecerse a él.

Picasso era tan dios que Gertrude Stein, sin gustarle el retrato, posó ante él (tampoco demasiado contenta), se acostumbró a él y hasta acabó feliz porque el genio la hubiera pintado. Siendo una de las más grandes escritoras de la historia de los Estados Unidos, es incluso más famosa por haber posado para el sublime. ¿Se puede ser más nosécómo?

Oteiza, pobre humano, hace otra lectura para salvar lo que pueda: En el libro de Pelay (2) dice que ese doble parecido es consciente y previo. Vamos, que ya está pensando en él cuando empieza a modelar el retrato. (Es decir: Hace de la necesidad virtud, como se suele decir, o, lo que es lo mismo, hace del error acierto).

En el libro de Pelay hay una doble página (300-301) cuya izquierda tiene una fotografía de la escultura (parece que modelada en yeso) vista desde la izquierda y cuya derecha es otra en tres cuartos frente-derecha, y el pie explicativo de estas fotos es de Oteiza:

Juan 23, pero es también, a la derecha, don Ramón Laborda, sacerdote y abertzale de ejemplo, cantor en toda situación, un ángel que cantaba, que hasta escandalizaba, cantaba siempre generosidad su comportamiento, gritaba y acudía contra la injusticia. En su funeral en Rentería, llevado a hombros en su ataúd abierto, quedé muy impresionado. Sostenía algo fuertemente entre sus manos sobre el pecho, su hermosa cabeza era la de Juan 23, yo le seguía con todos en el camino de la iglesia al camposanto, como dormido miraba el cielo, ya estaría, él había dicho todo gozoso al sentirse morir, gaur zeruan, gaur zeruan (ya estaré hoy en el cielo). El sentimiento inseparable de este santo y querido amigo, con Juan 23, me ha quedado, lo encuentro, en este retrato.

Fullaondo dice que Oteiza se da cuenta del parecido con el Papa después (lo que yo también defiendo). Según esta teoría, esto que cuenta Oteiza del entierro es una reconstrucción a posteriori; vamos, un invento.

Es más: Fullaondo señala que en el catálogo(3) de La Caixa -página 119- aparece este doble retrato (en aluminio) fechado en el año 1953, es decir, cinco años antes de que el cardenal Roncalli fuera elegido Papa. O sea, cuando era conocido en los altos círculos de la jerarquía eclesiástica por su labor como cardenal, pero aún no lo era en absoluto por los fieles "de a pie".

Con esto queda liquidada la cuestión: Jorge Oteiza le hace un retrato a Ramón Laborda y no termina de parecerse demasiado. El retrato queda más o menos relegado y unos años después algún amigo, o él mismo, al verlo se dice: "Anda, si este es Juan XXIII". Entonces surge la necesidad de justificar ese parecido involuntario y Oteiza se inventa la historia de que ya en el entierro de Laborda le vio muy parecido a Juan XXIII.

Toda esta entrada era tan solo para deciros y decirme a mí mismo que tenemos que aprender de Oteiza, que tenemos que hacer virtud de nuestros errores, acierto de nuestros fallos, y saber vender nuestra obra y vender nuestro talento. Estamos expuestos a cometer errores, como todo el mundo, y a que cualquiera pueda criticar nuestras obras y minar nuestra buena fama. Vamos: Ponernos a parir e intentar hundirnos. No nos dejemos. Oteiza, al ver que el retrato de Laborda se parece más al Papa, no se desanima y no lo destruye. Le pone título doble y asunto arreglado. Aprovechemos todo, como del cerdo. Como si nuestras obras fueran pequeños cerditos. Con o sin barba.

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Con esa bella conclusión iba a dar por terminada esta aleccionadora entrada, la iba a colgar en el blog y, como de costumbre, me iba a sentar en mi trono de marfil a esperar vuestras felicitaciones: "Eres un tío lúcido". "Bravo". "Enorme". "Me has mostrado la luz". "Qué bien escribes". "Qué sexi eres". Etcétera.

Pero me quedaba una cierta incomodidad, un regusto amargo, una insatisfacción. Con lo bien que me había quedado esta entrada. (O que me estaba quedando, porque aún la estaba repasando).
Sin embargo, aunque ya sé que mis enemigos me han sembrado fama de que me da igual ocho que ochenta y que digo mi patochada y no compruebo nada, esta vez no es cierto. Quería asegurarme de la fecha del retrato, porque algo me olía a chamusquina. Eso de que fuera en aluminio en 1953 no me cuadraba. ¿Sería de 1953 el modelado en yeso o en barro y más tardía su fundición metálica?

También me habría gustado conocer la fecha de la muerte de Ramón Laborda, que no aparece en ninguna de las referencias que he visto en internet. Me gustaría datar ese entierro que cuenta Oteiza y ver si encajaba con el papado de Juan XXIII. No lo conseguí. Si alguien lo supiera...(4)

Le pregunté por twitter a la Fundación-Museo Oteiza si conocían la fecha del retrato doble, y me contestaron al rato con estas dos fotos de un catálogo que supongo que será el propio del museo, con su colección.


Ahí lo titulan "Retrato doble de Juan XXIII y Ramón Laborda" y refieren que hay una primera edición de dos ejemplares en aluminio, de 1971, hecha a partir de un yeso de 1969, y hay una segunda edición de tres ejemplares de aluminio en los años ochenta.

Es decir, que el modelado inicial de yeso es de 1969, unos años después de la muerte de Juan XXIII.

Esto tumba todo (o casi todo) lo que llevo dicho. Oteiza pudo intentar hacer el retrato de Ramón Laborda y encontrarse con Juan XXIII por sorpresa, pero también pudo ser verdad lo que contó. Ya no tengo prueba alguna para desmontar su historia.

He basado esta entrada en dudar de Oteiza, y mis conclusiones iniciales eran llamarlo mentiroso claramente (aunque lo entendía y me parecía un argumento de legítima defensa). Eran unas conclusiones bien penetrantes e inteligentes (aunque lo diga yo de mí mismo), pero eran falsas. O al menos no tenían ninguna sustentación.

¿Y qué conclusiones os cuento ahora? Yo qué sé. Lo primero es que esto no invalida lo que dijimos antes de que hay que defender la propia obra con sus errores y con lo que sea, y argumentar siempre a su favor, aunque sea exagerando o fantaseando un poco. Y lo segundo es que es todo muy difícil y no se deberían sacar juicios precipitados de nada, aunque todos lo hacemos y lo seguiremos haciendo.

Joé, qué bajón. Con lo bien que iba.



(1)FULLAONDO ERRAZU, Juan Daniel,
Oteiza - doble retrato,
Conversaciones en torno a Jorge Oteiza, (Con María Teresa Muñoz y Ana María Torres),
Kain editorial, Madrid, 1991, pp.246.

(2)PELAI OROZCO, Miguel,
Oteiza. Su vida, su obra, su pensamiento, su palabra,
La gran enciclopedia vasca, Bilbao, 1978, pp. 606.

(3)FUNDACIÓ CAIXA DE PENSIONS
Oteiza, Propòsit Experimental,
Catálogo de la exposición del 5-2 al 20-3-1988 en Madrid, del 12-4 al 20-5-1988 en Bilbao y del 8-6 al 24-7 en Barcelona,
Fundació Caixa de Pensions, Barcelona, 1988, pp. 337.

(4) Addenda 31-10-2018

Dos tuiteros, p l a t a (@sonidoalpha) y Mikel Chamizo (@MikelChamizo) me acaban de mandar información sobre la fecha de la muerte de Ramón Laborda. Ambos, bebiendo de distintas fuentes, coinciden en que falleció en 1965.
Por lo tanto la última duda que me quedaba, en cuanto a que tal vez en el entierro del sacerdote Oteiza aún no hubiera oído hablar del cardenal Roncalli, se resuelve también. Ese entierro ocurrió dos años después que el del Papa, que había dejado una huella imborrable en todos los cristianos.
Por lo tanto no me queda ya ningún argumento para desmontar lo que cuenta Oteiza en el libro de Pelay.
Muchas gracias a los lectores de este blog, que no merezco.

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