miércoles, 19 de febrero de 2025

Volar

No sé si conocéis esta famosa fotografía. Se titula Le saut dans le vide (El salto en el vacío) y apareció en el periódico Dimanche, [Le journal d`un seul jour] el 27 de noviembre de 1960.


Le saut dans le vide (El salto en el vacío)

En la foto aparece el artista Yves Klein saltando al vacío desde lo alto de una cerca. Llama muchísimo la atención porque no puedes evitar imaginarte el golpe que se va a pegar contra el suelo (o, si eres muy optimista, suponer que es un acróbata formidable que va a dar una voltereta en el aire y va a caer de pie).

La foto está tomada por Harry Shunk y János Kender. ¿Cómo? ¿Dos fotógrafos para hacer una foto? Pues sí, por dos motivos: el primero era que formaban equipo bajo el nombre Shunk-Kender y firmaban los dos, y el segundo porque entre los dos hicieron todas las fotos del montaje.

Porque, oh, decepción, se trata de un montaje. En la calle había unos cuantos hombres sujetando una lona para amortiguar la caída de Klein. Shunk y Kender fotografiaron el salto y luego la calle vacía. Hicieron varias fotos y después con ellas varios montajes, y eligieron este en el que sale un ciclista (casual e imprevisto) para publicarlo en Dimanche (El periódico de un solo día); pero hay más, con la calle completamente vacía. Podéis buscarlas si tenéis curiosidad.

El ansia de volar. Desde el fantástico logro del Sputnik Klein estaba fascinado con el vuelo. Esta foto formaba parte de un proyecto llamado El hombre en el espacio. Había un gran optimismo y entusiasmo. Todo era posible. Había que volar. Se podía volar. En muy pocos años el ser humano sería capaz de llegar a la luna.

(Pero, por si acaso, Klein no se tiró sin más. Mucho entusiasmo y lo que queráis, pero llamó a amigos para que sujetaran la lona y a Shunk y Kender para que perpetraran la falsificación).

¿Y a qué viene todo esto que os cuento? Pues a que, como profesor de estructuras, pero sobre todo como señor mayor, constantemente me llena de admiración y de sorpresa que, en general, cuando las-los estudiantes de arquitectura afrontan su "trabajo fin de máster" (o "proyecto fin de carrera"), en vez de ir a amarrar y hacer algo facilito y sencillo se lancen a la aventura con una audacia que les va a acarrear muchas dificultades.

Uno diría que es el pecado de la juventud y de la ignorancia de los peligros, el atolondramiento y la falta de responsabilidad y de rigor, por no decir la imprudencia, el disparate y la locura. Pero lo pienso un poco mejor, con menos susto y menos alarma, y veo que todo eso no está nada mal; es más, que está bastante bien.

En todo caso, no digo yo que tengan que hacer algo anodino y triste, pero al menos deberían ponerse las condiciones a su favor, repartirse las cartas ganadoras, y no crearse más dificultades de las que ya hay, que son de por sí bastantes.

Lo que pasa es que les estoy pidiendo una madurez que, por definición y por mera ley de vida, no pueden tener aún. Tienen mayor o menor brillantez, y desde luego entusiasmo; pero control, oficio y maestría es imposible que tengan. Acabarán teniendo todo esto, porque con lo primero se obtiene lo segundo. Es cuestión de tiempo y de perseverancia.

Uno de sus vicios más arraigados es concebir unos voladizos que me asustan, (y, que esto no salga de aquí y no se entere nadie, les tengo que ayudar y suministrar las herramientas para que puedan concebirlos con cierta solvencia, cuando yo mismo no sabría cómo actuar. Madre mía, en quién han ido a confiar).

Algo que sí me tranquiliza es que demuestran una alta capacidad de trabajo y de aprendizaje, sobre todo de autoaprendizaje. Investigan, buscan, comparan, analizan, y lo suelen hacer bastante bien. Todo presagia que van a saber defenderse en la vida. Ojalá.

El máster en arquitectura es habilitante para ejercer la profesión. El grado por si solo no da derecho a proyectar un edificio ni a dirigir una obra, de modo que el máster es algo muy serio: es la certificación de que esas tiernas e inocentes criaturas ya están en condiciones de afrontar un oficio muy complejo y lleno de responsabilidades.

Una cosa que me gustaría decir de paso es que, por una inveterada tradición, los enunciados que proponen las escuelas de arquitectura para los trabajos fin de máster son siempre edificios muy grandes y ambiciosos, de un tipo y una magnitud que casi nadie va a hacer nunca, y que quienes tengan el privilegio de hacerlos van a contar con un montón de colaboradores especialistas en instalaciones, estructuras, etc. De modo que es una temeridad pretender que quien termina la carrera ya sea no solo solvente, sino especialista en todo eso(1).

Bueno: tampoco se pide que lo resuelvan todo, sino que sepan plantear y enfocar los problemas y encaminar las posibles soluciones. Pero entre unas cosas y otras les acaban saliendo unos trabajos de aúpa, unos trabajos de padre y muy señor mío.

Así que les intento inculcar que, en lo que al vuelo se refiere, la aceleración de la gravedad es enormemente puñetera, y les pido que dejen volar su imaginación, sí, pero no tanto los forjados ni las losas, que me dan unos sustos que pa qué.

Pero también celebro su valentía y su energía, y les deseo de corazón que vuelen ahora (si no, cuándo).

Solo les pediría que, como hizo Klein, vuelen con toda la ilusión, la ligereza, la fuerza y el desparpajo posibles, pero comprueben que hay una buena lona resistente abajo, y se aseguren de que el fotomontaje final funciona.


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(1).- Compruebo en cada curso que salen del máster con una excelente formación y preparación, pero es como cuando sales a la carretera con el carnet de conducir recién estrenado: te falta el rodaje y la experiencia que te va a dar el tiempo, pero sabes lo que tienes que saber y, sobre todo, eres perfectamente consciente de lo que te falta, y vas con la suficiente precaución y conocimiento como para medir tus fuerzas, que crecen y se desarrollan rápidamente.

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