Hoy os presento una obra maestra, un hito en la historia de la música. Estamos en Chicago, Illinois, y es el día veintiocho de julio de mil novecientos veintiocho.
Louis Armstrong es un joven de unos veintisiete años (hay varias hipótesis sobre la fecha de su nacimiento). Fue un niño de la calle, repartidor, vendedor ambulante y recadero de prostíbulos. Aprendió (mal) a tocar la corneta y la trompeta en el Hogar de Niños Expósitos de Nueva Orleáns, y empezó a ganarse la vida tocando en la calle y en los cabarets, como músico de banda. Entró en la orquesta de King Oliver, y más tarde en la de Kid Ory. De ahí pasó a tocar en orquestas de Nueva Orleáns, incluso en las que tocaban en los barcos de vapor del Mississipi.
Era un verdadero profesional todoterreno, que amenizaba cualquier fiesta y sabía desenvolverse con la trompeta y con su simpatía natural. Pero nunca aprendió la técnica de la embocadura correctamente, y se cortaba los labios a menudo con la boquilla. No les daba tiempo a cicatrizar adecuadamente porque Louis tenía que tocar todos los días, a menudo con mucho dolor. No podía permitirse ni unos días de reposo ni un profesor, así que siguió tocando como podía, aprendiendo de sus compañeros (que tampoco habían tenido profesor).
Esta boquilla de una de sus primeras cornetas muestra las muescas que le hizo para adaptarla a sus labios y a su forma de apretarlos. Es una lucha continua la de un músico con sus boquillas.
jueves, 30 de septiembre de 2010
sábado, 25 de septiembre de 2010
Ornamento y distinción
Cuando yo era niño (en los remotos años sesenta y setenta) todo el mundo vestía igual, según su ambiente y profesión. Todo era gris o marrón, o azul marino. Los oficinistas vestían chaqueta de uno de esos tres colores y corbata igual, con rayas. (En corbatas se admitía también el rojo burdeos amarronado). Las mujeres podían añadir verdes no muy chillones y flores discretas.
Los chicos llevábamos jersey azul marino o verde oscuro, y pantalón de tergal.
Los zapatos sólo podían ser negros o marrones. (En niños se podía añadir el azul marino).
Los hombres iban afeitados o con bigote (mejor si era finito), y con el pelo corto, peinado a raya o con ondas (el que las tuviera) a lo Robert Taylor. (Según Jardiel Poncela, quien no las tuviera podía conseguirlas embadurnándose el pelo con fijador y estampándose repetidamente contra el cierre de algún comercio). Las mujeres se peinaban con mucha laca, construyéndose una especie de casco sobre la cabeza.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Ornamento y delito
Hace más de cien años el arquitecto austríaco Adolf Loos, defendiendo la modernidad arquitectónica, publicó un artículo que se hizo célebre: “Ornamento y delito”.
En él decía que la arquitectura debía ser funcional, barata, sensata, y que tenía una misión social. Decía que despilfarrar el dinero y los medios productivos haciendo adornos era inmoral, porque se dilapidaba el trabajo de los obreros y se profanaban los materiales.
(Iba a poner aquí el enlace con el libro de Loos Ornamento y Delito y otros escritos, en la página web de la editorial Gustavo Gili, y he visto con pena que ya no existe el libro. Vamos, que ya sólo queda en las bibliotecas de los viejos carcamales. No se ha reeditado).
Adolf Loos puso un ejemplo que le pareció evidente para que se le entendiera mejor. Eso de que la arquitectura sin adornos fuera buena no lo iba a compartir nadie en 1908. Por eso tuvo que buscar algo incontestable y obvio: los tatuajes y otros adornos corporales. Los miembros de las civilizaciones más primitivas siempre se han tatuado, se han atravesado la nariz y las orejas con abalorios y adornos, se han pintado el cuerpo… Mientras que los de las civilizaciones avanzadas muestran su cuerpo limpio. Es más, en nuestra sociedad avanzada y racional (año 1908) sólo tienen tatuajes los antisociales (presidiarios, mercenarios, marginales…).
Cuando yo leí el artículo (setenta años después) ya me pareció obvio. Pero es que había pasado ya suficiente tiempo como para asumirlo, y además tenía a mi amiga Marta G. A.
En él decía que la arquitectura debía ser funcional, barata, sensata, y que tenía una misión social. Decía que despilfarrar el dinero y los medios productivos haciendo adornos era inmoral, porque se dilapidaba el trabajo de los obreros y se profanaban los materiales.
(Iba a poner aquí el enlace con el libro de Loos Ornamento y Delito y otros escritos, en la página web de la editorial Gustavo Gili, y he visto con pena que ya no existe el libro. Vamos, que ya sólo queda en las bibliotecas de los viejos carcamales. No se ha reeditado).
Adolf Loos puso un ejemplo que le pareció evidente para que se le entendiera mejor. Eso de que la arquitectura sin adornos fuera buena no lo iba a compartir nadie en 1908. Por eso tuvo que buscar algo incontestable y obvio: los tatuajes y otros adornos corporales. Los miembros de las civilizaciones más primitivas siempre se han tatuado, se han atravesado la nariz y las orejas con abalorios y adornos, se han pintado el cuerpo… Mientras que los de las civilizaciones avanzadas muestran su cuerpo limpio. Es más, en nuestra sociedad avanzada y racional (año 1908) sólo tienen tatuajes los antisociales (presidiarios, mercenarios, marginales…).
Cuando yo leí el artículo (setenta años después) ya me pareció obvio. Pero es que había pasado ya suficiente tiempo como para asumirlo, y además tenía a mi amiga Marta G. A.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Discurso automático: justificación teórica. (Locura y combinatoria)
Os pongo aquí el desarrollo del icosaedro, para que lo construyáis y lo tengáis con la tabla.
Gracias al comentario de un amable lector le añado a este desarrollo una pestaña que le faltaba, a la izquierda del número 3.
Ya sé que sois tímidos y no dejáis comentarios en publico, pero en privado he recibido cientos de llamadas celebrando la utilidad de la tablita, pero protestando por su endeblez teórico-lógica.
Esto es el colmo. Los hay que no se conforman con nada. Les da uno el truco definitivo para salir airosos de cualquier compromiso arquitectónico-crítico, y encima les asaltan escrúpulos de conciencia y exquisiteces de tiquismiquis. Pues no se apuren, que para colmo de generosidad les voy a facilitar el descargo de sus conciencias para que puedan utilizar la tabla con la cabeza muy alta.
sábado, 11 de septiembre de 2010
Manual de discurso automático para arquitectos
(Resumen de un artículo de hace unos años, que me apetece recordar)
Los arquitectos nos vemos a menudo en situaciones muy incómodas:
–Carlos Luis, ¿tú qué opinas del Guggenheim de Bilbao?
–Luisa Fernanda, ¿qué te parece lo de Calatrava en Tenerife?
Ante estas preguntas a bocajarro nunca estamos a la altura. Y es muy triste, siendo arquitectos, no tener una opinión formada sobre las obras de nuestros ilustres compañeros, y balbucear torpemente agachando las orejas sin saber qué decir. Pero es mucho peor cuando sí tenemos una opinión, porque entonces emitimos borborigmos y ladramos: “¡Es una p... m.....!”, o: “¡Es coj.....!”, lo cual nos deja como patanes ignorantes, groseros y maleducados ante quien esperaba que fuéramos capaces de articular un discurso.
Somos arquitectos, es decir, personas con una alta (se supone) formación técnica y humanística, y se nos tiene que notar. El prestigio de nuestra profesión está en juego. Cuando alguien recurre a nuestra opinión o a nuestro juicio, confiado en nuestros conocimientos y en nuestra educada sensibilidad, no podemos responderle con un vergonzante soplido, con la cara colorada de vergüenza y de ignorancia, ni tampoco con un exabrupto.
Nuestra obligación es desplegar un discurso conceptual a la par que florido, y para ello, como auxilio y medicamento de urgencia, os doy una tabla y unas sencillas instrucciones.
La tabla tiene siete columnas, de la A a la G, y veinte filas.
(Si clicáis en ella la veréis más grande)
Los arquitectos nos vemos a menudo en situaciones muy incómodas:
–Carlos Luis, ¿tú qué opinas del Guggenheim de Bilbao?
–Luisa Fernanda, ¿qué te parece lo de Calatrava en Tenerife?
Ante estas preguntas a bocajarro nunca estamos a la altura. Y es muy triste, siendo arquitectos, no tener una opinión formada sobre las obras de nuestros ilustres compañeros, y balbucear torpemente agachando las orejas sin saber qué decir. Pero es mucho peor cuando sí tenemos una opinión, porque entonces emitimos borborigmos y ladramos: “¡Es una p... m.....!”, o: “¡Es coj.....!”, lo cual nos deja como patanes ignorantes, groseros y maleducados ante quien esperaba que fuéramos capaces de articular un discurso.
Somos arquitectos, es decir, personas con una alta (se supone) formación técnica y humanística, y se nos tiene que notar. El prestigio de nuestra profesión está en juego. Cuando alguien recurre a nuestra opinión o a nuestro juicio, confiado en nuestros conocimientos y en nuestra educada sensibilidad, no podemos responderle con un vergonzante soplido, con la cara colorada de vergüenza y de ignorancia, ni tampoco con un exabrupto.
Nuestra obligación es desplegar un discurso conceptual a la par que florido, y para ello, como auxilio y medicamento de urgencia, os doy una tabla y unas sencillas instrucciones.
La tabla tiene siete columnas, de la A a la G, y veinte filas.
(Si clicáis en ella la veréis más grande)
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Ella
Estoy estos días con mis rollos de siempre: moderno, postmoderno... ya lo habéis visto; y caigo en este vídeo de Youtube.
Pienso que hay personas que existen y han existido para hacernos felices. Benditas sean. Aparte de algunos amigos y familiares, pienso en Ella Fitzgerald. Pasó por este mundo para hacernos felices.
Fijaos cómo empieza la famosa canción de Mack The Knife con absoluto rigor y métrica. Es una canción muy repetitiva, incluso machacona, y ella la respeta al principio, pero luego la va deconstruyendo. Improvisa y cambia la tonalidad y el ritmo. Sorprende: No da la nota que nuestros oídos esperan, y nos gusta más así. Es puro jazz. Todos los grandes cantantes han hecho lo mismo con esta canción, y ella lo hace magistralmente, y lanza un gracioso saludo a otro que también lo hizo: su gran amigo Louis Armstrong. (Otro ser delicioso que también vivió para nuestra felicidad).
Moderno, postmoderno, des-construcción, conflicto entre estructuras, complejidad, serie, variación... Es todo muy confuso. Me pongo otra vez el vídeo y disfruto.
Pienso que hay personas que existen y han existido para hacernos felices. Benditas sean. Aparte de algunos amigos y familiares, pienso en Ella Fitzgerald. Pasó por este mundo para hacernos felices.
Fijaos cómo empieza la famosa canción de Mack The Knife con absoluto rigor y métrica. Es una canción muy repetitiva, incluso machacona, y ella la respeta al principio, pero luego la va deconstruyendo. Improvisa y cambia la tonalidad y el ritmo. Sorprende: No da la nota que nuestros oídos esperan, y nos gusta más así. Es puro jazz. Todos los grandes cantantes han hecho lo mismo con esta canción, y ella lo hace magistralmente, y lanza un gracioso saludo a otro que también lo hizo: su gran amigo Louis Armstrong. (Otro ser delicioso que también vivió para nuestra felicidad).
Moderno, postmoderno, des-construcción, conflicto entre estructuras, complejidad, serie, variación... Es todo muy confuso. Me pongo otra vez el vídeo y disfruto.
martes, 7 de septiembre de 2010
¿Se debe ser postmoderno?
Obviamente, sí. Como dije ayer, no hay otro remedio. Es lo que nos toca.
El moderno es lineal. Tiene una fe ciega en el progreso del mundo y de la humanidad, y pone su grano de arena para colaborar a ello.
Desde el S. XIX había un optimismo ingenuo y al mismo tiempo muy fuerte y enérgico en el progreso. El XIX es el siglo del gran descubrimiento: El ser humano es capaz de todo. Puede modificar la naturaleza, puede volar, puede ir a la luna, puede vivir bajo el mar, puede acabar con la enfermedad, puede vivir eternamente. Entonces empezaron a producirse grandes inventos que eran como acontecimientos deportivos, como gestas heroicas. Y grandes descubrimientos científicos, y viajes, y construcciones. Todo ello culminó en el S. XX, pero tan eficazmente que a la mitad del siglo la gente vio que ya había llegado al final del camino, y no supo qué hacer. (También comprobó que el bello progreso había causado las dos guerras más horribles de la historia de la humanidad. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki mostraron que la potencia científica del ser humano no iba unida a otras cualidades).
El moderno es lineal. Tiene una fe ciega en el progreso del mundo y de la humanidad, y pone su grano de arena para colaborar a ello.
Desde el S. XIX había un optimismo ingenuo y al mismo tiempo muy fuerte y enérgico en el progreso. El XIX es el siglo del gran descubrimiento: El ser humano es capaz de todo. Puede modificar la naturaleza, puede volar, puede ir a la luna, puede vivir bajo el mar, puede acabar con la enfermedad, puede vivir eternamente. Entonces empezaron a producirse grandes inventos que eran como acontecimientos deportivos, como gestas heroicas. Y grandes descubrimientos científicos, y viajes, y construcciones. Todo ello culminó en el S. XX, pero tan eficazmente que a la mitad del siglo la gente vio que ya había llegado al final del camino, y no supo qué hacer. (También comprobó que el bello progreso había causado las dos guerras más horribles de la historia de la humanidad. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki mostraron que la potencia científica del ser humano no iba unida a otras cualidades).
lunes, 6 de septiembre de 2010
¿Se puede ser moderno?
Borges decía que él era moderno porque no podía ser otra cosa. Ciertamente, en su situación, en su ambiente, en su momento, no tenía más remedio que ser moderno.
Por eso mismo, nosotros somos post-modernos.
Hace décadas que el arte moderno terminó de decir lo que tenía que decir, y nació su manierismo, en el que aún estamos.
Lo primero que se me ocurre pensar es que el arte, según definición clásica, imitaba a la naturaleza. Después estudió la naturaleza, sobre todo la naturaleza abstracta de las cosas y del mundo, e intentó descubrir pautas de generación de un universo. O sea, volvió a imitar a la naturaleza, pero no en sus ejemplos externos y anecdóticos, sino en sus leyes.
Y ahora el arte ha dejado de imitar tanto las formas externas de la naturaleza como su orden íntimo, e imita al propio arte. O sea, es un simulacro de un simulacro.
Por eso mismo, nosotros somos post-modernos.
Hace décadas que el arte moderno terminó de decir lo que tenía que decir, y nació su manierismo, en el que aún estamos.
Lo primero que se me ocurre pensar es que el arte, según definición clásica, imitaba a la naturaleza. Después estudió la naturaleza, sobre todo la naturaleza abstracta de las cosas y del mundo, e intentó descubrir pautas de generación de un universo. O sea, volvió a imitar a la naturaleza, pero no en sus ejemplos externos y anecdóticos, sino en sus leyes.
Y ahora el arte ha dejado de imitar tanto las formas externas de la naturaleza como su orden íntimo, e imita al propio arte. O sea, es un simulacro de un simulacro.
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miércoles, 1 de septiembre de 2010
Mi nuevo estudio
Hoy he estrenado mi nuevo estudio.
Es un local bajo mi casa. Como llevo catorce años sin necesitarlo, estaba lleno de trastos y de porquería. Cuando uno tiene sitio nunca tira nada.
He tenido un verano espantoso, pero muy estimulante. Mari Carmen, que es una valiente, no es que me haya ayudado a limpiar, a tirar trastos, a pintar y a todo lo demás; es que ha sido ella la que ha tomado las riendas y me ha hecho seguirla. Me he pasado el mes de agosto con la lengua fuera.
La situación inicial es muy triste: Tenía un estudio en Madrid, con Tomás (mi socio), de unos ciento cuarenta metros cuadrados, con diez puestos de trabajo (que en los buenos tiempos se nos hacían pocos) y una red informática para los diez ordenadores, con servidor, equipo de seguridad ante cortes eléctricos, aire acondicionado, calefacción, hilo musical, aseo de chicos y aseo de chicas… Tremendo.
La crisis nos ha hundido el estudio. Hemos aguantado lo que hemos podido. Desde principio de año sólo quedaban Eva, la secretaria, y Adeli, la aparejadora-delineante-encargada del departamento de edificación, y las dos a media jornada.
Finalmente, en julio cerramos. Ha sido una experiencia tristísima. Económicamente hemos quedado muy tocados. Pero anímicamente yo he quedado aún peor, viendo cómo todo el proyecto de una vida se desmoronaba, se moría. A cada momento se me saltaban las lágrimas viendo cómo se iba todo a la porra.
Es un local bajo mi casa. Como llevo catorce años sin necesitarlo, estaba lleno de trastos y de porquería. Cuando uno tiene sitio nunca tira nada.
He tenido un verano espantoso, pero muy estimulante. Mari Carmen, que es una valiente, no es que me haya ayudado a limpiar, a tirar trastos, a pintar y a todo lo demás; es que ha sido ella la que ha tomado las riendas y me ha hecho seguirla. Me he pasado el mes de agosto con la lengua fuera.
La situación inicial es muy triste: Tenía un estudio en Madrid, con Tomás (mi socio), de unos ciento cuarenta metros cuadrados, con diez puestos de trabajo (que en los buenos tiempos se nos hacían pocos) y una red informática para los diez ordenadores, con servidor, equipo de seguridad ante cortes eléctricos, aire acondicionado, calefacción, hilo musical, aseo de chicos y aseo de chicas… Tremendo.
La crisis nos ha hundido el estudio. Hemos aguantado lo que hemos podido. Desde principio de año sólo quedaban Eva, la secretaria, y Adeli, la aparejadora-delineante-encargada del departamento de edificación, y las dos a media jornada.
Finalmente, en julio cerramos. Ha sido una experiencia tristísima. Económicamente hemos quedado muy tocados. Pero anímicamente yo he quedado aún peor, viendo cómo todo el proyecto de una vida se desmoronaba, se moría. A cada momento se me saltaban las lágrimas viendo cómo se iba todo a la porra.
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