jueves, 30 de noviembre de 2023

Objetos inconvenientes - El diseño de la crueldad

La artista provocadora e incomodísima Katerina Kamprani (katerina.kamprani en Instagram) ha diseñado unos cuantos objetos provocadores e incómodos a los que ha llamado Inconvenient Everyday Objets (Objetos Cotidianos Inconvenientes) que son tan bellos como insoportables, como dolorosos, como crueles.


Hay que tener muy presente el funcionamiento de un objeto para diseñarlo precisamente como no puede funcionar. Los "pinchos" de ese tenedor, con un espesor tal que no pueden pinchar. O la boca de esa copa, puesta de tal modo que no es posible aplicar la nuestra de ninguna manera para beber sin derramar el líquido.



Cómo sujetar esa cacerola: solo aplicando con las manos un contramomento muy potente que impida el vuelco. O cómo beber de esa copa doble: Si es una sola persona beberá de una y verterá el contenido de la otra, y si son dos la sincronización debe ser perfecta para no derramar ni una gota; pero ni así: la separación de ambas copas no es suficiente para que quepan las dos cabezas y las dos bocas una al lado de la otra, y desde luego una enfrente de otra no puede ser.

El diseño es ajustado y preciso. Es cabal y exacto... para que no pueda funcionar. Repito: qué capacidad de análisis de la función hace falta para que nada funcione.

La cadena absurda del tenedor hace que se dalinice y no pueda funcionar. La cinta métrica que solo mide un centímetro es casi perfectamente inútil, y la silla que te expulsa culo arriba es intolerable.


El ángulo recto de ese cepillo de dientes hace incomodísimo (aunque esta vez sí es posible) su uso, y el salero y el pimentero como relojes de arena frenan la salida de ambos condimentos.


Por su parte, la cuchara con tope es crudelísima, da dentera visual, produce un hambre eterna metafísica que no quiere saciar. Nos condena a la desazón eterna, a la angustia.

Pero qué bellos son todos estos objetos, ¿verdad? ¿Y qué tienen de bellos? Creo que en primer lugar (pero menos importante) la elegancia de sus formas y la limpieza de su ejecución, pero sobre todo el desafío de su no funcionalidad. El constatar tan vivamente su imposibilidad operativa nos hace verlos con simpatía, como un puro juego de ingenio. Nos sorprenden y nos demuestran inteligencia. Inteligencia y crueldad. (¿Y no tiene todo el arte de vanguardia una componente innegable de crueldad, física o intelectual?)

Este juego ingenioso y divertido (pero repito que cruel) nos recuerda mucho a la arquitectura más exitosa actualmente, alejada ya del todo del funcionalismo, de la lógica e incluso de la ética (la aplicación sensata, eficiente, económica y responsable de los recursos disponibles para lograr los fines) para lograr un efecto, un pasmo, un aaaaahhhh de pura admiración contrafuncional, rebasando ya del todo el "nos gusta aunque no funcione" para alcanzar el mucho más decidido y salvaje "nos gusta porque no funciona".

(Me entero ahora de que Katerina Kamprani es arquitecta y no me sorprende en absoluto. Repito que hay que ser muy consciente de la función para transgredirla de esa manera).

En el otro extremo de esta línea de mero pasatiempo y feliz e irreverente sorpresa, hace muchos años escuché a Miguel Fisac un discurso excesivo por su fanatismo funcionalista. Puso como ejemplo de su idea a las personas feas, y dijo que nos parecen feas precisamente las que "funcionan mal". Puso como ejemplo ciertos problemas de "sifonamiento" y mala ventilación de las personas excesivamente chatas, y dijo que esa era la causa de que no nos parecieran guapas. Y así otros casos de mala vista, o mala disposición de las mandíbulas para la masticación... etcétera.

Pero por otra parte he leído a algún antropólogo decir justo lo contrario: que sentimos una especial ternura por las criaturas defectuosas, disfuncionales, y eso es un instinto natural para protegerlas y ayudarlas. Según esa teoría la ternura y el afecto por esta gente no se aprenden, sino que es algo espontáneo e inmediato. Así vemos cómo las ilustraciones de niños guapísimos y tiernísimos se hacen a base de exageraciones defectuosas de sus rasgos y proporciones, que así apelan a nuestra ternura hacia lo que no va del todo bien.

Quién sabe. Acabo de mencionar dos discursos opuestos e igualmente extremistas que no sé cómo tomarme. Lo que es indudable es que al intentar usar un objeto antifuncional nos sentiremos muy molestos e irritados, pero al verlo nos hace gracia y nos cae simpático. Como la arquitectura.

2 comentarios:

  1. Todo tiene estética aunque venga sólo determinada por su tecnología. Esos objetos no son más bellos ni más complejos que los mismos utensilios no privados de su función habitual histórica. No dejan de ser utensilos producidos industrialmente en serie o susceptibles de serlo. Realmente no es complicado imaginar diversas fallas en el diseño de estos objetos además de las propuestas. La obra no pasa de una reflexión sobre objetos cotidianos cuya función queda truncada por un diseño deliberadamente fallido. Una expresión de impotencia , de deseo truncado, un castigo tantálico, un oximorón. Una contradicción y poco más. Si tu reflexión va encaminada como desarrollas en otros artículos a contraponer una ética de la funcionalidad frente a pretensiones estéticas creo que yerras de nuevo.

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