jueves, 17 de junio de 2021

El irresoluble problema del chorrito

En este blog ya hemos hablado otras veces de la fábrica de leche Clesa de Alejandro de la Sota en Madrid, pero volvemos a ello porque el tema vuelve a estar en el candelero.

Una vez terminado el ciclo útil y productivo de la fábrica, esta quedó fuera de uso, amortizada e inútil. Esta es la naturaleza de las cosas: que tienen una vida y una duración y acaban quedándose obsoletas o innecesarias. Cuando no tienen otro valor añadido se desechan y se sustituyen. No hay ninguna tragedia en ello. Al revés: El edificio cumplió bien su función durante décadas pero ya no vale. Además la ciudad ha cambiado y lo que antes eran terrenos de periferia y morralla han pasado a quedar empotrados en la trama urbana. Lo más adecuado es tirar la vieja fábrica y hacer viviendas.

Pero en este caso resulta que estamos (¿lamentablemente?) ante una obra maestra. ¿Qué podemos hacer? Ya no puede seguir siendo una fábrica de productos lácteos, pero tampoco podemos derribarla. ¿Qué hacemos con ella? ¿Un centro cultural? ¿Unas oficinas municipales?

De pequeño (tendría unos ocho o diez años) fui con el colegio a ver la fábrica, que entonces estaba en pleno funcionamiento y era un orgullo de eficacia y tecnología para la marca.

Yo no sabía (ni mis profesores tampoco) que ese edificio era obra de un arquitecto muy estimable. Yo no podía sospechar que muchos años más tarde acabaría siendo arquitecto yo también. Ahora, retrospectivamente, echo de menos no haber sido consciente de aquello y no haber reparado en nada arquitectónico, espacial o lo que fuera que fuese que fuera aquello.

Tan solo recuerdo nítidamente que había una cinta encajonada que transportaba muchas botellas de vidrio usadas y las llevaba hacia un punto en que las limpiaban. (Entonces todos devolvíamos los cascos de las gaseosas, de las cervezas y de lo que fuera, y se reutilizaban). Me pareció fascinante. Es lo único que se me quedó, y ya solo eso mereció la pena. Las botellas entraban en el circuito amontonadas, apretujadas, caóticas, pero entonces eran agrupadas, alineadas, ordenadas, y llevadas con gran precisión al punto de limpieza. Allí cada botella era agarrada por un brazo mecánico y volteada. Le entraba un chorro de agua muy caliente que la lavaba y desinfectaba, y ya limpia seguía su camino hacia el secado y quedaba como los chorros del oro para ser llenada otra vez de leche y volver a ser vendida.

Os aseguro que en esa visita no habría sido capaz de escuchar a nadie que me hubiera hablado de arquitectura. (Nadie lo hizo). Mirar cómo las botellas acudían dócilmente al enjuague del chorrito era lo más hermoso del mundo. No fallaba ni una.


El genial Alejandro de la Sota había hecho un edificio que funcionaba muy bien: con la misma precisión que el chorrito de limpieza. Cada espacio respondía perfectamente a un uso, y su altura, su orientación, sus dimensiones, su forma de recibir la luz estaban pensadas precisamente para hacer cada una de esas funciones de forma óptima.

¿Qué hacer entonces cuando esas funciones desaparecen? El edificio deja de tener sentido.

Pero no solo al dejar de ser una central lechera, sino incluso siéndolo. Las cosas cambian muy deprisa y hay que ir adaptando los espacios cada día, y normalmente de forma perentoria y sin pensar más allá.

No entremos aún en qué hacer en ese edificio cuando ya no es una central lechera, sino también mientras lo fue. De pronto no se considera higiénico reutilizar las botellas de vidrio y todo el tinglado del chorrito ya no sirve. De pronto desaparecen las botellas de vidrio y vienen las de plástico y los tetrabricks. Y entonces resulta que tal muelle de carga que conectaba esta entrada con este almacén ya no sirve así, o que en este gran espacio hay que hacer una rampa, o que la gigantesca tolva ya no es necesaria y hay que desmontarla.

martes, 15 de junio de 2021

Nota de servicio

La plataforma Blogger, en la que está alojada este blog, me ha dado un buen disgusto mediante un recuadrito de texto casi ininteligible para mí:

Me dicen que en julio el widget FollowByEmail (Feedburner) va a desaparecer, y eso me llena de consternación. ¡Con lo que he sido yo del widget!, que cuando mis hijos eran niños los bajaba al parque pero en seguida los dejaba solos para ir corriendo a atender al widget; pero no a cualquier widget, no: Al widget FollowByEmail (Feedburner). Que yo habré sido un padre pésimo, vale, pero un widgetero ejemplar. ¡Y ahora me lo paga así!

Resulta (si he sido capaz de entender lo que pone ahí) que el feed seguirá funcionando (menos mal, sea lo que sea el feed), pero quienes me hicisteis el gran honor de suscribiros no vais a recibir ya más avisos por email cada vez que publique una nueva entrada.

Me ofrecen, si quiero seguir avisándoos, que me descargue vuestra información de contacto, y me invitan a pedir más información.

He ido a pedirla y no he entendido apenas nada, y creo que cien vidas que viviera serían muy pocas para atreverme a aventurarme en esos laberintos que se me abren.

Una de las cosas que sí he podido entender es que me proponen un nuevo sistema, pero de pago. Y eso no me ha hecho gracia.

Este blog no tiene publicidad. No cobro un céntimo por él. (Mi cobro, generosísimo, es vuestra atención y los mensajes cariñosos que me mandáis a menudo). Pero tampoco quiero pagar dinero por mantenerlo. Voy a intentar evitarlo mientras pueda.(1)

Así que, entre que la forma de activar todo eso se me hace inextricable y que encima tengo que pagar, lo dejo. No hago nada.

Por lo tanto dejaréis de recibir avisos de mis nuevas entradas. Lo siento mucho. Os pido encarecidamente que un día por semana o cada diez días, más o menos, o cuando os venga bien, os asoméis por aquí para ver si hay algo nuevo.

Siento que ocurra esto. Ya sé que estamos todos muy liados y tenemos mil cosas en la cabeza, y que si un email nos da un toque diciéndonos que hay algo nuevo y nos pilla de humor podemos decirnos: "Ah, pues voy a mirarlo". Pero que tengáis la disciplina de ir a mirar cada pocos días es mucho pediros, y sé que se os va a olvidar. Son demasiadas cosas las que hay.

Sé que muchos sí que lo hacéis: mirar periódicamente el blog, pero también sé que a algunos os voy a acabar perdiendo. Lo siento mucho.

Yo seguiré escribiendo aquí mientras pueda.

Saludos. Sed felices. Pasadlo bien y leed este blog alguna vez si os apetece.

Abrazos y muchas gracias por haberme acompañado hasta aquí.


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(1).- El 6 de mayo recibí un correo de Marina, de follow.it (un sustituto de Feedburner), en el que me ofrecía los servicios de tan sorprendente aplicación. Como no le contesté y ya se aproxima la hora inexorable del cese de mi queridísimo aunque para mí completamente desconocido widget, ayer me ha mandado un mensaje por email ofreciéndome un descuento. Pues bien que lo siento, pero no.



miércoles, 9 de junio de 2021

Más arquiRelatos

Como prometimos, vamos a poner a continuación una muestra de relatos que nos enviaron. No son el segundo, el tercero, el cuarto... No se trata de eso. Ekain y yo ni nos planteamos tal cosa. Solo elegimos al ganador, que os pusimos en la anterior entrada. Lo que sigue son solo algunos de los que nos gustaron. No es una muestra exhaustiva ni mucho menos, y es tan injusta como suelen ser estas cosas.

Las ponemos a continuación sin orden de calidad, sino, lo digo una vez más, como una mera muestra:

Este es el fabuloso premio(1) que se llevó el ganador(2)

Luis Ruiz Padrón nos mandó un arquiRelato magníficamente escrito y muy evocador. Nos gustó mucho. Creo que podéis comprobar sin género de dudas que es muy bueno.

Se alejaba un poco del tono enfadado, sarcástico y dolido que esperábamos, y por eso mismo nos sorprendió esa nostalgia un tanto agria, pero emotiva. 

Estimado Sr.:

Seguramente le sorprenderá mi mensaje; a fin de cuentas, hace ya veintidós años desde la última vez que nos vimos. Es probable que ni siquiera me recuerde, pues me dijeron que fue otro compañero quien finalmente le solucionó su problema, tras mi negativa. Lo ha adivinado: soy aquel arquitecto recién titulado que se alejaba en un Nissan Micra a través de los aguacates, mientras usted oteaba su propiedad desde aquella casa de aperos hipervitaminada para cuya legalización había contactado conmigo. Yo, en cambio, recuerdo a la perfección los aspectos más nimios de aquella tarde calurosa: el sonido sordo de sus palmetazos sobre los machones de fábrica, «esto no se cae», con los que pretendió convencerme del buen hacer de los albañiles que habían erigido aquella
flamante mansión sobre un promontorio con vistas lejanas al Mediterráneo. Y su franqueza y naturalidad al exponer el meollo del asunto, hasta entonces difuso: que –una vez concluida la edificación– necesitaba a alguien que le «arreglase los papeles». También, el tono paternal con el que insinuó a aquel pipiolo que no habría objeciones por
parte del ayuntamiento. Pero, sobre todo, recuerdo la puerta entreabierta de aquel semisótano acabado en bruto que invitaba con urgencia a huir de la encerrona, una vez comprendido el hecho de que aquella no iba a ser la ocasión de construir mi primera obra, que yo ya había imaginado publicada en El Croquis durante el trayecto de ida.
Lo que no recuerdo –la mente es sabia– son los argumentos que ofrecí para declinar tan seductor encargo, pero sí la sensación de alivio al ver perderse en el retrovisor la polvareda levantada por mi cochecillo al enfilar la salida de la finca.
Hoy le escribo para agradecerle tan instructiva lección, ausente del plan de estudios de la ETSA.
Un saludo.
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Luis  Ruiz  Padrón
a r q u i t e c t o



Manuel Drey sí que emana mala leche y sarcasmo. Nos ha gustado su tono, su irónica exageración y su reconcentrado rencor.

Estimado Nicanor, 


Disculpe la osadía de enviarle semejantes honorarios. Seguramente tuve un momento de enajenación mental transitoria por la cual creí haberme despertado en la Escocia del siglo XVIII dispuesto a inventar el capitalismo. No sé cómo pude atreverme a pensar que debía cobrar esa ingente cantidad por un trabajo al alcance de cualquiera. ¡Ni que conllevara responsabilidades penales!


En prueba de mi arrepentimiento y buena voluntad, le facilitaré el contacto de mis últimos clientes para que pueda advertirles convenientemente acerca de lo necios que fueron al confiarme un encargo. Con suerte, el delito de estafa no habrá prescrito y podrán tomar las pertinentes acciones legales contra mí. Como estoy convencido de que su demanda ya viene de camino, tendré preparado un bocadillo de jamón para su abogado. Probablemente cuando me traiga la notificación llevará varios días sin comer. 


Lejos de pretender persuadirle, me veo en la obligación moral de informarle de que los enormes beneficios previstos por el proyecto de su casa iban a contribuir de modo altruista al desarrollo de la economía local, pues ayer mismo señalé un flamante deportivo amarillo. Lo sé, el color amarillo puede resultar estridente para un coche, pero algunos arquitectos hemos desarrollado un sentido estético un poco particular. Son tan sólo las secuelas persistentes de la burbuja inmobiliaria.


Por último, en pleno uso de mis facultades -y sin que trascienda a mi asesor financiero-, le voy a proponer un acuerdo que considero justo para ambos: Renuncio a su encargo. Así, usted dará mejor uso a su dinero y yo no tendré que dedicar tiempo y esfuerzo a una persona que menosprecia de tal manera el trabajo ajeno. 


Reciba un cordial saludo.


Manuel


P.S.: Ben-Hur pudo escapar de la galera porque no le exigieron seguro decenal para remar.



Joaquín Otal Cruz tiene un sentido del humor casi negro y su enfado da la vuelta completa al arco de la indignación para acabar en el ¿halago?, ¿peloteo?, ¿sarcasmo descarado?

Estimado cliente:

Buscando una justificación a su airada respuesta sobre el presupuesto que le envié, y tras varios días de inútil reflexión, me acerqué a su domicilio en busca de concordia. Ni le encontré a usted ni a ella,  pero allí mismo supe, por boca de su vecino, que su madre ha muerto en estos días sin duda aciagos.  Hallada la razón de su aspereza, he de decirle que no seré yo quien contribuya al deterioro de su estado de ánimo,  por ello he deslizado un sobre por debajo de la puerta de su casa en cuyo interior encontrará el presupuesto modificado, en el que se incluye un suculento descuento y un anexo a la obra, sin costo, que consiste en un magnífico porta-pollos dovelado que instalaremos en el estanque de su jardín.

Tan interiorizado tengo el deseo de compensar su agravio que en un arranque de esa extraña solidaridad que despierta la tristeza de las personas que ocupan un lugar reservado en el corazón de uno, quisiera transmitirle que estoy profundamente agradecido a su señora madre, pues por lo que a mí respecta, a pesar de sus defectos, cumplió con el más alto cometido posible en la vida; tenerle a usted. Desearía, además, que en este momento fuese mi madre la que estuviera en el cementerio en lugar de la suya, o mejor, que fuesen las dos quienes descansaran en paz, porque estas situaciones extraordinarias se llevan mejor en compañía, pero la vida es así y en pocas ocasiones permite elegir. Dicen que el roce hace el cariño y aunque llevamos demasiado tiempo sin vernos  no me atrevo a asesinarla, así que a partir de ahora quedamos a la espera de la muerte natural de la mía y de su aprobación al presupuesto modificado.

El Arquitecto Fiel S.L.