Perdonadme quienes os asomáis a este blog esperando algún comentario sobre arquitectura o sobre temas relacionados con ella. Hoy os voy a decepcionar. Yo quisiera tener otro canal para contar lo que sigue, pero solo tengo este y voy a utilizarlo traicionando su línea habitual (si es que la hay). Lo siento.
Esta historia tiene bastante de morbosa porque me ha hecho apostar contra mi vida, y me parece curiosa. Su resolución, hoy mismo, ha sido rotunda y me ha sentado muy bien. A ver si sé hacer que os interese.
Hace una pila de años, siendo aún bastante joven, contraté un seguro combinado de vida y pensiones, que consistía en que si me moría por cualquier causa antes de cumplir los sesenta y cinco años les darían un buen dinero a mis herederos, pero si conseguía cumplir los sesenta y cinco me darían mucho más (prácticamente el doble) a mí.
Año a año se ha ido consolidando el capital y ahora, a un mes de cumplir los sesenta y uno, lo tengo ahí esperándome como una fruta madurada con los años.
Hago un solo pago anual, del que casi ni me entero porque está domiciliado (mejor dicho, me entero a posteriori cuando miro los movimientos de la cuenta) y aquello se va revalorizando solo, sin que yo le dé mayor importancia ni le preste atención.
Mejor dicho, no le prestaba atención hasta octubre del año pasado, cuando me llamó un agente comercial de la compañía de seguros. El muy canalla supo meterme el miedo en el cuerpo. Me dijo la suculenta cantidad de dinero que yo iba a cobrar cinco años después, pero me hizo ver que si, lamentablemente, no llegaba vivo a esa cita, mi mujer y mis hijos recibían apenas la mitad, los pobres.
Me habló del COVID y me dijo sin pudor que yo ya tenía una edad de riesgo y que ay de mí si lo pillaba. En fin, una fiesta. Una juerga. Y me propuso un seguro puente para estos cinco años. Por solo sesenta euros al mes yo podría hacer que mi familia cobrara íntegramente la cantidad gorda aunque yo palmara antes de tiempo.
Me dio muy mal rollo. Además yo soy de esos perezosos que están a lo que están (a lo mejor calculando una viga o a lo mejor leyendo un cómic o escribiendo en este blog) y que cuando les llama un comercial de lo que sea contándoles una película le dicen que no, que no les interesa en absoluto, y cuelgan. (Normalmente por la molestia que supone intentar entender la película que les están contando).
Más o menos hice eso, pero me quedó el runrún. Se lo conté a mi mujer. Por tres mil seiscientos euros (más o menos) aseguraría todo el capital. Me reconcomía apostar por morirme, pero al fin y al cabo eso es un seguro: En el de incendios ganas si se quema tu casa; si no lo hace estás pagando por nada. Y en el de vida ganas más cuanto más pronto te mueras.
Quino. Apostando entre la vida y la muerte
Por estos tres mil y pico euros yo ganaría una pasta si me moría. (Bueno, la ganarían mis hijos). Pero es que además si palmaba no iba a ser precisamente el último mes de la apuesta. Si fuera antes no habría llegado ni a pagar los tres mil seiscientos y ya estarían mis herederos agarrando el premio a mi previsión y a mi amor patriarcal. (Es que me emociono y todo. Qué buen padre y esposo soy).
Mi mujer y yo decidimos que sí, que lo iba a contratar. Yo fui quien más insistió. Después de haber planteado el asunto ya me parecía una cerdada retraerme y perjudicar con ello a mis hijos.
Llamé al comercial y le dije que sí. Se puso muy contento y me felicitó por mi sensata decisión. Me dijo que en breve se pondría en contacto conmigo el departamento correspondiente y me mandaría la póliza para que la firmara. También me dijo que probablemente me pasara un cuestionario de salud para que lo respondiera, pero que era un mero formalismo sin ninguna importancia.
Le dije entonces que cuatro años antes había tenido un episodio oncológico, ya felizmente superado pero del que me seguía haciendo revisiones periódicas, y me dijo que eso no tenía la menor importancia. Vamos, que me tendría que estar muriendo ahora mismo para que me rechazaran.
-Vale, pues muy bien. Me espero a que me llegue la póliza y el cuestionario, lo cumplimento, lo firmo y lo devuelvo.
-Estupendo. Pues desde ya mismo lo damos por hecho y te empezamos a pasar los recibos.
Estuve de acuerdo, y empecé a pagar el uno de noviembre.