lunes, 24 de junio de 2019

Sacacuartos

Me ha llamado un posible cliente porque le ha dado mi teléfono otro que tuve hace un par de años y a quien le hice una chorrada.

Me ha dicho que quería abrir una tienda en un pueblo que me queda lejitos, y que en el ayuntamiento le han dicho que tiene que presentar una memoria técnica.

Le he preguntado por la superficie aproximada del local (50 m2) y si tenía que hacer obra. No; no tiene que hacer nada. El local ya está acondicionado y hasta hace un año fue una frutería. Antes fue una papelería. La cosa consiste en instalarse según está (si acaso pintar) y abrir.

En vista de que me ha recomendado un cliente (razonablemente) satisfecho a quien le hice algo parecido (se está convirtiendo en mi especialidad), que seguramente le habrá dicho a su amigo lo que le cobré, y que es un trabajo sencillo, accedo a aventurar por teléfono un presupuesto aproximado (no lo hagáis nunca) que incluye ir hasta aquel pueblo más bien lejano, examinar el local, medirlo, hacer un planito de planta y una memoria descriptiva y justificativa.

Le advierto que esa cantidad que le estoy diciendo es estimada y previa, solo para que se vaya haciendo una idea, y que se la diré con exactitud cuando vea el local. (A veces esas cositas tan sencillitas son un laberinto con veinte ringorrangos y ocho niveles diferentes. Pero, por otra parte, si es verdaderamente sencilla puedo rebajar algo).
El pobre hombre resopla. Me dice que me ajuste todo lo que pueda; que me apriete.

Insiste en que el local ya ha estado funcionando tal cual, y que ha tenido todo tipo de licencias, permisos y bendiciones, y me pregunta indignado que a santo de qué le piden ahora este SACACUARRRTOS.
Solo por el desahogo que le ha producido pronunciar esa palabra, y pronunciarla así (SA - CA - CUARRR - TOS), y por lo a gusto que se ha quedado al decirla, ya le va a merecer la pena encargarme y pagarme la maldita memoria.

Lo entiendo perfectamente, y me quedo pensando: ¿En esto ha quedado mi vida? ¿En que me encarguen cosas a la fuerza, pataleando y rabiando? ¿En hacer cosas que no sirven para nada? ¿En hacerles cosas a la fuerza a mis clientes? ¿Para eso he quedado? ¿A eso me he consagrado?

Saul Steinberg, Diploma, 1950(1)

Hacer papeles absurdos que no necesitan para nada, que solo me piden porque se los exige el ayuntamiento, que tampoco los necesita para nada más que para tener una firma archivada por si acaso.

miércoles, 19 de junio de 2019

Qué cosa rara

Qué cosa más rara es la arquitectura.

Estos días -gracias al ayuntamiento de mi pueblo, que organiza las fiestas ante la fachada de mi casa de tal modo que me anima a marcharme a ver mundo- mi mujer y yo hemos pasado un fin de semana largo en Soria.

Dos eran mis metas: los torreznos y la ermita de San Baudelio de Berlanga. Todo lo demás que viniera (San Juan de Duero, San Saturio, Numancia, el cañón del río Lobos...) sería bienvenido, por supuesto, pero lo principal era eso: Torreznos y San Baudelio. Y vive Dios que los disfruté a modo.

Ni el delicado, crujiente y grasiento tacto y sabor de los tesoros del gorrino, ni el emocionante, grávido y mágico sentimiento espacial de la ermita pueden ser explicados aquí por un glosador tan torpe (aunque entusiasta) como yo. No obstante, voy a intentar contaros una sensación rara. Qué cosa rara. Qué cosa más rara es la arquitectura. (Qué cosa más rara es todo).


Voy con ello:
Los torreznos son grasos, pero se comen con ligereza. La corteza crujiente es algo inexplicable, digno de análisis. (Qué porras análisis: disfruta y no le des más vueltas). ¿Cómo es que está todo tan tierno y blando pero con una corteza tan crujiente y quebradiza? ¿Cómo puede explotar aquello de esa manera en la boca al ser masticado? ¿Cómo...?

-Hernández: Tiene usted un blog de arquitectura. Deje de hablar de comida, que además está usted oblongo, qué vergüenza de hombre, ¿qué digo de hombre?: de mamut, y escriba sobre San Baudelio.
-Voy a ello cariño.

Mi esposa tiene razón. Voy con San Baudelio. (Por cierto: A ella también le gustó mucho).

La ermita tiene eso que tienen algunas obras señeras de la arquitectura de todos los tiempos: Es algo esperado, paladeado de antemano, algo en lo que uno se ha documentado un poco antes de ir. De modo que cuando uno al final está ahí comprueba que es lo que ya había visto y leído; es en gran medida lo que esperaba; pero es algo nuevo y que le sacude a uno desde dentro y desde fuera.

Qué cosa rara.

No pretendo "explicar" San Baudelio. Entre otras cosas porque no tengo ni remota idea. Así que no voy a hablar ni de mozárabe, ni de prerrománico ni de nada de eso. Quien quiera saber, que busque a alguien que sepa. Solo pretendo contaros la sensación que tuve, si soy capaz.

miércoles, 12 de junio de 2019

Dar ejemplo

Ayer por la tarde, en un pueblo de mi comarca, vi este casoplón:


Ya me fijé en él hace muchos años, llevando a mi hijo pequeño a jugar al fútbol a un pabellón que queda al lado. (Lo vi al llegar con el coche y, ya después, mientras se jugaba el partido, me escapé -qué mal padre- para ver la casa con tranquilidad).

Hoy, como digo, tanto tiempo después, la he vuelto a ver. Me acordaba de ella perfectamente. Lo primero que tengo que decir es que está muy bien construida. En todos estos años no se aprecian fachadas churretosas, manchurrones de humedad, fisuras, desconchones... Nada. Está como nueva. Tan solo la gran puerta de madera, al fondo de ese porche de columnas seudotoscanas, se ve un poco ajada por el sol, el frío, el tiempo. Necesitaría un buen cepillado y un barnizado.

Por lo demás, la casa está perfecta.

Si clicáis la foto la podréis ver más grande y disfrutar todos los detalles que tiene. Es un híbrido tras otro y un orgullo tras otro. Cada cosa (las columnas, los aleros, la chimenea, los tejados...) son de un estilo diferente, buscando en cada elemento lo mejor. Eclecticismo sagreño.

(La comarca de La Sagra es un paraíso de la arquitectura(1). Alguien debería prestarle atención).

Toda esta calle es de casas normales, sencillas, sosas, feúchas, de pueblo. Excepto esa, que es la excelencia misma, la sublimidad. Más o menos desde donde estoy haciendo la foto, en una casa que queda a mi izquierda, un matrimonio está sentado en el porche a la sombra, tranquilos, en silencio, mirando con la mirada perdida lo mismo todos los días: nada.

En el casoplón del fondo no se ve a nadie. Está cerrado. Tiene terrazas y porches, pero no hay nadie en el exterior, no hay nadie expuesto. Hace años, cuando el partido de fútbol de mi hijo, también estaba así. Hay gente, pero no se la ve. Me los imagino como los protagonistas de la película Los otros, agazapados en el interior oscuro, con todo cerrado.

Viven en la casa, pero no se asoman. No miran. No se dejan ver. Sin embargo su presencia es evidente, pesada, ominosa. Su casa se yergue como ejemplo para la calle, para el pueblo entero, pero ellos se esconden. Desde las sombras de las celosías y de los cortinones dominan el pueblo.

Naturalmente, no sé quiénes son los dueños de ese casoplón, pero como veo cacharros de esos en todos los pueblos, a algunos de cuyos propietarios sí conozco, permitidme que haga una inferencia y hable no de estos concretamente, sino de un tipo muy característico que construye unas casas muy curiosas.

Son las casas de las familias ricas, apenas dos o tres por cada pueblo. Hay pueblos que solo dan para tener una, y otros ni siquiera una. Son los terratenientes que ya eran ricos cuando sus tierras de secano daban nada y menos por hectárea. Pero teniendo miles y miles de hectáreas las cuentas les salían.
Y ya cuando el gran pelotazo hurbanístico(2) clasificó buena parte de sus kilómetros cuadrados como suelo urbanizable aquello fue el acabose.

Tenemos que pensar, antes que nada, que esta gente es la nobleza rural, la Cavalleria rusticana, y se mueve, sobre todo, por el honor y la dignidad.
Para ellos, construirse una casa así es una obligación cívica, un deber moral ejemplificador.

viernes, 7 de junio de 2019

L-C (o "porque lo digo yo")

Una figura puede servir para esquematizar los estratos áticos de Le Corbusier: la misma que se usa para trazar la cifra del "5". Una línea que, empezando a dibujarse como un cuadrado, acaba dibujando un círculo; que, empezando con una línea quebrada convexa, acaba en una ondulación cóncava; y viceversa, desde cualquier posición en que se la tome: es esa figura la que aparece cada vez que Le Corbusier firma con sus iniciales: "L-C", el cuadrado y el círculo, el ángulo recto y el arco.
Josep Quetglas
Les Heures Claires


Alguna vez ya lo he dicho, y las que volveré a decirlo: Creo fervientemente que la crítica es una actividad creativa. A mí me parece obvio. Seguro que a vosotros también y todo lo que sigue sobra. Pero aun así tengo ganas de escribirlo. Paciencia.

Una obra de arte permanece viva en tanto que nos toque la sensibilidad y el intelecto; en tanto que nos hable a nosotros, a cada uno de nosotros. Si no nos dice nada habrá muerto como obra de arte: Quedará como testimonio histórico, como objeto anecdótico o como yo qué sé, pero ya no será arte porque el arte está abierto al ser humano y de su interior sigue manando energía.

Por eso mismo, aunque ya se hayan escrito miles de tratados sobre tal pintor o sobre tal poeta o sobre tal obra, siempre es posible que yo aporte mi versión y pueda decir algo nuevo (si es que sé) y, sobre todo, que sea capaz de llevar la contraria al gran profesor Fulánez de Tal y sean válidos a la vez lo que dice él y lo que digo yo.

La crítica es interpretación y creación, y pueden ser una interpretación y una creación personales con una sola condición para que sean válidas: que sean interesantes. Que sean divertidas, o excitantes, o provocativas, o gamberras, o emotivas. Que construyan. Que nos construyan. Que me muevan a volver a ver esa obra con una nueva mirada. La obra no solo no se agota con cada nueva visita y con cada nuevo disfrute o con cada nueva diatriba, sino que eso la hace seguir viva y ser cada vez más rica.

La historia es otra cosa: El historiador tiene que dar el dato preciso. Tampoco la obra se agota; siempre se puede aportar un nuevo documento, o relacionar dos que hasta ahora no se habían relacionado. Eso da nuevos conocimientos sobre la obra. Son conocimientos ciertos.

La crítica, sin embargo, me parece que no aporta un nuevo conocimiento objetivo sobre la obra, sino una nueva opinión y una nueva interpretación por si nos puede servir. (Si me permitís la expresión, un nuevo "conocimiento dinámico") Porque la crítica, como queda dicho, es productiva y nos mueve a actuar.

De la historia valoro si es verdad o mentira. De la crítica si es útil o inútil.

domingo, 2 de junio de 2019

Nuestros padres

Donación de Carlos Santamarina-Macho. Ni siquiera
sé si está en su casa o si lo vio por ahí y lo fotografió.

La carrera de arquitectura no es que sea especialmente difícil -la prueba es que incluso yo la pude terminar-, pero lo que sí es es muy cansina, muy exigente y a veces incluso angustiosa.

Es una carrera que tiene al alumno siempre ocupado: las veintiséis horas del día y los nueve días de la semana. Es un no parar: Prácticas de esto y de lo otro, parciales, entrega de proyectos... y muchas de esas cosas al mismo tiempo y en distintos sitios.

Uno, más que arquitectura, aprende bilocación, suplantación, falsificación, ardides varios, excusas, escurrebultismo y otras mañas que a la larga resultan bastante más útiles para desenvolverse en la vida que las materias regladas que se imparten.

Dormimos muy poco, escuchamos la radio (perdón, la escuchábamos entonces: La de horas que me he tirado yo con Pumares y con Gomaespuma en Antena 3 Radio. Ahora, con tanto espotifai y tantas historias ya ni sé cómo pasan las noches los estudiantes actuales), bebemos café, fumamos (eso, afortunadamente, cada vez menos) y hacemos cosas raras para estar trabajando noche tras noche sin caernos de bruces en la cama o sobre el tablero (que también nos caemos, y luego abrimos el ojo a las tantas y salimos corriendo a la escuela, vistiéndonos por la escalera, porque no llegamos a la entrega, o al parcial, o a la práctica, o a lo que sea).

Y así un año, y otro año, y otro año... Demasiados, hasta que podemos tachar por fin la última maldita casilla  del plan de estudios y salir de la escuela con la cabeza muy altBAJA.

Y nuestros padres (animalitos de Dios), también sufren y se angustian. Y quieren ayudar, y sienten a menudo que no pueden. Ayudan -y mucho- estando ahí, y haciéndonos la vida lo más fácil posible, pero sufren nuestros problemas y nuestras angustias y se ven impotentes.