miércoles, 12 de junio de 2019

Dar ejemplo

Ayer por la tarde, en un pueblo de mi comarca, vi este casoplón:


Ya me fijé en él hace muchos años, llevando a mi hijo pequeño a jugar al fútbol a un pabellón que queda al lado. (Lo vi al llegar con el coche y, ya después, mientras se jugaba el partido, me escapé -qué mal padre- para ver la casa con tranquilidad).

Hoy, como digo, tanto tiempo después, la he vuelto a ver. Me acordaba de ella perfectamente. Lo primero que tengo que decir es que está muy bien construida. En todos estos años no se aprecian fachadas churretosas, manchurrones de humedad, fisuras, desconchones... Nada. Está como nueva. Tan solo la gran puerta de madera, al fondo de ese porche de columnas seudotoscanas, se ve un poco ajada por el sol, el frío, el tiempo. Necesitaría un buen cepillado y un barnizado.

Por lo demás, la casa está perfecta.

Si clicáis la foto la podréis ver más grande y disfrutar todos los detalles que tiene. Es un híbrido tras otro y un orgullo tras otro. Cada cosa (las columnas, los aleros, la chimenea, los tejados...) son de un estilo diferente, buscando en cada elemento lo mejor. Eclecticismo sagreño.

(La comarca de La Sagra es un paraíso de la arquitectura(1). Alguien debería prestarle atención).

Toda esta calle es de casas normales, sencillas, sosas, feúchas, de pueblo. Excepto esa, que es la excelencia misma, la sublimidad. Más o menos desde donde estoy haciendo la foto, en una casa que queda a mi izquierda, un matrimonio está sentado en el porche a la sombra, tranquilos, en silencio, mirando con la mirada perdida lo mismo todos los días: nada.

En el casoplón del fondo no se ve a nadie. Está cerrado. Tiene terrazas y porches, pero no hay nadie en el exterior, no hay nadie expuesto. Hace años, cuando el partido de fútbol de mi hijo, también estaba así. Hay gente, pero no se la ve. Me los imagino como los protagonistas de la película Los otros, agazapados en el interior oscuro, con todo cerrado.

Viven en la casa, pero no se asoman. No miran. No se dejan ver. Sin embargo su presencia es evidente, pesada, ominosa. Su casa se yergue como ejemplo para la calle, para el pueblo entero, pero ellos se esconden. Desde las sombras de las celosías y de los cortinones dominan el pueblo.

Naturalmente, no sé quiénes son los dueños de ese casoplón, pero como veo cacharros de esos en todos los pueblos, a algunos de cuyos propietarios sí conozco, permitidme que haga una inferencia y hable no de estos concretamente, sino de un tipo muy característico que construye unas casas muy curiosas.

Son las casas de las familias ricas, apenas dos o tres por cada pueblo. Hay pueblos que solo dan para tener una, y otros ni siquiera una. Son los terratenientes que ya eran ricos cuando sus tierras de secano daban nada y menos por hectárea. Pero teniendo miles y miles de hectáreas las cuentas les salían.
Y ya cuando el gran pelotazo hurbanístico(2) clasificó buena parte de sus kilómetros cuadrados como suelo urbanizable aquello fue el acabose.

Tenemos que pensar, antes que nada, que esta gente es la nobleza rural, la Cavalleria rusticana, y se mueve, sobre todo, por el honor y la dignidad.
Para ellos, construirse una casa así es una obligación cívica, un deber moral ejemplificador.

El Gran Wyoming presume de ser rico por su profesión, su talento y su fama, y dice que la obligación moral de los ricos es servir de espejo y de referente a los pobres. Que los pobres puedan ver con certeza que existe un mundo mejor: "Existe una vida mejor y se la está pegando ese".


Eso, que parece una patochada, una broma, una ocurrencia, es escrupulosamente cierto. Estas grandes familias han dominado siempre la vida social de sus pueblos. Han sido el referente de conducta, los árbitros de la convivencia y los jueces en las desavenencias de los vecinos.

En semejante situación, hacerse una casa no es asunto baladí. Una nueva casa dentro de la familia supone una nueva pareja que brota de la rama familiar para tener sus propios frutos.
Una nueva casa es -simbólicamente- la bendición del tálamo nupcial.

¿Puede casarse la hija de los Megías, los Torrepacheco o los Valdivia con un mecánico? No. ¿Puede casarse el hijo de los Nieves de la Cueva o los Raposo(3) con una camarera? No. Claro que no. Estaría bueno.
(La verdad es que esto ha decaído ya mucho. He visto con estos ojos que se ha de comer la tierra más de un casorio "desigual", con los cuatro consuegros intentando poner buena cara. Qué bochorno. Y que nadie piense que los menestrales estaban entusiasmados de emparentar con los ricos. No. El desagrado era mutuo. Era palpable la sensación de incomodidad, de "no pertenencia", de "ajenidad").

Pues, del mismo modo, ¿podría esa nueva pareja áulica hacerse una casa normal, sencilla, cómoda, agradable sin más? Qué locura. Eso es implanteable.
(Y si de vez en cuando se da una boda "fallida" con algún artesano o pequeño comerciante, razón de más para arreciar con la casa).

Es una cuestión de decencia. Nadie puede disfrutar con esos porches, con esas puertas, con esas alambicadas distribuciones. Tampoco los encargantes se lo plantean. ¿Pondrían esos cortinones de terciopelo y esos muebles tan pesados si su premisa fuera el disfrute y la comodidad? ¿Pondrían esas piñas de granito en la valla si lo que quisieran fuera estar a gusto? Claro que no. No aspiran a ninguna de esas tonterías, sino a algo mucho más importante: impresionar a los vecinos, ser admirables. Se sacrifican para mantener su imagen, su poder y su prestigio.
A ver si os creéis que los reyes se hacen los palacios para disfrutar. Es una dura carga la de llevar a la sociedad entera por el buen camino.

He puesto la foto de esta casa en twitter y he recibido respuestas de unánime rechazo y burla hacia ella. Eso podría hacer reflexionar a la clase terrateniente. Los arquitectos que les hacen esas casas les podrían hacer ver que con ellas van a recibir la admiración de los más ignorantes, de los más patanes (como ellos mismos: Recordemos que para ellos ese tipo de casa es el único digno y decente), pero van a provocar la mofa y el desprecio de cualquiera que tenga una mínima noción.

He dicho antes que la dignidad, el decoro y el honor es lo que mueve a estas familias. Entonces, ¿están dispuestas a hacer el ridículo ante cualquiera que tenga un mínimo nivel? ¿No se dan cuenta de que lo hacen?

Esto sí que lo han observado históricamente los reyes, los papas y los verdaderamente poderosos (ahora ya no, ahora también ellos tienen un espíritu romántico, ñoño y patuleco). Han llamado a los mejores artistas de su tiempo sin plantearse siquiera si a ellos personalmente les gustaban. Porque ellos personalmente no son nada; son su representación, que les trasciende.

¿Por qué no hacen lo mismo los ricos rurales? Sí que hacen lo mismo. Como digo, ni siquiera se plantean si les gusta o no les gusta su casa. Sufren sus incomodidades y sus exigencias con resignación y naturalidad. Al fin y al cabo es solamente una casa; nada más. Pero hacen lo que tienen que hacer. Porque esa casa no es para ellos (no directa e inmediatamente para ellos), pero mucho menos para los cuatro listos que nos juntamos en twitter para despreciarla y para reírnos de ella. Más se ríen ellos de nosotros, y con más razón, que somos unos pordioseros y unos mierdas.

No: Esos ricos se hacen esas casas para sus convecinos, para quienes fueron a la escuela y jugaron al fútbol de niños con ellos, para quienes se toman el chato en el bar (las pocas veces que entra el rico convida), para sus peones y sus rivales. Esos ricos se hacen ese casoplón para la pareja que está a mi izquierda mientras hago la foto, a la sombra que les da su porche, mirando en silencio a ninguna parte, es decir, a la casona. A lo mejor dentro de unos minutos ella le pregunta a él que si quiere un café, y él le contesta: "No, que no duermo". Ella insistirá: "Descafeinado", y él accederá: "Bueno". Y lo tomarán en su porche, a la sombra, sin hablar, sin mirar a ningún sitio; es decir, a la casona que preside el pueblo, a la casona de los ricos, sin decir nada, sin siquiera pensar. Todo lo más que dirán será: "Pues está bueno. No parece descafeinado". "Es nuevo. Lo está trayendo ahora la Antonia".



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(1).- La Sagra toledana es mi tierra, aquí tengo mi opera omnia. Imaginaos. Pero no; no he hecho nunca nada tan bueno como esto porque me quedo en un kitsch vergonzante, en un quiero y no puedo, en un medio camino arrepentido y sórdido. No puedo aspirar a esta brillantez.

(2).- Para el concepto de "hurbanismo", con hache, y la teoría que lo desarrolla, podéis clicar aquí y aquí.

(3).- Mis excusas a los Megías, Torrepacheco, Valdivia, Nieves de la Cueva y Raposo pobres, que los hay. (Por otra parte conozco González y García muy ricos). Perdón por la caricatura del apellido elegido por su fonética.

5 comentarios:

  1. Borox es mucho Borox.

    No te pierdas ninguna de las fotos de la casa que viene en el siguiente enlace. Es de una que venden en ese pueblo y casi podrían ser los interiores del casoplón que comentas.

    https://www.idealista.com/inmueble/85849439/

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  2. O puede que sea todo lo contrario.

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  3. Excelente reflexión, como siempre. El derroche "estilístico" va siempre aparejado, y en proporción inversa, a la cultura. Pero hay algo más peligroso: que este tipo de casa se la haga un rico nuevo, o peor, un pobre que se niega a reconocerse como tal, como ha ocurrido en la época del "boom". Entonces, tendrías que matizar aún más tu reflexión y quizás trasladarla a terrenos ya casi marxistas.

    Ojalá me hubieran caído a mí los honorarios de semejante aberración (espero que no se enfade el compañero, yo también me prostituyo cada día)

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  4. Sería perfecta para Pablo Iglesias je je. Por cierto y ahora en serio, ¿no es muy triste que un político tan joven, tan de izquierdas y con supuesta "formación universitaria" (si esto significa algo hoy en día)tenga tan poco criterio estético o, dicho de otro modo, sea tan pequeño burgués?

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    1. Sí. Sobre esa casa ya escribí esta entrada:
      http://arquitectamoslocos.blogspot.com/2018/05/mas-gente-normal.html
      que también enlazaba con la casa que se hizo el rey Felipe VI cuando era príncipe.

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