miércoles, 29 de enero de 2020

Dos bandas negras

Hace tiempo se hizo muy famosa la estrafalaria bruja Lola, que adivinaba el futuro de los espectadores de la tele con el consabido éxito que tienen todos estos cantamañanas, y que, cuando alguien la pillaba en un renuncio clamoroso, saltaba airada y amenazante: "¡Te viá poné doh velah negrah!"

La bruja Lola y sus dos velas negras

Bueno, pues a mí no me han puesto dos velas negras, sino dos bandas negras. Y no sé qué es peor.

He terminado con una gran satisfacción una de las mejores obras que he hecho en mi vida (lo cual, dado mi irrisorio nivel, tampoco es decir mucho). Ha sido una experiencia buena en todo.

Desde el primer momento, cuando conocí a mi cliente, las cosas fueron bien. Venía con unas ideas claras y sencillas y a partir de ellas se dejó aconsejar por mí. Además estaba abierto a una imagen moderna de arquitectura y a mí me sentó estupendamente aparcar (siempre de manera provisional) los canecillos de hormigón imitando madera, los falsos arcos de ladrillo, las columnas de piedra, las balaustradas y toda la panoplia habitual de gadgets.

En este caso, además, esos adminículos paleto-clásico-rústico-pintorescos no fueron sustituidos por otros moderno-cool-pedantes, sino que las cosas fueron surgiendo como convenía y cuadraba, y todo salió de una forma muy natural.

Para colmo, el propietario, que tiene una pequeña empresa constructora y mucha curiosidad e iniciativa, introdujo en obra algunos elementos (siempre consultándonos al arquitecto técnico y a mí) que mejoraron notablemente el proyecto.

La obra se desarrolló muy bien, y yo, vanidoso al fin y al cabo, y muy necesitado de cariño, hice lo que no he hecho nunca: poner algunas fotos en las redes en las que ya se veía perfectamente todo, y faltaban solamente los últimos acabados.

Como el propietario-constructor se gana la vida haciendo otras obras y esta era para sí mismo y su familia, al final le iba dedicando ratos muertos, fines de semana y vacaciones, y parecía que nunca se iba a terminar.
Cuánto disfruté esta obra y qué ganas tenía de verla terminada del todo. No me podía esperar más.

Pero finalmente se ha terminado. Maldita sea.

viernes, 24 de enero de 2020

Destacar

Hace un par de fines de semana he estado de "turismo interior" y he visto muchas cosas interesantes. Pero he de confesar, lamentablemente, que aunque yo sea un amante y un defensor de "lo moderno" (entiéndase esto como se quiera), ha sido muy deprimente constatar la penuria arquitectónica y urbanística media de lo construido en el siglo veinte y en lo que llevamos del veintiuno.

He disfrutado de algún palacio renacentista, alguna iglesia barroca y alguna casona judía o mudéjar que, sin ser grandes cosas en sí mismas, mostraban un carácter, un tono medio y una adecuación espacio-temporal estupendos. Y, sobre todo, las casas de arquitectura anónima, incluso pobretona en el reseco sur de Castilla y en el norte de Andalucía, con su silencio y modestia crean entornos amables, habitables, tranquilos y al mismo tiempo duros y agrestes. Llenos de vida y de fuerza.

Pero, por el contrario, cuando he visto el tono medio de lo de ahora (dándole a ese "lo de ahora" unos sesenta o setenta años de margen) he constatado su futilidad, su bajeza, su paletez, que hacen que en cualquier ciudad, salvando dos o tres hitos valiosos de arquitectura contemporánea que vemos con unción y devoción, prefiramos pasear por el casco antiguo por más anodino que sea antes que sufrir los barrios nuevos y, no digamos, las urbanizaciones.

¿Qué ha pasado?

Puse esta foto en las redes sociales:

Valdepeñas (Ciudad Real). Puerta del Vino

y obtuve muchas reacciones de estupor. No es para menos. (Aparte de que podéis clicar la foto para verla más grande, os dejo aquí un enlace para que podáis daros un paseo virtual).

¿Qué mente enferma ha podido perpetrar esa cosa? ¿A qué corporación municipal o a qué jurado le pudo parecer bien que se hiciera eso?

Este ejemplo está tomado en Valdepeñas, pero no quiero ensañarme con esta ciudad: Es un fenómeno incomprensible que arrasa y vandaliza cualquier otra que se nos ocurra visitar. Pero ya que estoy con este famoso emporio manchego del vino aprovecho para poner una foto de sus bolardos. ¿Apetece una copita?


De verdad: Qué gracia y qué humor tiene la gente. Qué derroche de imaginación el de todos los ayuntamientos. Así da gusto vivir en estos entornos sugerentes, simbólicos y divertidos.

Sin embargo, creo que todas estas chorradas y mamarrachadas no son lo peor. Creo que mucho más doloroso que estos chispazos de pobre ingenio y de dudoso gusto son los paisajes urbanos desabridos, son los entornos tan chungos en los que vivimos casi todos nosotros.

miércoles, 15 de enero de 2020

El mejor de los tiempos

Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos;
la edad de la sabiduría y también de la locura;
la época de las creencias y de la incredulidad;
la era de la luz y de las tinieblas;
la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos, pero nada teníamos.
                                     Chals Diquens. Historia de dos ciudades.


A menudo pienso en la suerte que tenemos todos los que vivimos en esta época, en la que cada día asistimos a nuevos avances científicos y descubrimientos. Es algo que nos llena de optimismo y de alegría, y que, de vez en cuando, nos hace recordar con nostalgia a nuestros abuelos: "Pobres; si ellos hubieran sabido..." "Si en su época se hubiera conocido este tratamiento médico..." Pero qué le vamos a hacer: A nosotros nos ha tocado disfrutar.

Y lo mejor es que estos nuevos hitos del conocimiento no están reservados a una reducidísima élite, a unos muy pocos privilegiados, sino que gracias a los medios de comunicación -que a su vez son cada día más ubicuos- nos llegan a todos.

El penúltimo zambombazo, de hace apenas dos días (13 de enero) ha sido este:


Sí. Sí. Fijarze bien: 13 de enero de 2020 a las 5:30 de la tarde: "Última hora". Lloro de la emoción. La Tierra no es plana. Última hora, sí: última hora. Me eratosteneo de entusiasmo(1).
¡Qué cosa más grande!
Pero es que las sorpresas y las excitaciones no acaban ahí. Al día siguiente, ayer, asistimos a esto:


Volverze a fijá: 14 de enero de 2020 a las 9:45 de la mañana. Solo dieciséis horas y cuarto después de que los científicos supieran que la tierra no es plana, han descubierto por qué pasamos frío en invierno. Bueno, vale, pasamos frío en invierno porque lo hace. Ya. Eso ya lo sabíamos. A lo que quiere referirse el titular es a que ya se sabe por qué hace frío en invierno.
Y es que, pasmaos, ¡la Tierra gira de dos formas a la vez! Por una parte, gira sobre sí misma, en torno a un eje que une sus dos polos, y por otra, gira alrededor del Sol. Ya, ya sé que cuesta creerlo, pero aún no he dicho lo más gordo.
Lo más gordo es que ese eje interno de la Tierra no es perpendicular al plano en el que esta da la vuelta al Sol, sino que está ligeramente inclinado. Y, por eso, al pasar por una zona del circuito los rayos del "astro rey" nos pegan más perpendicularmente y al pasar por la opuesta nos rozan de forma más oblicua.
Y esto, a su vez, tiene un corolario inquietante: Cuando el Sol le pega más de lleno al hemisferio norte roza más suavemente al sur, y al revés. Es decir: Cuando en uno es verano en el otro es invierno, y viceversa.

Yo m'he quedao to loco to loco to loco. ¡Dónde vamos a llegar, Dios mío!

viernes, 3 de enero de 2020

La estrella y el penalti

No sé si habrá habido alguna vez alguien más torpe que yo en los deportes. Seguro que sí, porque somos muchos en este mundo y tiene que haber de todo; pero habría que buscar con muchísimo cuidado y muchísima paciencia para encontrar a una persona que me superara en patosidad y en descoordinación motriz.

Mi drama fue que, en vez de odiar y despreciar el deporte como hacen por legítima defensa todos los negados para él, a mí me apasionaba. Yo habría dado... no sé ni qué habría dado por jugar bien, por ser competente, por que al echar a pies me pidieran de los primeros.

-A Igual.
-A Hortigüela.
-¡A mí, a mí! -gritaba yo.
-A Petite -seguía imperturbable uno de los capitanes.
-A Sobrino -decía el otro.
-¡A mí, a mí! -insistía yo.
Pero nada. No me elegía ninguno.
Al final yo era el único que quedaba, y el capitán que tenía ese último turno decía con tono de asco y resignación:
-A Correa.

Y yo era feliz, porque por fin me habían alineado; y me entregaba al partido. Las fallaba casi todas. Subía y bajaba corriendo sin eficacia alguna. Sudaba y acababa con la cara retinta, jadeante, sin haber hecho otra cosa que estorbar a los míos y no molestar en nada a los contrarios. Un desastre. Una rémora.

Era tan inútil y me perdía tantos partidos y tantas oportunidades (a menudo los capitanes consideraban que el cupo estaba cubierto y los más torpes nos quedábamos sin jugar) que tomé la heroica decisión de ser portero. Tampoco es que fuera bueno en eso, ni mucho menos, pero como nadie quería serlo y yo me ofrecía empezaron a contar conmigo más asiduamente. Y yo tan contento.

Lo de ser portero era tremendo: Te pasabas minutos y minutos sin hacer nada, aburriéndote tú solo, sin participar en el juego ni en las tensiones de tus compañeros (el portero de fútbol ha sido siempre un personaje extraño), y de pronto se acercaba un adversario, te tiraba un chupinazo que ni veías venir y gol.

Contado así no parece apasionante, pero para mí lo era por el mero hecho de estar ahí, de formar parte del equipo y de su épica. En cuanto a los demás, como la otra alternativa era poner en la portería a alguien que iba a estar a disgusto y que era mucho más útil en cualquier otra posición, aceptaban que estuviera yo, que me lo tomaba con entusiasmo y me tiraba planchazos al suelo y todo, y, aunque casi todas entraban, alguna llegaba a parar.

Con el tiempo y mi gran voluntad y entrega llegué a ser, si no bueno, al menos pasable. Y ocupé ese puesto de portero casi con dignidad.

Foto sin acreditar, obtenida en

Jugábamos en la vaguada del arroyo Abroñigal, debajo de un puente, años antes de que hicieran la M-30. Competíamos espontáneamente entre nosotros o contra cualquier pandilla que se prestase a dar unas patadas al balón.
Pero un día llegó mi oportunidad de brillar. Le jour de glorie est arrivé. Jugamos un partido de verdad en un campo de fútbol de verdad contra un colegio de campanillas. Yo me sentía como El Gato de Odessa. ¡Qué emoción!

El otro equipo era mejor que nosotros, pero nos defendíamos con dignidad. Hice alguna parada fácil y mantenía impenetrada mi portería. Pero la presión de ellos era alta y, en un ataque suyo, uno de mis compañeros no fue capaz de sujetar a quien llevaba el balón y le arreó una buena patada. Penalti.

A mí, lo confieso, ese castigo me emocionó: Era la oportunidad de lucirme. Los héroes épicos surgen en momentos como ese. ¿Y si lo paraba? Sería el héroe de mi equipo; sería finalmente un buen futbolista; me ganaría el respeto y el prestigio de una vez.

Sí: Estaba dispuesto a volar, a lanzarme sin miedo, a estrellarme contra el suelo con el balón atrapado en mis manos, aunque me pegara un buen golpe, aunque me doliera mucho. Lo iba a lograr. Iba a ser el momento más importante de mi vida. (Al menos de mi vida deportiva, que hasta ese momento, como digo, había sido nula).