domingo, 23 de mayo de 2021

And the winner is...

El pasado domingo, 16 de mayo, se cerró la admisión de originales al I CONCURSO arquiRelato, que convocamos hace unas semanas.

Se han presentado treinta arquiRelatos, que, para haber sido una convocatoria surgida espontánea e improvisadamente de la nada, nos ha sorprendido muy gratamente a los organizadores.

En las propuestas ha habido de todo: Ironía, sarcasmo, mala leche, humor, seriedad, broma, lirismo... y en muy distintos enfoques y estilos literarios. La verdad es que los miembros del jurado, Ekain Jiménez Valencia y yo, hemos debatido bastante. A ambos nos gustaban unos cuantos, pero tras ir reduciendo el número de preseleccionados, el relato que siguió hasta el final sin caerse y que nos siguió gustando a los dos fue el que transcribiré más adelante.

Su autor es EDUARDO SOLANA, arquitecto, dibujante y escritor "aficionado" (lo de "aficionado" es porque creemos que no se gana la vida con la escritura, pero escribir sí que escribe, y muy bien).

Entresaco esto del acta del jurado:

Por la gran capacidad evocadora del relato, que nos traslada a tiempos pretéritos de la historia de la arquitectura, concretamente a un gran momento que tal vez pudo suceder; por lo bien redactado del escrito; y porque el autor ha sabido traspapelar, darle la vuelta al tipo de arquitecto, ya que en este caso quien redacta la carta es un arquitecto clásico y trasnochado al que el cliente le niega el encargo, el ganador es:

Eduardo Solana


Se pedía un correo electrónico de un arquitecto a un cliente tóxico, pero como Eduardo ha ambientado su relato en 1952 le ha dado forma de carta, muy similar a la que tendría hoy un mensaje por e-mail.

(Si por ser una carta y no un e-mail os sentís impelidos a impugnar el fallo os remitimos a la base nº 4, que viene a decir: "Me llevo el balón, que es mío").


En una próxima entrada pondré algunos relatos que nos han parecido muy buenos (lo cual no es excluyente respecto a los demás), pero hoy el protagonismo es de Eduardo (con quien nos pondremos en contacto en breve para hacerle llegar el fabuloso premio).

Aquí va su relato:


miércoles, 12 de mayo de 2021

Jim Hawkins en León

A Jordi Badia, de BAAS arquitectura, Barcelona,
de quien conocí una obra memorable,
y a Juan Carlos Ruiz, de A+U arquitectos, León,
que me trató muy bien en su ciudad.


Mi mujer no es arquitecta. Con el tiempo ha adquirido el hábito de soportar a un marido entusiasta de la arquitectura y, con no poca paciencia por su parte, hemos aprendido a negociar y a disfrutar juntos de tantísimas cosas que tiene la vida (incluida, en sus justas y muy comedidas dosis, la arquitectura).

Somos Amigos de Paradores, y nos gusta mucho tomarnos (muy de vez en cuando) un fin de semana largo (incluyendo el viernes previo o el lunes siguiente) y largarnos en tren o en coche a cualquiera de los que aún no conozcamos. Es un plan bastante bueno y siempre muy agradable.

Hace ya algunos años una de nuestras escapadas más memorables fue a León, que no conocíamos. El viaje en tren nos gustó mucho, el parador nos encantó y la ciudad nos pareció muy bella y muy agradable de vivir. (También os digo que en diciembre hacía una miajilla de frío, pero eso nos sirvió para entrar en un pequeño restaurante del Barrio Húmedo y atizarnos un cocido cuyo recuerdo aún me congracia con la humanidad).

El Parador de León: Convento y hospital de San Marcos

Pero, ay, el arquitecto: Yo, aparte del disfrute de la gastronomía, del callejeo, de las curiosidades varias, tengo, como todos los cansinos arquitectos, la consabida y jartible listita de obras a visitar. Y mi mujer me acompaña. (No soy de los más pesados, pero aun así lo soy inevitablemente).

En esta ocasión, además del Correos de Sota, del Auditorio y del Museo de Tuñón y Mansilla, de la Catedral, de la impresionante cripta de San Isidoro... (La casa Botines no: No sé qué me pasa, pero siento emociones muy diversas por la obra de Gaudí, y en general las peores son para con los edificios que hizo fuera de Cataluña. En todo caso vimos la casa por fuera y me senté un rato a su lado para verlo dibujar)...

Además de todo eso, digo, lo que sí llevaba apuntado era el tanatorio. Sí. El tanatorio. Arrea. Qué gusto, qué alegre visita en un fin de semana de placer. (Soy una juerga: Mi mujer está encantada conmigo).

Me lo habían recomendado encarecidamente. Hasta ese momento no había oído hablar de él y tampoco de sus autores, BAAS arquitectura.

Como está muy cerca del parador, nos acercamos dando un corto paseo en un ratito muerto que tuvimos. Y si mi paciente esposa sacrificó parte de un bello fin de semana en ver un tanatorio también lo vais a ver vosotros:









Las imágenes son de la web de BAAS arquitectura

Me gustó mucho. A ella también. Creo que, aparte del funcionamiento preciso que tiene que tener una instalación así, hay una dificilísima carga simbólica, un dolor, una situación intolerable ante la cual poco puede hacer la  arquitectura, pero aquí eso poco lo hace.

Qué difícil es proyectar algo así. Antes los muertos se velaban en las casas, pero eso suponía una dura carga para los allegados, que aparte del dolor, de la pena, de la inmensa desgana por todo, tenían que hacer de improvisados anfitriones para todo aquel que se quisiera pasar por allí.

Los tanatorios vinieron a encargarse de esa función agobiadora y desesperante, pero lo hicieron a base de ser fríos, eficaces y burocráticos, que, por otra parte, es lo que tienen que ser. Qué difícil para la arquitectura ser útil en esas circunstancias. Parece uno de esos casos en los que una buena arquitectura no va a servir de nada ni a aportar ningún consuelo ni ningún gusto, pero una mala puede hacer daño, ser agobiante, disgustar.

En este caso Jordi Badia y Josep Val, los arquitectos, logran, para empezar, diseñar un edificio que no agobia. ¿Tiene usted una pena irreparable por la pérdida de su ser querido?, pues lo menos que se puede hacer es respetar su dolor y procurar que el sitio en el que va a estar muchas horas no le moleste.

Pueden coincidir varios fallecidos con sus varias familias y amigos, cada uno de los cuales llega cuando quiere, está el tiempo que estima oportuno y se va cuando le parece bien. Gente que va y que viene, gente que está, que se cruza, que se va, y, de entre ella, hay quien llora, quien está en silencio y quien tiene la animación suficiente para charlar e incluso para recordar alguna cosa simpática y hasta divertida, y para colmo, cosa curiosa, hay quien pasa por esas tres fases sucesivamente (llanto, silencio, risa). No es ninguna falta de respeto, no es ninguna frivolidad: Es la vida y el cariño, es el dolor y es el amor. Es llorar porque ha muerto nuestro gran amigo y alegrarnos porque eso nos ha hecho coincidir con otros grandes amigos y evocar recuerdos de alegría. Es la muerte: Nada más y nada menos que la muerte.

¿Y qué puede hacer la arquitectura en tal situación? Muy poco, repito. Configurar un espacio, hundirse discretamente, hacer un talud de césped, disponer una lámina de agua, hacer que la luz penetre de formas distintas y genere ambientes diferentes. Poca cosa. Todo lo importante lo tienen que hacer las personas que allí vayan.

En este caso, esa poca cosa que puede hacer la arquitectura la hace estupendamente bien.

viernes, 7 de mayo de 2021

Respeto y sensibilidad

A mi amigo Ekain, ser dotado de un
exquisito tacto y un extremo talento 


Ekain, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa (si yo fuera un buen escritor pondría "transida") por la emoción, me manda esta foto hecha en una de sus múltiples correrías:

Aguilar de Codés (Navarra)
Foto de Ekain Jiménez Valencia

Mirad que es bonito Aguilar de Codés y que hay edificios, paisajes y gente fantástica para fotografiar, pero va Ekain y ¡zas! dispara sobre lo más hermoso y admirable: un signo de generaciones de personas a lo largo del tiempo con un rasgo común: su nobleza y su altísima dignidad profesional.

Sin embargo, si me permitís, a mí me parecen mucho mejores las de ahora que las de entonces, y os explicaré por qué.

Veo un escudo que no sé interpretar exactamente, pero que obviamente representa una armadura, un guerrero, un combatiente que obtuvo honor y nobleza matando a vaya usted a saber quién: Enemigos de su religión, de su reino, de su señor... El caso es que esas muertes le valieron ese escudo, y tal vez, indirectamente, esa casona.

O bien ese mismo asesino heroico y dignísimo encargó el escudo de granito o bien lo hizo alguno de sus descendientes, reclamando la atención e incluso la devoción que su familia merecía por provenir de tan ilustre adalid.

El escudo no está claramente centrado en la fachada, ni sobre el portón. Curiosamente aparece como a media anqueta sobre la línea de medianería de dos edificios. Seguramente se haya movido de su sitio original, o la fachada en la que estuvo haya sido muchas veces reformada o reconstruida.

El caso es que, sea como sea, ahí perdura el canto a la hazaña bélica, a la nobleza de la propia sangre lograda por verter la ajena.