martes, 23 de febrero de 2021

Coordenadas en un mapa inestable

Hace unos años (no demasiados, pero no estoy seguro de cuántos; el tiempo pasa cada vez más deprisa) Jaume Prat me propuso participar en un proyecto apasionante. Estaba en una buena situación que le permitía afrontarlo con visos de éxito, y, con el entusiasmo que le caracteriza, me lo explicó.

La cosa consistía en tomar cada una de las Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, y lanzarse a escribir sobre arquitectura a su hilo y a su calor. Un texto por cada propuesta, y cada uno de un autor diferente.

Me dijo que se lo había dicho nada menos que a Agustín Fernández Mallo, que había accedido, y no sé quiénes serían los otros tres autores. Tampoco sé (o no recuerdo, porque creo que sí que me lo dijo), sobre cuál de las seis propuestas tendría que escribir yo.

Pero no salió. (Por ahí debe de haber muchísimos universos paralelos con tantísimas cosas que todos íbamos a hacer y que al final no salieron en este que habitamos). Fue una pena, porque estando Jaume y Agustín, y seguro que otros autores de considerable altura, el resultado habría sido espléndido aunque los intrusos de siempre lo hubiéramos empañado un poco.

Sin embargo, aquella decepción de hace años se ha visto ahora súbitamente compensada con una alegría. Resulta que sin que lo supiéramos (al menos yo no tenía ni noción de ello), Jaume siguió aferrado a su proyecto y durante todo este tiempo ha estado escribiendo un ensayo tras otro sobre cada una de las seis propuestas de Calvino: Ligereza (L), Rapidez (R), Exactitud (E), Visibilidad (V), Multiplicidad (M) y Consistencia (C), y acaba de sacar a la luz este espléndido libro:


PRAT ORTELLS, Jaume,

sábado, 20 de febrero de 2021

"Aarón" Johnson

Dedicado a Josefa Blanco Paz y a Rodrigo Almonacid
Canseco
, que me proporcionaron material gráfico y datos
básicos para esta entrada, pero que no comparten necesariamente
las opiniones que vierto aquí.


No le tengo ninguna simpatía a Philip Johnson. (Ya está. Ya lo he dicho. Se queda uno mucho más a gusto así: Declarando sus fobias para que queden claras desde el principio y escribiendo luego sin más tapujos).

Fue un joven rico y muy listo, incluso demasiado rico y demasiado listo, que sintió una gran atracción por el nazismo, cosa bastante difícil de entender en un homosexual, pero yo ya estoy curado de espanto, y a estas alturas tampoco me tiraría de espaldas una asociación de toreros afiliados al PACMA o incluso otra de futbolistas no tatuados. En este mundo hay de todo.

Philip estudió filología. Se sentía fascinado por las ideas potentes y rotundas, por el arte y supongo que por los uniformes de Hugo Boss y toda esa faramalla que encandiló a tanta gente lista y tonta. Nacido en 1906, a sus veintitantos y treinta y pocos años se propuso impulsar la agenda nazi en los Estados Unidos. Viajó a Alemania y no le pareció mal lo que se estaba haciendo con los judíos. Tampoco se opuso a las burlas al "arte degenerado", aunque él sí que admiraba a muchos de los artistas de vanguardia e incluso a algunos los ayudó a salir del infierno.

De alguna forma quería conservar una vergonzante apariencia de dignidad y de hipocresía. Era un mal bicho, pero un hombre inteligente y astuto. Cuando el partido nazi estadounidense que estaba auspiciando y en el que incluso tanteó hacer carrera política no llegaba a nada, cuando en Europa la locura del Tercer Reich se veía que no iba a triunfar, pero sobre todo cuando toda la gente guapa de Nueva York le hacía ascos a esa brutalidad, dio un descarado giro de timón, pasó a otra cosa, mariposa, y olvidó todo eso. Las ideas son hermosas cuando tienen aspecto de triunfar, pero se vuelven intolerables cuando fracasan. A él le podía valer cualquier ideología, menos la de perdedor.

En Europa le había llamado muchísimo la atención la arquitectura moderna, y a su vuelta a casa se convirtió en un ferviente divulgador y promulgador de ella. Se le escuchaba y se le atendía. También se le temía. En poco tiempo fue uno de los más influyentes popes del Movimiento Moderno. En 1930, con solo 26 años de edad, se convirtió en el primer director del recién creado Departamento de Arquitectura del MoMA. En 1932 organizó y dirigió junto al historiador Henry-Russell Hitchcock una fantástica exposición sobre arquitectura moderna en su departamento del MoMA y escribió con él su catálogo, que se convirtió en la piedra fundacional del Estilo Internacional y cuyas tesis marcaron el rumbo de la arquitectura mundial durante décadas.

En 1940, ya con treinta y cuatro años, comenzó a estudiar arquitectura. Lo hizo en Harvard, claro, y con Walter Gropius como profesor. Era lo mínimo para él.

Estaba obsesionado con Mies van der Rohe. Tanto que en cuanto el maestro alemán se puso a construir la casa Fransworth él se hizo la suya imitándolo (pero peor: Cuentan que el propio Mies pasó una noche en ella sin poder dormir por lo mal resueltos que estaban a su juicio los soportes de esquina).

Johnson escribió la primera monografía sobre Mies y le abrió las puertas de la alta sociedad estadoundiense. Puso todas sus influencias al servicio del alemán, y en 1954, finalmente, proyectó con él el edificio Seagram. (Entiendo que estuviera deseando trabajar con su admirado maestro, ¿pero por qué iba a querer Mies admitirlo como coautor? Nada de colaborador, o ayudante; no, no: coautor. ¿Tal vez porque el rico e influyente Johnson había sido quien había conseguido el encargo convenciendo a los propietarios de las bondades de Mies? Pues sí, claro; naturalmente).

Mies van der Rohe y Philip Johnson con la maqueta del edificio Seagram

No sé cuánto hay de Johnson en el proyecto(1). En todo caso se ve el talento y la finura de Mies en cada detalle, en cada tornillo. (Esto es literal: Me contaron que los miles que fijan los junquillos de las carpinterías de fachada tienen todos -todos- la ranura paralela al plano del vidrio).

En 1955 el aprendiz diseñó la casa Leonhardt, en Lloyd Harbour, Long Island, con algo más que una influencia de su maestro:




Tal vez más que "inspirada" en un croquis de 1934 de Mies para una no construida casa de cristal en una colina.

sábado, 6 de febrero de 2021

Tristeza o rabia

No conozco Berlín, y tengo el cliché de que es una ciudad dura, adusta, gris. Fantástica, por supuesto: Una de las grandes ciudades del mundo, llena de historia, y poblada de fantasmas de personas ilustres. Pero la tengo por desabrida y nada amable. (Y eso a pesar de las fantásticas Filarmónica y Nueva Galería Nacional: Solo por ellas ya se justificaría el viaje, y una vez allí hay muchas más cosas imprescindibles y formidables).

En el año 1980, con motivo de la prevista Exposición Internacional de la Construcción de Berlín, que iba a celebrarse en 1987, le encargaron a Álvaro Siza Vieira un edificio de vivienda colectiva que, con otros encargados a otros ilustres compañeros, tenía que formar parte de una propuesta de regeneración urbana, de reconstrucción de zonas degradadas y de densificación. Se construyó para alojar a inmigrantes turcos.

A Siza le tocó un solar de esquina de una manzana del siglo XIX en el barrio de Kreuzberg. El edificio que había estado ahí había sido destruido en la Segunda Guerra Mundial, y casi cuarenta años después seguía la cicatriz. (Se habían levantado unos locales en planta baja, pero seguía siendo evidente la falta del edificio que había cerrado la manzana).

Siza diseñó un cuerpo de siete plantas que trazaba una suave línea curva en planta y otra aún más suave en alzado, donde además se quebraba para coordinar y componer (pero sin igualarlas) las dos alturas diferentes de los edificios colindantes, completando así la manzana con un intento de armonía y suavidad.




El edificio se encuentra en la Schlesische Strasse (Calle de Silesia). Se llama (o se llamó) "Wohnhaus Schlesisches Tor" ("Residencia Puerta de Silesia") por la estación de metro o tren urbano "Puerta de Silesia" que queda al lado, y fue el primero que Siza construyó fuera de su país. (Para ello se asoció con el arquitecto local Peter Brinkert, de quien no soy capaz de encontrar ningún dato más que el de que es coautor de este edificio). Es decir: Fue el primer edificio de su después larga y exitosa carrera internacional.

En aquella época todavía existía en Berlín el oprobioso muro de la desdicha, y este edificio, casi a las orillas del río Spree, lo tenía muy cerca, de modo que desde la azotea se veía bien. Dicen que por eso Siza y Brinkert hicieron esa especie de ojo en la proa: para que los habitantes se asomaran a contemplar. (Pero no era nada digno de contemplar: Por el contrario, era una afrenta a la vida y a la libertad).

No sé si con el edificio a punto de ser inaugurado o ya recién estrenado, un visitante no deseado se coló, se asomó y manifestó su tristeza (y su incivismo) con una pintada: "Bonjour Tristesse", como la novela de Françoise Sagan (cuyo título se inspira en un poema de Paul Éluard) y la película de Otto Preminger, que a su vez es una adaptación de esa novela.


No sé si el bruto sensible y triste sacó el cuerpo por el "ojo" de la fachada (ni siquiera sé si por ese agujero cabe el cuerpo de una persona), pero desde luego no lo pintó en una posición cómoda. La jota de "Bonjour" y todas las eses están al revés. (¿Lo hizo a propósito?).

¿Vio por el ojo el muro y escribió su pena? Desde luego, es un acto vandálico, pero no parece el típico vandalismo común.

Algunos lo quieren bañar de tanto romanticismo lánguido que hasta dicen que a Siza le gustó la pintada y pidió que la dejaran. (Incluso yo pensé al principio que estaba en el proyecto). De eso nada. A Siza le repateó la patochada, pero se estimó que no podría parchearse porque se notaría mucho, sino que habría que volver a pintar toda la fachada: Volver a montar andamios... Un disparate. Y la barbaridad se quedó.

Qué hermoso, qué bonito todo: Buenos días, tristeza. Qué lánguido, qué gris, qué tristura. Pues sí. Es todo una hermosa elegía, una égloga pastoril. Me derrito de sensibilidad.