miércoles, 25 de abril de 2012

Estoy encantado y sorprendido

Acabo de descubrir que este blog sale en Allegramag, en un post que recomienda diez libros de arquitectura (o de lo que sea).
El procedimiento que sigue su autor es buscar gente interesante (del mundo de twitter, mundo para mí completamente ajeno), que a su vez recomiende un libro.
Una de las "personalidades" preguntadas es acafeole (@acafeole en twitter), quien, en vez de recomendar un libro, recomienda un blog: este.
Leo lo que dice y no quepo en mí (y eso que soy grande y, sí, amigos, gordo). Dice unas cosas tan estupendas, tan cariñosas, tan generosas que se me pone la carne de gallina (he escrito una expresión más grosera, pero la he cambiado).
Cafe o lé: Me llenas de alegría, de sorpresa y de emoción, pero también de una extraña responsabilidad.
Mi blog es la mera palabrería de un bocazas. (Veo que eso lo entiendes y lo compartes, lo que me tranquiliza). No puedo pensar a partir de ahora que cada entrada que escriba vaya a tener trascendencia, vaya a ser estudiada, comentada y glosada por sesudos estudiosos. No puedo y no debo.
Te agradezco muchísimo lo que dices de mí. Intentaré seguir siendo tan patán, tan abuelocebolleta y tan cansino como de costumbre.
Me has alegrado el dia, y seguramente el mes, el semestre y el año.
Un abrazo.

El pabellón de Pietilä

El arquitecto finlandés Reima Pietilä, cuya mejor obra sea tal vez el Centro de Estudiantes Dipoli, de Espoo (del que hablaremos otro día), se dio a conocer por el pabellón finlandés de la Expo de Bruselas de 1958. (Buena exposición. Recordad que ya hablamos del pabellón español. Pero hay otros cuantos muy interesantes, de los que tal vez merezca la pena hablar en otras ocasiones. Ya veremos).
En principio este pabellón de juventud no prefigura la obra de madurez (de muy pocos años después). ¿O sí? No lo sé. Pero se me hace algo más sencillo de entender y, tal vez, de explicar (o de explicármelo a mí mismo).
Pietilä ganó el concurso del pabellón en 1957, cuatro años después de haber obtenido el título de arquitecto, y aún muy influido por la escuela. Allí le habían hecho trabajar sobre las teorías de Theo van Doesburg, y le habían hecho reflexionar sobre la modulación y sobre la plasticidad del ángulo recto.
En su pabellón utilizó una modulación férrea, pero no esclavizadora. Es decir, aprovechó las ventajas de la modulación para controlar las formas y la estructura, pero no cayó en la rigidez, sino que supo configurar un espacio expresivo y fluido.
Manifestó que había querido hacer una arquitectura natural e intelectual a la vez, y eso, en cierto modo, caracteriza toda su obra: Una especie de "racionalismo orgánico" o de "organicismo racional", lo que le emparenta con el gran patriarca Alvar Aalto.
También dice que quiere hacer una arquitectura "finlandesa". Uno no sabe qué quiere decir eso, pero ve madera y se imagina que algo tendrá que ver.


(No sé por qué, pero eso de utilizar la estructura modular, geométrica, sencilla, para crear un espacio natural, libre y expresivo, creo que se podría aplicar también al pabellón español. Y es que a lo mejor Corrales y Molezún también tienen algo de finlandeses).
El pabellón está formado por "gajos" paralelepipédicos escalonados, que por dentro generan un espacio único y continuo mientras que por fuera aparecen como un volumen fragmentado.

viernes, 20 de abril de 2012

La ciudad como juego

Uno de los movimientos de ¿vanguardia? de la mitad del siglo XX fue la Internacional Letrista. Yo no había oído hablar de ellos, y me estoy enterando ahora, leyendo el libro El Puño Invisible, de Carlos Granés.
El dadá y el surrealismo dejaron sus semillas de imprevisibilidad, ilógica y cachondeo, que, unidas al aburrimiento y a la falta de horizontes espirituales e intelectuales de después de la Segunda Guerra Mundial, generaron movimientos de lo más diverso.
No haré aquí un resumen de la Internacional Letrista, sino que solo me referiré brevemente a uno de sus planteamientos urbanísticos.
Ivan Vladimirovitch Chtcheglov, en su Formulario para un nuevo urbanismo, promovió la renovación urbana radical, para que la ciudad estuviera formada por espacios dispuestos para la aventura. La ciudad era para vivir, y la vida era juego y excitación.
En esa misma línea, Gil J. Wolman predicó el urbanismo unitario, que entendía la ciudad como espacio excitante, contra el aburrimiento y la borreguez de la burguesía.
Copio textualmente lo que dice Granés:


Entre sus propuestas pedían que se dejara abierto el metro por la noche, cuando cesara el tránsito de trenes. También que se mantuvieran los pasillos y las vías mal iluminadas; que se abrieran los tejados de París para pasear por ellos, acondicionando escaleras y creando pasarelas donde fuera necesario; que se dejaran los jardines abiertos las 24 horas; que se instalaran interruptores en las farolas de las calles para que el público decidiera el grado de iluminación; que se trocaran arbitrariamente las indicaciones de paradas, destinos y horarios de los trenes para favorecer los destinos azarosos; que se suprimieran los cementerios y destruyeran los cadáveres; que se abolieran los museos y se repartieran las obras de arte más importantes por los bares de la ciudad; que se diera acceso libre a las prisiones y se contemplara la posibilidad de convertirlas en sitios turísticos; y que además se borraran las distinciones entre turistas y presos e incluso se sorteara un período de reclusión entre los visitantes.

No está mal, ¿verdad? Lo tomamos como mera provocación sugerente, sin más, y no le damos ninguna importancia. Cuatro locos.

lunes, 16 de abril de 2012

¿Qué culpa tiene el guindo?

Nos hemos caído del guindo de la arquitectura espectáculo, de la arquitectura de carnaval, de opereta y de cachondeo, y de golpe todo el mundo está rasgándose las vestiduras, entonando el mea culpa y arrancándose EL CROQUIS (que es casi como decir arrancándose los ojos).
Ahora todo el mundo despotrica del carnaval y abraza con fervor la cuaresma. Pues hombre, tampoco era eso.
Llevo años criticando a los "arquitectos estrella", a su desfachatez arquitectónica, a su despilfarro, y a la desvergüenza de los políticos que les encargaban obras saltándose los procedimientos y la legalidad, y conchabándose en turbias operaciones. Pero, sobre todo, llevo años criticando la pésima arquitectura que salía de todo eso. Y era pésima porque solo tenía forma.
Pero ahora, con el acostumbrado movimiento pendular, se nos intenta convencer de que la forma es mala. O, mejor dicho, de que lo malo era la forma, e incluso hay quien dice que la arquitectura debería perder la forma y ser solo función, programa, economía, construcción. Aquí pasamos siempre del blanco al negro sin fases intermedias. La forma no es mala. Es malo que la arquitectura solo tenga en cuenta una forma espectacular, pero también es malo que la arquitectura reniegue de la forma, ¿no?
En fin, ¿para qué seguir insistiendo? Nos hemos caído del guindo, ¿pero qué culpa tenía el guindo?
En EL PAÍS SEMANAL que salió ayer hay un reportaje sobre el arquitecto chileno Alejandro Aravena.


Reconozco humildemente que no lo conocía (tengo una vastísima incultura), y lo primero que me llama la atención, antes de leerlo completo, son las frases destacadas del reportaje, las de tipo gordo para resaltar. Todas van en la misma (desoladora) dirección:
(Las numeraré para después referirme a ellas).

1.- "Si tienes talento, no lo uses para llegar mas lejos, úsalo para llegar más acompañado".

2.- "El arquitecto chileno defiende el trabajo desde la escasez. Frente a los proyectos de relumbrón, su prioridad es identificar los problemas de la gente y ayudar al bienestar de los barrios".

3.- "No se necesita mucho para vivir, solo estar satisfecho de lo que haces".

4.- "Mi infancia de escasez me marcó. Me da placer viajar con muy poco".

Con estas cuatro frases destacadas me dan muy pocas ganas de leer la entrevista entera. Me gustan las novelas de Charles Dickens, el genial escritor que siempre andaba por el filo cursi y sensiblero de la navaja, pero que sabía como agarrarte del gaznate y de las gónadas. Sin embargo, sus imitadores tienen un papelón, porque es muy difícil salir airoso de entre tanta salsa agridulce.
La primera frase es de ese aire neo-zen y chill-out que ahora está tan de moda y que no significa absolutamente nada. (Pero Aravena es muy guapo). "Sé tú mismo". "Be water". Vamos, que ya somos mayorcitos para que nos vengan con monsergas de ese calibre.
La segunda frase refleja una postura ética. Pero un arquitecto no es un santo, ni un héroe, ni un salvador social. Debería hablar en términos de arquitectura. Si no, no nos entendemos. ¿Cuál es el papel del arquitecto? ¿En qué consiste su profesión?
La tercera es una solemne idiotez. El Pocero está muy satisfecho con lo que hace. Y Francisco Camps, y Cristiano Ronaldo. Refleja una forma de ser, de estar uno encantado de haberse conocido, pero no indica nada. Ah, sí: que nunca se prostituirá, ni hará arquitectura especuladora ni abusona, ni se hinchará a ganar pasta... a no ser que haciendo eso esté satisfecho. En ese caso sí.
La cuarta es la más charlesdickens de todas. Ahora da conferencias en Harward, pero, eso sí, viaja a Boston en burra, y se aloja en un motel de película de terror, con bichos mutantes y todo. Me parece muy bien, si está satisfecho con lo que hace.

lunes, 9 de abril de 2012

¿Ha muerto el arte? ¿De verdad?

En la anterior entrada escribí sobre la muerte del arte y, aunque sea algo evidente, como ya dije (porque las vanguardias terminaron su trabajo a conciencia y no dejaron títere con cabeza), cuando uno toca el tema se queda desazonado, desasosegado. (Qué palabra más des-a-so-se-ga-do-ra: des-a-so-se-ga-do).
Me quedé, sí, con mala conciencia, como un traidor de película.
Pero hoy, curioseando por el blog de mi hermana Gema (cosa que os aconsejo que hagáis), he visto unas fotos emocionantes, que me han vuelto a sorprender porque se me habían olvidado.
En la pestaña "exposiciones" veo esta foto:

Es una exposición de paisajes, de Gema, del año 2003. El niño del primer plano es mi hijo Andrés, que se está lanzando con entusiasmo a por una croqueta de escabeche de su abuela (que es mi madre y la de la artista).
(Si clicáis la foto la veréis más grande, y percibiréis mejor la expresión de mi hijo, un auténtico connaisseur).
Las croquetas de escabeche de mi madre son inolvidables para todo aquel ser afortunado que las haya probado, y -me río yo de las cinco vías de Santo Tomás- constituyen uno de los pocos indicios que me han sido dados de la existencia de Dios.
Un año después (Madrid, 2004) mi hermana Gema hizo otra exposición -Mi caja de lápices-, y de nuevo mi madre colaboró en el ágape.
En esta foto hay mucha más gente, pero ¿a quién volvemos a ver lanzándose a por las croquetas? Sí; es mi hijo Andrés otra vez. Se le ve menos; está más escondido, confundido entre la gente, pero ahí está. Con el mismo gesto, con la misma actitud. (Clicad, clicad).


Y me hago las siguientes reflexiones: ¿Va a morir el arte mientras haya gente loca como mi hermana, llena de creatividad y de talento, llena de entusiasmo y de ganas de hacer cosas? Y, sobre todo, ¿va a morir el arte mientras haya croquetas de escabeche?
Aunque lo digo en broma, la cosa es bastante seria. Observad, por favor, el ambiente de esas dos fotos. Es gente amistosa, curiosa, con ganas de hablar, de ver, de reír, de comer croquetas. Somos gente llena de corazón, y de cerebro, y de ánima (y de ánimo).
El arte es muchas cosas. Entre ellas, conocimiento, exploración, intercambio, relación, proceso, etc. Todo eso es inherente al ser humano. No podemos renunciar a ello.
Lo repito: Mientras existan croquetas de escabeche, y todo lo que ellas representan, el arte vivirá.

miércoles, 4 de abril de 2012

La arquitectura ante la muerte del arte

Las vanguardias artísticas siempre han mirado a la arquitectura de una manera ambigua. Por una parte, los artistas (pintores, escultores, fotógrafos, poetas, músicos...) han tenido siempre colgada la etiqueta de chisgarabises, y han buscado con afán meter en su troupe a algún arquitecto, que parecía darle respetabilidad al grupo o movimiento que fuese. (Un arquitecto tiene sensibilidad artística, pero además sabe multiplicar, incluso con decimales).
Por otra parte, el arte de vanguardia tiene siempre algo de efímero, de burbujeante fugaz. Incluso la escultura abandona los materiales tradicionales y experimenta con papel, madera, chapa, alambre, etc. La arquitectura es mucho más sólida y duradera. Además, la arquitectura es mucho más grande y, sobre todo, hace ciudad. Es decir: hace ambiente, espacio urbano y humano. Es escenario de la vida de la gente, e influye en ella. Por eso la arquitectura sirve como abanderado y como relaciones públicas del grupo artístico al que pertenece, y al que representa ante la sociedad.
Pero contra todo esto, también hay que decir que muchos "artistas puros" siempre han visto con malos ojos la inclusión de arquitectos en sus grupos, porque desvirtuaban el sentido de su movimiento.
Haciendo una simplificación muy grosera, los movimientos "constructivos" (De Stijl, Bauhaus, Constructivismo, etc.) han sido siempre muy arquitectónicos y muy para arquitectos (aunque Van der Leck y Mondrian se cabreasen). Intentaban ordenar el mundo y se valían de la geometría, el orden, el rigor... Justo lo que un arquitecto necesitaba. Pero los movimientos "disolventes" (Expresionismo, Dadá, Surrealismo, etc.) ni han gustado a los arquitectos ni tampoco los han querido. (No obstante, algunos han buscado la forma, si fuera posible, de "construir el caos", de plasmar metódicamente el cachondeo).
Un artista dadá al que nos referimos en la anterior entrada, Marcel Duchamp, acabó con el arte. No fue el único: Hubo bastantes artistas que acabaron con el arte.
Duchamp pensó que si un objeto existente se sacaba de su contexto y se presentaba como obra de arte, solo por eso sería una obra de arte.
Hizo un agujero en el asiento de un taburete e insertó una rueda de bicicleta con su horquilla:


Hala, ya está. Obra de arte. ¿Por qué? Porque no servía ni para sentarse ni para rodar. Porque era la suma de dos objetos existentes que se interferían mutuamente para perder su uso y su sentido. Al no servir ya para nada, servían para pensar, para quedarse perplejo, para indignarse, para poner a parir al autor, etc. (Todas ellas son funciones de la obra de arte).
Hizo otra cosa: Tomó un urinario y lo presentó a una exposición en otra postura (horizontal en vez de vertical), con un título que indicaba otra función (Fuente) y, sobre todo, firmado (con el seudónimo R. Mutt) y fechado (1917).


La desfachatez consistió en que con tan solo ese gesto el urinario se convertía en obra de arte. Su presentación a una exposición le daba el caché de arte, así como su firma y fecha. Su cambio de posición y de uso producía una excitante fisión semántica que abría nuevas puertas a nuevas expectativas e interpretaciones.
Una vez hecho esto, ya no había nada más que hacer. "Arte es todo lo que el artista dice que es arte". Estupendo, pero ante semejante afirmación cabe la siguiente pregunta: "¿Y quién es artista?" Pregunta que tiene una respuesta evidente: "Artista es todo aquel que hace arte". Este círculo vicioso tautológico no tiene salida. Y lo bueno es que es verdad.
Yo me siento artista, yo propongo un objeto, un acto, un poema, un ruido, etc, como obra de arte, y eso suscita inmediatamente críticas, valoraciones, respuestas, indiferencia, reacciones, etc. Justo lo que suscita toda obra de arte. Por lo tanto, he hecho arte. Por lo tanto, soy artista. ¿Con mucho talento, con poco? ¿Soy un buen artista, soy malo?
¡No me fastidiéis! ¡No me vengáis con juicios, con valoraciones! ¡No seáis retrógrados burgueses!