sábado, 9 de diciembre de 2023

La puñetera estética

No quiero dar pistas (ya cuento más de lo que debo), así que solo diré de la manera más ambigua posible que el otro día (o a lo mejor hace más tiempo) acudí a una obra para certificar su terminación y firmar la correspondiente acta de recepción y demás papeleo.

La semana anterior la había visitado, la había recorrido con el constructor y había constatado que estaba ya prácticamente terminada, a falta de algunos pequeños remates y de un elemento que estaba en taller, pero que lo iban a tener listo en seguida. Así lo dejamos y quedamos en que cuando estuviera puesto me llamaran.

En efecto, en muy poco tiempo recibí la llamada de que todo estaba terminado, y quedamos todos los interesados: propiedad, constructor y dirección facultativa, en la obra.

Nada más ver el famoso elemento que habían estado preparando me quedé muy sorprendido. Eso no se parecía en nada a lo que estaba en el proyecto, y, lo que es peor, no cumplía la normativa de seguridad.

Así lo dije, y anuncié que no podía firmar el fin de obra ni el acta de recepción. El constructor, consternado, me dijo que ese elemento lo había pedido precisamente así el representante de los propietarios, por estética. "Ah, la estética", dije intentando mantenerme sereno, aunque no pude evitar añadir: "la puñetera estética".

La carrera por la estética no tiene fin


La puñetera estética

Se trataba de una obra muy modesta e insignificante, pero cuyos propietarios son una entidad compleja y jerarquizada, una especie de ente abstracto. En algún momento uno de los directivos de la empresa se había dado el gustazo de explicarle con todo detalle al constructor cómo quería ese último firulete del que habría de sentirse orgulloso cada día en adelante. Y al imprudente constructor, por otra parte una persona experta y curtida, no se le ocurrió consultarme.

Les dije a los dos -constructor y representante de la propiedad- que a estas alturas de mi vida me da igual que pongan un friso de unicornios bailando la Macarena, la alegoría de la tortuga sujetando a cuatro elefantes sujetando el mundo o una caricatura en cerámica policromada del fundador de la empresa, de la secta o de lo que fuera -estaría bueno que yo como arquitecto impidiera a los dueños el disfrute legítimo y alborozado de lo que es suyo-, pero lo que no podía consentir era hacerme responsable con mi firma de algo que suponía un incumplimiento palmario de una norma muy básica y que encerraba un evidente peligro.

En cuanto les expliqué el riesgo lo entendieron (¿cómo no lo habían sospechado antes?), pero ya era tarde. El follón ya estaba montado. El constructor estaba consternado, porque todo eso, para empezar, retrasaba el cobro de la última certificación y de la liquidación. ¿Pero a qué venía ahora consternarse? Había seguido las indicaciones del audaz ejecutivo y ni siquiera me había pedido mi parecer. No sé qué clase de arquitecto creían que soy, pero desde luego, como digo, no de los que destruyen los sueños húmedos de los promotores por pura maldad, por pura estética.

¿Y ahora qué hacemos? Pues yo veía dos opciones: quitar lo que no estaba bien y hacerlo desde el principio como en el proyecto o chapucear lo que se había puesto, parcheando y taponando lo que se pudiera y como se pudiera. ¿Cuál eligieron? No merece la pena ni decirlo.

A partir de ahí el constructor se puso a pastelear lo pasteleado y a enfurruñar lo enfurruñado, a taponar aquí y allá donde yo le iba indicando, para impedir que nadie se cayera ni nadie introdujera ninguna parte de su cuerpo en ningún resquicio, y que nadie se pinchara, y que nadie se electrocutara, ni nadie se ahogara, ni nadie se cortara, ni nadie se contagiara de una enfermedad mortal, ni nadie fuera abducido por especie alguna, terrestre ni extraterrestre, ni nadie perdiera la vista, el oído, el olfato ni el oremus, ni nadie se rompiera un hueso, ni nadie se convirtiera al pastafarismo, ni nadie se volviera sadomasoquista, ni arbitrario, ni reguetonero, ni conspicuo (sobre todo conspicuo). De manera que el famoso elemento "estético" quedó envuelto, taponado, relleno y empastado como un Christo, o, mejor dicho, como un cristo. Menudo cristo.

Portada de [Inscribed] Christo
Más o menos así quedó el firulete "estético"

Juro que no me dejé llevar por el odio ni le "entregué" la obra a su dueño con afán de revancha, ni me sonreí con maldad como diciéndole "ahí tienes estética, tontolculo". No, al revés: muy serio y muy responsable le dije: "Creo que ahora ya no es peligroso" (y añadí solo en mi pensamiento: "tontolculo").

¿Para qué se mete todo el mundo en estos fregados? ¿Por qué les gusta tanto diseñar elementos arquitectónicos y urbanos, tarea que es básicamente un horror? No lo puedo entender. ¿Por qué se complican la vida de esa manera?

Por mi parte añado que ni así me he quedado tranquilo, porque sé que las cuerdas, mallas, gasas, redes, desinfectantes, plegarias, amuletos y ensalmos que ha añadido el constructor por orden mía se pueden desprender o romper en cualquier momento, así que, dudando de que eso tenga alguna validez legal, he firmado finalmente el certificado final de obra y el acta de recepción con un informe anexo que cuenta un poco esto y que exige a los propietarios (a quienes he hecho firmar) que mantengan ese elemento en esas condiciones para siempre jamás, amén, y no consientan en su deterioro ni menoscabo. Y no duermo del todo bien (que es lo único que pretendo ya en esta vida) pensando que como pase algo y alguien se lesione o -Dios no lo quiera- se apirole o cambie de equipo de fútbol por culpa de ese cacharrito ya se encargará el juez de que me la cargue yo.

¿Para qué servimos los arquitectos? Para la estética no, desde luego, ni falta que hace. Pero para hacer las obras con unas mínimas condiciones de seguridad y decoro tampoco.

Qué hartito estoy ya de todo esto.


________________

Addenda

Hace unos días mi ilustre compañero Manuel J. Feo Ojeda, profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, ha publicado en Facebook esta foto de un cartel que habían puesto en el vestíbulo de su escuela:

Se ha indignado con razón. ¿Qué quiere decir esa frase? ¿A qué viene?(1) Siempre estamos con las mismas. Los arquitectos tenemos ya el sambenito de que somos prácticamente enemigos de la arquitectura y de la sociedad y no podemos ir sueltos sin compañía de un adulto. Pues muy bien. Mientras que a los profesionales titulados se nos mira con desconfianza cuando no directamente con rabia, a cualquier aficionado se le escucha y se le obedece.

A mí me da ya igual. Yo ya solo pido que cada uno responda de sus actos y de sus decisiones, y que no se lancen al vértigo de la estética con la red de seguridad de que en caso de que pase algo será el antiestético pero confortador arquitecto quien pague los platos rotos.

No sé si se me ha entendido bien esta entrada o si he estado algo oscuro, pero por si acaso no he sido claro lo resumo todo con esto: Entre la estética y dormir tranquilo prefiero lo segundo, y por mí pueden irse todos los estetas a la mierda.



_________________
(1).- El cartel es un anuncio de FOCCO, Foro de Ciudades Corresponsables de Canarias, y es muy interesante porque en ese foro intervienen, además de arquitectos y urbanistas, filósofas, sociólogas, médicos... Yo estoy de acuerdo con eso (y quién no), pero coincido con Manuel en que el tonito del eslogan huele bastante (o a lo mejor solo a nosotros, que tenemos el olfato muy sensible a estas cosas) y no (nos) parece demasiado afortunado.

1 comentario:

  1. Se me viene a la memoria un reportaje que hicieron al gran Oiza, en el que acabó gritando a uno de los clientes que si sabía tanto sobre construir que se hiciese arquitecto. Igual, al final, en una entidad tan abstracta lo que quería el pobre ejecutivo es sentir que había hecho algo más que pagar.

    ResponderEliminar