miércoles, 6 de septiembre de 2023

No te mueras

A Ángela Hernández y Jesús Ángel Izquierdo
(hERiZO arquitectos), que están planeando también el viaje,
con mi deseo de que lo hagan cualquier año de estos



No sé desde cuándo soñaba con conocer Ronchamp; supongo que desde que con diecisiete años entré en la escuela de arquitectura y fui abducido por el entusiasmo.

Entonces era un sueño casi imposible, como otros cien mil. Pero hace unos siete u ocho años se convirtió en una idea realizable, o al menos acariciable. Lo que pasa es que en mi casa no solemos ser decididos. Todo se alarga incomprensiblemente (y porque mi mujer tira de mí, que si por mí fuera no movería un dedo nunca).

La primera idea fue ir en coche desde casa, llegar hasta Lyon, ver La Tourette (en Éveux, al lado de Lyon), seguir hasta Ronchamp y dar la vuelta. (Y, ya puestos, hacer esta por Marsella y ver la Unité).

Iba a ser una odisea de un montón de días, y mi mujer, muy sensata, me dijo: "Hernández, el coche está bastante cascado y puede que nos deje tirados en la campiña francesa, deliciosa cuando se recorre en un automóvil ágil y fiable y con la cabeza y el espíritu libres de preocupaciones, sí, pero amenazante e incluso procelosa cuando el anciano vehículo se niega a seguir jadeando".

Tenía razón, como siempre, y nos emplazamos a cuando compráramos coche nuevo, que iba a ser pronto.

Lo compramos a finales del malhadado año 2020, y nos volvimos a dar plazo hasta que las ansiadas vacunas nos salvaran de la pandemia y se normalizaran los viajes. Otra nueva espera.

Mientras tanto conocí el consejo de Oteiza a Oiza, que ahora sentía que me daban ambos desde el otro lado del telón fatídico: "No te mueras sin ir a Ronchamp". Oía ese mensaje a cada momento: "No te mueras sin ir a Ronchamp". Y se quedaba retumbando como un eco impresionante: "No te mueras". "No te mueras".

Aquí mi intelecto un tanto defectuoso hizo el pintoresco silogismo de que entonces si veía Ronchamp ya me podría morir, y por lo tanto era casi mejor no verla y seguir dándole largas tanto a la obra maestra de Le Corbusier como a la parca.

Hola, Joserramoncito: Ya viste Ronchamp y ya estoy aquí

Sin embargo, a pesar de estas consideraciones un tanto supersticiosas, sentía una rara llamada, un rumor interior, una necesidad de ir allí y verlo de una vez, sentirlo y experimentar aquello, lo que quiera que fuese. Era un afán que no sabía explicar.

Algo que fue determinante en esta obsesión fue que a finales del año 2017 Ediciones Asimétricas publicó un libro de Josep Quetglas titulado Breviario de Ronchamp, que consta de 52 capitulitos (algunos de dos o tres páginas, otros de dos o tres líneas), dispuesto, como buen breviario, para ser leído a capítulo por semana, uno por cada una de las 52 que tiene el año.

Un grupo de amigos lo hicimos así y nos tiramos todos los domingos del año 2018 comentando el capítulo que tocara. (Lo conté aquí). Si Quetglas llenaba cada semana de profundas reflexiones y muy creativas y fecundas relaciones simbólicas, lo que hacía el equipo de comentaristas dominicales era ya el delirio. Qué erudición y qué gran imaginación e inteligencia. Tuve mucha suerte de asistir a aquellas citas. Obviamente, al terminar nos propusimos vernos todos allí, en la capilla de Nuestra Señora del Alto, y obviamente no lo hicimos.

Mi mujer y yo seguimos esperando la oportunidad, pero un día una compañera tuitera me cambió el chip. Mandaba fotos desde allí y me descubrió dos cosas: la primera era que la capilla estaba en obras de restauración, llena de andamios, y la segunda era que la manera más eficaz de llegar hasta allí era volar hasta Basilea, ciudad suiza en la frontera con Francia, y desde allí ir en tren (que en seguida otros compañeros me cambiaron por coche alquilado) a Ronchamp. Estaba muy cerca, y eso cambiaba completamente el plan.

Se lo comenté a mi mujer y le gustó la idea, pero a su vez aportó otra rotunda y definitiva: Podíamos ir, es más, debíamos ir, con los chicos y sus novias. Yo me quedé descolocado, y solo acerté a decir: "Pero es que yo quiero ver Ronchamp DE VERDAD". Es decir: Yo sé que ella sí está dispuesta a acompañarme en un viaje de arquitectura (que luego tiene mucho más de otras cosas, pero la parte de arquitectura la lleva bastante bien), pero mis hijos y sus novias pasan completamente de ello, y no quería arrastrarlos allí para al final sentirme culpable y abreviar la estancia para que no se aburrieran. Mis hijos trabajan en una compañía telefónica y en una clínica de fisioterapia, y sus novias en un laboratorio de bioquímica y estudiando matemáticas. ¿Qué iba yo a hacer con ellos? ¿Y qué iban ellos a hacer conmigo?

Hace unos años programamos un viaje muy bonito, también en familia, lo teníamos ya pagado y todo y lo tuvimos que suspender en el último momento por un grave inconveniente de última hora. Volver a intentarlo me llenaba de responsabilidad y de un cierto fatalismo. De repente sentí que todo era muy frágil y que muchas cosas podían salir mal.

-Pero si les va a parecer un rollo.
-Hernández, no sea usted agorero ni metepatas. Les va a encantar. Les preguntamos qué les parece y ya verá cómo dicen que sí.
-Es que yo no quiero ver Ronchamp un ratito.
-La ve usted durante tantas horas como quiera, pero allí nos vamos todos.

Respiré lo más yoguísticamente que pude y me repetí, muy lentamente y con mucha calma: "Joserramoncito, no te mueras".



2 comentarios:

  1. Nunca entendí este edificio, ya me perdonaréis...

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    1. Creo que no hay nada que perdonar. (Tampoco hay demasiado que entender. Aunque hayan corrido ríos de tinta y, como digo, un grupo de amigos nos tiráramos un año comentándolo, al final se trata de sentir el espacio, de sentir algo especial. Si no lo sientes no hay más vueltas que darle; no tiene sentido hablar y hablar e intentar que lo sientas). No pasa nada. Si sientes algo especial con otros edificios disfrútalos.

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