martes, 19 de septiembre de 2023

sin ir

(Esta entrada es continuación
de la anterior: "No te mueras")


Tuve unos días de pánico. Bueno, decir "de pánico" es muy exagerado, pero sí de intranquilidad. El proyecto que llevaba tanto tiempo acariciando se desviaba, y no sabía si para bien o para mal. Nada era como había previsto.

Horarios, precios, trayectos, fechas...
Meses de estrategia. Todo mal

Lo primero había sido cuadrar las vacaciones de todos. Lo segundo, y mucho más importante, era asegurarme de que lo que para mí era un sueño para los demás no fuera una pesadilla. No los podía tener esos pocos días de acá para allá viendo arquitectura, pero por otra parte mi única condición inicial de ver Ronchamp y dejarles mandar durante todo el resto del tiempo se contaminó con que ya que estábamos en Suiza e íbamos a alquilar un coche podríamos ver la Villa Le Lac, primera obra moderna de Le Corbusier (tras los chalecitos suizos que tanto le gustan a Colin Rowe), destinada nada menos que a sus padres y ubicada nada menos que en la orilla del lago Leman.

Otro pie forzado para mi familia. Me sentía bastante culpable y a la vez profundamente egoísta. Todos se portaron muy bien conmigo. Me dijeron que ese viaje era por mí y para mí y que iban a disfrutar mucho viéndolo todo, incluso arquitectura.

Les prometí que solo les iba a llevar a la villa del lago y a la capilla, y nada más. (Aunque ya solo esas dos cosas consumieron casi todo nuestro tiempo disponible).

Empezamos a organizarlo todo en casa ya de verdad, descartando lo que llevaba hasta el momento en mi cuadernito de apuntes, y vimos que a Basilea no había vuelo directo, o no el día que queríamos. Había que hacer escala y en el tránsito perdíamos un montón de horas, de manera que el primer y último días de los poquísimos que teníamos los íbamos a emplear en el viaje.

Pues nada: a Zúrich. Nos estableceríamos allí. Suiza es un país pequeño y Zúrich solo está un poco más lejos que Basilea de Ronchamp (el doble: a dos horas y media en vez de a una y cuarto), pero a cambio está bastante más cerca de la villa del lago y de los demás sitios que queríamos ver. Zúrich era un sitio estupendo para tenerlo como base.

Yo no sabía si me quedaba viva alguna de mis intenciones iniciales. Creo que no. Y ya para colmo tuve que cambiar el día de visita a Ronchamp. Había pretendido que, una vez llegados a Zúrich el mediodía del sábado 26, fuéramos a Ronchamp el domingo 27, aniversario de la muerte de Le Corbusier, a primera hora, pero vi que la villa del lago solo la enseñan los viernes, sábados y domingos, así que si no la veíamos el domingo nos quedábamos sin ella.

Pues vale: el domingo al lago Leman y el lunes a Ronchamp. "No, si ya verás cómo al final te quedas sin ir", me dije, y un eco lóbrego y sádico me repitió por dentro de mis meninges: "sin ir, sin ir, sin ir". 

Entre unas cosas y otras llegamos a la villa sobre las dos de la tarde. Aunque la obra duró desde el año 1922 hasta el 1924 allí constaba, supongo que salomónicamente, que era de 1923, y por lo tanto estaban de centenario. (Jolín, cien años ya). Había unas chicas, estudiantes de arquitectura, vendiendo las entradas, pidiendo las mochilas y controlando. Preguntaron si alguno de nosotros era estudiante. Mis dos "nueras" (me resulta rancia la palabra, e inapropiada, y, lo que es peor, me hace muy viejo) dijeron que sí y enarbolaron sus carnets. (La menor estudia Matemáticas, y la mayor acaba de doctorarse flamantemente en bioquímica hace un par de meses, por lo que tiene el carnet de este último curso). Yo, que había leído las condiciones de precios y descuentos en casa y los profesores no aparecían en ellas, me vine arriba pese a todo y declaré (incluso un tanto orgullosamente) que soy arquitecto y profesor universitario de arquitectura en España. Una de las chicas se alegró y me dijo que conocía la Politécnica de Madrid. Le dije que ahí había estudiado, pero que no, que era profesor de otra universidad también madrileña.

Debió de sufrir una especie de desmadre momentáneo porque puso cara de "posvale", y, como si se le ocurriera en ese momento, me hizo descuento a mí también. Así que de los seis pasamos tres con tarifa normal y tres con reducida. Pero he de aclarar que en Suiza ni siquiera esa reducción te alivia. Los estacazos son siempre considerables en todo.

De la casa no voy a hablar. Quizá en otra ocasión. No es el momento. Sí de la emoción que sentí al llegar a ella. Con mis sabios compañeros Miguel BarahonaRaquel Martínez y José María Echarte la habíamos puesto como uno de los casos de estudio en Introducción a Proyectos en el curso 2021-2022, y ahora me veía ahí. 

También habíamos hablado de las dos famosas ventanas al lago, la interior y la exterior, en el ejercicio "Mirar". Y ahí las tenía.


De esta famosísima ventana del exterior hablé aquí

Dentro de la casa había una exposición (muy discreta; no alteraba la configuración y podría pasar por elementos de decoración de la propia vivienda) de dibujos y fotografías. Nos dijeron que como estaban sujetos a derechos de autor estaba prohibido hacer fotos del interior.

Pero lo vimos a placer. Solo nosotros ya éramos seis, y creo que todo el resto de visitantes no llegaría a otros seis, paseando a gusto por la casa y por la parcela. Lo vimos todo muy bien. Mis acompañantes fueron muy amables conmigo y se dejaron sermonear un poco. Les expliqué cuatro cosas que sabía y les comenté otras cuatro que observé allí y que me llamaron la atención.

(Después le pedí a mi hijo mayor que me hiciera unas cuantas fotos en la ventana de fuera. Una de ellas es la segunda de esta entrada. En seguida se sentó a mi lado mi mujer y nuestro hijo nos hizo otras cuantas fotos, preciosas, en las que se nos ve muy felices, y que no pongo porque todo lo que tengo yo de descarado y de patoso lo tiene ella de discreta).

Nos tocaron días lluviosos, e incluso en este nos estuvo lloviendo durante el viaje. Pero poco antes de llegar se calmó y quedó una visita muy bonita, con una luz fría y un lago brumoso.










Me entusiasmé tanto que se nos pasó ampliamente la hora de comer, y más allí, que se gastan unos horarios muy diferentes a los nuestros. Menos mal que justo al lado nos asomamos a un sitio que parecía tener una pinta un tanto desangelada desde la calle, pero que dentro resultó ser una pizzería muy agradable abierta al lago (y abierta de horario por los pelos). Comimos bastante tarde y muy bien para lo que esperábamos.

Yo estaba feliz, pero sabía que el día grande iba a ser el siguiente.

2 comentarios:

  1. Apreciado José Ramón:
    Sigo su blog desde hace tiempo y quiero darle las gracias por los buenos ratos que me hace pasar con sus entradas tan interesantes, informadas, amenas, irónicas.
    No soy arquitecto, pero en los años universitarios, felices y lejanos, compartí piso con cuatro estudiantes de arquitectura, hoy bregados arquitectos, con los que mantengo una amistad entrañable. Les envío con frecuencia el enlace de sus artículos y así lo he hecho con los dos de esta serie: esperamos con ansia el tercero.
    Muchas gracias. No deje de escribir, por favor. Un cordialísimo saludo.
    César

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    1. Hola, César:
      Escribir este blog es una de las cosas que me hacen más feliz, y es por lectores como usted y por comentarios como el suyo. Muchísimas gracias. Un cordial saludo (y salude también de mi parte a sus amigos arquitectos).

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