viernes, 3 de mayo de 2019

La sala de cristal

(De alguna forma, esta entrada continúa la
anterior. ¿Para qué sirve la arquitectura?)



Acabo de terminar de leer la novela La casa de cristal, de Simon Mawer.
(Nota previa: No voy a destripar nada del argumento. Podéis leer esta entrada tranquilamente. Incluso es posible -ojalá- que os anime a meteros con el libro).


Trata sobre la casa Tugendath, de Mies van der Rohe, pero al ser una historia de ficción el autor crea los personajes y sus circunstancias, y por lo tanto cambia los nombres de todos y de todo.

El matrimonio encargante de la casa no son los Tugendhat, sino los Landauer, pero también son judíos ricos (él es judío, ella no, y sus hijos son "mestizos"). No se dedican a la industria textil, sino a la automovilística. El arquitecto de la casa no es Mies, sino Rainer von Abt (que en un momento dado, a modo de guiño y de cameo, menciona a Mies como un gran arquitecto a quien conoce), y la ciudad donde se construye la casa no es Brno, sino la inventada Mêsto(1), también en la recién creada República de Checoslovaquia.

Sin embargo la casa, aunque ahí se llame Landauer, es la Tugendhat: No solo se describe minuciosamente en todo momento y en todos sus detalles, sino que se muestran sus cuatro alzados en las portadillas de cada una de las cuatro primeras partes, y una axonométrica en la de la quinta y última.


(Lo que es una pena es que para la portada hayan escogido otra casa. Incluso se aprecia que el ventanal es en arco. La imagen va muy acorde con una sensación de luz y de dominio de las vistas desde arriba que se menciona y se siente mucho en la novela, pero yo habría buscado una foto de la casa auténtica).

Las fechas de construcción son las mismas, las circunstancias muy parecidas, y la casa es esa. No cabe la más mínima duda: La parcela en pendiente, el jardín, la gran sala dominando desde la altura, con unos cristales que se escamotean en el sótano mediante unos motores, el acceso por arriba, la curva en el porche superior... Todo es igual.

De la casa destaca la gran sala acristalada, desde la que (como la parcela está en pendiente) se domina una buena parte de la ciudad. A lo lejos se ve el castillo de Spilas en vez del Spilberk(2). Es decir, todo, casa y entorno, están reconstruidos al pie de la letra.

Alemania se anexiona Checoslovaquia (los Sudetes, el Protectorado de Bohemia y Moravia...), los propietarios (judíos) huyen y la casa es tomada por los nazis, que la destinan (irónicamente) a laboratorio de antropometría para el estudio e identificación de las razas. Al final de la guerra la casa es tomada por el poder soviético, que la utiliza como gimnasio infantil anexo a un hospital.

Posteriormente a la caída del telón de acero y a la liberación de la zarpa soviética, las nuevas autoridades municipales, en busca de su identidad, de su dignidad y de su orgullo, la rehabilitan para abrirla al público como museo, ya que es una obra mítica de la arquitectura contemporánea. (Esto fue así de verdad, y es lo mismo que le pasó a la casa Müller, que ya conté aquí).

La casa es la auténtica protagonista de la novela. Todos los personajes tienen su importancia en función de su paso por ella y de su interacción con ella, sobre todo con su gran sala de cristal.

La novela se titula The Glass Room (El salón o la sala de cristal). Se ha traducido incorrectamente al español como La casa de cristal. No es que le vaya del todo mal, pero es que precisamente lo que se destaca a lo largo de todo el libro es esa sala que se desmaterializa, se asoma a la ciudad, se inunda de luz... mientras que el resto de la casa tiene incluso zonas recónditas y opacas.

Esa fantástica sala (sus vidrios retráctiles, su suelo de linóleo, su tabique de ónice, el otro semicircular de madera de macasar, su piano, su enorme mesa redonda, sus sillas...) es el alma de la casa y el de las vidas que la pueblan. Es una sala viva, erótica -sí: erótica- en su frialdad racional, fascinante.

Es muy interesante ver cómo un escritor hace descripciones y evocaciones de un espacio arquitectónico mucho más sentidas, vividas y orientadas que las que solemos hacer los arquitectos y críticos. Esta casa (sobre todo la sala, ya digo) está viva, llama a las personas, las hace comportarse de ciertas formas, las condiciona y las domina.

La casa sufre la guerra y la posguerra. Está a punto de ser destruida o demolida varias veces, pero permanece. Y permanece por encima de sus habitantes, más allá del tiempo.

"Y alrededor se extiende la sala de cristal, un espacio de equilibrio y de razón, un espacio intemporal de líneas rectas que maneja la luz como si se tratara de una sustancia y el volumen como un material tangible, negando la propia existencia del tiempo".

Este párrafo es muy importante sobre lo que es esta casa, sobre lo que es la arquitectura y sobre lo que no conseguí expresar en mi anterior entrada: "Alrededor". Alrededor de las personas. Fuera de ellas, acogiéndolas, dejándose habitar, viéndolas y haciéndose sentir, abrazándolas. Las personas viven, gozan y sufren, se aman y se odian; todo ello en el espacio arquitectónico que permanece limpio e intemporal. Eso lo dice dos veces en la misma frase: "intemporal" y "negando la propia existencia del tiempo". Es espacio puro, curado del tiempo. Dentro de él ocurren las pasiones, pero él es desapasionado. Los seres humanos que lo habitan introducen el tiempo con sus biografías y sus tragedias, pero él permanece, los trasciende: Puede acoger a varias generaciones, a varios propietarios, a varias historias y tragedias mientras se muestra inmutable, ajeno al tiempo, venciéndolo y por lo tanto superando la tragedia.

"Lo trágico es el tiempo", dice Spengler. La arquitectura es espacio puro. Es espacio-tiempo en cuanto interacciona con nosotros, pero cuando la fallamos sabe replegarse victoriosa a su pureza espacial y aceptar cada nueva tragedia-tiempo con la que venga cargado cada habitante. Si es una arquitectura verdaderamente buena será casi capaz de desactivar esa tragedia, esa maldita componente temporal mortal, y permanecer a la vez como una esfinge inmutable y como una madre amantísima, que bien mirado vienen a ser lo mismo.








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(1).- Escribo Mêsto con el acento circunflejo en la e, pero debería ser el acento contrario, en v. Es que me falta ese carácter en mi teclado. Por cierto, en checo Mêsto significa ciudad.

(2).- Tanto la S de Spilas como la de Spilberk llevan ese mismo acento circunflejo en v que no puedo reproducir con mi teclado.

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