viernes, 29 de marzo de 2019

MIES: Hielo y pasión

Ya tengo en mis manos una obra largamente esperada, el cómic MIES, de Agustín Ferrer Casas.


Conocí a Ferrer Casas por Cazador de Sonrisas, un cómic inquietante y a la vez luminoso sobre un dentista psicópata. Me gustó mucho y se lo regalé a mi amigo Francis, colega del protagonista, para que lo pusiera en su sala de espera. (No pude resistirme a proponérselo, pero supongo que por sensatez y por una mínima prudencia profesional no lo habrá hecho).

A partir de entonces Agustín y yo nos hicimos "amigos virtuales" en las redes sociales. Es curioso el grado de amistad y de entendimiento que puede lograr la gente en el mundo electrónico sin haberse visto las caras ni estrechado las manos.

Y me enteré de que estaba preparando un cómic sobre Mies van der Rohe. De vez en cuando, con morosa delectación, mostraba algunos dibujos y a unos cuantos arquitectos tuiteros nos tenía en vilo:
-¿Para cuándo estará?
-Para la primavera de 2019.
-¿2019? Uff. Vaya una espera larga.

(Para colmo, mientras tanto publicó Arde Cuba, que está muy bien, es muy divertido y trepidante, sí, y todo lo que queráis, pero a mí me sentó fatal porque yo quería MIES ya, y no soportaba que nada le distrajera de ello).

¿Cómo se puede tardar tanto tiempo en hacer un cómic? Pues porque Agustín Ferrer Casas trabaja con una meticulosidad apabullante (y, para alguien tan ansioso como yo, desesperante).


Cada página es una acuarela: Un dibujo minuciosísimo y un colorido no menos exquisito.

Mirad en este vídeo cómo colorea las gafas oscuras de Audrey Hepburn.


Así que, vistas las gafas, imaginaos los reflejos en los vidrios del Seagram: Una locura.

Pero todo esto, siendo admirable, no es lo mejor.




Todo esto, que es una preciosidad, estaría muy bien para ilustrar un monográfico sobre Mies, una relación de sus obras. Sería un muy bonito libro de arquitectura solo para arquitectos. Pero no es eso.

Es un cómic, o, como prefieren decirlo en Grafito Editorial, una novela gráfica. Y ahí radica su valor y su fascinación.

Es una novela, una narración. Porque Agustín Ferrer Casas es un narrador. Narra con dibujos y con palabras. Cuenta historias.

Me lo he leído de un tirón, completamente fascinado. Lo he devorado.
Agustín Ferrer Casas consigue darles vida a los personajes, los empantana en sus contradicciones, los embadurna en sus miserias y los hace resplandecer en sus glorias.
Consigue eso tan difícil para un narrador: que sus personajes no sean de cartón, que no sean planos, que no sean artificiosos, sino que tengan vida, que transmitan la complejidad y la pasmosa contradicción de las pasiones.

El autor tiene una gran maestría narrativa: Plantea la historia durante el vuelo de Estados Unidos a Alemania que hacen Mies y su nieto Dirk, también arquitecto, para ver la Nueva Galería Nacional, la última obra del maestro, su testamento arquitectónico en su remota patria. En las horas del viaje el abuelo le cuenta su vida al nieto, y lo hace mendiante flashbacks muy eficaces, porque no es un único túnel del tiempo, ni son varios ordenados cronológicamente, sino que es como un laberinto temporal telescópico, o, mejor dicho, caleidoscópico.

Me explico: La historia -la narración del abuelo- se desarrolla, en general, cronológicamente. Pero de repente un episodio enlaza con otro muchos años posterior, para volver súbitamente al pasado, de manera que -como ocurre siempre con la memoria- todos los episodios, todos los tiempos, están disponibles y son sincrónicos, simultáneos.
Esto genera unos zooms temporales sorprendentes y nada gratuitos, sino que sirven para estructurar la historia que se está contando.

Lo mismo pasa con el espacio: Hay viñetas cerradas y también campos abiertos. Hay espacios acotados y otros fundidos. En una misma escena espacial se pueden ver tiempos diferentes, y también en un mismo espacio-papel se ven dos espacios diferentes. Y nada de esto es alambicado ni hecho retorcidamente por el autor para darse bombo y presumir de hábil, sino, por el contrario, es para hacer la historia comprensible y fácilmente legible.
(Esta obra es de esas en las que el autor sufre y trabaja muchísimo para que el lector lo tenga fácil, que es una generosidad muy de agradecer).

Por ejemplo, os comento un detalle muy secundario, pero que me ha llamado la atención: En un momento de crisis matrimonial vemos que Mies cambia fríamente de vida y se vuelca en su arte y en su profesión. La forma de componerlo en la viñeta es muy humilde y discreta, pero magistral: Mies y sus compañeros están muy satisfechos con las pruebas de imprenta de la revista G (Mies se acoda relajado en un recuadro de texto) mientras su esposa se aleja al fondo, todo ello en el mismo espacio de la página, pero, obviamente, está ocurriendo en mundos diferentes.

Ese tipo de juegos narrativos está presente en todas partes, y no digamos cuando uno de los alumnos de la Bauhaus no tiene la obligada bata blanca. Eso es de un dinamismo espacio-temporal del mejor cine y del mejor cómic.

La historia está muy bien documentada. (Esto es obvio: El autor añade al final una bibliografía en la que cita libros y autores de incuestionable prestigio; por ejemplo, Necrotectónicas, de José Ramón Hernández Correa).

O sea, que el rigor está asegurado.

La historia tiene, por lo que sé, algún (tremendo) episodio inventado por el autor, pero esto está tan bien imbricado en los hechos históricos conocidos que entra perfectamente en la narración. Ni siquiera podemos decir que haya ninguna mentira; en todo caso que tal asunto no lo habíamos leído antes en ningún libro sobre Mies. Porque todo ello es más que verdadero: es verosímil, que en una narración es lo que de verdad importa. (Todos hemos leído historias tan mal contadas y trabadas que, aun siendo verdad, parecen mentira, parecen malas componendas de cartón-piedra, pero hay otras, las buenas, que aunque sean mentira nos emocionan, nos hacen sufrir, nos agarran el corazón con su verdad). Como decía Ramón Gómez de la Serna (y tantos otros): "El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad". El escritor bueno, añadiremos, porque el buen narrador cuando arma su andamiaje narrativo lo dota de una verdad interna, de una verdad estructural, que es más fuerte, más grande y más verdad que la siempre contingente del mundo exterior.

En definitiva, este cómic es imprescindible para todo arquitecto. Hay que leerlo y releerlo, hay que demorarse gozosamente por sus dibujos y sucumbir ante sus textos. Y también es muy recomendable para quien, ajeno a la arquitectura, se interese por el arte, por la cultura, por la historia convulsa del siglo veinte, y para quien sepa apreciar historias de ambición, de talento, de traición, de miseria y de gloria.

Mies, un personaje pétreo, acerado, un hombre de hielo, abre aquí una rendija por la que podemos asomarnos a sus secretas y ocultas pasiones, entre las que sobresalió la pasión por construir, pesara a quien pesara y pasando por encima de quien fuera necesario.

-Pero, ¿mereció la pena, Ludwig?
-¿Acaso no lo veis? ¿Aún lo dudáis? ¡Por supuesto! ¡Sí! ¡Sí! ¡¡¡Sí!!!

1 comentario:

  1. Me ha encantado esta entrada, la verdad. Hace varios días descubrí la existencia de este cómic de Mies, pero después de leer esta publicación has conseguido que se convierta en algo imprescindible a tener en mi biblioteca. El vídeo de la lámina del monumento a Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht es un espectáculo! Es pasión por el dibujo.
    Gracias José Ramón.

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