miércoles, 28 de diciembre de 2016

Inocentes

Hoy, día 28 de diciembre, quiero dedicaros la entrada a todos vosotros, inocentes, y a mí mismo, inocente inocente.


Quiero dedicar esta entrada a estos entrañables días navideños que estamos viviendo, con esta estúpida televisión que nos acompaña, en esta idiota situación en la que permanecemos y con esta tonta sensación de que molamos y somos guays.
En nochebuena, después del intrascendente y casposísimo discurso de nuestro bien amado rey (en un casposísimo despacho que nos avergüenza a todos sus súbditos), las variadas televisiones que nos entretienen y cultivan nos volvieron a meter en el túnel del tiempo para darnos todo tipo de festivales de frikis, con humoristas sin gracia, cantantes antaño sexis y hoy convertidos en señoronas muy raras y retales de vergonzosos programas en los que simpáticos caricatos hacían de cantantes tan gloriosos como Julio Iglesias, Isabel Pantoja, David Bisbal o Rocío Jurado, en un desternillante espectáculo en el que la abuela casi se desorinó gritando: "¡Ay, si es igual igual!"

Y tenemos que soportar, como cultos ciudadanos del primer mundo que somos, que se nos meta a presión el reencuentro de Operación Triunfo o estos petardeos que digo como si fueran música, que se nos metan por conducto reglamentario premios planeta y otros fistros como si fueran literatura, que se nos introduzcan traicioneramente diversos masterchefes y pesadillas en la cocina como si fueran alimento no sólo del cuerpo sino (ay) del espíritu, y se nos emputezca el alma con basura metida con el trágala de los buenos sentimientos, el afán de superación, el compañerismo, la solidaridad y demás mierdas.

Nunca hemos tenido más medios y canales de comunicación y de espectáculo, y nunca el periodismo y la divulgación han sido más pobres, más paletos, más sonrojantes.

Nunca ha tenido la gente mayor acceso a la cultura. Nunca ha habido más bibliotecas abiertas, disponibles y gratuitas para todo el mundo. Pero Crimen y castigo, Gerifaltes de antaño y La isla del tesoro están siempre disponibles, durmiendo en las estanterías, esperando que alguien los tome, mientras que las Cincuenta sombras de Grey, el Código da Vinci o el Capitán Alatriste no hay quien los pille porque siempre están prestados.

Nunca ha ido más gente a los museos, pero los ingresos de éstos son mayoritariamente por vender chuches. ¿Cuánto cuesta un lápiz en el Prado, y una goma de borrar? Da lo mismo; es el Prado. Su penúltima ampliación, no nos engañemos, no fue tanto para ampliar la superficie expositiva (siguen sin caber los cuadros del S. XIX, y eso que parecía que esa era la intención principal) como para vender pendientes, cuadernos, café con leche y muffins, y a unos precios impúdicos. Y esta última ampliación va por el mismo camino.
Pero esto no es un pecado del Museo del Prado. Es un pecado nuestro. Todos los museos van por el mismo camino, y los clubes de fútbol también, y las editoriales. Es el signo de los tiempos, el termómetro de nuestra estupidez.

¿Dónde está la arquitectura, la música, la literatura, la pintura? Pues parece que por todas partes. Pero no: no son ellas; son sus cuñadas chonis y vocingleras, son los Ríchal y las Yenis de nuestro polígono, son nuestros Palacios del Pollo Asado, nuestros Camela, nuestros DJ Kiko Rivera, nuestros fosteritos y paulocoelhitos, nuestros acomodos mentales y nuestra pereza, nuestra mediocridad y nuestra carencia de espíritu crítico, nuestras novelas de fácil lectura y nuestros discos de inmediato tarareo, nuestras series de televisión en las que los productores les piden a los guionistas que no se coman tanto el tarro, nuestros posteguillos, nuestros carlosherreras y todos nuestros líderes de opinión y suministradores de ideas ya previamente digeridas y libradas del gluten y demás tóxicos peligrosos, nuestros ángeles custodios, políticos patrióticos, sacerdotes, guardianes de nuestros sacrosantos valores, queridos profesores, guapos, toreros, colibríes mascachicles y fenómenos sociales todos.

Feliz Navidad, inocentes. Que siga la fiesta. Que el ritmo no pare. Esto es Jólivud.


(NOTA.- No sé si tiene algo que ver con todo esto que digo, pero me perturba profundamente que de repente haya tanta gente que admira a un pianista que toca a Bach y que fue violado de niño. No sé muy bien hasta dónde llega el interés súbito por Bach y hasta dónde el morbo. Me temo lo peor. Me escandaliza mucho todo eso: cultura, buenos sentimientos, horror, compasión, regodeo... Uf).

(Si tú, como yo, a menudo te sientes inocente inocente pero a) de vez en cuando te intentas rebelar, aunque sea un poco, o b) te lo tomas con resignación y sentido del humor, clica el botón g+1 que encontrarás aquí debajo. Muchas gracias).

4 comentarios:

  1. Pues sí, José Ramón, ¡qué razón tienes! Pero creo que el nivel de estupidez que la humanidad alcanza a día de hoy está ya en ese punto de la curva logarítmica tan cercano a la asíntota, que se dispara ya hasta el infinito en nada de tiempo.
    Afortunadamente, la pasada nochebuena fue el único día del año en el que en mi casa no me castigaron con el maldito encendido de la puñetera televisión. ¿Para cuándo una ley que defienda a los televidentes pasivos y obligue a los que quieran verla a irse a la calle?
    Hablando de otra cosa, me acordé de ti el otro día, que estuve en el C.A.M. escuchando a su coral y a su big band, con ocho saxos.
    Que tengas un fenomenal 2017.

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  2. Sobre todo esto que dices vengo reflexionando hace mucho tiempo y he encontrado una explicación bastante simple, explicación sobre la que, claro está, se puede profundizar. Es la siguiente: la situación actual, en la que todo el mundo tiene fácil acceso a la cultura, etc, ha hecho que, en términos absolutos, el nivel cultural de la población haya subido, sin embargo siempre hay quienes alcanzan un mayor nivel, una cota más alta y éstos son una minoría, una élite, si lo quieres llamar así. La democracia no se ocupa de las minorías, se ocupa de las mayorías. La programación de las cadenas de tv se diseña en función de la audiencia, número de espectadores simple y llanamente. Si formas parte de esa élite, de esa minoría, siempre estarás marginado y te costará trabajo encontrar los libros, las películas, la música que te interesa y no digamos programas de tv que te interesen.

    Esta es la explicación sencilla, si quieres profundizar, indagar en por qué ocurre esto, por qué la gente no tiene interés por saber, te darás cuenta de que la inquietud por aprender no es una cualidad genérica de las personas, yo diría que ni siquiera es común. Tengo la teoría de que la inmensa mayoría de la gente, puede que todos, llega un momento en el que considera que ya sabe lo suficiente, que con lo que sabe ya entiende el mundo y se niega a seguir aprendiendo. Hay que tener en cuenta que el aprendizaje requiere voluntad y esfuerzo y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo. Yo creo que cuando la gente se casa, se instala en un trabajo por lo general rutinario, suelen abandonarse y acomodarse. Hay que decir en su descargo que tienen otro tipo de problemas: los niños, la hipoteca…

    Por lo general, además, los niveles culturales suelen ser bastante estancos en cuanto a las relaciones sociales, cada uno suele relacionarse, al menos de forma más intensa, con personas de su mismo nivel, por lo que eso que acabo de decir no suele percibirse, sin embargo si entras en una relación más estrecha con alguien de un nivel inferior, te sorprende su rechazo a acceder a planteamientos nuevos, si ya sus gustos musicales son Julio Iglesias y Raphael, no intentes aficionarlos a Mozart o al jazz porque es que esa es muy aburrida.

    Perdón por la extensión y pese a todo os deseo un buen 2017 a ti y a todos los seguidores de tu magnífico blog.

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  3. Interesantes reflexiones. Y aunque comprendo y comparto su malestar, me temo que no son nuevas. Platón ya las trató (aprovecho para recomendar también un poco de lectura filosófica). 2.400 años y seguimos igual.

    Saludos amigo.

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  4. Pues por una vez voy a discrepar de ti, querido José Ramón.

    No sé si alguna vez te has fijado, tú que vives en una gran ciudad como Madrid,en algún pequeño pajarillo subido a un árbol y entonando su canto. Poco le importa el ruido ensordecedor de la gran ciudad, porque él canta exactamente igual que si estuviera en una tranquila cárcava de la sierra.
    Pues lo mismo sucede con todo ese circo mediático que nombras. Es cierto e inapelable que hay una buena parte de la sociedad muy embrutecida moral e intelectualmente, pero no es menos cierto que hay también mucha gente que no se deja intimidar por ese ruido y vive su vida en plenitud, queriendo cada vez más a los suyos y aprendiendo a valorar lo realmente importante.

    Vivimos un periodo de crisis a todos los niveles, y eso no ha de ser necesariamente malo si usamos esa crisis para hacernos mejores.

    Y te diré más; no somos necesariamente una minoría los que vivimos así, sino que es posible que los otros metan muchísimo más ruido. Te lo digo por experiencia: aquí en mi tierra los puigdemons y compañía pueden hacer creer al mundo que todos somos iguales, cuando la realidad es bien distinta.

    Así que ya sabes; no te dejes intimidar por el ruido mediático ni por los que salen en la tele o dominan las redes, que son siempre del mismo pelaje.

    ¡Y sigue cantando desde tu árbol! (que es este)

    Un abrazo.

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