martes, 20 de diciembre de 2016

Criticones

Hace unos años leí un artículo estupendo, una crítica despiadada, lúcida y muy graciosa a la arquitectura moderna, o a buena parte de ella. Se titulaba "Satán es mi señor (parte I): ¡Tu vida va a ser un infierno!". (Si no lo habéis leído aún clicad en el título y lo podréis leer: Merece la pena).
Me gustó mucho. El artículo se hizo tan famoso que poco después se creó una página web con ese nombre: "Satán es mi señor" (SEMS) y también un grupo de Facebook que sigue muy activo.
Naturalmente, me uní inmediatamente al grupo de Facebook. Pero en seguida me sentí muy defraudado. Los umildes sierbos del Vajísimo, además de hacer divertidas faltas de ortografía a propósito (me encanta lo de "jormigón" y lo de "jormigonaco", lo de "majno grupo", lo de "adefisio" y lo del "Vajísimo") y de poner fotos de engendros tan horribles que hasta se daban la vuelta y resultaban muy atractivos, estaban cada vez más creciditos, lo confundían todo, lo ponían a parir todo sin ningún fundamento, lo cuñadeaban todo y me hacían sentir mal cuando atacaban alguna obra maestra a lo loco y a capricho. Un par de veces hice comentarios a favor de algún edificio admirable puesto en la picota sin ton ni son, pero me di cuenta de que eso era una tontería por mi parte, ya que la gracia de los SEMS es precisamente esa: poner a parir cualquier obra porque sí.
Así que me di de baja porque ya no me causaban ninguna alegría. Era siempre lo mismo: se denunciaba una obra, de la que se aportaba foto, y ya está. Daba igual que fueran las gominolas gigantes de las rotondas que Torres Blancas. Daba igual que fuera un nuevo centro comercial superferolítico que Ronchamp. Daba igual todo.

Portada navideña que actualmente tiene el grupo SEMS en Facebook

No me molesta en absoluto que se critiquen obras que tengo por fundamentales: Todo es criticable. Todo se debe poner en entredicho. Siempre. Si no criticamos nos quedamos en el nivel estupidizado del mero babeo elogioso o del mero cabreo refunfuñante. (Esas dos actitudes sí que me molestan, ya digo).
Toda obra es enriquecida constantemente por nuestros juicios, incluso (y tal vez sobre todo) por los negativos. Intentaré expresarme mejor: La obra está ahí y seguramente le dan igual nuestras apreciaciones; somos nosotros los que nos vemos transformados y enriquecidos por los sucesivos juicios que nos llegan de la obra y por los que emitimos.
Por eso mismo la crítica es necesaria. Poco le importan a Las Meninas al Quijote o al Cuadrado blanco sobre fondo blanco lo que yo diga sobre ellos, pero tal vez eso que yo diga le despierte a algún lector alguna idea, incluso -sobre todo- opuesta a la mía, alguna nueva perspectiva, algún enfoque que, aunque erróneo, tonto o disparatado(*), le sirva para enfrentarse a esas obras con sus propios ojos y su propio criterio: un criterio que se va formando constantemente con las distintas contaminaciones que le llegan. Por eso todo vale; toda crítica suma y aporta.
No puedo meterme sin más con los de SEMS y yo seguir aquí, tan pancho, escribiendo en este blog. Yo soy otro bocazas, otro "cuñado", otro bocachancla, y si me aburrieron los SEMS porque siempre eran lo mismo y no aportaban nada, igualmente os aburriré yo, nos aburriremos todos, hablando siempre de lo mismo.
Por eso siempre intento decir algo y explicar (como puedo y hasta donde llego) por qué lo siento o lo veo así. Creo que, haciéndolo de esa manera, se me puede permitir incluso estar equivocado, ya que la labor de la crítica no es tanto aportar la verdad como generar un ambiente de discusión.
(Bueno: No sé si soy capaz de llegar alguna vez a la categoría de "crítico" o me quedo simplemente en mero "criticón". Son cosas distintas).

A los SEMS, como a tanta gente, le horroriza ver hormigón. Consideran que es un material muy bueno para hacer el trabajo sucio y secreto de cimentación y de estructura pero al que hay que privarle siempre del lucimiento y de la expresión. (Miedo me da pensar qué edificios les gustarán. No lo dicen. Hacen una vasta labor inquisitorial, pero nunca propositiva; no es lo suyo. No están para eso. Me temo que en el fondo deben de estar muy próximos al príncipe de Gales).
Es un lugar común y una coña marinera meterse con la arquitectura moderna, a veces con bastante gracia:
En este vídeo se habla de ello -muy poco- entre 0:52 y 1:36.

"Desgraciao". "Imbécil". La gente se ríe porque tiene gracia.

Y en este otro se habla más -vídeo completo-, uniendo esa misma idea de la feísima estética moderna con la pequeñez de las casas actuales.

"¡El hormigón NO-ES-BO-NI-TO!"

(Por cierto, sobre las casas tan pequeñas "de ahora" recomiendo ver la película El Pisito).

Todo se puede decir, de todo se puede opinar, todos podemos opinar, pero hay que tener en cuenta que:

1.- NO SE DEBEN CONFUNDIR LAS OPINIONES CON LOS HECHOS.
(Por ejemplo: Aunque no os lo creáis hay un grupo de personas, incluso aceptablemente cultas, que todavía hoy defienden que la tierra es plana. Pues bien: eso no es una opinión; eso es una falsedad, un error o una falacia. No es algo opinable. Es algo que se demuestra y ya está).

2.- NO TODAS LAS OPINIONES SON RESPETABLES.
(Esto es importante decirlo. Va contra el lugar común, y por ello hay que repetirlo de vez en cuando. Por ejemplo, hay gente que opina que las mujeres son inferiores a los hombres. Repitamos: No todas las opiniones son respetables).

3.- TODAS LAS OPINIONES SON SUSCEPTIBLES DE SER EXPUESTAS DE UNA FORMA INTERESANTE.
(Esto es más resbaladizo: Imaginaos que yo fuera capaz, al exponer una opinión deleznable, falsa e incluso odiosa, de aportar lateralmente, incluso perversamente, algo de interés. ¿Ese "algo de interés" merecería la pena aunque tratara de apoyar una falacia? Yo creo que a veces -incluso a menudo- sí. Ya sé que decir esto es desagradable. Pero en un plano intelectual puedo recibir buenas ideas y buenas sugerencias incluso de un falsario).

Hay gente que dice con todo desparpajo en qué pensaba o qué pretendía el autor de tal obra. Eso o es un hecho que se puede contrastar o no vale. No es una opinión.
Pero, incluso errando en las motivaciones del autor, el análisis de su obra y su exposición y argumentación pueden ser críticamente válidas. Aunque estén llenas de errores.
Es el caso de la famosa escena de la película Annie Hall, de Woody Allen, sobre Marshall McLuhan.

Annie Hall, 1977. Dir. Woody Allen. Escena de la cola del cine con Marshall McLuhan

El profesor pedante tiene derecho a exponer su interpretación sobre McLuhan (sea esta cual sea), aunque al propio McLuhan le parezca mal, aunque diga que él no ha pretendido tal cosa. La obra está siempre abierta a la interpretación de terceros, a la crítica. La obra rebasa incluso las pretensiones e intenciones del autor.
Lo malo del profesor de la cola del cine no es que esté equivocado sobre McLuhan (según McLuhan), sino que lo que dice parece muy pedante, muy aburrido y, sobre todo, muy tonto.
Si fuera capaz de decir algo divertido, ingenioso, inteligente, provocativo y creativo sobre McLuhan nos interesaría, y si el propio aludido protestara diciendo que todo eso era mentira le callaríamos. Que se fuera a la porra el cansino de McLuhan. Pesao.
El propio Woody Allen dice muchas cosas inteligentes sobre muchos autores y no nos planteamos si está siendo coherente con "la verdad" de esos autores.
Oteiza dice que en Las Meninas ve un gran vacío, un espacio vacío que lo es precisamente por los personajes que contiene. Habla del espacio (coherentemente con la física contemporánea) como relación de los cuerpos; nos dice que el espacio vacío no es la nada, el no-espacio, sino que necesita cuerpos y formas que lo manifiesten mediante relaciones. Habla del espacio vacío como de "la presencia de una ausencia". Velázquez se rasgaría las calzas y diría que ese hombre está loco, pero Oteiza nos sugiere ideas muy feraces y creativas y, para colmo, nos casca este Homenaje a Velázquez.

Jorge Oteiza, Homenaje a Velázquez, 1958.
El espacio de la sala de Las Meninas es un frontón vasco.

Lo que dice Oteiza es una mera opinión personal, no sólo discutible, sino a menudo excesiva, molesta y soslayable, pero a mí me ha servido para pensar, para mirar, para aprender y para querer saber más. Entonces en definitiva me da igual que Velázquez pudiera estar de acuerdo con ella o no.
Es más: el constructo de mentiras, errores, interpretaciones discutibles, debates, etc, que genera la crítica es una obra de arte complementaria a la obra de arte y superponible a ella.

Por eso me animo siempre a escribir aquí, sin pudor y sin temor; porque, aunque repito que no todas las opiniones son respetables, sé que las que se exponen con honradez, con sinceridad y con gancho pueden ser útiles, o, por lo menos entretenidas.
Y por lo tanto me arrogo con inmensa soberbia el derecho a escribir sobre todo y sobre todos. Procuro exponer mi opinión argumentando o comparando, y sólo por ese esfuerzo creo que merece la pena debatir, aunque de lo que estemos siempre debatiendo sea de algo tan escurridizo como la arquitectura o, ay, dioses, el arte.


(*).- Nota. Releo esto y parece que estoy diciendo que el enfoque del lector es erróneo, tonto o disparatado por ser opuesto al mío. Obviamente, no quería decir eso. (Ay, qué torpe). Quiero decir que todos podemos emitir opiniones erróneas, tontas o disparatadas, debatirlas y llevarnos la contraria, y que con todo eso se puede construir algo válido.

(Si te parece bien esto que digo te agradeceré que cliques el botón g+1 que puedes ver aquí debajo).

1 comentario:

  1. "2.- NO TODAS LAS OPINIONES SON RESPETABLES."

    En este mundo nuestro, en el que cada uno tiene "su verdad" (como me molesta esa expresión), parece que han dejado de existir las gilipolleces.

    Las gilipolleces siguen existiendo, unas veces se hacen y otras se dicen. Y las que se dicen, con frecuencia en forma de opinión, no son más respetables que las que se hacen.

    Desgraciadamente, exponer esta obviedad -que no todas las opiniones son respetables- te puede valer un gratuitísimo "nazi" o, más nacional, "facha".

    A quien hay que respetar siempre es al opinador, no a lo que opina. Me alegra que reivindiques la existencia de las opiniones idiotas.

    Feliz navidad, José Ramón.

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