martes, 16 de agosto de 2016

Maldita arquitectura

En 1957 una central lechera le encargó al arquitecto Alejandro de la Sota un complejo industrial destinado al tratamiento y embotellado de leche de vaca y a la elaboración de productos lácteos derivados. Se ubicaba en una gran parcela a las afueras de Madrid, al norte de la ciudad. Parecía un buen encargo, una cosa razonable, pero el maldito arquitecto, el muy cabrito, les hizo una obra maestra.


En 1965 una empresa farmacéutica le encargó al arquitecto Miguel Fisac un edificio en las afueras de Madrid, en la carretera de Barcelona, para alojar allí su producción, su almacenamiento, y sus dependencias administrativas. Pero el maldito arquitecto, el muy cabrito, les hizo una obra maestra.


Maldita arquitectura: Con los años (las décadas) esas parcelas que estaban alejadas del cogollo de la metrópoli fueron absorbidas por él (y se revalorizaron una barbaridad). Además, las empresas cambiaron -e incluso quebraron-, y aquellas obras maestras de la arquitectura española cambiaron de dueño y se quedaron sin uso efectivo. Para colmo de males, la normativa urbanística daba ahora mucho más aprovechamiento del que aquellos solares tenían entonces, y una "operación inmobiliaria" era una tentación irresistible.

De esta manera, teníamos ahí, tirados y maltrechos, unos complejos arquitectónicos fascinantes, pero ya obsoletos, en desuso, y cuyos dueños sólo aspiraban a derribar para poder aprovechar -legítimamente- las expectativas de lucro que les daba la normativa urbanística y las nuevas condiciones del mercado inmobiliario.
Ah, pero eso era una barbaridad. Todos los arquitectos de España y todos los no-arquitectos amantes de la arquitectura moderna (estos últimos se dice que pasaban de diez personas) se levantaron como un solo hombre y gritaron: "La Pagoda se queda", "La CLESA se queda".

Qué emocionante. Aún hoy, recordándolo, se me ponen los pelos como destornilladores.

Al final la pagoda no pudo ser salvada, y ante la consternación de todo el mundo fue derribada casi con chulería y provocación. No así el otro complejo industrial, que por ahora parece que se va a salvar. (Ya veremos).

¿Pero os imagináis qué habría pasado si las dos empresas hubieran encargado sus respectivos complejos industriales y administrativos a un arquitecto mediocre, a un José Ramón Hernández cualquiera? Pues que se habrían construido los anodinos edificios, se habrían utilizado mientras hubieran sido útiles, se habrían reformado, ampliado o modificado a voluntad cuando hubiera sido preciso y, llegado el caso, al finalizar su vida útil, se habrían derribado sin darle dos cuartos al pregonero. Y aquí paz y después gloria.
Ah, pero eran puñeteras obras maestras de la arquitectura.

¿Y qué pasa con las puñeteras obras maestras de la arquitectura? Pues que están diseñadas de maravilla, con una funcionalidad envidiable, pero también con sensibilidad, con atractivo formal, con inteligencia, con felicidad... Y aun cuando terminen algún día de ser útiles no se pueden tocar. Qué putada. Maldita arquitectura

El edificio de la central lechera ha tenido más suerte que el de los laboratorios farmacéuticos. (¿De verdad?). Es un edificio sin uso, es un objeto constructivo ahora sin sentido (ya que el sentido de un edificio es su función), es un artefacto que no sirve para nada. Es el cadáver de lo que un día fue un ser vivo fascinante.
La forma de sus lucernarios, su separación y su disposición estaban pensadas para su uso, según los tamaños y las separaciones de las máquinas limpiadoras de las botellas, según las anchuras y longitudes de las cadenas de transporte de las botellas, según los inyectores de leche... Nada de eso tiene ya sentido. ¿Ahora qué va a ser? ¿Un museo? ¿Otro museo? ¿Son correctos esos mismos lucernarios para una función tan distinta? ¿Hay tantos objetos para exponer en España, en Madrid, para tantos museos involuntarios y forzosos con los que nos vamos encontrando sin pretenderlo?
No critico el concurso que se convocó para salvar y adaptar el edificio, ni critico su resultado, muy digno de atención y muy inteligente. Critico el concepto mismo de desnudar a un edificio de su función inicial para encasquetarle otra a capón. (¿Y cuál es entonces la alternativa: derribarlo como a la pagoda?).

Un ejemplo: Hacia los años ochenta del pasado siglo Toledo se encontró con un montón de edificios obsoletos y abandonados (conventos, casonas, palacetes, casas-patio...) y al mismo tiempo con una gran necesidad de sedes para los distintos organismos que necesitaba ubicar como capital de la Comunidad Autonómica de Castilla-La Mancha. Así, por arte de magia un convento pasó a ser una consejería, un palacio cardenalicio el paraninfo de una universidad, etc. Algunas de esas reformas fueron magníficas, pero, aun así, la condición previa de un convento no es la idónea para una consejería, que habría funcionado mejor con un edificio de nueva planta diseñado ad hoc.
(Para colmo, la brillante reforma del convento de San Pedro Mártir, digna de admiración, fue para convertirlo en sede del Gobierno Civil, pero antes de terminar la obra los gobiernos civiles pasaron al limbo y aquel complejo acabó siendo destinado -tras algunas tiranteces políticas, pero sin ningún pestañeo arquitectónico- a una de las sedes de la Universidad de Castilla-La Mancha. Así: Por arte de birlibirloque).

Es una encomiable labor la de reformar y revitalizar un edificio muerto, pero hay que tener siempre en cuenta que eso tiene mucho de creación de un monstruo de Frankenstein.

Otro ejemplo: Os cuento un caso real y personal, sólo alterado levemente para preservar la intimidad y el honor de un cliente mío y para dar rienda suelta a mi compulsiva tendencia a fantasear y a fabular.
Hace unos doce años una importante empresa dedicada a los esfroncios compró una gran parcela en mi pueblo, ante la autovía A4 (Madrid-Córdoba). Era un lugar que colmaba todas sus expectativas logísticas: a apenas 36 kilómetros al sur de Madrid y conectado por una vía rápida a la mitad sur de la península.
Me encargaron el proyecto de una gran nave de almacenamiento y distribución, con muelles de carga y descarga por doquier para grandes camiones.
La nave en sí no era nada: una gran caja de zapatos ciega. Había además, adosado a ella, un pequeño cuerpo de oficinas.
Al cabo de pocos años la empresa cambió de estrategia: Necesitaban menos espacio para almacenar y más para las oficinas. O sea, que -sin contar ya conmigo- a una parte de la caja de zapatos ciega se le practicaron unas ventanas, se acondicionaron despachos, salas de reuniones, aseos y comedores y todo siguió funcionando sin mayores problemas durante un tiempo.
Años después se habilitó una zona de exposición y se añadió una especie de porche a la fachada principal.
Y, finalmente, hace poco se han ido de allí, se han llevado sus esfroncios más al sur y han vendido la parcela y la nave a una distribuidora de productos gurriosos, que está remodelándolo todo de arriba abajo, condenando ventanas y puertas, abriendo otras nuevas, derribando el porche, etcétera.

En definitiva fue una suerte que la empresa de esfroncios me encargara el proyecto inicial a mí. Imaginaos que se lo encarga a un genio y le hace una obra maestra. Todo habría sido mucho más difícil, y tal vez hasta habría habido protestas y líos. Incluso alguna consejería de Castilla-La Mancha podría haber acabado adquiriendo el inmueble para hacer un... un museo. A ver. Un museo de yo qué sé. De aperos de labranza, o de artesanía, o de algo.

Y ahí tendríamos (otra vez) a una obra maestra de la arquitectura haciendo el gilipollas.


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10 comentarios:

  1. Y es por cosas como esta, querido amigo, que cada vez me interesa menos la Arquitectura.
    Cuánta razón tienes.

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    1. Y son por cosas como esas, que cada vez me interesa mas la Arquitectura.
      No sé decir si estoy mal o no. pero no entiendo como casos como estos desinteresan a unos y a la vez apasionan a otros.

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  2. Enhorabuena ! Unidos estamos por "la compulsiva tendencia a Fantasear y Fabular". Olé

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  3. Al contrario (quizás no) que a Dani a mí me interesan mucho estas contradicciones, aunque sí es cierto que a veces me alegro de mirarlas desde la barrera.

    Al respecto del artículo, especialmente brillante a mi parecer, recoge alguna idea que hace tiempo me rondaba pero no sabía verbalizar. Referido en mi caso a las viviendas que se convierten, o ya eran, patrimonio.
    Yo he vivido en una vivienda con fachada protegida, lo que multiplica el coste de sustitución de una ventana. No digamos en inmuebles de mayor protección.

    Y al final el problema es de dinero, de quién lo paga. Si la sociedad quiere conservar el edificio en el que vivo quizás esa sociedad (representada por sus dirigentes) deba pagarlo.
    Pero los gobernantes tienen más fácil legislar, que es barato, escribir en papel "usted no puede poner esa carpintería. Y hala, arreando.

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    1. Totalmente de acuerdo, Kike. Eso del "patrimonio" es una faena. Normalmente la declaración correspondiente va asociada a una serie de ayudas. Así debería ser siempre, y las ayudas deberían ser generosas.
      Lo lógico es que si "la administración" te dice que, por el motivo que sea (y siempre de interés público) tú no puedes disponer libremente de tu propiedad, ya que tu propiedad privada interesa a la colectividad, ésta te ayude a mantenerla, a conservarla y a mejorarla.
      Así debería ser siempre.

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  4. Creo que el propio Alejandro de la Sota decía que la arquitectura moderna tenía fecha de caducidad, y que cuando algo se quedaba obsoleto, lo que había que hacer era derribarlo o alterarlo para que siguiera siendo útil.
    Supongo que exageraba, como todos los genios, y que en el fondo no lo decía en serio, y no le gustaba pensar en sus obras derribadas por la piqueta.
    Sí que es verdad lo que señalaba de que a lo largo de la historia, los edificios de cualquier índole se han ido adaptando sin muchas contemplaciones a las necesidades del momento. Estas adaptaciones han tenido mayor o menor fortuna, o han sido más o menos traumáticas, pero siempre se han dado. Sólo en el siglo XX se puso de moda esta costumbre de inmortalizar en su estado actual los edificios y monumentos, condenándolos a ser momias en urnas de cristal, todo ello motivado, creo, por la pujanza de la industria del turismo de masas.

    Sobre la forma y la función, yo tengo mis serias dudas. Resulta que la fábrica más adaptada al proceso industrial vigente en el momento de su diseño, es la que más rápidamente se queda obsoleta (de hecho, el mejor edificio para albergar industria es un contenedor rectangular y neutro, la caja miesiana, un cajón y listo). Pasó con muchas obras maestras del período heroico del Movimiento Moderno, como la fábrica Van Nelle. No podía ser de otro modo, pues la industria evoluciona muy rápidamente, y lo que se adapta como un guante a una situación, es terriblemente rígido para cualquier otra. Es la metáfora del cajón y del estuche de violín.
    Sobre la fábrica Clesa, yo no creo que estuviera tan ajustada a su función como el mismo De la Sota hizo creer (por ejemplo, con la leyenda, de que las tuberías de transporte de leche eran las barandillas de las escaleras y galerías). Si así hubiera sido, sencillamente no hubiera durado más de quince años, y sin embargo, estuvo en activo y como central lechera hasta hace poco (exactamente hasta que los Ruíz-Mateos mandaron a Clesa a la quiebra en una de sus estafas). En todas estas décadas, la fábrica sufrió múltiples alteraciones, tanto internas como externas, y continuó con su labor (alteraciones que fueron hechas sin sensibilidad y sin miramientos, todo hay que decirlo). Un estuche de violín no lo hubiera permitido, por lo que este edificio era más caja que estuche. O al menos, así lo veo yo.

    Supongo que hay que asumir que los edificios también son efímeros. No sé si me gusta pensar en ellos como meras momias en urnas de cristal. Quizá es preferible que no estén y mueran con dignidad. ¿Quién querría ser una momia en una urna? A Lenin se lo hicieron, por más que le repugnaba la idea...

    Un gran artículo, José Ramón.
    Felicidades.

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    1. Muchas gracias por tu brillante comentario.
      En otra entrada, hace tiempo, comenté, al hilo de lo que dices, la charla de Oíza sobre el prototipo de cocina hiperfuncional de la Bauhaus y la cocina rural de la casa de su abuela, en Cáseda (Navarra). La de la Bauhaus estaba perfectamente diseñada para unos electrodomésticos, unos enchufes, unas lámparas y unos grifos. Es decir: diez años más tarde ya no servía. La de su abuela era una habitación en un casona que no había tenido en su inicio ni electricidad ni agua corriente, que se habían ido instalando según fueron llegando. De manera que cualquier electrodoméstico novísimo que se inventara se podría instalar en cada momento en la cocina de su abuela pero no en la de la Bauhaus.
      Muchas gracias de nuevo.

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  5. Gran artículo que, además de ameno e interesante, provoca reflexiones de su mismo calado, cómo esta última. Me confieso dividida y creo en la idea de protección sin "sacralización". Mantener un edificio por su belleza (imprescindible ligado a utilidad) pierde su sentido si esto último desparece o se basa en alambicadas y costosas operaciones que hemos de pagar y mantener entre todos. Todo lo construido que adoramos, de más de 150 años, suele haber sido objeto de numerosas modificaciones a lo largo de los siglos que, en muchos casos, incluso las convierten en más interesantes. Enhorabuena!

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