domingo, 23 de enero de 2011

Bean en cuerpo y alma

El saxofón es un instrumento curioso. Desde que lo inventó Adolphe Sax (y le puso su nombre) tuvo éxito y fue acogido inmediatamente por las bandas militares. Pero como instrumento de acompañamiento, de "hacer bulto".
En todo caso, el saxo alto, más pequeño, más versátil, más ágil, tenía muchas posibilidades como solista. Era parecido al clarinete, pero de timbre menos limpio y más atercioplelado. Los clásicos siempre prefirieron el clarinete por su limpieza y precisión, pero otros músicos más corrompidos le vieron la gracia al saxofón: una especie de instrumento híbrido y un poco bastardo. Bizet le dio al saxo alto la categoría de solista en su obra La Arlesiana.
Pero el saxo tenor es más grande, más grave, más torpón. Quedaba bien para "hacer ruido", para dar un fondo y para "estar ahí", pero nada más. Los saxos tenores solemos ser grandes y corpulentos (corpu-lentos), marchamos con el paso cambiado y damos blancas, negras y alguna que otra corchea. No somos brillantes ni acrobáticos, pero somos fiables como perros pachones. Que no nos pidan más.
Sin embargo, como digo, ni los tenientes músicos ni los directores de bandas de pueblo quieren prescindir de nosotros. Damos armonía y hacemos colchón.
Así era en el incipiente mundo del jazz. El rey de la melodía solista era el clarinete. Sidney Bechet lo compaginaba de vez en cuando con el saxo soprano. Mucho menos se escuchaba destacar alguna que otra rara vez un saxo alto, y un tenor nunca.
Pero esto cambió bruscamente el día once de octubre de 1939, en los estudios RCA de Nueva York. En esa sesión de grabación, el saxofonista tenor Coleman Hawkins (apodado Bean -alubia o judía-), con tan sólo un ligero armazón rítmico y armónico de fondo acometió el standard Body and Soul (Cuerpo y Alma). Lo hizo en un tiempo muerto de la sesión de grabación, entre dos temas importantes. Por matar el rato. El primer sorprendido del éxito de esta pieza fue él.
Por primera vez se escuchaba un saxo tenor llevando la voz cantante. Todos los saxofonistas tenores del mundo compraron el disco y se aprendieron el solo de memoria, nota por nota. Había nacido el saxo tenor como instrumento solista. Tanta influencia tuvo esta interpretación de Coleman Hawkins que en pocos años dejaron de verse clarinetes en las bandas de jazz, y los saxos se volvieron imprescindibles.




Lo que más me gusta de esta interpretación es el fraseo. Es como si las notas se le fueran cayendo de la boca en cascada, como si las pronunciase badabadadí dubiduridabedé, con una sensualidad de beso y de laberinto.
El fraseo, los acentos y la dinámica de la interpretación tienen un raro equilibrio. Suena como algo muy controlado y al mismo tiempo muy abierto y sutil. 
Me gustaría señalar con qué seguridad pasa del suave al fuerte, acaricia y de repente da un puñetazo en la mesa, y cómo toca muy relajado pero se atreve a subir a unos agudos peligrosos en un tenor, y lo hace con autoridad y seguridad.
Empezamos con una introducción de piano, que le pone a Bean el toro en suerte. El batería y el banjo se limitan a trazar una cuadrícula, una hoja en blanco de papel cuadriculado, para que en ella dibuje Bean lo que quiera.
El maestro acomete la melodía reconocible de Body and Soul desde el segundo 9 hasta el 28. Ya está dicho. Ya ha enunciado el tema para que se sepa qué canción toca. Lo acaba adornándose un poquitín, unos segundos, y a partir de entonces construye. No sigo pormenorizando: Podéis comprobarlo fácilmente. Desde 0:31 hasta 0:49 nos muestra con qué seguridad y con qué delicadeza construye. Repite tonos y sabores de la melodía original, pero está componiendo otra cosa sobre la marcha.
A partir de 0:50 ya sabe que es libre. No puedo decir más. Os pido que la escuchéis varias veces con mucha atención. No es que encaje las piezas. No se trata de que encajen como en el tetris. Más bien va sacando palomas y las va echando a volar.

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