sábado, 25 de septiembre de 2010

Ornamento y distinción


Cuando yo era niño (en los remotos años sesenta y setenta) todo el mundo vestía igual, según su ambiente y profesión. Todo era gris o marrón, o azul marino. Los oficinistas vestían chaqueta de uno de esos tres colores y corbata igual, con rayas. (En corbatas se admitía también el rojo burdeos amarronado). Las mujeres podían añadir verdes no muy chillones y flores discretas.
Los chicos llevábamos jersey azul marino o verde oscuro, y pantalón de tergal.
Los zapatos sólo podían ser negros o marrones. (En niños se podía añadir el azul marino).
Los hombres iban afeitados o con bigote (mejor si era finito), y con el pelo corto, peinado a raya o con ondas (el que las tuviera) a lo Robert Taylor. (Según Jardiel Poncela, quien no las tuviera podía conseguirlas embadurnándose el pelo con fijador y estampándose repetidamente contra el cierre de algún comercio). Las mujeres se peinaban con mucha laca, construyéndose una especie de casco sobre la cabeza.

No había variedad, no había originalidad. Nadie pensaba en esas cosas. Sólo había una forma de ir por la calle: "Como Dios manda".
Una vez cometí el error de ponerme una camisa naranja de manga corta. Mi primo Carlos se burló de mí porque llevar camisa rosa era de maricas. Yo insistía en que era naranja, pero no hubo manera. (Hay que verle ahora a mi primo, con polos lilas, rosas o azul celestes. Cómo ha cambiado la vida).
La gente iba uniformada. El ambiente era uniforme. Todo era igual. El tono general era gris y solemne; tan solemne que se hundía en el ridículo.
Así había sido siempre. Podemos ver grabados de distintas épocas y veremos que siempre ha habido una gran uniformidad en el atuendo y en el aspecto de las personas.
Normalmente la gente se podía dividir en dos grandes grupos: los “normales” (dentro de su ambiente: urbano, campesino, militar, eclesiástico…) y los “marginales” (golfos, delincuentes, artistas, locos…).
En los años sesenta hubo varias señales de que se iba a acabar el mundo. Una de ellas fue que los cantantes jóvenes se dejaron el pelo largo, se vistieron de forma estrafalaria y se pusieron a gritar a lo loco. Tocaban guitarras eléctricas y chamullaban en inglés. (Los españoles berreaban en un inglés de guanchu guanchu).
Esa fue la puerta que utilizó el diablo para entrar en nuestros corazones. Los Bítels, y no digamos los Rolin Estóns, fueron los profetas de Satán.
Los jóvenes se dejaban el pelo largo y sus padres se lo trasquilaban mientras dormían (conozco casos). Se dejaban patillas, barbas, se ponían jerseys muy ajustados y pantalones de campana. Llegaron a España los pantalones vaqueros, los zapatos de plataforma, la sicodelia y la falta de respeto por la autoridad.
Esto pasó en todo el mundo, pero en España fue más llamativo porque al jefe del estado no le sentaba bien la nueva moda y se conoce que se cabreó.
Con estas premisas, benditos sean los adornos, los peinados diversos, los colores en la ropa, los signos personales (incluidos piercings, tatuajes y otras automutilaciones).
Lo que ocurre es que ahora veo a todos los futbolistas iguales (como dije el otro día), y en el metro distingo distintas tribus, todas perfectamente uniformadas. La gorra con visera hacia atrás, las cadenas colgando, los pantalones cagaos, las zapatillonas, muestran a jóvenes que quieren manifestar su personalidad, pero ésta consiste en ingresar en otro rebaño.
Veo que antes sólo podías pertenecer a un rebaño, el que te hubiera tocado (urbano o rural, burgués u obrero), y ahora hay más rebaños, tampoco tantos. Pero al final perteneces al que te toca. Hay más clases y subclases socioculturales, y más grupos raciales, nacionales e idiomáticos, pero veo que cada individuo se sume de por vida en el que le ha tocado, y que no muestra ninguna personalidad.
Me parece muy bien que cada uno haga con su cuerpo y con su aspecto lo que quiera, y que se diseñe a sí mismo. En ese caso todos los ornamentos me parecen bien. Pero creo que exige una gran responsabilidad decidir quién quiero ser, porque para eso debería saber antes quién soy. Me temo que muchos van por la vida sin habérselo planteado.
Me gusta lo que comentó el otro día Alexandromalaspina sobre lo que decía su padre: "Cuando todo se va a la porra, recuerda quién eres, cómo te llamas y mantente firme". Creo que muchos no sabemos quiénes somos ni cómo nos llamamos. Tatuajes y demás adornos son una forma de apuntárnoslo encima para que no se nos olvide, pero hay que tener cuidado, no nos vayamos a equivocar.

3 comentarios:

  1. querido José Ramón, tu reflexión iniciada en el ornamento, y concluida en la esencia del ser, no puedo más que extrapolarla al conjunto de actividades que generamos el gran rebaño.

    y en estos momentos en que estamos ya en "la porra", no viene nada mal hacer un "examen de consciencia", cuanto menos para reafirmarnos o rehacernos.
    salu2

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  2. A ver. Equivocarse está muy bien. Equivocarse cuando se vive con pasión. La verdad es que hace tanto que me empezó a dar igual cómo vestía la gente que sólo me fijo en el espectáculo en lo que me conmueve (me mueve con), me arrastra, me hace correrme, correrme todos los días de gusto cuando encuentro a alguien que se corre se haya equivocado o esté en lo "cierto" (de qué certezas hablamos?).

    Un polvo, un buen polvo es la vida, o muchos polvos, o muchas pajas todos los días. Eso, sin dejar de correrte, to come, oh Dios!, síiiiiiii, eso, ya, ya, ya, llego.

    Los polos y los colores a la mierda. Una buena polla y un buen coño!

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  3. Gracias por tu aserto, Joserra....me parece que hemos vivido lo mismo y aprendido lo mismo. Un amigo mio decía que "Cultura" es lo que te queda en la cabeza cuando has olvidado lo estudiado. Lo vivido y como lo has vivido. Lo asimilado y como lo has asimilado....el concepto...yo escuché Let's spend the night together en 1.969...con las hormonas de entonces. Ahora casi prefiero no spend the night together con nadie. Son las hormonas de ahora....pero me gusta abrazar a mi mujer, cuando me despierto en mitad de la noche, y dar gracias a Dios por tenerla.

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