jueves, 13 de marzo de 2025

Elegí un mal día

En la película Airplane! (en España Aterriza como puedas), de 1980, hay un Boeing 707 con muy serios problemas para aterrizar, lo que pone a prueba a todo el personal del aeropuerto, especialmente al supervisor de la torre de control, Steve McCroskey (interpretado por Lloyd Bridges). Es un hombre templado, pero aun así se preocupa porque va a soportar una terrible carga de estrés. Ante la que se le viene encima dice: "Elegí un mal día para dejar de fumar", y fuma pensando que ya encontrará un mejor momento para dejarlo de verdad cuando se pase todo esto. Las horas transcurren y la tensión crece; entonces aumenta su declaración: "Elegí un mal día para dejar de beber"; y bebe. Más adelante: "Elegí un mal día para dejar de tomar tranquilizantes"; y se toma uno. Y ya después: "Elegí un mal día para dejar de oler pegamento"; y lo esnifa.

Pues así estoy yo ahora: Elegí un mal día para jubilarme.

En las últimas semanas me han llamado tres veces para pedirme que haga tres proyectos: un local con vivienda encima, un cambio de uso de local comercial a vivienda y una ampliación de una casa. Las tres veces he contestado que lo sentía mucho, pero que me estaba jubilando (es un proceso lento, porque tengo tres obritas en marcha y van con una pachorra desesperante) y llevaba ya unos cuantos meses sin aceptar nuevos encargos.

Y las tres veces me han contestado lo mismo: se han quedado como desamparados, como perdidos, y me han insistido. No querían asumir que alguien tan rozagante y tan buen mozo como yo se sintiera viejo (no me siento viejo, o no demasiado, pero sí cansado, e incluso más bien harto) y me han declarado un amor incondicional: que es que querían que se lo hiciera yo. Se lo he agradecido casi con emoción, pero he sido inflexible. (Bueno, uno me hizo dudar durante unos minutos, pero no).

Acabo de decir que me siento harto, y el caso es que la profesión me ha gustado mucho. ¿Entonces? Me siento harto de haberla ejercido como la he ejercido, muy en el charco, en el barro, y con muy poco lucimiento. He pasado, con todo, ratos muy buenos, pero en definitiva creo que ha sido una trayectoria que no conducía a nada.

No sé por qué ahora, de repente, esos aspirantes a clientes me quieren tanto. Durante muchos años (desde que se abolieron las tarifas de honorarios) he sido incapaz de cobrar dignamente por mi trabajo. En cuanto le daba un presupuesto a un posible cliente (me avergüenza contar cuál era mi nivel de honorarios, pero escandalosamente bajo), este tardaba un día como mucho en encontrar a alguien más barato que yo. (A todo hay quien gane). Y me dejaba tirado sin el menor miramiento.

Y ahora resulta que si les digo que no puedo hacerles el trabajo se quedan desarmados, sin nadie a quien recurrir y sin saber qué hacer.

¡Leches! ¡Ya podrían haberme tratado así cuando necesitaba encargos! Me dan ganas de decirles ahora que sí, que con mucho gusto, y pasarles unos presupuestos de honorarios pero de verdad, de los que no me he atrevido nunca a pasar. Unos presupuestos que me hagan sentir cómodo, bien pagado y reconocido, y que me den un placer y una dignidad que rara vez he conocido. Total, el no ya lo tengo; en realidad el no es el que he dicho yo de entrada. Y si de verdad me quieren y me necesitan tanto, que me encarguen el proyecto, que por una remuneración decente estoy dispuesto a volver a consultar la insoportable normativa, a hacer los primeros croquis y a asumir todo lo que venga después.

En esos momentos digo como Steve McCroskey: "elegí un mal día para jubilarme", y estoy casi tentado de volver al vicio. Pero mejor no, que ya vemos en la película como él vuelve a los suyos y cómo termina. Y yo no quiero terminar así. Que estoy muy bien como estoy.


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Nota: Además es mentira que me necesiten. Si de verdad les diera un presupuesto tardarían minutos en encontrar a quien se lo hiciera más barato y me dejarían tirado. Como siempre. No cambiaría nada. Eso es de cajón. Pero es que me conmueve ver cómo esta panda de hipócritas me declaran su amor.

4 comentarios:

  1. Seguido y admirado José Ramón: no, no eligió un mal día, no se ha equivocado, no vuelva al vicio.
    Cumplidas unas condiciones que le presumo, la jubilación abre una etapa estupenda. Se lo digo por experiencia.
    Eso sí, no se jubile del blog, haga el favor, que somos unos cuantos -una "inmensa minoría"- los que esperamos con apetito sus entradas.

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    1. Muchas gracias por su comentario. La verdad es que espero hacer muchas cosas divertidas e interesantes en este nuevo período de mi vida, entre las que se encuentra seguir con este blog. Muchísimas gracias por su aprecio.

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  2. Hola José Ramón, ¿porqué uno se quiere que jubilar tiene que cortar de raíz con todo lo que ha hecho (y sabe hacer)? ¿que vas a hacer con el estudio? ¿usarlo de trastero? ¿vas a seguir yendo para colocar sellos o escribir (aunque sea bien)? ¿vender los archiperres?.
    No hubiera sido mejor haberte asociado con un compañero novel (como mi hija, p.e), le irías enseñando a hacer proyectos (la normativa la saben ellos), obra, etc... ellos te impresionarían con las infografías de las propuestas, tu harías algún informe interesante para entretenerte, y lo mejor de todo es que tendrias un alquiler por el estudio y no un trastero.
    Además no dejarías desamparados a esos incondicionales clientes que nunca contaron contigo.
    Un abrazo como siempre.

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    1. Muchas gracias, Juan Carlos:
      La verdad es que si alguno de mis hijos fuera arquitecto o estuviera camino de serlo, yo aguantaría para intentar ayudarle (aunque tal vez solo lo estorbara), y, por otra parte, aun sin hijos arquitectos, si tuviera algún encargo atractivo es muy probable que me asociara a alguien joven (que cobrara más porcentaje de honorarios que yo), e intentaría disfrutar de las partes bonitas del trabajo, que son muchas. Pero es que para colmo los encargos (los que yo soy capaz de conseguir) son cada vez más feos, más cutres, más tristes, y estoy bastante harto.
      Tu hija tiene buena gente a quien asociarse y de quien aprender.
      Un abrazo.

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