viernes, 25 de octubre de 2024

Los malos arquitectos

"Los malos poetas son malas personas, gente cobarde"
José Avello, Jugadores de billar


Acabo de leer esta frase en esta magnífica novela (injustamente olvidada durante muchos años y que ahora, reeditada, tiene una nueva oportunidad) y me ha llamado mucho la atención. ¿Malas personas?

Me hace reflexionar, porque yo me tengo por mal arquitecto pero no por mala persona. A no ser que le dé una vueltecita al concepto, que es lo que pretendo hacer a continuación.

Yo en principio diría que el mal poeta, como el mal arquitecto, es una persona torpe en su oficio y en su pasión, un desatalentado, incluso un plasta, pero que eso no tiene nada que ver con la maldad. ¿O sí?

La cita que he puesto en el encabezamiento se completa con "Calla, no digas nada, sé valiente y soporta la belleza. No pronuncies jamás la palabra 'crepúsculo', pues esa es la forma en que los malos poetas nombran lo que no entienden".


Unos adosados cualesquiera en un sitio cualquiera

No viene a cuento, pero recuerdo que un amigo mío, compañero de carrera y uno de los mejores dibujantes que he conocido, me dijo que no soportaba la palabra "exquisito", y la pronunció con tono de asco, con tono de mimimimi. Le repugnaba casi de una manera ética. Era, a su juicio, una palabra vacía, empleada solo por quienes se querían dar pisto sin entender nada. Era un fraude y también, según él, no solo propio de cursis estúpidos, sino de mala gente.

Quiero atar un cabo con la cobardía, en la que sí me reconozco. Incapaz de hacer un proyecto (o un verso) verdaderamente bueno, me he refugiado siempre en la medianía, en lo que todos quieren, en lo comúnmente aceptado, en la palabra "crepúsculo". Esto es: en las balaustradas, en los arcos de ladrillo, en los canecillos de alero... En definitiva, en nombrar constantemente lo que no he entendido.

Y encima la cobardía de buscar excusas, de "es que me obligan a hacerlo así", "es que esto es lo que quiere mi cliente". Sí, así empezó: la necesidad de complacer y el miedo a no tener encargos. Pero todo ello acabó deformándome y mutilándome, hasta el punto de que si ahora un cliente me dijera que le diseñara una casa como yo quisiera, a mi gusto y bajo mi mejor criterio, me pondría muy contento, me lanzaría a intentar hacer arquitectura valiosa y contemporánea, pero en algún momento acabaría abocando a pasillo, puerta, dormitorio, vestidor, baño, lo de siempre, pimpam, pimpam, y jeribeques varios y chorradas muertas.

¿Cómo he llegado hasta aquí? Desde luego por cobardía, desde luego por acomodo y rutina, desde luego por falta de talento y, sobre todo, de atrevimiento y de determinación, ¿pero por maldad?

Siempre intenté colar algo de arquitectura en cualquier trabajo, algún ínfimo gesto que considerara interesante y valioso, pero prácticamente siempre eran rechazados, despreciados, descartados. Y mientras tanto iba haciendo un proyecto tras otro, ganándome la vida y manteniendo a mi familia. (De nuevo los versos de Antonio Machado en los que veo una innegable dimensión ética: "A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago").

Al poco de acabar mi carrera (por entonces al terminarla nos poníamos a hacer conjeturas de en qué año El Croquis nos iba a dedicar el monográfico) me presenté a algunos concursos, no solo sin ningún éxito sino incluso haciendo el ridículo de vez en cuando. Y me fui desinflando. Yo había sido un alumno apreciable, con buenas notas y tal, y con algunas cualidades interesantes, lo reconozco, pero falto de esa chispa necesaria para acariciar la arquitectura y ser acariciado por ella.

Pronto (tampoco soy tonto) me di cuenta de que ese no era mi camino, y me dispuse a trabajar lo más honradamente posible y a hacer lo que pudiera. Hoy veo que hice menos de lo que pude, me pregunto si no hacemos todos menos de lo que podemos y me resigno.

Miro hacia atrás sin ira y sin vergüenza. No sé si la maldad de los poetas que dice Avello es la de acomodarse, mezquinizarse y abandonar todos los ideales y las buenas inclinaciones. Conozco a bastantes arquitectos aún peores que yo que están encantados de haberse conocido. Los envidio. Qué satisfechos están, qué alta mantienen la cabeza, qué manera de sacar pecho. En ese sentido sí soy mala persona, una especie de vergonzante arrepentido, un traidor, un cobarde, un ser nada edificante.

Pero bueno; tampoco se trata de fustigarme porque sí. (También hay una especie de obscenidad y de vanidad en el autofustigamiento). No ha estado tan mal la cosa, y siento que me he sabido ganar la vida casi honradamente. Me acojo a los versos de Machado y me dirijo hacia el "crepúsculo".

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