miércoles, 22 de mayo de 2024

¡Será por dinero!

-¿Qué más ha pintado después de esta capilla?
-Pues... no mucho...
-¿Cómo, si estaba tan orgulloso de haber perfeccionado un nuevo método?
-Cuando el papa Clemente VII me designó Guardián de los Sellos, ya no necesité trabajar. Tenía todo el dinero que deseaba.
-¿Así que el dinero era la única razón de su pintura?
Sebastiano miró a Miguel Ángel con asombro, como si creyese que su benefactor había perdido repentinamente la razón.
-¿Y qué otra razón podía haber?

En esta escena de la novela La agonía y el éxtasis, de Irving Stone, vemos a Miguel Ángel hablando con su amigo y protegido Sebastiano Luciani, más conocido como Sebastiano del Piombo precisamente por lo que ahí cuenta: porque el papa le nombró guardián de los sellos (de plomo) de la Santa Sede. Un cargazo.

Sebastiano del Piombo, La resurrección de Lázaro

Sebastiano fue un magnífico pintor, con influencias cruzadas de los opuestos estilos veneciano (color) y florentino (dibujo) -perdón por la excesiva simplificación-, que siempre admiró a Miguel Ángel y fue ayudado por este (aunque al parecer la cosa no acabó muy bien. Ya sabéis: los artistas).

En el duro ambiente artístico, en el que pintores, escultores y arquitectos, siempre mal pagados, dependían del capricho de sus encargantes (prebostes eclesiásticos, prebostes políticos y ricos comerciantes) y estaban a salto de mata, arrastrados de aquí para allá, Sebastiano consiguió realizar un sueño: tener un trabajo comodísimo, dignísimo y muy bien pagado. A la porra los pinceles(1).

La escena señalada lo pone ante Miguel Ángel, su opuesto en esto: transido por la pasión artística, por un sentimiento trágico y sublime de trascendencia, de perfección. Se nos aparece como un héroe inconmensurable, poseído por su afán místico-artístico, maltratado por papas, cardenales y clientes de todo tipo, viviendo miserablemente incluso cuando alcanzó fama porque no le dejaban terminar lo que le encargaban, siempre lleno de impedimentos y problemas, y cuando conseguía cobrar algo tenía que mandar el dinero a sus inútiles y pedigüeños padre y hermanos.

Miguel Ángel se olvidaba de comer y tampoco tenía nunca dinero (ni interés) para muebles cómodos, ropa y leña para la chimenea. Caía a la cama rendido después de un día tras otro de ímprobo trabajo, vestido (casi con harapos) y sin comer, y se despertaba de madrugada alarmado y abrumado por tanto trabajo pendiente, y se ponía a dibujar o a dar frenéticos golpes con el cincel a la hora que fuera.

Sebastiano, por su parte, vivía lo más cómodo que podía, que nunca era tanto como le apetecía, se daba a los placeres de todo tipo y disfrutaba al máximo, con el único problema de no tener todo el dinero que quisiera y de tener que ganárselo con algo tan desagradable como estar subido a un andamio embadurnando una pared.

¿Podemos decir, como sugiere esta novela, que Sebastiano del Piombo era un sinvergüenza y un caradura? En absoluto. Podemos decir que era un PROFESIONAL.

Era un hombre bien dotado para la pintura, que hacía unas obras muy atractivas, que conocía muy bien todas las técnicas y las destrezas de su profesión y que realizaba sus trabajos por dinero. ¿Acaso usted no lo hace? (¡No me diga que no trabaja por dinero! ¡No me lo puedo creer!)

(A mí siempre me ha encantado mi trabajo, pero sobre todo el momento en el que la transferencia estaba ya realizada).

Cuando Sebastiano se encontró con una ocupación (un chollo) más bien simbólica, representativa y muy bien pagada fue como si le hubiera tocado la lotería. ¿Para qué iba a seguir arrastrándose como artista? Es más: el puesto de piombatore pontificio exigía vestir los hábitos; ¿y qué? ¡Pues anda que no se les daba entonces vidilla a los hábitos! Sebastiano presumía de ser "el más bello frailazo de Roma".

Y por el contrario se nos muestra a Miguel Ángel como un ser ético, heroico, ascético, entregado a su arte contra todos, y se nos hace ver que eso es bueno. Quizá yo como profesional deba manifestar alguna objeción.

Lo primero es que la humanidad le debe muchísimo a alguien que además de tener ese inconmensurable talento dedicara la vida a él y al trabajo de manifestarlo. Esa actitud disparatada y febril produjo unas obras supremas. Pero en el proceso llevó una vida de mierda. ¿A él le gustaba vivir así? Obviamente estaba apasionado por su trabajo, pero lo pasó muy mal y sufrió muchísimo. Le agradecemos su obra y la disfrutamos, pero no nos cambiaríamos por él a no ser que tuviéramos un muy perturbado sentido de la trascendencia a costa de la propia vida. Cuidado con los mártires.

¿Es Miguel Ángel el magnífico ejemplo para todo profesional? En absoluto. El gran ejemplo es Sebastiano: Trabaja, trabaja lo mejor que puedas, lo menos que puedas, lo más cómoda y placenteramente que puedas; no te destroces a hacer el borrico y cobra, cobra tu dinero honradamente ganado. Se dice que el trabajo dignifica. Yo creo que no tanto. Yo creo que hay que intentar hacerlo decentemente, pero lo que de verdad dignifica es guardarle los sellos de plomo al papa, y no sudar más que para alcanzárselos cuando quiera sellar algo con lacre, después volverlos a guardar en sus estuches y echar con ello la jornada laboral como un señor. ¡Qué digo como un señor! ¡Como un registrador de la propiedad inmobiliaria! No olvidarse jamás de las tres o cuatro comidas diarias, dormir en mullido colchón en una estancia fresca en verano y cálida en invierno y ver pasar la vida con una sonrisa permanente y parsimoniosa, ya sea vestido de fraile o de torero.


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(1).- Sebastiano siguió pintando después de obtener el cargo de custodio de los sellos papales, pero muy de vez en cuando, muy relajadamente y muy a su bola. Nada de estrés ni de agobios.

3 comentarios:

  1. Transcribo un comentario que ha escrito mi compañero Javier Ricardo Simón Niño en el aviso que he puesto en Facebook sobre la publicación de esta entrada en el blog:

    "Creo, José Ramón Hernández Correa, que compartimos edad (quizás yo soy un poco mayor que tu, por referencias en tus escritos). Últimamente detecto en los mismos, o así me parece a mi, una constante relacionada con el intento de hacer un balance de una vida profesional y una justificación más o menos buscada conscientemente de porqué, como arquitecto, has anhelado unas cosas y hecho otras, digamos que "alimenticias". Creo, por analogía a lo que yo haría, que valoras ya una merecida jubilación, en la que hay que contar con el maldito "parné". Comparto ese sentimiento, esa sensación de balance, pero envidio profundamente tu ánimo, que adivino de satisfacción final por ese balance, ligeramente optimista, y que yo no logro tener en mi caso: me he esforzado todo lo que he podido y más, apenas he podido trabajar como a mi me hubiera gustado y no tengo un duro (vamos que ni Sebastiano ni Miguel Ángel, aunque no ser como este último es evidente y esperable). Cuando ya pienso en cerrar el garito de aquí a un año (cuando nunca me había planteado cerrar y pensando que sigo teniendo ideas aprovechables que plasmar en proyectos del mismo calibre que las que tenía cuando acabé la carrera) solo lamento finalizar mi vida profesional "en tristeza". Afortunadamente creo que mi vida personal y familiar ha ido bien y solo eso me aparta de una profunda depresión. Te sigo leyendo y quizás sacando conclusiones e ideas que tu no esperabas se sacaran de tus escritos, pero ¡para eso se escriben y plasman ideas! ¿no? Un fuerte abrazo y si crees que este comentario sobra aquí, quítalo. No pasa nada".

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    1. Le he respondido allí lo siguiente:

      "Al revés, Javier; no solo no sobra, sino que me gustaría que apareciese en mi blog, en la entrada. ¿Me autorizas a transcribirlo allí citando tu nombre? Mi sensación global es bastante frustrante, en la misma línea que tú señalas, pero de alguna manera (no sé, quizá gracias a mi blog y a la necesidad de ordenar un poco mi exposición) me estoy aprendiendo a reconciliar conmigo mismo. (Por ejemplo, nunca he tolerado poner ninguna foto de ningún edificio proyectado por mí, y ahora de vez en cuando se me escapa alguna). Hay una vieja teoría sobre la melancolía implícita e inevitable en el trabajo de los arquitectos, y me suena que ya he hablado de ello en el blog, pero como me repito y siempre estoy dándole vueltas a lo mismo creo que voy a hablar de ello de nuevo".

      "Celebro que en tu vida personal y familiar te vaya bien. Eso es lo que cuenta. El resto es vanitas vanitatis y ganas de marear".

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    2. Y me ha contestado (y por eso publico todo esto):

      "Por supuesto que te autorizo, ¡faltaría más! Tenía reparos en que mi comentario pudiera apartarse de lo esperable en un blog de arquitectura o que rozara cuestiones que no debieran tratarse. Pero desde que he tomado la decisión de cerrar el estudio al año que viene...sí, melancolía puede ser el sentimiento que me invade y que me ha hecho escribir las lineas anteriores. Tal y como decía, me abruma, para mal, acabar mi vida profesional "en tristeza", a sabiendas de que no he podido hacer mucho más, no se si bien o mal, porque no he tenido muchos encargos, quizas por el miedo a fallar más que por el no saber; por mi autoexigencia de dominar en mi mente hasta el último milímetro de cada proyecto; por infravalorar mis capacidades; por el miedo a arriesgar recursos económicos necesarios para la familia; por no coincidir mi idea de arquitecto con la práctica actual de la profesión o, principalmente, por que mis padres solo me enseñaron a trabajar y , por ende, he descuidado la vida social y las relaciones públicas: cuando salía del despacho por la noche solo me apetecía ir a casa y los sabados y domingos tratar de aprovecharlos con mis hijos (que afortunadamente no son arquitectos y viven y trabajan en Suecia). Hacer contactos de los que pudieran salir posibles trabajos como que no era lo mío...Bueno, tu experiencia de autorreconciliación es un buen modelo para este año. Poca obra tengo, pero creo que la mayoría cumple ya una función social ya la satisfacción de sus usuarios. Y eso debería de ser un inicio para tranquilizar mi espíritu y viajar más a menudo a Suecia, que en primavera y verano es un lugar precioso. Un fuerte abrazo, José Ramón, me tienes a tu disposición.

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