lunes, 29 de enero de 2024

El desaforado y febril disparate de Fred Mamany

Hay espacios que nos hacen replantearnos nuestro concepto de arquitectura, nuestro criterio de belleza e incluso nuestras convicciones éticas y nuestras ganas de vivir.

Hay cosas que son insoportables. Por ejemplo este restaurante:

¿Podríais comer ahí, tranquilamente sentados, un trozo de carne asada sin tener sobre vuestra conciencia catorce asesinatos? ¿Podrías comer como si tal cosa, sin que se os alterara una docena de constantes vitales? Yo (y eso que soy muy comilón) no probaría bocado. Es más, me pondría a llorar desconsoladamente con un infinito sentimiento de desamparo y con la certeza de que nadie me quería y de que la vida no tenía sentido.

Y sin embargo ya veréis cómo ahora aparece alguien (y no me refiero a gente grosera, ignorante o poco avisada) que dice que qué guay, que cuánto le gusta, que qué buena línea creativa. (Estoy pensando concretamente en dos buenos amigos, cuyos nombres no diré, inteligentísimos y cultísimos, muy buenos críticos y mejores personas, que me dirán que soy un soso, un aguafiestas, un estreñido y un inquisidor, que no me entero de nada y que sigo anclado a mis convicciones fundamentalistas e integristas sobre una arquitectura que ya pasó. Vamos, que me llamarán académico y carca, y, sobre todo, impermeable a cualquier tendencia que no coincida con mis estrechos fanatismos).

No quisiera ser así, pero tampoco una persona que dice sí a todo y que no tiene ningún criterio y sí solo una inmoderada curiosidad por que le sorprendan.

Me da un poco de pereza, pero vuelvo al asunto de "tener criterio". En estos tiempos nada académicos, libres, abiertos, no debemos (y además ya es imposible) encorsetarnos en normas académicas de diseño (ni de nada). Cada día hay algo nuevo que nos sorprende y no sabemos interpretar, procesar y asumir. Faltos de referencias, improvisamos echando mano a lo que podemos, ya que ni nuestras experiencias anteriores, ni nuestra cultura, ni nada nos sirve ya para nada. Todos los principios se quedan en meras etiquetas y en fórmulas vacías que no nos valen para juzgar.

¿Juzgar? ¿De verdad somos capaces de juzgar? ¿Y de verdad es necesario que juzguemos? (Por mi parte creo que sí, que el juicio es una de las funciones básicas del intelecto, pero a ver sobre qué y contra qué se juzga). Si no hay criterios claros, si no hay normas de juicio, no puede haber juicio. Y lo peor de todo es que yo no pido que las haya, ni que vuelvan, ni que nos digan qué tenemos que pensar. Es todo muy difícil y estamos inmersos en la vorágine. Es todo muy excitante y tenemos que estar más despiertos y ágiles que nunca, pero al mismo tiempo es agotador. No hay quien soporte este ritmo.

Sé de sobra que la sobreinformación es sobreindeterminación, ruido blanco, interferencia. Podemos decir, si vale el símil, que estamos ante estructuras hiperestáticas, en las que las ecuaciones no pueden dar una única solución; pero es que además en este caso tampoco tenemos ni evaluación de rigideces, ni de deformaciones ni nada a lo que agarrarnos, con lo que el problema no puede ser resuelto.

Y sin embargo tenemos que seguir opinando. (¿Tenemos que seguir opinando o nos rendimos ya definitivamente?)

Recapitulo: Estoy aquí sufriendo y complicándome la vida cuando todo a mi alrededor es alegría y optimismo. La gente celebra al exitoso arquitecto y todo son felicitaciones y abrazos.

Todas las imágenes de esta entrada son de obras de Fred Mamany, a quien he conocido a través del artículo que enlazo a su nombre. (Clicad). En él se dice que Mamany era un albañil de un barrio pobre de la capital boliviana, que estudió ingeniería técnica ya con treinta años y que se ha convertido en un arquitecto muy apreciado por los nuevos ricos.

Leo eso de los nuevos ricos bolivianos y me temo lo peor. (Pido perdón a los bolivianos, pero eso, sobre todo a la vista de tantos excesos kitsch, me sugiere algo no bueno. Prejuicios míos).

No sé qué competencias ni que alcances tienen en Bolivia los estudios de ingeniería técnica, pero al parecer los suficientes como para permitirle a Mamany que haga estas cosas. Y encima nos saca ventaja a los demás arquitectos porque él ha sido cocinero antes que fraile y por lo tanto sabe construir sus engendros. Nosotros suponemos cómo se habrían de construir los nuestros, y llenamos nuestros proyectos de especificaciones, detalles y discursos, pero a él le basta con decir: "Trae p'acá la paleta" para hacerlo. Quiero decir que los demás, por muchas instrucciones que escribamos y dibujemos, siempre dependemos del ejecutor, que nos dice que eso así, como hemos dicho, no se puede hacer, y que él lo puede hacer de esa otra manera, y además al hacerlo nos cambia cosas. Pero si Mamany se ha propuesto hacer unas molduras con forma de trompa de elefante las hará tal cual. Vaya si las hará. Y nos deja a sus colegas, envidiosos, con dos palmos de narices. 


En el artículo que he enlazado hablan de los colores fuertes, las formas geométricas ruidosas (eficaz sinestesia), las molduras de yeso y las excesivas luces LED chinas como sinónimo de ostentación y estatus. Pues ya estaría: ostentación y estatus de los chinos. ¿Cuántos millones me quiero gastar? ¿Y cuánto cuesta una luz LED de los chinos? Pues me salen tantas luces. Muchísimas. No hay más que multipli... sum... divid... ¡Que venga el profesor particular del niño, que para eso le estoy pagando una pasta! 

Este estilo ha sido acuñado como "estética kitsch andina", y la entusiasta autora del artículo lo relaciona nada menos que con Antoni Gaudí, Michael Graves y Ettore Sttossas [sic: escrito así las tres veces], y se enfada con quienes critican a Mamany, un creador original con un lenguaje propio. Y yo me vuelvo a sentir avergonzado de ser un estreñido, una doñacuaresma, un hermano malasombra, un pedorro y un viejo decrépito y acabado. Y me enfado tanto, tomo tal aceleración y me agarro tal rebote que me paso tres pueblos y veo que sí, que Mamany sí que se parece a esos tres conocidísimos arquitectos, pero eso no quiere decir que Mamany sea bueno, sino que los otros... (Entra un comando de asalto en el cuarto donde escribo esto, me bloquean, me inmovilizan y me llevan).



2 comentarios:

  1. Parece que el estilo se llama cholet. Art deco a la boliviana? Braquehais hubiera tenido un futuro por allí?

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  2. En este restaurante no me como ni un soufflé de boniato esferificado con salsa de puerro y mango.
    Saludos

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