martes, 19 de abril de 2022

Buenos días lo primero

Todos hemos tenido a alguien que nos lo ha dicho: nuestros padres, nuestra abuela paterna o nuestra tía Herminia. Entrábamos corriendo, urgidos por una novedad o un hallazgo, donde estaban reunidos nuestros familiares, lo proclamábamos con entusiasmo y en vez de pasmarse ante nuestros asertos nos recriminaban: "Buenos días lo primero". No entendíamos nada: Lo que estábamos contando era emocionante, importante, divertido, y nos cortaban para exigirnos que cerráramos el chorro y diéramos los buenos días. ¿A quiénes les podían importar los buenos días? No obstante, al parecer era obligatorio darlos.

Imaginaos a Hitler o a Rommel mandando callar al espía que traía los datos del lugar y el momento exactos en que se iba a producir el desembarco en Normandía y gritándole: "¡Buenos días lo primero!" Imaginaos al excitadísimo espía intentando pese a todo decir cuántas tropas, cuántos barcos y con qué armamento iban a desembarcar y a sus superiores arrestándolo e incluso mandándolo fusilar por cabezota e indisciplinado, y no haciéndole caso por no haber dado los buenos días. (¿Os imagináis?)

Pues con lo de Normandía es casi seguro que no ocurrió, pero con la arquitectura ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo. Nos hemos creído portadores de nuevos conceptos de espacio, de nuevas y mejores eficiencias, de mayor lógica constructiva y de más avanzado régimen de confort, pero nos obstinamos en proclamarlo sin dar los buenos días (o, mejor dicho, los damos de una manera muy rara) y nos mandan al cuarto de los ratones sin escuchar ni apreciar nuestra buena nueva.

Vamos a hacer una prueba. Proponédsela a vuestros amigos cultos pero no en arquitectura ni especialmente interesados en ella. Mostradles estas cuatro parejas de edificios y pedidles que elijan el que más les guste de cada una.




(Se pueden clicar para verlas más grandes)

Yo lo he hecho y los resultados son prácticamente unánimes: derecha, izquierda, izquierda e izquierda.

No vale el recurso fácil de "es que son unos ignorantes". No. Yo he hecho esta prueba con amigos amantes de la historia, de la literatura, de la música, e incluso del arte (vale que no especialmente del de vanguardia), que en ningún caso son zafios, o brutos, o poco inteligentes. No. De eso nada. No busquemos esas excusas.

Me llama la atención la consideración que se tiene a la música, a la literatura, a la gastronomía, a la moda... y el desprecio a la arquitectura en general y a la contemporánea en particular.

Comenté esto en Twitter y, entre las numerosas respuestas, Eduardo Solana me contestó que Pep Llinàs decía que la modernidad, al renunciar al ornamento, había perdido una especie de cortesía hacia el usuario. Me pareció una observación muy acertada.

La arquitectura moderna, al venir corriendo de la calle con su brillante buena nueva, entra en la reunión como un burro en una cacharrería y la proclama sin tacto ni educación. Buenos días lo primero.

El ornamento arquitectónico es una historia de siglos, de milenios. Tanto es así que prácticamente la historia de la arquitectura es, en cierto modo, la del ornamento (al menos para una gran cantidad de guías turísticos). Cuando Adolf Loos escribió "Ornamento y delito" dio una patada a todo el mundo. Frank Lloyd Wright, mucho más sensato, hablaba tan solo de que el ornamento debía simplificarse y responder a las posibilidades de las máquinas que lo fabricaban, lo que no es lo mismo que responder a la "estética de la máquina" de Le Corbusier, que podríamos resumir en "¿necesita adornos un avión para volar?" No solo no los necesita, sino que cualquier adorno estorbaría e incluso imposibilitaría su vuelo.

La humanidad está acostumbrada durante milenios a valorar la arquitectura por su ornamento, y si no lo tiene se le hace muy dura y desagradable. Nosotros mismos entramos en la escuela de arquitectura vírgenes y candorosos, y necesitamos unos cuantos años de críticas, regañinas y suspensos para hacernos a esto. (Bueno, he exagerado un poco, que luego dicen que somos como una secta y en nuestros ritos iniciáticos nos mutilaron el gusto. No es para tanto, pero sí que recuerdo que a mí la casa Farnsworth me parecía una chorrada, y necesité todos esos años para aprender a valorarla). 

Todo esto del ornamento genera una segunda lectura, y es que los demás suponen que como defiendo la arquitectura moderna (que no está adornada) tengo necesariamente que odiar la griega, romana, visigoda, románica, gótica, renacentista, barroca...

-No entiendo cómo puede no gustarte el Partenón, por ejemplo, que es una joya.
-El Partenón me entusiasma.
-¿Pero no has dicho que el monumento a Vittorio Emanuele es una caca?

Es muy difícil. Hablamos una especie de idiolecto incomprensible, y cuanto más queremos explicar nuestro criterio más confusión generamos. Y si decimos que nos da igual la época, los adornos, los sistemas constructivos y lo que sea, porque lo que nos gusta es la arquitectura buena nos preguntan qué es entonces la arquitectura buena, y ahí nos perdemos: "Pues coño, la buena arquitectura, la arquitectura de verdad". Así nos va.

Es cierto que si la arquitectura moderna diera los buenos días lo primero podría ser más grata a los ojos de todo el mundo sin perder sus virtudes, pero también es cierto que no dar los buenos días es una de sus mayores virtudes, o al menos uno de sus principios ideológicos.

Por el contrario hay niños cursis y repelentes que no hacen más que dar los buenos días y son un dechado de educación y cortesía, pero no tienen nada interesante que decir ni nada divertido a lo que jugar. Son los niños que tus padres, tu abuela paterna o tu tía Herminia te pedían que ajuntaras, que te hicieras su amiguito, y a quienes tú no podías soportar. Son los niños catedral de la Almudena o monumento a Vittorio Emanuele; niños Taj Mahal o Sacré-Coeur de los que es mejor huir. Empalago sin sustancia.

Toda esta reflexión sin solución (y a la que le seguiré dando vueltas como el burro a la noria) me ha servido para obtener otra sustanciosa respuesta y una grata noticia del siempre valioso Carlos Irisarri. Me dice que el ornamento no es necesariamente gratuito; que encierra un poderoso lenguaje simbólico de miles de años común en todo el mundo; que no queda invalidado porque no se supiera entender, y que Lethaby ya lo vio venir. Y que lo van a rescatar pronto en Germinarq.

Pues me alegro mucho, porque reconozco avergonzado que no sé quién es William Lethaby, pero sí sé quién es Carlos Irisarri y estoy seguro de que va a ser algo más que interesante y necesario. Así que quedo a la espera de ilustrarme y aprender.

Mientras tanto, un poco como un nuevo Tom Sawyer maleducado pero inspirador, me atrevo a decir que la falta de ornamentación también conlleva una alta carga simbólica, y la nueva estética que genera es fundamental y valiosísima, aunque no diga buenos días lo primero.

4 comentarios:

  1. Las comparaciones elegidas son tramposas. La catedral de la Almudena es un edificio muy criticado,¿el chalé de Pablo Iglesias que tiene de especial para aparecer en la comparación? ¿ Por qué no un edificio historicista de primer nivel o cualquier otro edificio ornamental con la misma consideración dentro de su estilo? ¿Y la casa nueva del Príncipe Felipe? Lo mismo. El Monumento a Vittorio Manuel es un gran monumento histórico,de gran belleza escultórica ¿Dónde está el problema en que te guste más que la villa Saboya la cual además tiene unos problemas de funcionalidad (que para más inri es de lo que presume) importantes?. Hay un sesgo en la elección de los edificios ( algunos de los más reconocidos exponentes de la arquitectura moderna con edificaciones absolutamente vulgares en algunos casos y otras muy criticadas)que altera las conclusiones finales en beneficio propio. La arquitectura y la escultura o la ornamentación han estado siempre entrelazadas como lo pueda estar el cine con la música o el cómic con la literatura. Es parte esencial y ontológica de la disciplina. Sólo los puristas más rancios y dogmáticos siguen empeñados en despreciar la ornamentalidad en la arquitectura.

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    1. No es injusta la comparación, pretende demostrar que la gente elige caca ornamentada antes que obras prestigiosas modernas. Aunque he realizado la encuesta y los respuestas varían. No son TAN concluyentes

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    2. Ni la casa de Pablo Iglesias ni el chalé del Príncipe son ejemplos de ornamentalidad. Son casas en estilo rústico o tradicional sin nada especial pero tampoco diría que son una mierda. Ni creo que nadie piense que son mejores que algunos hitos de la arquitectura moderna. También hay cacas desornamentadas, el horror pleni no se libra tampoco. Por eso estas comparaciones un tanto absurdas ¿ Y qué pinta un mausoleo como el Taj Mahal que es patrimonio de la humanidad? parecen hechas pro domo sua . Tiene hechas ya antes las conclusiones.

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