martes, 25 de agosto de 2020

La casa

Este verano es un buen momento para releer el cómic La casa, de Paco Roca, porque es una obra estupenda y porque las casas de verano son eso, como las bicicletas: para el verano.

Os destripo el cómic. Perdonad:

Trata de que, tras la muerte de su padre, tres hermanos, que son por orden de edad José Ramón ("Mon"), Fernando ("Nando") y Gema (quien tras "Gemusléibol" y otras gracias que le decían sus hermanos cuando era niña quedó sencilla y definitivamente en "Gema") van a la casa de Seseña, que se encuentra en un estado de abandono, para deshacerse de muchísimos trastos y ponerla en orden encargando la limpieza, la pintura y la reparación o sustitución de algunos aparatos.

Sus padres, Vicente y Elvira ("Viri"), seseñeros, nada más casarse se fueron a vivir por ahí. Él era empleado de Telefónica y estuvo destinado en varios sitios, pero durante poco tiempo. En seguida se establecieron en Madrid y allí se quedaron.

No tenían casa en Seseña, y por lo tanto iban allí muy de cuando en cuando a visitar a sus hermanas, y se volvían en el día. Mon, el mayor de sus hijos, recuerda haber pasado una navidad en la casa de su tía Celia. Aún siente vívidamente la alegría de despertarse en casa ajena: esa sensación de euforia y de aventura. Pero pasar una noche en el pueblo era algo excepcional. Las molestias eran considerables para todos.

Hacia 1969 o 1970 uno de los cuñados de Viri (el marido de su hermana Carmen) se lio la manta a la cabeza y se puso a hacer unos pocos chalés porque parecía que el pueblo, bastante cercano a Madrid, iba a tener tirón. Vicente y Viri reservaron el primero. De modo que casi se podría decir que ese boom de Seseña que décadas después devino en locura lo estrenaron ellos.

La casa era modestísima y baratísima: un pequeño rectángulo de planta baja con solera directa de hormigón y muros de carga de medio pie de ladrillo. Justo entonces Vicente se sacó el carnet de conducir, se compró un SEAT 850 (M 562358) y ya no dependieron más de la AISA. A partir de entonces pasaban todos los fines de semana, las navidades y, sobre todo, los veranos, en la flamante casa de Seseña.

A Vicente le tocaba levantarse a las seis para ir a Madrid a la oficina, y Viri trabajaba con muchas más incomodidades que en su casa de Madrid, pero los tres niños, o, mejor dicho, los dos adolescentes y la niña pequeña -Gema había venido cuando ya no se estilaba- se lo pasaban en grande.

Las tardes eran lo mejor: Vicente, después de la siesta, se ponía a regar los setos y los dos chopos, e incluso los tres árboles de la calle que correspondían a la cerca de la casa. Dejaba la manguera correr y se sentaba a leer en una mimbrera ante la puerta, en una zona que por dar al norte estaba casi fresquita. Ante esa puerta cayó casi todo Frederick Forsyth y casi todo Lapierre y Collins. Viri lo dejaba regando y leyendo y bajaba al pueblo (el chalet estaba un pelín retirado y en alto) y pasaba la tarde con sus hermanas: O bien en la ventana de la casa de Carmen (la mejor ventana de Seseña, con dominio absoluto de toda la plaza Bayona y al mismo tiempo en un retranqueo discretísimo, desde donde se podía gacetear a placer sin descaro), o bien en la plaza de la iglesia, ante la casa de su hermana Nandi. Siempre había novedades y, sobre todo, muchas visitas y mucha tertulia.

Mon y Nando salían con sus amigos (cada uno con los suyos, porque se llevaban dos años y eso era un abismo), montaban en bici, jugaban al fútbol, y Gema, la pobre, como era tan pequeña, tenía que ir con su madre a estar con sus tías.

(Inciso: Al seto inicial Vicente le fue añadiendo unas adelfas y unos rosales. Los chopos fueron talados porque causaron un pequeño desastre: Sus raíces invadieron el pozo negro y una especialmente atrevida llegó desde él al manguetón del inodoro, provocando un tapón y una avería considerable(1). Tras aquello, en uno de los alcorques huérfanos nació espontáneamente una higuera, y menos mal, porque según la tía Mercedes el año en que se planta una higuera muere alguien de la familia. Esta no había sido plantada, por lo que ella dijo que la familia estaba a salvo; y en efecto: Se cumplió el año y no murió nadie. En el otro alcorque Vicente plantó un ciruelo, este sí que aposta y a conciencia).

La casa tuvo años de gloria, de esplendor y de alegría, pero Vicente y Viri se fueron haciendo mayores y cada vez iban menos. Vicente conducía ya muy mal (nunca había sido muy bueno, pero ahora era un peligro) y Viri no sobrellevaba bien las incomodidades de la casa, aunque reunirse con sus hermanas le daba la vida. Pero el caso es que por una cosa o por otra les daba cada vez más pereza, con lo a gusto que estaban en su piso de Madrid. Y los hijos, excepto el mayor, iban haciendo su vida por otros sitios.

En resumen: La casa de Seseña fue decayendo poco a poco y acabó por quedar semiabandonada. Gema vivió una temporada en ella, pero no terminó de consolidarse.

Ahora, cuando se cuenta la pequeña y emocionante historia que nos ocupa, la casa no es ni la sombra de lo que fue. Los hermanos llevan meses reuniéndose (de vez en cuando) para tirar cosas, contratar un contenedor, limpiar... Los primeros días eran muy raros, porque se veía la presencia de los padres por todas partes. Vicente, aparte de ser un pésimo conductor, era muy hábil con todo lo demás, y la casa estaba llena de pequeños ingenios suyos. El garaje, aparte de tener cajas y más cajas de cartón llenas de botecitos y cajitas de tornillos, tuercas, arandelas, y de tener algunas herramientas específicas (no las de Madrid) y útiles de jardinería, tenía numerosos artilugios creados por él y que sólo entendía él: Un taco de madera con una escuadrita de acero atornillada y que servía para sujetar la manguera, un tope para la puerta del salón, un taquito ad hoc para quién sabía qué. Un momento especial fue cuando Mon vio una especie de tablero que había hecho para un juego que había inventado para su nieto Diego, el hijo mayor de Mon, y con el que pasaba muy buenos ratos jugando, como había jugado con él cuando era niño.

Iban saliendo cajas y trastos que, por emocionantes que fueran, no servían ya para nada. La obra fútil de un hombre tenaz.

(¿No es cierto que hay una dignidad y una honradez nítidas en los trabajos de una persona hábil y concienzuda, una especie de ética de la destreza manual y de la determinación de hacer las cosas bien? Vicente era una de esas personas. Si le veías serrar una tabla, o soldar las patillas de un condensador a un circuito, o ajustar un tornillo, le tenías que respetar).

La parte más gorda del vaciamiento de la casa ya se ha hecho, y ahora falta poner un nuevo aparato de aire acondicionado, una nueva antena de televisión y pintar.




Mon es arquitecto. Mira ahora los suelos de la casa vacía y calcula que cuando hicieron la reforma de ventanas, baño, puertas, suelos, etc(2), él ya debía de ser estudiante de arquitectura. Pero su padre no le pidió opinión de nada. O fue él, perezoso y despreocupado, quien dejó de lado el asunto. Todo lo que Vicente tuvo de dispuesto, diligente y trabajador lo tiene él de haragán.

Gema estuvo el otro día y recogió un montón de higos y ciruelas y le llevó a Mon unas cuantas. Él creía que habría dejado mondos los dos árboles, pero ve ahora la higuera llena.

Nando ha pasado varias veces a limpiar el patio y a quitar hierbajos que nacen feroces entre las baldosas, pero aun así se ve todo abandonado. Vicente se llevaría un buen cabreo si lo viese. La de horas, la de años que empleó en ese seto hoy seco. La de novelas que leyó con el chorrillo de la manguera como fondo.

Es todo bastante triste, pero Mon mira la casa con gratitud y paz. Fue un segundo hogar, una casa de vacaciones, un sitio muy agradable y le trae muy buenos recuerdos. Pero a la vez no siente un gran apego por todo eso. No lo sabe explicar bien. Es el símbolo de una vida en familia, una casa pésima desde el punto de vista arquitectónico, ¿pero quién piensa ahora en arquitectura? Tiene recuerdos casi de cada rincón. "Ahí me caí". "Aquí me pasó tal cosa". "Aquí me enteré de tal otra". "Junto a esa puerta..."

Es el poder del lugar, la fuerza de la casa. Pero esta está desactivada desde hace ya muchos años, y no tiene sentido sin quienes la habitaron. No es nada sin los ronquidos de Vicente ni el olorcillo de las croquetas de escabeche de Viri, sin el Vespino, sin la escopeta de perdigones ni las bicicletas, sin bajar la cuesta a ver a las tías, sin su adolescencia, sin la vida que fue.

Los hermanos intentan organizarse, dar un digno final a todo eso, seguir juntos e intentar resolver lo que también es un problema.

En definitiva, el cómic de Paco Roca me ha gustado mucho(3). En algún momento me ha emocionado y todo.



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(1).- Hasta los años 1980s no se hizo la red municipal de saneamiento en Seseña, que tardó bastante tiempo en completarse y que costó mucho esfuerzo. Cada casa tenía su pozo negro.

(2).- Vicente había puesto papel pintado muchos años antes. Viri lo ayudaba porque los niños eran pequeños. Mon se maravillaba de que los dibujos de medallones, rayas o rombos (cada habitación tenía un motivo) casaran perfectamente. El papel pintado no llegaba hasta el suelo. Había un "friso" de un metro de altura o poco más de piezas de plástico que imitaban madera. Cuando todo aquello se puso feo con el tiempo y se pasó de moda hicieron la reforma que hoy se ve.

(3).- El cómic de Paco Roca cuenta más o menos esto pero mucho mejor. Es una obra deliciosa y os la recomiendo de verdad. No es la casa, es la vida.



Addenda 1 de septiembre de 2020

Me entero hoy de que el cómic La casa, de Paco Roca, ha sido nominado al Premio Harvey, que se fallará el próximo mes de octubre en la Comic Com de Nueva York.

Ojalá lo gane, porque es un cómic estupendo.

6 comentarios:

  1. Os he estado mirando desde un agujerito...
    Me encantó.

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  2. Ganas de leerlo. Me chifla Paco Roca! Y me ha gustado cómo lo has descrito y aproximado a cada personaje.

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    1. Bueno, quizá haya cambiado algún detalle en mi reseña, pero lo principal es tal cual.

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  3. Me han gustado los paralelismos que estableces entre tu experiencia vital y la de los protagonistas de "La casa", de Paco Roca. Si le dan el premio que citas, bien merecido que se lo tiene. La verdad es que ese cómic me emocionó mucho en su día, porque expresa maravillosamente cosas que de algún modo son universales: el del paso del tiempo y el de las sensaciones que se tienen cuando falta el padre. Qué se hace con los papeles, con los objetos que tenía él, con la casa, con los cachivaches. Deshacerse de todo eso ¿es deshacerse de nuestro pasado y del recuerdo de nuestro padre?

    El otro día estuvimos debatiendo en casa si nos quitábamos de en medio una hermosa pieza de cerámica de Talavera con forma de roseta heptagonal que mi padre tenía siempre encima de su mesa cuando traducía libros técnicos del alemán: era un soporte en el que se insertaban siete plumas, con un recipiente en el centro —con tapa— para mojar la plumilla. Pero ocupa sitio, no nos caben los libros y... ya sabes; pero hubo un momento en que me puse a llorar como una magdalena y mi mujer ya comprendió que no nos desharíamos de él; no se equivocaba. Y aquí sigue.

    Fue un acierto que lo prologara Fernando Marías, que acababa de publicar en 2015 un libro precioso que tiene precisamente ese tema, el recuerdo del padre, no en vano se llama "La isla del padre". Dice Marías: «A medida que envejezco siento que el único tema de la literatura —y probablemente de todo lo demás— es el paso del Tiempo.
    Y la casa, que es el libro que un chico quiso dibujar para su padre muerto, es también el libro que ha permitido a Paco Roca dibujar el Tiempo que se va, o que se fue, o que se irá».

    Pues eso. Muchas gracias por tu entrada, Ramón.

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  4. Escribe más José Ramón, me encanta leerte

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    1. Muchas gracias. Qué bien. Me alegro mucho.
      Me animáis mucho quienes me escribís cosas así.

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