miércoles, 12 de agosto de 2020

La segunda muerte de Anaick Fisac (y II)

El otro día dejé en el aire dos preguntas (que en realidad es una) y desde entonces he recibido algunos mensajes en uno y otro sentido. Ya dije que me temía que esta entrada iba a ser polémica. No me preocupa que lo sea; sí ser capaz de expresar mi opinión con claridad.

Para empezar: La inmensa mayoría de los arquitectos (todos, salvo algún impresentable) ya sabemos que nuestro trabajo está al servicio de la sociedad, en general y en abstracto, y de quien nos lo encarga, en particular y en concreto.

He proyectado y dirigido las obras de muchas casas, seguro que de demasiadas, y casi nunca he sido capaz de plasmar el tipo de arquitectura que a mí más me interesa. Siempre he aconsejado con toda sinceridad a mis clientes, pero también me he adaptado a sus deseos. Por lo tanto, he agotado balaustradas, he extenuado canecillos, he hastiado arcos de ladrillo, he estragado mamposterías... Al menos he pretendido que bajo ese falso y postizo maquillaje que siempre me ha parecido impropio hubiera un organismo que funcionara, que fuera cómodo. Pero a menudo no he conseguido ni siquiera eso.

A los arquitectos siempre se nos acusa de chulos, de prepotentes, de jactanciosos, con nuestros absurdos diseños que nadie quiere y a nadie gustan. Pues yo os digo que al revés, que la inmensa mayoría pecamos de lo contrario, de aceptar sin apenas lucha las soluciones triviales que proponen los clientes. Ojalá hubiera sido yo un poco chulo, prepotente y jactancioso, para mayor placer de mi trabajo y, sobre todo, sí, sobre todo, para haber dado mejor servicio a sus dueños.
Quien se quiere hacer una casa se ve metido en un berenjenal en el que (naturalmente) no sabe orientarse, y sin embargo rara vez confía en el arquitecto que (por obligación legal) le va a hacer el proyecto. Parece hacer caso a cualquier otro antes que a quien va a pagar por diseñar su hogar.

Me atrevo a pensar que ese problema no es exclusivo mío, sino bastante común. No hay más que ver a derecha e izquierda los chalés, los bares, las tiendas, las naves industriales, los hoteles... todo. En todas partes vemos la misma banalidad, los mismos lugares comunes, la misma falta de intención, de ideas y de ganas.

Así que sí, lo reconozco: La mayoría de los arquitectos no somos petulantes, sino solo mediocres. En ese sentido no hay más que añadir. Los adosados lo certifican. "Es lo que quiere la gente", dicen los promotores. Lo dejamos ahí por ahora.

Abro otro melón: Hace veinticinco años leí con una honda emoción Mortal y rosa, de Francisco Umbral, un libro bellísimo, emocionante y muy doloroso. No pude entender cómo alguien puede escribir una cosa así, por lo exquisito de su forma y por lo desgarrador de su contenido. Umbral perdió a un hijo de corta edad y le escribió esta maravilla. ¿Cómo se puede hacer algo así? Yo supongo (y espero seguir nada más que suponiéndolo durante el resto de mi vida) que ante una tragedia tan horrible uno se vuelve loco, se hunde, es incapaz de hacer nada. Pero al parecer no es así. Cuando se le dedica la vida entera a la escritura, a la pintura, a la arquitectura, a la pasión que sea, todos los desgarros del corazón tienen su reflejo en el trabajo, en la obra. Al parecer es la única forma de intentar canalizar el dolor.

Mortal y rosa: Un sorprendente y emocionante monumento literario de Francisco Umbral
Claude Monet, Camille (su esposa) en su lecho de muerte. 1879

(Otro ejemplo emocionante pero a la vez siniestro: Camille Monet murió a los 32 años. Qué atrocidad. El pintor, destrozado de dolor, la pintó. ¿Qué otra cosa iba a hacer, si pintar era su única manera de expresarse, de mirar, de pensar, incluso de rezar?)

Así pues, que Fisac hiciera ese homenaje a su hija es comprensible. ¿Pero se puede admitir y justificar que lo hiciera en un encargo que debería haber estado al servicio de la comunidad que se lo hizo y no al suyo propio ni al de su familia? Yo digo que sí. Fisac no impone la imagen de su hija. Es, como dije el otro día, una niña cualquiera, todas las niñas; un ángel.

Veamos, ahora sí, la escultura de José Luis Sánchez:

Estatua de Anaick Fisac, Por José Luis Sánchez.
Podría ser cualquier niña, todas las niñas. (Pero es Anaick)
(Estas tres fotos seguidas son de David García-Asenjo Llana)

El sagrario de Santa Ana de Moratalaz

El muro con sus tres concavidades. Fijaos lo discreta que es la estatua de Anaick, la lucecita roja.
(Por cierto: Últimamente se han quitado casi todos los adornos
superfluos y la iglesia casi ha recuperado su aspecto original).

Hay que decir que el homenaje y dedicatoria del arquitecto a su hija fue no solo consentido, sino incluso auspiciado por los encargantes del templo. Y también hay que decir que no es un homenaje excluyente: Cada fiel puede pensar en su gente, en sus cosas, en sus problemas. Anaick no es exigente ni absorbente. Es más: la mayor parte de los fieles no saben esta historia y no se enteran. Nadie les va con la murga.

Por otra parte, cuando Fisac y Sánchez ven que su obra ha sido trivializada y desactivada se van discretamente. No vuelven porque les duele, pero no montan un escándalo, ni protestan airadamente. Se van en silencio, constatando con gran pena que lo que ellos dieron a la comunidad de fieles con su mayor talento y dedicación no es apreciado ni querido por esta. Se van decepcionados y dolidos, rotos por dentro, pero sin alterar la alegría ni la banalización de los fieles, verdaderos "dueños" de la iglesia, de su arquitectura, de su escultura, de su espacio y de sus celebraciones.

¿Para quién pinta Monet a su mujer? Obviamete, para sí mismo. Desde luego no es un cuadro que pretenda vender. ¿Para quién escribe Umbral sobre su hijo? Eso ya no está tan claro. Lo lleva a la editorial y lo hace publicar. ¿Lo escribe para mí, para nosotros? ¿Para sí, pero lo publica de manera exhibicionista? "Mirad mi dolor. Regodeaos en él y en lo bien que escribo. Vanitas vanitatis". No. Nada de eso. ¿Cómo lo va a escribir para eso? Y sin embargo está tan bien escrito... Es tan bonito...

Vuelvo de los viajes, hijo, vuelvo del mundo, todo hierro y vino, y te encuentro aquí, en la entraña tierna, en el interior fresco de la fruta que es tu vida. Porque, cuando lejos, te siento siempre, detrás de todo lo que siento, te vivo, detrás de todo lo que vivo, y basta que me aleje en un país extraño para que te conviertas en el centro débil y cálido del mundo que gira. Ciudades, trenes, aceros, días, mujeres, ropajes, frutas, máquinas vivas, todo gira en torno a ti, que eres el interior dulce y pajaril de la vida.

Repito: ¿Para quién escribe esto Umbral? Para sí mismo, pero para nosotros. Lo escribe, lo retoca, lo pule, lo da a la editorial, corrige las pruebas, repasa una vez más. Y nos lo entrega. Entrega su alma y su doloroso amor de padre huérfano. Y nosotros, por quinientas o seiscientas pesetas, nos hacemos con un ejemplar (y hasta se lo ponemos delante de los ojos para que nos lo firme).

Pero ahora supongamos que el libro no tiene mucho tirón. Sí: es bello y emocionante, pero son doscientas cuarenta y dos páginas en la edición de bolsillo de Cátedra y ya cansa. Eso estaría muy bonito para diez o doce páginas, pero así todo el rato se hace pesado.

Supongamos que el editor no lo vende bien y decide hacer una nueva edición cortando aquí y allá, metiendo anécdotas simpáticas y divertidas de la vida de Umbral y algún dato morbosillo de la de su hijo, y que además saca de otros libros y artículos algunas de las frases más sarcásticas del autor sobre España y sus políticos. Con todo ello hace una segunda edición que es mucho más simpática y esa sí que triunfa.

¿Qué creeréis que haría el autor? Y sin embargo en arquitectura ocurre constantemente.

Por lo tanto, permitid a Fisac y a Sánchez que se vayan dolidos. Permitidles al menos eso. A eso sí tienen derecho. Han dado lo mejor de su arte en hacer una iglesia extraordinaria, una muestra de lo más sofisticado y profundo, una rara avis prodigiosa. Y la gente, como si a todos nos sobraran las obras maestras, como si fuera tan fácil tener una aquí, y otra ahí, y otra allá, como si nos salieran por todas partes, se nos amontonaran y ya no supiéramos qué hacer con ellas, la adulteramos, la coloreamos y le ponemos perifollos.

¿Que el templo es de los fieles? Por supuesto. ¿Que con esas cosas le dan vida y se implican y hacen comunidad? Pues muy bien. La hacen al margen de la arquitectura, a su contra. La magnífica arquitectura les estorba. Estupendo. Pues que lo disfruten y que con su pan se lo coman, con todo su desprecio y su insensibilidad hacia una obra magnífica. Que no la vean, que no la entiendan, que no la respeten y que sean felices. Pero que no les pidan a sus autores que no se vayan discretamente, sin hacer ruido, para no volver más.

7 comentarios:

  1. Venia acumulando muchos textos tuyos para leerlos en el momento que yo creia oportuno. Ahora estoy en un bar muy temprano haciendo tiempo y me encuentro con el II de Fisac. No pude seguir leyendo,salí a buscar el I, y aqui estoy saliendo del bar con una sonrisa y el corazón apretujado. Me inspiraste la mañana. Abrazo José.

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  2. ¡Magnífico escrito! Te sigo de siempre. Y nunca defraudas. Gracias.

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  3. Que soledad la de quien ve más allá que los demás pero sufre viendo cuanta gente no tiene la visión tan aguda y tampoco desea llegar tan lejos para ver de cerca, y se conforma con la cómoda poltrona de lo de siempre.
    Concía a Fisac personalmente y le admiraba por su energía, su talento, su incansable y clara persecución de ese horizonte siempre prometedor.
    Ya le admiraba entonces, ahora además no puedo sino sentirme hermanado y doliente con él.
    Gracias José Ramón. He aprendido y disfrutado.

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