viernes, 11 de octubre de 2019

Joderse la vida

Quiero contar hoy una historia que me ha conmocionado. A veces el trabajo de arquitecto consiste en meterse (o que le metan) en asuntos que a uno no le importan, y en enterarse de cosas de las que no debería haberse enterado.
Desde que la he conocido estoy queriendo contarla, pero por otra parte debo ser discreto, así que he ocultado, disimulado o cambiado los datos y circunstancias que diré a continuación. Pero el sentido general de este cuento es real, dolorosamente real. Y muy frecuente.

Dibujo de Chumy Chúmez

Un agente inmobiliario de un pueblo no muy lejano del mío da conmigo de rebote, por contactos comunes, y me llama para que vaya a ver y medir una casa y le haga un certificado de eficiencia energética, otro descriptivo y otro de georreferenciación que le ha pedido el notario para hacer la escritura de compraventa. Pero tengo que ir corriendo. Tiene que ser "para ayer".

Ya. Lo de siempre. Lleva semanas con la operación, pidiendo certificados en el ayuntamiento, certificado catastral y nota simple en el registro y ahora, un día o dos antes de la firma, el notario le dice que necesita todo eso.

Me encanta ser una especie de arquitecto de urgencia y resolver el papeleo en un pispás. Y me encantaría más si me pagaran en consecuencia. No, al notario no le regatean. Al registrador tampoco. Pero a mí sí. Lo normal.

Cojo el coche y me presento en la inmobiliaria con mis cacharritos de medir. Me dan las llaves y también la carpeta con todo el expediente, para que vea los datos de la propiedad y todo lo que necesite. Muy bien.

Auxiliado por la aplicación del teléfono llego hasta el casoplón. Aparco y lo miro desde fuera. Tiene toda la pinta de ser una buena bazofia. La parcela es grande, pero con la casa enorme y aislada en medio apenas queda un inútil pasillo de terreno libre alrededor. Todo ese resto de parcela está solado. Hay una palmera en un rincón, cuyas raíces han levantado y roto las baldosas circundantes y cuyas ramas amenazan un alero.

A la enorme casa le sale un bulto semicilíndrico por el oeste y otro por el sur, y un prisma semioctogonal por el norte. La fachada este, por el contrario, es plana y ciega, como si el proyecto previera inicialmente su adosamiento por ese lado, o como si el arquitecto hubiera aprovechado y reutilizado otro anterior. Los dos cilindros tienen una hilerita de ventanas cada uno, pero sus cargaderos son rectos, con chapa metálica vista que forma un polígono que se da de patadas con la curva de los ladrillos vistos, dejando todo tipo de pegotes residuales. Lo mismo pasa con los vierteaguas, también rectos. El mirador semioctogonal tiene ventanas en los centros de sus caras, que por estar en plano quedan mejor resueltas que las de los semicilindros, pero entre unas y otras hay machones de ladrillo visto que perpetran las aristas del octógono con alevosía, pues quedan rotas en líneas irregulares y desconchadas mediante corte de radial.

Todo ello da (de nuevo) la imagen de quieroynopuedo y de Manoletesinosabestorearpaquétemetes. Ganas de chapucear intentando aparentar un grandeur paleto.

Entro y es peor. Una casa con los ciento ochenta y un metros cuadrados construidos en planta baja peor aprovechados de la historia. (Tan mal aprovechados que necesita otros sesenta y cinco en planta primera, igual de tontos).
A todo lo largo de la planta baja, por el centro, discurre un pasillo de 1,80 m de anchura, con puertas a derecha e izquierda. (Demasiados metros cuadrados para nada). La cocina, muy larga, rectangular terminada en un ábside semicircular (uno de los semicilindros que asoman al exterior), tiene más de treinta metros cuadrados, pero es de isla en el centro y a lo largo que le deja pocos espacios aprovechables alrededor. Es decir, con esa superficie enorme apenas tiene una encimera de sesenta centímetros en el centro. Al pasar para medir el ábside me doy con la campana extractora en la cabeza, y más tarde, al salir, me pego un golpe en la cadera con un pico del extremo de la encimera. Seguramente yo soy especialmente torpe, pero la puñetera isla me ha dado dos trompadas en diez minutos. No quiero ni pensar cuáles serían mis lesiones cronificadas si yo viviera en esa casa.

Al salón le sale otro semicilindro poco práctico y poco vistoso, pero muy ampuloso y grosero. Las cortinas por dentro tampoco ayudan. Todo es un estorbo. Es una casa llena de trampas e incomodidades. De la misma manera que con el pasillo y con la cocina, voy midiendo y sorprendiéndome de la enormidad de las distancias, que tanto por la forma absurda de la planta como por el amueblamiento insulso, apenas dan cabida a nada. Son tamaños enormes que dan cansancio, pero no espacio.
Por otra parte, el mobiliario, muy nuevo, apenas estrenado, es muy ramplón. Sobre el sofá hay tres cuadros de los de tienda de muebles cutre. No son ya de cacería de ciervo por perros ni de arroyo con casita y montañas al fondo, sino de la siguiente generación de paletería, abstractos, de un estúpido decorativismo hortera y chabacano (donut plateado sobre rectángulo verde, y manchas rojas salpicadas; etcétera), pero que da "otro toque" "más moderno" a los infelices que los compran.

Los dormitorios son más bien pequeños, o, mejor dicho, como el principal tiene semioctógono y los otros dos tienen chaflanes, al final una gran cantidad de metros cuadrados se traducen en poner una cama en un lado, dos mesillas en el cabecero y nada más. (Tienen armarios empotrados, eso sí).

Vamos, que en más de ciento sesenta metros cuadrados útiles hay una cocina, un salón, dos baños y tres dormitorios. Nada más. No han conseguido que toda esa enorme superficie dé nada más de sí.
Por ello necesitaron una planta alta, más pequeña que la baja, con otro salón, otro baño y un despacho. (En este último hay una mesa de oficina, dos sillas y una estantería. En la mesa hay papeles todavía: albaranes ahí dejados hace ya bastantes años, cartas del banco abandonadas como si los dueños hubieran salido corriendo sin tiempo de archivarlas).

Además hay semisótano. Otro enorme despropósito. Es la proyección de la planta baja completa con sus terrazas, pero sin más tabiquería que la que forma un cuarto de caldera, la escalera y un baño en uno de los extremos. En el gran espacio diáfano restante hay varios ambientes mezclados sin orden ni jerarquía. Por una parte, un gimnasio destartalado. Barras de pesas tiradas y desparramadas por el suelo, discos de pesos como de veinte a cincuenta centímetros de diámetro. Muchos. También algunos tubos metálicos que se me antojan bases para montar aparatos encima, que o no se montaron nunca o se sacaron de allí en la huida. También una barra de bar rústica-hortera, de pub de pueblo de los setenta, chapada de piedra irregular y con el canto de escai y gomaespuma y tachuelas doradas. Taburetes ante la barra. Pero todo ello conviviendo con el garaje y estorbándolo: No hay ningún coche, pero viendo la rampa y el portón de acceso, los dos o tres que caben en el garaje no tienen otra opción que acodarse a la barra y pedirse un calimocho. Sigo sin entender tantas exclusiones obligadas (si bebes cerveza con los amigos no puedes meter el coche) en un espacio tan enorme. Ah, y en otra pared, pero no cerca de la barra, sino más bien entre los aparatos de gimnasia, un mural formado por celdillas prefabricadas para alojar botellas de vino.

Lo mido todo (un trabajo bien engorroso y largo) y finalmente me instalo en la mesa del salón para tomar notas del expediente.

Y ahí viene lo peor.

Lo primero que veo es que el final de obra está firmado por un arquitecto muy chulito que siempre va a las asambleas del colegio sacando pecho y poniéndose como ejemplo. Lo conozco de esos eventos y de esa prepotencia, con la que siempre toma la palabra para explicarnos a todos los demás lo que tenemos que hacer con nuestro trabajo, con nuestros estudios, con nuestros empleados, con nuestros honorarios y con nuestra vida, pero nunca había visto ninguna obra suya. Así que tú eres el arquitecto de este sinsentido zafio y rimbombante. "Antoñito, eres un mierda", le digo en voz alta. "Pero un mierda".
Yo he hecho alguna casa parecida, incluso peor, pero no me pongo como ejemplo entre mis compañeros, ni les miro por encima del hombro. Y jamás he alardeado de ser un magnífico arquitecto. Qué chulería, qué arrogancia ligada a tanta mediocridad e incapacidad. Qué casa más idiota.

En seguida, buscando los datos de la propiedad, veo la historia negra de una ejecución hipotecaria. El Banco Tal ejecutó al chico y a la chica que figuran como propietarios en el certificado final de obra y en la licencia, pero ejecutó también a otro hombre y a otra mujer. El primer apellido de este hombre es el mismo que el de la chica, y el de la mujer es el segundo de la chica. En efecto, son sus padres, que debieron de ser avalistas y han caído con su hija y su yerno.

Perdieron la casa sin apenas haberla estrenado. Ese casoplón inmenso e incómodo, por el que se hipotecaron ellos e hipotecaron a sus padres. Se labraron su ruina haciéndose un mausoleo enorme e inhabitable. Veo estos documentos horribles, alzo los ojos apenado y dan en los cuadros inanes, en el tresillo trivial, en el mural de estantes y puertecitas, con los montantes verticales ligeramente salomónicos de filos dorados. Qué horror y qué error. Qué inmenso error. Qué manera de joderse la vida con aquella casa costosísima y pesadísima.

Siento una gran ternura por esa pareja, y al mismo tiempo me parecen unos gilipollas de alto nivel. Gimnasio, despacho, barra de bar, bodega, salón en la planta primera sobre salón en planta baja, salientes semicilíndricos y prismáticos semioctogonales; tantos metros cuadrados, tantos metros cúbicos, tanto dinero...

Viendo las fechas, la hipoteca se la dieron cuando ataban los perros con longaniza, cuando el banco te animaba a hacerte el casoplón y a amueblarlo, y a meter un buen coche en el garaje, y a comprar aparatos de gimnasia y buenos vinos para la bodega, y la ejecución les llegó cuando todo empezó a hacer agua. Fue un ciclo perfecto, de libro, casi una caricatura de la crisis ejemplificada por estos dos chulitos (sí, chulitos, fatuos, triunfadores, exhibicionistas, nuevos ricos, horteras, marmolillos, atontados, pardillos, impresentables...) y por sus padres.(1)

Se pusieron la soga al cuello con gusto, y el banco les ayudó a hacerse el nudo bien fuerte.

Dibujo de Quino

Siguen los documentos del oprobio: Tiempo después se subastó la casa en el juzgado y acudieron tres buitres. El mundo es un pañuelo, porque conozco a uno de ellos, Fonchín (jugaba muy bien al fútbol, pero que muy bien. Le perdí la pista hace muchos años. Sabía que era rico, pero no tenía ni idea de a qué se dedicaba: Negocios en general). Veo las pujas y finalmente la ganó Fonchín.

Es el actual propietario. (Bueno, él no. Él actúa como Administrador Único de una sociedad cuyo nombre, muy largo, tiene la virtud de que no puedes saber a qué se dedica: Algo así como Desarrollos e Inversiones Norte y Polivalentes Asociados, S.L.)

Y ahora, y por eso entro yo, la empresa de Fonchín le vende el casoplón a otra pareja. Otros nuevos pardillos entran en la rueda pidiendo hipoteca, y sueñan con establecer en ese antro su nido de amor. La casa maldita se prepara para volver a actuar.

(¿Se separarían los anteriores? ¿Habrán resistido tantos golpes? ¿Deberán dinero a más gente? ¿Cómo estarán ahora? ¿Y sus padres? Qué pena).

Fonchín se llevó la casa en subasta por poco más de la cuarta parte de lo que les costó a los primeros propietarios, y la vende ahora por casi el doble de lo que pagó por ella. Ha hecho un buen negocio. A los nuevos compradores les saldrá, por lo tanto, más o menos por la mitad de lo que les costó a los iniciales. Así que, con todo, hacen una compra a buen precio.

(Entendiendo por buen precio el que se establece en el mercado inmobiliario por metro cuadrado de construcción, incluida la repercusión del suelo. Es decir, les ha salido barato el kilo de casoplón. Pero yo no daría ni un euro por ese engendro. Si acaso en ese amplio solar se podría hacer algo más digno. Se podría valorar el suelo y descontar el coste de derribar esa porquería y dejarlo limpio y despejado para hacer algo mejor para vivir).

Sigo pensando en los primeros propietarios. Acaso de toda su tragedia solo les pudiera consolar haberse librado de todo ese montón de mierda, pero no creo que piensen eso, ya que fueron ellos quienes lo encargaron y cometieron. Acaso su único consuelo haya sido saber que ya no se van a dar más golpes con la campana extractora ni con el pico de la isla, y que en su lugar nos los daremos los buitres y los moscardones que seguimos mariposeando por allí, los nuevos habitantes y los que vengan detrás de estos, por las décadas de las décadas, amén.


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(1).- Los lectores que entiendan de hipotecas y de ejecuciones verán que hay algún detalle que no cuadra mucho. Ya he dicho que he deformado y modificado algunas cosas. No quiero dejar pistas por si leyera esto alguien que atando cabos diera con los protagonistas. Pero, por otra parte, desgraciadamente es una historia tan repetida y tan común que los protagonistas podrían ser muchos.

3 comentarios:

  1. Gente como el que jugaba bien al fútbol sobra. Arquitectos como el que da lecciones en las asambleas (le conozco) sobran. Clientes así sobran. Bancos despiadados sobran. Tienes razón José Ramón. Derribo, descontarlo del valor del suelo y empezar de nuevo. Todos. Todo.

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  2. Tienes madera de escritor. De verdad que sería una fervorosa lectora de tus novelas de suspense arquitectónico con tintes tragicómicos si las publicaras. Es que este artículo es como un microrrelato, te imaginas hasta la cara, la vestimenta y las vicisitudes de los personajes a lo largo de años y años. Chapeau!

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