martes, 29 de octubre de 2019

Aseos (I)

Dedicado al ingeniero Carlos Blanco Gutiérrez,
por su interés y generosidad en su colaboración.
(Todas las fotos que aparecen, menos la que digo,
me las ha mandado él, y bastantes más que no pongo).


Cada vez estoy más convencido de que hay que hacer una suerte de TripAdvisor dedicado exclusivamente a los aseos de los establecimientos.
Que en un restaurante las carnes estén muy tiernas o tal vez algo secas, que asen los pimientos muy bien o no tanto, que la carta de vinos sea excelente o mediocre, o que el rodaballo sea una obra de arte o un apaño sin fuste no me interesa tanto, en definitiva, como que los aseos sean una instalación decente o la puerta del infierno. Comer, sé que voy a comer, algo mejor o algo peor, pero al fin y al cabo comeré. No hay nada que una cerveza bien fría no pueda ayudar a engullir. Pero mear... y... (lo otro)... ¡Ay, Dios! ¿Podré conseguirlo? Y, sobre todo, ¿podré conseguirlo sin dejar en ello buena parte de mi integridad física y moral?


Yo ya, por mi parte, y desde hace tiempo, solo entro en TripAdvisor para calificar aseos.

Esta foto la hice yo después de haber empeorado aún más la situación:
Intentando no pisar un charco creo que colaboré a hacer otro.

Lo de los aseos en locales de pública concurrencia es un tema tremendo. En algunos casos nadie se explica por qué la autoridad competente no ha cerrado el negocio hace unos cuantos lustros.

Uno de los records, el de salpicoteo de calzado, se lo llevó la discoteca del Fraile, de Seseña, que duró (o yo en ella) hasta 1985, más o menos. Era una nave almacén semiacondicionada. Una verdadera distopía que hoy seguro que estaría en el top de la moda y del glamour indie o hipster. No la describiré. Tan solo señalaré que en los aseos de chicos había una batería de urinarios cuyo desagüe era a chorro libre. De cada urinario colgaba una manguera verde de las de regar, que terminaba a veinte centímetros del suelo y escupía tu orina directamente contra tus zapatos. Se pretendía que lo hiciera a una canaleta de mortero bruñido que corría por el encuentro del suelo con la pared, pero caía más fuera que dentro. Los meadores, conocedores de este efecto (excepto algún novato, que siempre los había) nos poníamos a obrar lo más lejos posible de los urinarios, con lo que tal vez salvábamos nuestros zapatos, pero empeorábamos aún más el chapoteo del suelo. Qué asco.

Pero poco después de mis experiencias en lo del Fraile tuve la oportunidad de conocer un sitio de moda en Madrid: de modísima y carísimo: El Teatriz, un antiguo teatro acondicionado y decorado por el entonces famosísimo Philippe Starck. (¿Dónde estará ahora? ¿Qué habrá sido de él?). Un sitio pijísimo, exquisitísimo y postmodernísimo donde yo, que soy más bien campechano y bruto, me estaba encontrando muy incómodo hasta que por fin fui al aseo a orinar. Ahí ya me vi como en mi pueblo, y actué con el aplomo y la seguridad que da la experiencia.
Al entrar, el multilavabo era como una mesa de billar o un futbolín grande. Costaba unos segundos saber de dónde manaba el agua y por dónde se iba, y otros más decidir si te querías lavar las manos o preferías hacer la croqueta sobre él. Pero con los urinarios no había duda: Desde el primer instante me vi en la discoteca del Fraile: Una lámina de agua caía resbalando sobre una plancha de acero inoxidable que forraba la pared. Lo único que tenías que hacer tú era buscar un hueco libre entre los meantes ante esa pared, ponerte y sumar tu caudal al que ya caía.
Conocedor de las técnicas necesarias para salvar mi calzado grité a los demás: "¡Ojocuidao!" mientras me bajaba la bragueta a un par de metros de la cascada. (Yo era joven entonces).

Los aseos en establecimientos públicos tienen mucha miga, la verdad. Nuestra sociedad ha convertido el hecho de expulsar nuestros desechos corporales en algo vergonzoso y que ha de hacerse en la más absoluta intimidad. Los aseos muy a menudo o no la brindan suficientemente o, por el contrario, la dan de sobra, pero a cambio de la peor de las incomodidades.

Toma de agua aislada térmicamente. ¿Por qué?
Inodoro demasiado pegado a la pared. Hay que sentarse de media anqueta.

Anchura, comodidad...

Me imagino la animada conversación entre el cagante y el orinante.
Seguramente hablen de la roña del cordón de silicona del inodoro.

Cuantos más recovecos, relieves y recogemierdas mejor.
Y no pasamos una bayeta desde 1995. 

Habitualmente, además, en muchos aseos se produce un círculo vicioso: Como está hecho un asco no me acerco, no me siento, con lo que lo pongo aún más asqueroso.

Pero, saltándome por obvio el asunto de la higiene (en la segunda parte daré una pincelada), entremos en el tema del diseño de estos sufridos rincones del noble arte de la arquitectura.

Para empezar, estoy harto de ver bares y restaurantes con un cuchitril tamaño cabina telefónica para hombres y otro para mujeres. Ya puestos, y si no hay espacio para nada, ¿por qué no hacer un solo aseo amplio, monoplaza y unisex? Al fin y al cabo, si son para un solo ocupante no pueden coincidir dos de distinto sexo.

¿Y qué es eso de poner la luz con temporizador? ¿Qué pasa si tardo unos segundos más de lo programado? Pues que la última parte de la faena la hago a oscuras y ya termino de liarla. Para colmo, en muchos de estos aparatos de tortura el pulsador está fuera. Lo juro. Hace poco sufrí uno en la calle Barquillo de Madrid, cerca del antiguo COAM, y aún sueño con ello. (Porque, aparte de realizar la mera función físiológica consabida, tuve que entretenerme con una puñetita complementaria que fue, sencillamente, inviable). La luz duraba muy poco, demasiado poco. Se me apagaba; abría la puerta; sacaba la mano; daba al pulsador para encenderla; cerraba la puerta; se me apagaba; abría la puerta; sacaba la mano; daba al pulsador para encenderla; cerraba la puerta; se me apagaba; abría la... Así por lo menos diez veces.

En muchas cabinas de inodoro la puerta roza con la taza al abrirse. A veces incluso tiene un rebaje para librarla. Entras y... ¿cómo cierras ahora la puerta, si estás estorbando con tu propio cuerpo (ese pesado) en medio? Te tienes que subir a la loza, o hacer un quiebro que te sorprende a ti mismo. No sabías que tuvieras tanta flexibilidad.

Y todo esto es hablando de personas ágiles, sin impedimentos ni obstáculos. No menciono si quiere usar el aseo alguien en silla de ruedas: Eso está hiperlegislado y hay bares que incluso lo cumplen. En ese caso solo podemos suplicar que se aplique la normativa, que, una vez más, es abundante y muy detallada, pero misteriosamente se soslaya aquí, y ahí, y allá... sin que al parecer haya ninguna consecuencia. No; no hablemos de sillas de ruedas, que ya tienen su propia batalla siniestra que librar. Hablemos de casos mucho menos graves: ¿Qué pasa si quiere entrar al aseo alguien con muletas, o sencillamente con un bastón? Voy aún más lejos: ¿Qué ocurre si tan solo viene de comprar unos libros, un buen puñado de libros? No es ninguna tontería.
¿Y qué pasa con una persona ostomizada, o, si no queremos ir a minorías estadísticas, una mujer que necesite cambiarse la compresa o el tampón? ¡Ahivadiós! ¡Apañados estamos!

Por cierto, hablando de ostomizados, últimamente se están haciendo aseos específicos para ellos, sobre todo en Galicia. Y se reclaman cada vez más. Me parece muy bien, porque es un colectivo que necesita unas condiciones muy especiales en los aseos. Pero, con todo, a mí me valdría con que los hubiera en centros de salud e instalaciones similares (que por ahora ni eso). Pedir que los haya en todas partes me parece excesivo. Yo me conformaría con que en los aseos "normales y corrientes" de los bares y restaurantes "normales y corrientes" hubiera estos detallitos sencillísimos que enumero:


(TO BE CONTINUED)

No hay comentarios:

Publicar un comentario