lunes, 12 de agosto de 2019

Burnham siempre gana

UNO:
Daniel Burnham fue uno de los arquitectos pioneros de la "Escuela de Chicago". Con su socio Root (por allí los arquitectos iban por parejas, como las cerezas) construyó algunos de los primeros e incipientes rascacielos ¡de hasta doce o quince plantas de altura! en una época en la que aún no se sabía qué aspecto dar a aquel novísimo tipo de edificio.

Daniel Hudson Burnham (Chicago History Museum)

En todo caso, y con la espontaneidad, la torpeza y el entusiasmo propios de los estilos nacientes, supieron dar un aspecto novedoso a aquellos monstruos, cuyo mejor exponente podría ser el Reliance Building.

Se suponía que un rascacielos debía ser compositivamente como una columna, con basa, fuste y capitel, o como un palacio renacentista, con basamento más tosco, cuerpo más ligero y coronación cabezona. Sin embargo el Reliance se libraba (como podía) de esos sambenitos y buscaba la legítima expresión arquitectónica de lo que tenía que ser un rascacielos.

Burnham & Root, Reliance Building, Chicago

Sin órdenes clásicos, sin evocaciones historicistas y explorando una nueva línea de decoración, quería ser en todo una optimista expresión de su tiempo y una esperanzada evocación del futuro. Verdaderamente marcaba un camino a seguir.

Años después el propio Burnham traicionó todo eso y cayó entregado a los encantos de los órdenes clásicos y del academicismo, pero dejemos ese punto ahí por ahora.


DOS:
Louis Henry Sullivan, diez años menos un día más joven que Burnham, y asociado a Dankmar Adler (que le sacaba doce años), era el niño prodigio (y terrible) del panorama arquitectónico chicagoense. Él sí que hacía cosas modernas de verdad.

Louis Henry Sullivan

(Al menos eso es lo que siempre se ha dicho: Sullivan el protomoderno: "La forma sigue a la función". Si, vale, pero sus edificios hoy se nos muestran como esquemas bastante típicos y obligados y con una decoración excesiva. Ah, y los rasgos espaciales y funcionales novedosos que tienen algunos -bastantes- de ellos se deben principalmente a Adler, pero de eso ya hablaremos en otro momento. Lo que aportó Sullivan principalmente fue una decoración muy rica no basada en modelos clásicos y una plasticidad novedosa y excitante).

Edificio Bayard-Condict, Nueva York, de Sullivan ya sin Adler 

El asunto que me ocupa hoy es que Sullivan, después de haber sido el rey de Chicago y la estrella fulgurante de la arquitectura, atravesó una época turbia en lo profesional y en lo personal, se dio a la bebida y se separó de su socio en 1895. Desde ese momento languideció en una situación mala, haciendo muy pocos edificios y bastante flojos, luchando en solitario por un ideal que ya ni siquiera veía claro.

Sullivan dejó de ser un brillante arquitecto para ser un personaje patético, fracasado, épico, un héroe literario(1). En ese negro hundimiento restalla muy emotivamente el fogonazo de la integridad y de la fidelidad a los principios.

Mientras tanto, Burnham, entregado ya abiertamente a las Beaux Arts, triunfaba. Le habían encargado la organización urbanística y arquitectónica del recinto de la Exposición Mundial Colombina de Chicago de 1893 y él se explayó con el academicismo y la consabida y eterna envidia a París y a Viena. Encargó a su vez a Adler & Sullivan (que ya llevaban unos cuantos años malos) el Pabellón de Transportes, con el que Sullivan quiso manifestar todo su desacuerdo.

Adler y Sullivan. Pabellón de Transportes de la
Exposición Mundial Colombina de Chicago, 1893.

El Pabellón de Adler y Sullivan no tenía elementos neoclásicos ni copiaba modelos europeos, sino que intentaba una especie de Art Nouveau autóctono, cosa que en 1893, y ante la enorme presión ambiental, tenía mucho mérito. Pero de ahí a llamarlo moderno hay una buena distancia.

A Sullivan, que obviamente tiene una trayectoria excelente y muy original, quien lo hace moderno es Wright. Wright ya sí es verdadera e indiscutiblemente moderno, y al recoger las influencias de Sullivan las pone en valor y les da sentido más allá y muy por encima de lo que la obra sullivaniana tenía inicialmente.
Sullivan, formidable arquitecto, tuvo la enorme fortuna de tener a Wright, que es quien lo coloca en la primera línea de la historia de la arquitectura.

Pero es que además, para redondear esta historia, precisamente fue Burnham quien, fijándose en las indiscutibles dotes del jovencísimo Wright, le ofreció costearle un viaje a Europa para que estudiara en L´École des Beaux Arts y ya de vuelta trabajara con él (o para él).
Wright se negó, escupió a la tradición neoclásica y se pronunció definitivamente por Sullivan y por el pionerismo ahistórico americano.

Así tenemos el ingrediente narrativo que nos faltaba: la dualidad del bueno y el malo. Sullivan (a través de Wright) se nos aparece como el bueno, el pionero, el moderno, el íntegro, y Burnham como el malvado, el traidor, el renegado(2)(3).


TRES:
Me acabo de comprar este libro delicioso(4):


Hasta ahora no tenía ninguna monografía sobre Sullivan. Este libro me ha gustado por el protagonista a quien va dedicado, porque forma parte de una colección prestigiosa y (todo hay que decirlo) porque tenía un precio escandalosamente bajo.

La sobrecubierta me ha llamado la atención porque muestra un edificio que me ha recordado mucho al Flatiron, del gran enemigo Burnham, y yo no sabía que Sullivan (tampoco soy un experto en su obra) tuviera una obra con ese porte. Pero la verdad es que la ilustración de la portada es un tanto esquemática y "muy suelta" y podría ser cualquier obra de Sullivan.

Pero me he puesto a hojear el libro (en el que, por cierto, se expresa elocuentemente este triste duelo entre Burnham y Sullivan, con la derrota incontestable de nuestro héroe) y he visto esto:


En efecto: La fotografía superior de la página de la derecha es el Flatiron de Daniel Burnham, y ya está clarísimo que es, entre todas las que contiene el libro, que son 112, la que eligió el ilustrador -no acreditado, pero con firma PELLICER bien legible- para hacer la sobrecubierta.

Es evidente. Viendo el dibujo al lado de la foto es fiel a ella moldura por moldura, ventana por ventana, pilastra por pilastra. Es el Flatiron.

Somos así testigos de un episodio desolador, de un documento macabro: Probablemente esta sea la única monografía sobre un arquitecto cuya portada muestre un edificio de otro, y para colmo de su más encarnizado enemigo.

Sullivan se revuelve en su tumba. Burnham vuelve a ganar.




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(1).- Su triste etapa final y su muerte me emocionaron y las incluí en mi libro Necrotectónicas. Recientemente había leído que hay quien comenta que fue homosexual, y entendí que no esta circunstancia, sino su ocultamiento vergonzante, pudo ser la causa inicial de esa cadena autodestructiva. Sigo sin estar seguro de ello, pero creo que es una interpretación interesante.

(2).- En la novela y en la película El Manantial (The Fountainhead), que tiene en su protagonista una especie de trasunto de Wright, el maestro alcoholizado e íntegro es, obviamente, Sullivan, que muere fracasado ante el cruel avance de los traidores neoclásicos: los Burnham.

(3).- En todo caso, Daniel Burnham fue un excelentísimo arquitecto. Que quede eso clarísimo.

(4).- BUSH-BROWN, Albert, Louis Sullivan, George Braziller Inc., Nueva York, 1960. (Trad. cast. de Víctor Scholz, Louis Sullivan, Bruguera, Barcelona, 1964, pp. 128).

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