miércoles, 14 de noviembre de 2018

Dedicatoria

Aquí, a la derecha, tenéis mi tesis doctoral, que os podéis descargar cuando queráis.

Pero, aunque sé que algunos lo habéis hecho y lo seguís haciendo, y os lo agradezco mucho, me apetece especialmente que quienes pasáis de ella (pase más que comprensible) leáis su dedicatoria y sus agradecimientos, y como sé que descargarla es un tostón os la pongo aquí.

Terminé y entregué mi tesis en el año 1991 y la leí en marzo de 1992. Cuando la rematé aún no tenía hijos, pero cuando meses después la leí mi mujer estaba embarazada de nuestro primogénito. Ahora se me hace raro habérsela dedicado a tanta gente y que mis hijos no aparezcan, que no existieran, que aún no fueran nada para mí.
Por el contrario, algunas personas a quienes se la dediqué y a las que estaba muy unido entonces hoy están ya muy alejadas de mí. Y, lo que es peor, otras han fallecido. Qué dolor.
Qué extraño: Uno cree que tiene una vida sólida y muy estable y sin embargo todo está siempre bullendo y cambiando.

Sin embargo, los grandes amigos permanecen y permanecerán siempre. Los grandes maestros también. Copio aquí aquella dedicatoria para homenajearlos.

Me llama mucho la atención verme a mis treinta y un años coqueteando ya de viejo, haciéndome el anciano evocando series de televisión y personajes de mi (entonces lo creía) lejana adolescencia y de mi remota infancia. Dónde estarán ahora. (Aunque, de alguna forma, muy a menudo vuelvo a verme niño con gran naturalidad).

Han pasado muchos años. Demasiados. Lo que os enseño ahora es en cierto modo un autorretrato que me hice entonces. Mirad qué ingenuo y qué tierno.



Dedicatoria y agradecimientos

Además de reconocer y mencionar a todos aquellos que me han ayudado en este trabajo, a quienes tanto agradezco su colaboración, quiero aprovechar este mi primer libro (y por si acaso fuese el último, que ojalá no) para darme el gustazo de recordar a todos los que se me vienen a la memoria, a quienes siempre he querido dedicar alguna cosa mía. Como no sé si habrá otra ocasión, los amontono a todos. Poca sustancia para tantos destinatarios. A ver si escribo más cosas en el futuro y los voy espaciando, para que toquen a más.

Primero, con honda gratitud por tantas cosas, a mi maestro, Juan Daniel Fullaondo, que aunque diga Eco que es de muy mal efecto agradecer al director de la tesis porque ya se le supone el mérito, porque no ha hecho más que cumplir su obligación y porque, en definitiva, es coautor de la tesis, y aunque he seguido escrupulosamente los sabios consejos de Don Umberto, me salto este aun a riesgo de parecer un patán, porque hay cosas que deben decirse, y quiero que conste que fue Fullaondo quien, además de hacerme arquitecto, me animó desde el principio a meterme en esta aventura, y, sobre todo, porque su magisterio no ha sido solo académico, y por su constante generosidad.

A Luis Antonio Gutiérrez Cabrero, que se ha prestado muy afablemente a ser mi tutor en unas circunstancias en las que, como siempre, me ha brindado su ayuda. Siempre ha sido conmigo muy cordial.

A Mari Carmen, mi mujer, entre otras innumerables razones porque desde el principio tuvo que soportarme a mí y a la maldita tesis, que incluso nos fuimos de luna de miel a Holanda para ver las obras de De Stijl, y en recuerdo de una inaguantable tarde de lluvia en Rotterdam, corriendo para ver el Spange de Oud, que nos quedamos sin verlo y empapados como peces. Hasta ha terminado por saberse la tesis, aunque, eso sí, se la tome con una cierta, saludable distancia.

A mis padres, porque sí y porque los quiero. A Nando y a Gema, mis hermanos, (ella me tradujo parte del libro de Jaffé). A tía Celia y a Eli, que seguro que vienen a la lectura y todo, y me tienen un profundo, inexplicable cariño. A mis innumerables tíos y primos, que me tienen el mismo cariño, igualmente inexplicable.

A Pedro Miguel Rodríguez Pascual, amigo mío, doctor astrofísico (hay gente para todo), que me explicó con mucha paciencia lo de la teoría de la relatividad y lo del espaciotiempo, me prestó libros, me revisó el capitulo cuarto y me amenazó con hacerme algo muy gordo si lo mencionaba aquí, porque no se hace responsable de los disparates que yo haya podido perpetrar, y así consta aquí para salvaguardar su honor. Y a su mujer, Eva, y a Ricardo y a Maribel, y a Alberto y a Ángela, que también me han ayudado con su amistad y su cariño, y animaron a Pedro a que me explicara lo que queda dicho, y que no los cito con apellidos porque ni me han contado lo de la relatividad ni nada, y con esto van que chutan.

A Juan Pablo de Bidegáin, a Juan Torres, a Marta Buenaventura, que siempre traerán a mi memoria la época de estudiantes en que nos íbamos a comer el mundo. Espero que estén bien y sean felices. Hace ya tanto que no los veo...

A Emilio García Alonso, compañero y entrañable amigo de la escuela, y a su mujer, Pilar, un beso. Y, también entrañables amigos, a Juan Carlos Castillo –el inefable, insustituible y nunca bien ponderado Ochandiano– y a Blanca, su mujer. A Iván, Joaquín, Paco y los demás de la escuela, que no he visto más que dos veces –en dos bodas– en los últimos seis años.

A Frank Lloyd Wright, a Theo van Doesburg, a Mies van der Rohe, a Piet Mondrian, a El Lissitzky, a Unamuno. Esta tesis me ha servido para conocerlos un poco mejor y admirarlos aún más. A Oteiza, el único protagonista vivo –por muchos años, amén– de esta historia. A Whitman, menudo animal; a Joyce, el gran destructor, y qué bien lo hizo, que no nos dejó nada y nos tiró los palos del sombrajo. A Eliot y su Tierra Baldía, a Camilo José Cela, a Don Diego Velázquez, y –por supuesto– a Borges. Y a Bugs Bunny –¿qué hay de nuevo, viejo?–, el único conejo ganador de un Oscar, y a Wilde, el único Oscar ganador de un conejo; y a Obélix, con su menhir a cuestas.

Al negro de Misión Imposible, y a Ironside, y a los Bellamy y al señor Hudson, de Arriba y Abajo, y también a los Cartwright, de la Ponderosa, y a su honesta y reconfortante zarzaparrilla; y a la camarera patinadora del anuncio de Martini, y al capitan Furillo –creo que se escribirá así–. A Pepe Isbert y a Manolo Morán; a John Wayne, por La Diligencia, por el papel tan bonito y tan dulcemente frustrante que hace en El Hombre que Mató a Liberty Valance y, sobre todo, por El Hombre Tranquilo, y a su entrañable cuñado, Victor McLaglen, eterno sargento de los cuchillos largos. A todas estas películas y a los emotivos comentarios y semblanzas que me hace mi primo Carlos sobre ellas. A John Ford, a James Stewart, a Gary Cooper, a Katherine Hepburn, a Cary Grant y a Bogart. A Lyonel Barrimore, atado a su caballo en Duelo al Sol –como el Cid–; a Cantinflas, a Gila, al Tricicle y a Harold Lloyd.

A Buster Keaton, el de la cara de cromlech. A los hermanos Marx, a los Beatles y al monstruo de las galletas.

A Simón (con acento en la o) y Garfunkel, y a los guateques con tocadiscos monoaural, ginebra y tabaco de escondidas y cosecha de calabazas, y al Puente sobre aguas turbulentas, tan bonito, tan largo, tan agarradito y sentimental.

Al sudoroso y resignado padre de familia, cautivo y desarmado, con su menestral, inconsciente, involuntario y doméstico cromlech de cada día a cuestas, sin saber ni dónde ponerlo. (Hombre de Dios, póngalo encima de la tele).

A Tomás Saura, mi compañero de estudio, socio y amigo, que, aunque se hace el duro, ya presenta preocupantes síntomas de permeabilidad hacia mi tesis, y le tengo comidita la moral con lo del vacío. A José Luis (Pérez Fernández) y a los demás del estudio por lo mismo.

A María Teresa Infante Peñalver, filóloga de eso del inglés, y, ya inminentemente, prima de mi mujer, a quien he atracado a última hora, con prisas, para que me hiciera la preceptiva traducción al inglés del resumen de la tesis, y se ha dedicado muy amablemente y con mucho empeño, sacrificando parte de sus vacaciones –y de su paciencia– para hacer tan pulcra traducción.

Al Colegio Oficial de Arquitectos de Castilla-La Mancha, que me concedió una Beca de Investigación –año 1990– para desarrollar este trabajo, y con cuya ayuda económica se ha podido llevar a cabo más cómoda y eficazmente.

Y a todos aquéllos que no recuerdo o de los que no quiero acordarme. Amorosa y agradecidamente vuestro.




(Notas fuera del quid): Las ilustraciones son dos collages que coloqué en las dos páginas finales de la tesis, justo después de la dedicatoria. No tienen mucho sentido. Son jugar por jugar.

Collage 1:
Wright con un laúd y falda de volantes. Mondrian volando con cuerpo de mujer (o mujer volando con cabeza de Mondrian). Unamuno tras el fuego. Kim Basinger. (Esta sí que no viene a cuento, pero es Kim Basinger). Van Doesburg saltando sobre Mondrian a pídola. (Obviamente, era imposible conseguir una foto de la cabeza de Mondrian vista desde arriba, así que obtuve una cualquiera (calva, naturalmente) de un anuncio de crecepelo. Hemingway de bailaor. (Su pierna derecha hace la nariz de una mujer: Cosas). Einstein como ciclista. Mies con una chica sobre sus rodillas.
Y un culo. Y una mujer vestida de hombre y con cabeza de rodaja de merluza. Y unos recortes de anuncios de prensa, sin más, que me gustaron.

Collage 2:
Sentados a una mesa mondrianesca Wright, Oteiza y Wright. De pie, mirando a Wright trabajar, Lissitzky, Mies, Van Doesburg (no lo mira) y Mondrian.
No le busquéis demasiada intención (aunque a posteriori me gustó la actitud de Van Doesburg, pasando de Wright). Intenté buscar fotos de los protagonistas con las cabezas en determinadas posiciones y encontré lo que encontré. (Lissitzky entró porque tenía esa foto con la cabeza así. Podría haber sido Rietveld, Oud... de haber conseguido yo sus cabezas en la postura adecuada).

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