miércoles, 20 de septiembre de 2017

Bien hallados en el paraíso

El pasado martes 12 de septiembre, para mi sorpresa y mi alegría, fui invitado a formar parte del tribunal de Proyectos Fin de Carrera de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Castilla-La Mancha, en Toledo.
(¿Por qué contaron conmigo? Pues parece ser que por culpa de este blog. Ya veis).


Me llamaron una semana antes y me quedé perplejo, pero encantado. Me explicaron que el tribunal lo forman dos profesores de la escuela (uno de los cuales suele ser el director) y dos arquitectos invitados. En principio me pareció mucho peso el de los invitados y, por lo tanto, mucha responsabilidad la mía. (Luego no fue tanta).
El lema de la convocatoria, tal como rezaba en el cartel, era "bienvenidos al paraíso". Primero me pareció entender que de alguna manera les íbamos a dar a los chavales(1) la bienvenida al paraíso de la profesión, lo que a estas alturas parece algo ciertamente sarcástico. Pero en cuanto entré al vestíbulo de la escuela vi que era al revés; eran ellos los que nos daban la bienvenida al paraíso de su juventud, de su trabajo y de su entusiasmo.

Cada alumno llevaba un año trabajando en su proyecto. (En mi época eran unos meses, pero esto ya se nos ha ido de las manos). La exposición de cada proyecto consistía en cuatro "sábanas", cada una de ellas formada por tres A1 en tira. Cada tira de tres A1 era un dibujo continuo; o sea, se empalmaba un A1 con el siguiente. Además de los doce A1 tenían que presentar una maqueta como mínimo, un vídeo de un minuto y pico y un "cofre del tesoro".
Lo del cofre me encantó. Consistía en una caja, recipiente, estantería... lo que fuera, que guardara todo lo que el alumno quisiera poner: Croquis de trabajo, cuadernos, libros que había leído durante su trabajo, recuerdos, juguetes, figuras... lo que quisiera. A su vez ese cofre podía ser una caja cilíndrica o paralelepípeda, o dos bloques que deslizaran uno sobre otro, o un carrito con perchas, o un... lo que fuera. Las cajas en sí mismas, como objetos, eran unas preciosidades.

Íbamos entrando sobre las nueve y media de la mañana y aún seguían los alumnos dando los últimos toques a la colocación de sus trabajos. Llenaban un largo y ancho pasillo y un vestíbulo. Eran veintiún puestos en un mercadillo de sueños y trabajo duro, muy duro. Los miembros del tribunal, pero también todos los profesores, alumnos, amigos y familiares, íbamos de puesto en puesto admirando los trabajos, intentando entender algún matiz (y a veces bastante más que un matiz). También aprovechábamos para saludar a quienes ya conocíamos o para ser presentados a quienes aún no. Los chicos hablaban, algunos reían y otros estaban dando el último toque a la presentación de una maqueta, o quitando por fin los papeles y plásticos protectores de algún objeto extraño.

Siempre he pensado que el proyecto fin de carrera es una fiesta y que no tiene sentido putear al alumno en ese último trance brillante de su carrera. Estaba dispuesto, llegado el caso, a defender con pasión este punto de vista. En seguida vi que no hacía falta. Los invitados estábamos impresionados por la calidad de los trabajos, y los profesores estaban orgullosos de sus alumnos. El ambiente, por tanto, era inmejorable.

La sesión comenzó por fin. El aula en la que los alumnos exponían sus trabajos estaba llena de compañeros, profesores y algunos familiares (pocos). Sentados ante un gran tablero horizontal estábamos los miembros del tribunal.

Cada alumno se colocaba en la cabecera del aula. Sus amigos le ayudaban a traer del pasillo las maquetas y el cofre y a ponerlo todo sobre el tablero ante el que estábamos. (Si el cofre era muy aparatoso se quedaba en el suelo, a nuestro lado).
El alumno tenía ocho minutos para hablar (rigurosamente controlados por el secretario del tribunal) y explicar su proyecto ante una pantalla en la que se iban sucediendo imágenes, que solían ser las de las "sábanas" y muchas más. Al terminar su exposición se emitía su vídeo, ya en silencio. Los miembros del tribunal, bien antes de que el alumno empezara o bien al terminar, nos levantábamos para ver la maqueta e inspeccionar el cofre secreto, que solía ser fascinante.

Acto seguido hablábamos por turno, los cuatro siempre para cada proyecto y rotando, de manera que con cada alumno abría el fuego uno de nosotros.

Yo desde que salí de mi casa sin saber qué me iba a encontrar en Toledo me había propuesto no decir nada más que cosas buenas de cada proyecto. Iba de invitado, no de profesor, y no tenía por qué buscar las pegas ni los puntos débiles al trabajo de un año, y menos en ese momento tan decisivo.
No pretendía con ello ser hipócrita, sino ver el vaso medio lleno y las caras más luminosas de los trabajos. Pero desde luego no hizo falta disimular ni dorarle la píldora a nadie. Eran realmente muy buenos trabajos.

Por una parte vi, para mi sorpresa, que no se abusaba de infografías ni de efectos gráficos. Los dibujos eran como siempre, con esa fuerza y ese rigor irrepetible que tiene un buen dibujo en papel. (Uno de los trabajos estaba dibujado enteramente a lápiz, lo que me recordó mi época: En todas las convocatorias había alguien que presentaba el PFC a lápiz). Eso no quiere decir que no se apreciaran los avances tecnológicos en los dibujos, pero eran dibujos.
Luego los vídeos se encargaron de mostrar animaciones axonométricas, superposiciones de tramas y volúmenes, procesos de montaje... Me pareció impresionante que estos ya inminentes arquitectos no sólo dominaran las técnicas de diseño y dibujo, sino también las de cine, montaje, animación...
Pero repito que lo más fascinante para mí eran los cofres. Esos secretos, esa intimidad del trabajo febril, esas colecciones de recuerdos, esos trozos de vida cristalizados ahí, abiertos a nuestra inspección y a nuestro cotilleo impúdico.

Se presentaron veintiún proyectos, once de chicas y diez de chicos. (Es un hecho que en arquitectura ya hay tantas chicas como chicos, y en este acto una más). No suspendió nadie, y no por la blandura del tribunal (a la que yo estaba dispuesto desde el principio), sino porque ninguno de los trabajos presentados merecía suspender.
Hubo cuatro dieces: tres chicas y un chico. (De los cuatro, dos fueron unánimes e incontestables desde el primer minuto, y los dos eran chicas).

Terminamos las deliberaciones (en las que tenían voz los profesores, pero no voto) a las diez y media de la noche pasadas. Los alumnos esperaban fuera. Les hicimos pasar a todos y el secretario del tribunal fue cantando las notas de cada uno en voz alta. Al parecer quedaron satisfechos. Nosotros (los miembros del tribunal) mucho más.

Un día tremendo. Salí de mi casa a las nueve menos cuarto de la mañana y volví a las once y media de la noche. Fue un día emocionante para mí, porque constaté que los jóvenes son la leche y siempre lo han sido, y tienen una capacidad de trabajo y un entusiasmo envidiables.

A veces me da una especie de ramalazo de ternura, de pena: ¿Qué va a ser de estos chicos? ¿Cómo podrían sacar adelante su talento y su entusiasmo? ¿Serán capaces de encontrar un trabajo digno y bien pagado acorde con sus indudables merecimientos? Me duelen. Me duelen todos ellos.
Luego también me da por pensar que esta gente tiene que salir adelante como sea, que unas personas tan fuertes y tan capaces van a saber encontrar un camino. Y también pienso que, una hornada tras otra, serán capaces de inocular poco a poco la arquitectura a esta provincia y a esta comunidad autónoma tan peculiares, y que tal vez sean capaces de darles, de darnos a todos, la bienvenida definitiva a su paraíso. Ojalá.



(1). Tengo la costumbre, hoy un tanto discutible, de utilizar el masculino genérico. Ya sé que es injusto, pero lo de "alumnos y alumnas", "profesores y profesoras", "arquitectos y arquitectas", etc, me parece pesadísimo e innecesario. Siempre uso el masculino genérico con seguridad y determinación, pero reconozco que en este caso es menos apropiado que nunca, puesto que había más alumnas que alumnos, y puestos a usar un genérico debería ser el femenino.

8 comentarios:

  1. Me ha encantado tu narración, me ha atrapado desde el principio, me has fallado en mi vena cotilla me ha quedado con ganas de saber lo que había en un cofre. Espero que me lo cuentes con una cerveza porque ya estamos mayores para una noche de charla y alcohol.

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  2. No te da un poco de miedo el hambre de creación de esta gente y sus conocimientos, te recuerdo que estos manejan el CTE de sobra, no han tenido que aprender las NTE, o las NBE, han ido directos, saben modelar con HULC, hacer los proyectos con BIM y renderizar con 3d Estudio, (aunque no sepan lavar un rotring ni hacer paralelas con escuadra y cartabón, ni falta que les hace). Por cierto mi hija acaba de empezar los estudios de "Fundamentos de Arquitectura" y su ordenador da mil vueltas a todos los del estudio.
    Por cierto estupenda la entrada como siempre.

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  3. Muchas gracias a ambos.
    Pues sí: Me asusta un poco y me abruma tanta preparación en los jóvenes. No puedo competir con ellos. Yo ya soy un viejo obsoleto y no me queda más que jubilarme. (Qué ganas tengo).

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  4. Me entristece. Un gran porcentaje del potencial de esos ahora jovenes no se aplicará. El talento desperdiciado y el no aprovechado es una pérdida dolorosa. Viene pasando con otras actividades. Desde hace mucho le pasa a los músicos. Recuerdo que en una nave de locales de ensayo, fuera de horario laboral, aparecía alguno con su mono de mecánico o cualquier atuendo laboral y si pasabas luego por su cubículo de ensayo lo veías totalmente transfigurado y poniendo de manifiesto un inimaginable talento en la música que hacía. Pero se ganaba la vida como mecánico de coches o como técnico de mantenimiento de ascensores.
    A nuestros nuevos colegas (a los de la música y a los de arquitectura) les deseo que lleguen a poder entregar a la sociedad todo ese talento y capacidad de trabajo que tienen y se les compense pudiendo vivir dignamente de ello.
    Muy buena esta etrada como es habitual y me congratula que puedas oler la obra con el mismo placer del (en aquel caso tarado) que gozaba con el olor del napalm.

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  5. Van a ser los más preparados de la cola del paro...
    O los mejores camareros...
    O los que mejores certificados energéticos redacten...
    O cualquier otra chorrada malpagada de esas que supone hoy día ser "arquitecto". Dejad de decir sandeces. NO van a ser distintos de sus antecesores de los últimos diez años. Para lo único que sirve toda esa preparación es para que la industria universitaria les saque la pasta, y para que la Escuela de turno presuma de lo "bonicas" que les salen las láminas a los alumnos.
    Veintiuna personas altamente cualificadas para ocupar unos puestos de trabajo inexistentes (¿Dónde coño están?)... Ése es el panorama real. Y lo va a seguir siendo. SIEMPRE (basta mirar de dónde saca sus ingresos España).
    Y si tienen la "suerte" de ganarse el pan siendo "arquitectos", pues acabarán redactando papeleos y certificados aburridísimos, o involucrados en proyectos que no necesitan ni la décima parte del potencial desplegado en ese pfc...por un salario de supervivencia.
    Y lo del plus de ser joven también dura poco, lo siento, enseguida, en diez años, ya no lo eres, ya vino otra generación, ya te quedaste obsoleto, ya se te olvidaron las últimas chorradas y programas informáticos porque no los usas nunca, ni puta falta que hace. Y con las prisas del turbocapitalismo actual, todo se queda viejo en un instante....Usar y tirar.

    Francamente, todo esto de los pfc es un esfuerzo gratuito y estúpido. Es un "qué bonito" y poco más. Y lo de que es un año de trabajo...será si te ayudan "los amigos" o alguna de esas academias que se dedican al efecto (previo pago, claro). En la práctica es mucho más tiempo.
    En fin, para qué seguir. Más valdría haber dedicado ese esfuerzo a sacar una oposición. Al menos luego tienes ingresos fijos y un proyecto de vida. Y luego, si eso, y tienes esa inquietud (hay gente pa tó) pues dedicas el tiempo libre a hacerte un pfc, o a las manualidades o a lo que te salga del pijo.
    El esfuerzo que requieren las cosas debe ser proporcional a lo que se obtiene luego de ellas, salvo que estemos hablando de las aficiones. Si la arquitectura es una afición, pues enfoquémosla como tal (yo por mi parte, creo que no hay otra manera sensata de hacerlo en este momento y en los que vendrán); pero si se pretende que la arquitectura sea una profesión, entonces debe regir el principio de que el esfuerzo debe compensar lo que se obtiene después desde el punto de vista de ingresos y estatus social. Y estudiar arquitectura solo sirve para ir derecho a la cola del paro, o para reciclarse después en alguna de las gilipolleces que se les ocurren a los colegios profesionales y a las escuelas para seguir sacando el dinero a los alumnos.
    Queridos veintiun compañeros de la escuela de Toledo: le importáis un pimiento a la misma. Vuestro esfuerzo solo le sirve para que la institución aumente su prestigio, mostrando lo bonitos que os quedan los dibujos. Hala, ya podéis ir derechitos a la realidad del mundo laboral. Es divertidísimo. Ya veréis lo mucho que os va a servir el pfc y todas las puertas que os va a abrir...Y lo digo con profunda pena y rabia.

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    1. Luis Gil, profesor de la Escuela de Arquitectura de Toledo24 de septiembre de 2017, 13:53

      Profunda pena, si. Que vida más mala has debido tener para llegar a escribir esta barbaridad.

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  6. Cabreado Anónimo:

    De verdad que siento que en tu vida haya tanta pena y rabia como para creerte con derecho a despreciar la ilusión con la que estos 21 nuevos arquitectos comienzan su carrera profesional.

    Yo estudié arquitectura hace muchos años y fui, como uno de esos jóvenes, un recién licenciado que, aunque tenía claro que no me iba a comer el mundo, sí tenía ilusión y ganas de empezar a trabajar. Y pronto, porque la vida es así, supe que nunca lo haría ejerciendo de arquitecto “normal”. Pero siempre me he considerado arquitecto, jamás me he arrepentido de haber estudiado arquitectura porque, al menos a mí, me dejó un poso de conocimientos, de forma de trabajar, de observar mi entorno, que me ha servido en mi proyecto de vida personal más que en mi vida laboral. Así quiero pensar que esos jóvenes ya han adquirido algo valioso que les va a servir, y mucho, para toda su vida y que también podrán aplicar a su profesión, cualquiera que sea aunque fuera conseguida mediante una oposición…. Pero, por favor, no les enterremos con paladas de “realidad” que además de dañino, creo que es completamente falso, porque lo aprendido ya no les va a abandonar.

    Pero bueno, tal y como dices, “hay gente pa tó”, dicho con todo respeto a tu situación personal pero con ninguno hacia tu “esclarecedor” comentario.

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  7. Generalmente, casi toda persona que viene a estudiar arquitectura aquí, (como en otras escuelas y otros estudios) sabe que desde el primer año entra al menos, a iniciarse como intelectual. Infinitamente más enriquecedor, sea cual sea el ámbito en el que se acabe ejerciendo mañana. Que el alumno que entra y el profesional que sale, nada tienen que ver.

    ¡Dejemos ya de predecir un futuro miserable a personas cuya ilusión y saber hacer va en aumento!, es ilógico. Acabes dónde acabes lo harás bien, porque lo más relevante en este debate es tener la autoconvicción de saber que has escogido tu único camino posible. Peso suficiente para callar a quien cuestiona la eficacia, sensibilidad y cariño con el que hemos visto hacer las cosas en Toledo. Entiendo así que en esta escuela se enseña ARQUITECTURA, como concepto UNIVERSAL muy erróneamente aplicado hoy en la mayoría de los contextos. Éste oficio no abarca lo que parece que entiendo más arriba: unos conocimientos justos, (pero a la última) para asegurarse el pan durante una larga y tranquila vida laboral. Señor, eso no es arquitectura, ni medicina, ni cocina ni conservatorio...

    Estamos siendo testigos de la generosidad de la Escuela con esas valiosísimas conferencias, tantas, tan ricas y tan distintas todas, que ya sólo por eso merece la pena venir. ¿Todos tenemos claro que seremos buenos arquitectos, no? o si usted se empeña, [lo que nos toque ser], porque lo primero a lo que nos han enseñado es a apasionarnos con lo que hacemos y compartimos, quizás esa sea la mejor lección que nos puedan dar en la universidad o en la oficina del paro.

    Un alumno de la eaT.

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