jueves, 13 de octubre de 2016

La mona

El otro día el concejal de arquitectura, paisaje urbano y patrimonio del ayuntamiento de Barcelona dijo que la Sagrada Familia es una mona de pascua. Esa declaración ha levantado revuelo, pero no es nueva. Desde hace muchas décadas muchos artistas e intelectuales (incluido nada menos que Le Corbusier) han pedido que se pare de una vez ese horror.


Lo que ocurre con estas críticas es que suelen dar por buena la obra de Gaudí, y claman contra la continuación porque desvirtúa el proyecto del genio.
Yo, seguramente pecando de bocazas indocumentado, sostengo que ya la actuación de Gaudí (por otra parte un arquitecto admirable, autor de unas cuantas obras maestras) era fallida desde el principio.
Una mala tarde la tiene cualquiera, y una mala obra la tiene cualquier arquitecto. Y esta, a mi juicio, fue mal desde el principio.
En 1866 el librero Josep Maria Bocabella i Verdaguer fundó la Asociación Espiritual de Devotos de San José, que tomó en sus manos la desaforada misión de construir en Barcelona un templo expiatorio dedicado a la Sagrada Familia.
La asociación, siempre escasa de recursos, al fin consiguió contratar al arquitecto Francisco de Paula de Villar y Lozano, que hizo un proyecto de templo neogótico.

El proyecto neogótico inicial de Villar

El día de San José de 1882 comenzó la obra, y al poco tiempo empezaron los problemas. Los pilares de piedra maciza proyectados por Villar eran caros. Era mucho más barato chapar de piedra unos pilares de argamasa y cascote. Villar se indignó y abandonó la obra.
Este detalle me parece muy interesante: Desde el primer momento, los piadosos socios pretendían que la obra mintiera. (Nunca he entendido que alguien, movido por su fe, haga una obra en loor de lo que tiene por más sagrado y para ello se agazape en la mentira, en la mera apariencia. Volveré a ello porque Gaudí siguió en parte con esa actitud).
A la mentira del estilo (neo-loquesea) se unía, pues, la mentira constructiva (pilares de hormigón ciclópeo pero que parecieran de piedra).
La obra, apenas empezada, se quedó parada.


La Sagrada Familia en 1889

La junta contrató a Gaudí en 1883. Tenía treinta y un años de edad, y trabajó en esa obra durante los cuarenta y tres que le quedaban de vida. Desde 1915 trabajó casi en exclusiva en esa obra, y acabó viviendo en la cripta.

La Sagrada Familia en 1915

Esto es lo que más respeto me causa. Si voy a acusar a Gaudí de "caprichoso" e incluso de "picaflor", en ningún caso puedo tratarlo de "frívolo". Un arquitecto que se encierra en su obra y se entrega a ella con esa obsesión demuestra una pasión más que respetable y plausible.

Pero, aun con eso, veo demasiadas cosas, demasiados adornos, demasiado bonitismo. Hay demasiados elementos postizos aplicados, demasiados símbolos que no funcionan como arquitectura, sino como aplicaciones puntuales y pintorescas y como elementos de un álbum.
Toda la Sagrada Familia rezuma un tufillo kitsch, que no puede deberse -repito- a un comportamiento frívolo e inmoral del arquitecto, sino al error de querer decir muchas cosas y decirlas fuera de plano, fuera de contexto, fuera de estructura, mal.
Veo demasiado "arte aplicado" demasiadas macetas y figurillas, demasiadas estatuas, demasiadas estrellas, letras, coronas, corolas, pétalos, animales, trozos, pegatinas, marchamos, escarapelas, fruslerías.
Y todo ello suele ser hermoso. Gaudí era un maestro de las formas pintorescas, y su torrente de figurillas y de hallazgos puntuales tiene gracia. No forma una obra de arquitectura pero tiene gracia.

Al final de la última jornada laboral de su vida, aquella en que iba a ser atropellado, Gaudí se despidió de sus ayudantes diciéndoles: "Mañana haremos cosas muy bonitas".
Pues eso: "cosas muy bonitas".
La arquitectura, la obra humana grande, ha de ser buena, no bonita. Lo bonito es fruslería, es chachi piruli, es cuchipendi. Y así creo que era la Sagrada Familia de Gaudí.

Pero es que después fue peor. Después, sin Gaudí, los continuadores quisieron seguir siendo cuchipendis, pero ya no tenían la gracia de Gaudí. Oscilaban desde una imitación ciega de las formas del inimitable maestro a una imitación de su actitud, de la acumulación de hallazgos que ya no eran felices.
El resultado (y aún le queda tiempo y espacio para empeorar bastante) es la gigantesca mona de pascua que ha dicho el concejal.
Y aunque la vistan de seda, mona se queda. Y cuanta más seda más mona.




(Ah, y el turismo siempre con ese fino instinto para detectar lo kitsch).

Addenda 14 de octubre de 2016.- El artículo que adjunto es interesante. Trata sobre la moda de oponerse a la Sagrada Familia, comenta el texto que he mencionado de pasada y cómo algunos de los firmantes se rindieron después. Podéis leerlo si clicáis aquí.

(Si te ha interesado este escrito puedes clicar el botón g+1 que verás aquí debajo. Muchas gracias).

3 comentarios:

  1. Caso muy especial de la libertad de opinar es hacerlo en ejercicio de un cargo público (parece ser que este señor dijo lo de la mona de pascua en un debate político, y no sé si lo debatido dependía de que la Sagrada Familia lo sea o no). Desde luego, tampoco ha hecho nada que esté prohibido.
    Supongo que, cuando lo haya visto, a Esperanza Aguirre se la habrá escapado una sonrisa comprensiva. Eso sí, este es más fino.
    La tesis de la entrada me ha parecido muy interesante. Desde mi ignorancia, me surgen algunas cuestiones:
    1) ¿Alguna vez creyó Gaudí que iba a terminar en vida el edificio? Creo que no.
    2) ¿Pensaba que sus sucesores modificarían sus directrices según vieran, o creía que lo iban a seguir tal cual?
    3) Lo siento por la que se les vino encima. Además de la Guerra Civil en sí y la destrucción de las maquetas, construir ahora un edificio de esos en todo-piedra creo que es difícilmente planteable, así que lo han hecho de hormigón (creo que chapado). Por otra parte, los materiales e ideas que se impusieron después suponen un cambio muy drástico. No sé si a los renacentistas (o barrocos, o clasicistas) que tenían que terminar iglesias góticas (o barrocas) les parecía tan drástico o qué hacían con ellas. Tampoco sí Gaudí lo veía venir en esa medida y qué pensaba de ello.
    4) Durante las décadas siguientes continuan la obra, con mayor o menor acierto y talento, lo mismo que ya venía pasando con algunas iglesias y obras faraónicas (salvo las Pirámides, tengo entendido).
    5) ¿Puede "la gran arquitectura" aspirar a ser “bonita”, si antes es “buena? La Sagrada Familia, ¿qué tal es como edificio?
    6) Al menos parte del modernismo era bastante decorativo. La parte de Gaudí, ¿sería kitsch hasta para una óptica modernista, o parecido?
    7) La viabilidad del edificio como "ruina" y su mantenimiento y conservación. No sé si la fachada del Nacimiento estaba pensada para ir pegada a algo, o daba igual que quedase exenta por los siglos. Eso también iría relacionado con quién paga las obras. Si es el poder público, me parece que en eso sí puede opinar (en democracia, previa consulta de "la calle" y "los técnicos"). Dicen que se financia con donaciones. Si son corruptas, no depende de la calidad del resultado.
    8) Según lo anterior, las obras recientes serán una continuación más o menos acertada, inspirada hasta cierto punto en las ideas originales (espíritu de su tiempo), pero no me parecen impropias, siempre que no se diga que es "de Gaudí", sin más. Menudo marrón tenían. Hacer eso ahora en otra parte y porque sí, creo que parecería kitsch a mucha más gente.
    9) La parte nueva, ¿sería un acompañamiento para la parte de Gaudí o aspira a tener entidad propia? La fachada de Subirach, aunque no me guste demasiado, parece que sí.
    10) Cabe preguntarse “cómo habría sido” si la hubiera completado Gaudí, y si me habría gustado. Pero nunca pudo ser. Por eso, y por todo lo que ha llovido desde 1926, me produce una mezcla de admiración, curiosidad y sobre todo melancolía.

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  2. Estamos acostumbrados al tono satírico en torno a la obra de la sagrada familia. Yo mismo, como barcelonés, caigo muchas veces en la tentación y me uno a la cháchara, aunque no sin cierto sentimiento de culpa, consciente de que se trata de una víctima fácil. Hasta el propio Gaudí tuvo que convivir con la sátira, los chistes, viñetas y comentarios de la época, debido a la popularidad de sus obras (popularidad en el sentido amplio de la palabra), y la desmedida ambición que rezumaba la más grande de todas ellas -un contexto no muy distinto del que hoy generan los productos de star-chitecture.

    Comparto contigo, José Ramón, una visión arquitectónica pràcticamente antagónica a las esforzadísimas piruetas gaudinianas. Compartimos también una época que nada tiene que ver con el mundo en que surge la Sagrada, por lo que difícilmente podríamos empatizar con la “misión” original -cierto es que, incluso comparándola con edificios coetáneos el templo resulta una anomalía, y que tanto su programa como su lógica constructiva y estilística no parecen entrar en diálogo con los tiempos-.

    Pero me resulta más difícil compartir al tono despreciativo (el del artículo y el que exhibe el propio Concejal de Arquitectura). Afirmar que la Sagrada Familia no es una pieza de arquitectura suena a “boutade” en boca de un arquitecto, y todavía más viniendo de un responsable público que sabe el lugar que ocupa ese edificio en el imaginario colectivo universal.

    La crítica se entiende en ambos casos como una oportunidad para verter opinión, y hasta los arquitectos, personajes normalmente bastante rigurosos y cautelosos, aprovechan la ocasión para mostrarse elocuentes e ingeniosos (en un curioso intento de resultar cercanos), en vez de contribuir a descubrir nuevas lecturas y a enriquecer la atención.

    Hay alternativas. Susan Sontag escribía en “Contra la Interpretación” (en 1964!!!!!) : “La actual es una de esas épocas en que la actitud interpretativa es en gran parte reaccionaria, asfixiante. La efusión de interpretaciones del arte envenena hoy nuestras sensibilidades, tanto como los gases de los automóviles y de la industria pesada enrarecen la atmósfera urbana”. Sugería una alternativa, una “erótica del arte” que nos lleve a “aprender a ver más, a oír mas, a sentir más”. En definitiva, mostrar “cómo es lo que es”, y no tanto “qué significa”.

    Volviendo al caso que nos ocupa, la Sagrada Familia es, evidentemente, un edificio extremamente vulnerable a una crítica “del contenido” (programa, lógica económica, etc), pero gran ejemplo también de obra vanguardista: un enorme laboratorio de pruebas para técnicas constructivas digitalizadas off-site, posiblemente la única obra de su tamaño que se lleva a cabo mientras es visitada en masa, una estructura paramétrica asombrosamente audaz que, además, permitió ser coherentes con la idea original perdida en el fuego… Aspectos que, dicho sea de paso, son mostrados en el Museo soterrado, a través de abundantes maquetas y dibujos.

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  3. Pero lo que más me llama la atención es el personalismo que exhiben el artículo y el Concejal al hablar de “la que ha dejado de ser obra de Gaudí”, cuando en otros contextos procuran resultar mucho más políticamente correctos hablando de la cooperación en el proceso de diseño y de la función del arquitecto como mediador. Será que todavía confían en el arquitecto omnipotente? O que a Gaudí, en su condición de genio, se le debían permitir experimentos (que por cierto suponen todo una mina para el Ajuntament) que no debemos confiar a los demás arquitectos? Una pregunta más: cuándo deja de ser obra de Gaudí? Cuando se dejan de respetar sus técnicas constructivas? Sobran ejemplos de proyectos retocados por Ayuntamientos en escala y materialidad, que sin embargo no pierden el apellido de su autor.

    Las yuxtaposiciones, fruto de las colaboraciones y de avances técnicos y constructivos, son un valor añadido a este “monumento al vacío”, y no la razón a la que agarrarse una y otra vez para reírse de la “mona de Pascua”. Un libro de reciente publicación, “Gaudí: fuego y cenizas”, J.J. Lahuerta argumenta precisamente que nos equivocamos cuando simplificamos la figura de Gaudí como un genio aislado, pues fue el mismo quien inició la experimentación en la obra “proponiendo soluciones técnicas revolucionarias y siendo pionero en el uso de medios industriales para crear una ornamentación que hoy puede parecer artesanal”.

    Sí, mañana haremos cosas muy bonitas, porque la arquitectura, y esta obra también, acaba trascendiendo a autores y predicadores.

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