viernes, 28 de octubre de 2016

Crítica funcionalista

El otro día, a raíz de la entrada que escribí sobre la corrección de Carvajal a un proyecto de un alumno, alguien me comentó que Carvajal no tenía un cuerpo teórico coherente, y que se limitaba a hacer una crítica funcionalista, que es algo muy fácil, muy elemental y muy pobre, ya que consiste tan sólo en ir leyendo los planos.
(La verdad es que ese sistema ha sido el de casi todos los profesores que he conocido).
Esto me hizo pensar un par de cosas que quiero contar ahora.
En primer lugar, creo que la funcionalidad es obligatoria. La funcionalidad es una condición previa y sine qua non. Hay que satisfacerla siempre. Una vez que hemos constatado que está ahí y que cumple, podemos pasar a hablar de otras cosas.
De nada sirve hacer consideraciones plásticas, espaciales, estéticas, etc., si el edificio no funciona. Si no funciona no hay nada más que hacer.


Veamos por ejemplo una planta de una vivienda situada en Francia. Vemos varias cosas antifuncionales: La escalera hace el cambio de dirección con peldaños compensados muy incómodos, y eso que le sobra sitio para haber tenido una meseta amplia. Al desembarcar de ella tenemos un largo pasillo para ir a un dormitorio, allá al fondo, y otro pasillo para ir al dormitorio principal, también al fondo (y al que además se entra a través de un baño). Es decir: un pasillo por delante de la escalera y otro por detrás cuando cualquiera habría sabido aprovechar mejor la superficie útil haciendo uno solo. También hay un amplio espacio de distribución al lado de la escalera, al que abre la puerta del salón estorbando la salida a la terraza. (A quienes hemos hecho adosados de 5,50 m de fachada nos parece mentira que en un distribuidor tan grande se puedan estorbar las puertas). Vemos además un baño ciego cuando hay metros y metros de fachada por todas partes.
Etcétera. ¿Para qué seguir? Carvajal se habría puesto las botas corrigiendo este proyecto.


Veamos ahora una casa de campo en Estados Unidos.
Con esta no vamos a perder el tiempo. Sólo diremos:
-¿Cariño, vas a quedarte hasta tarde viendo la tele?
-Hasta que termine el fútbol.
-Pues me voy a la cama a leer un rato.

Hace tiempo escribí que la arquitectura más funcionalista que conozco es la de las chabolas. ¿Me hace falta luz aquí? Pues abro una ventana ahí mismo. ¿Necesito sombra y resguardo aquí delante? Pues cubro. ¿Quiero poner una caldera? Pues le improviso un habitáculo. Voy atendiendo a cada necesidad según me va surgiendo, y voy solucionando cada problema funcional sin atender a nada más. El resultado es la obra perfectamente funcional: la chabola.

En ese sentido, la chabola es irreprochable. Pero queremos otra cosa. ¿Por qué nos gustan las dos casas cuyas plantas he puesto más arriba, si son antifuncionales?

Un famoso arquitecto dijo una vez que la casa era una máquina de habitar, pero él (afortunadamente) jamás hizo una máquina de habitar. Él hacía poéticos objetos plásticos y espaciales de habitar, que es lo que de verdad nos gusta, aunque también es lo que nos avergüenza reconocer y lo que somos incapaces de justificar.
Ese mismo arquitecto hablaba a menudo de seguir "la estética del ingeniero" porque era la estética de darle a cada objeto la forma que necesita, pero él era un artista plástico, y su estética era la de la plástica menos ingenieril, si entendemos ingenieril como sensato, lógico, funcional, económico... como él proponía.

La arquitectura es otra cosa, pero no sabemos qué. Decíamos que Carvajal hacía solo una lectura funcional del proyecto del alumno, pero hemos de reconocer que es la única lectura que se puede hacer con algo de objetividad y de rigor. Lo otro, la emoción..., la plástica..., la luz... no hay manera de valorarlo objetivamente.
Otro de los comentarios sobre la entrada anterior decía que Carvajal, después de hacer tan feroces críticas funcionalistas, reconocía la "emoción" y la valoraba mucho. ¿Pero cómo se valora la emoción? La lectura funcional es objetiva, la emocional no.
Y sin embargo es la que cuenta en definitiva.

Respecto a la funcionalidad antes he dicho que es obligatoria y que es previa a todo lo demás. No es cierto: todos renunciamos con gusto a lo funcional si se nos da algo mejor a cambio. Lo malo es que ese algo es muy difícil de evaluar y de medir.
Para ir de una habitación a otra, o de una aula a otra, o de una sala de reuniones a otra, lo más funcional es hacerlo por un distribuidor recto, horizontal, firme y bien iluminado. ¿Pero qué pasaría si, en vez de eso, tuviéramos que subir una escalera de caracol y bajar luego por una rampa, saltar, arrastrarnos, recorrer unos metros en completa oscuridad, agacharnos súbitamente para no darnos en la cabeza o cualquier otro disparate parecido? Pues que tal vez podría ser muy divertido.
Yo he sido muy feliz (ya lo dije en otra ocasión) en la casa que peor funcionaba del mundo. Pero había otras cosas (y personas) que merecían la pena y que valían mil veces más que la más sensata distribución. La casa tenía un pasillo estúpido, largo, pésimamente diseñado. Cuánto he jugado y cuánto me he reído en ese pasillo.

Tengo un viejo recuerdo de niño viendo películas de aventuras: Robin Hood saltando desde lo alto de una escalera y descolgándose por una lámpara, castillos llenos de pasadizos secretos, prisioneros escapándose... Y tal vez vislumbré ahí mi primera vocación de arquitecto admirando cómo se organizaba y desorganizaba el castillo del Príncipe Juan, o cómo se accedía desde un acantilado a la gruta secreta que era el refugio de unos piratas, o cómo el pistolero que estaba descansando en el piso de encima del saloon se escapaba del sheriff saliendo por una ventana desde la que se accedía (milagro) a una escalera exterior.
Tal vez quise ser arquitecto para poder diseñar algún día alguna de aquellas absurdeces fantásticas.

Esa pulsión por los espacios mágicos y secretos justifica las dos casas que he mostrado antes, pero también los portales de algunos bloques de pisos de los extrarradios de las ciudades, y los pasillos, y las dobles alturas, y las esquinas, y las escaleras de caracol, y los balcones, y el color azul de la raya de un zócalo, y las viseras, y el empedrado, y las jardineras, y los zaguanes, y los rincones, y nuestra vida antifuncional y deseada.


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1 comentario:

  1. Las críticas de Carvajal nunca eran solo funcionales. La función siempre estaba pero la emoción también. No sé si llegaba a ser coherente, pero era absolutamente enciclopédico y sacaba referencias como para seguir leyendo hoy, más de veinte años después...Una de las que más me lo recuerda es Valery. Otra, compartida con Oiza, Bachelard.

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