martes, 3 de julio de 2012

Lubetkin: El manifiesto de Whipsnade

El día 7 de noviembre de 2003 mi amigo Ángel Sanguino me regaló un libro publicado por la Universitat Politécnica de Catalunya titulado Aprendiendo de todas sus casas. Me lo regaló durante una comida que un grupo de amigos arquitectos hacíamos en Toledo los primeros viernes de cada mes, y a cuyos postres leíamos un artículo (de esto tal vez hable otro día). Me lo regaló con la exigencia de que leyera en voz alta El Manifiesto de Whipsnade, de Berthold Lubetkin. A él le gustaba mucho cómo este arquitecto había sido capaz de escribir un manifiesto en negativo: Con qué elocuencia enumeraba qué cosas no era la casa que había construido para sí mismo durante sus trabajos en el zoo de Whipsnade, entre 1933 y 1935, y cómo, mediante esas negaciones, hacía afirmaciones implícitas muy interesantes.


Me exigió que lo leyera en voz alta para el general conocimiento de la peña. (Y porque sabía que mi bien templada voz de barítono es irresistible).
Leo (la tenía olvidada) la dedicatoria-jaculatoria que me escribió en el libro: "Cuando llegue mi muerte que mi verdugo, puesto por ti, sea sanguinario". (No coment).
Como soy presa fácil del elogio, e incluso estoy dispuesto a cantar un bolero si alguien me dice que lo hago bien, me levanté y leí:

No es una 'Casa Moderna', un 'Refugio', que, según los maestros, debería ser impersonal, inconsciente e insignificante en su higiénico anonimato; algo de lo que sólo se puede decir que está hecho de Hormigón Armado.


No es el resultado funcional directo de una venturosa elección del lugar y de los materiales; o de los hábitos digestivos o higiénicos de sus habitantes; de hecho no es una especie de mezcla de filosofía, gastronomía y estructura.



No pretende ser el último, modesto, silencioso y objetivo eslabón de alguna cadena de la tradición nórdica o inglesa.


No trata de mostrar que su planta venía determinada por alguna regla trigonométrica de las trazas de circulación de la cocina, o por algún destemplado intento de atrapar la luz del sol dentro de un rincón polvoriento, o por la longitud estándar de las vigas de hormigón armado.


No intenta probar que su diseño brotó 'naturalmente' de los condicionantes recibidos, como una calabaza común, una Victoria Regia o un pez abisal.




No pretende que su podio, que sin esfuerzo levanta la casa 30 cm en todo su perímetro, evitando el contacto de las paredes con la humedad del suelo, esté concebido por razones estructurales; aunque sería bastante fácil explicarlo en ese terreno, ya que es evidente que el vuelo de la losa reduce el momento positivo en el centro del vano.


No pretende que el entramado de elementos prefabricados de hormigón que soporta la cubierta, rellenos de aislante, fibra de vidrio o paneles calefactores, sea un sistema lógico o racional para construir paramentos. Ello a pesar de que los elementos horizontales del entramado reducen la altura libre de los verticales y por tanto su riesgo de pandeo, permitiendo que el espesor de los soportes disminuya. Un cerramiento realizado de esta manera no tiene por qué ser la solución más económica, lógica y racional. De hecho, otras paredes en la misma casa están construidas monolíticamente con hormigón armado de 10 cm de espesor -aislado con 4 cm de corcho, enlucidas al interior- allí donde se pretendía un efecto de solidez merecedor de un retrato familiar.


La cubierta plana no es signo de las tendencias exhibicionistas de habitantes nudistas; el baño no está iluminado cenitalmente para preservar celosamente la intimidad del usuario; los remates no están especialmente diseñados para los gatos del lugar o para sonámbulos; y el fregadero de la cocina nunca ha funcionado correctamente.


Por el contrario, el autor admite que hay, en las paredes del baño, una colección de mariposas tropicales; y que las colchas tienen pequeñas campanillas cosidas para alegrar el sueño de sus ocupantes.


El autor admite también que no ha capitulado ante los accidentes de un terreno que se le impuso; que excavó 800 yardas cúbicas de deslumbrante yeso, lleno de fósiles megalíticos, para conseguir una plataforma llana y una casa en horizontal -allí donde cualquier checo hubiera hecho una casa escalonada con cubierta ajardinada.


Confieso que algunas de las deslizantes alusiones de Lubetkin no las pillo. No soy tan agudo como Ángel. Pero me gusta, en general, cómo le lanza puyas tanto al Corbu como a la arquitectura orgánica (ah, el terreno), y cómo le quita toda transcendencia al acto de proyectar. Pero es una falsa modestia y una falsa negación de la trascendencia, como cuando John Ford decía que él no era un artista (y hay que ver qué encuadres de cámara, qué precisas ráfagas de viento). En realidad, negando todas las cualidades, Lubetkin las quiere todas y las proclama todas. Pero me gusta su desapego, su mala leche y su humor apretujado.
En todo caso, es una buena lección proyectar una casa como hay que proyectar una casa, y nada más. Y nada menos.

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