viernes, 29 de agosto de 2025

Dos centavos

Algún día tengo que hacer una lista de personajes de cine y literatura a quienes envidio profundamente. En esa lista tiene que estar Norm Gunderson, el marido de la policía protagonista de la película Fargo. En una película tan cruel y tan dolorosa, ella, embarazada y todo, inmersa en el sórdido ambiente de crimen, consigue mantenerse dentro de la cordura y de la sensatez, y vive en paz, pero consciente de toda la crueldad salvaje que hay en el mundo. Sin embargo su marido está completamente ajeno a todo eso. No tiene noticia de la maldad. Vive en una burbuja de inocencia. Se dedica a pintar aves.

Una noche, en la cama, le da una noticia a su mujer: El servicio de Correos ha seleccionado un dibujo suyo de un ánade para hacer un sello. Su esposa lo felicita con entusiasmo, pero él rebaja un poco la alegría porque va a ser un sello de solo tres centavos, que es muy poca cosa, y va a tener muy poca relevancia.

La mujer le consuela diciéndole que cuando cambian las tarifas y pillan a la gente con acopio de sellos que de repente resultan insuficientes, tienen que comprar otros de valores bajos para completar, y entonces los de tres centavos son fundamentales.

El marido le dice que sí y le da la razón, pero es más bien para no seguir mareando a su esposa con su problemilla. Ella los tiene mucho mayores. En todo caso es un éxito que su dibujo circule por todas partes y sea incluso objeto de colección. (Aunque solo sea un miserable sello de tres centavos).

miércoles, 20 de agosto de 2025

Una casa (3)

(No pensaba añadir ninguna entrada más a las dos anteriores, que di por concluidas, pero me he encontrado con esta historia y creo que tiene mucho que ver. Además, en las anteriores me refería a la importancia de los habitantes y a la muy poca de la arquitectura, y aquí, para compensar un poco, sí quiero señalar que la arquitectura puede tenerla, y mucha).


EL ÚLTIMO CLIENTE

A mi contacto de bluesky C6H4(CH3)(NO2),
@nitrotolueno.bsky.social, que me dio esta
preciosa información: el último cliente.


Roland Reisley ha cumplido ciento un años en mayo pasado y es el último cliente vivo de Frank Lloyd Wright.


Ahí lo tenéis, en la terraza, bajo el voladizo, de su casa de Pleasantville, NY, que la Frank Lloyd Mopnograph fecha en 1951(1).

Ronald no solo es el último cliente vivo de Wright, sino que además lleva viviendo setenta y cuatro años, ininterrumpidamente, en la casa que el arquitecto le diseñó.

jueves, 31 de julio de 2025

Una casa (2)

Tengo una imagen muy viva de mi tía Pepa asomada a ese balcón (el que está marcado con una elipse roja).

Llevaba un  jersey de color azul eléctrico, que he evocado tantísimas veces en mi vida que me vuelve a parecer que lo estoy viendo, y nos hacía señas, muy contenta.

He dicho que la imagen es muy viva, y también que llevo toda la vida rememorándola, pero no por eso ha de ser cierta. La memoria es una traicionera. No obstante, lo voy a contar como creo que lo recuerdo.

Mis padres acababan de comprar ese piso en Madrid. Yo tenía tres años (siempre he pensado que ese día que vi a mi tía Pepa en el balcón yo tenía tres años, pero vete a saber). Por lo tanto era (o debía de ser) el año 1963.

Veníamos de la Estación de Radio de Pozuelo del Rey, en cuyo poblado para empleados habíamos estado viviendo unos años. (Según me contó muchas veces mi madre, yo había dicho allí mi primera frase(1) y también, por lo visto, me daban unos enormes zumos de tomate en un vaso de cristal con lunares rojos. Y ya está. No puedo decir más de mi paso por la estación de radio).

Yo iba con mi abuelo Vicente, pasajeros en la cabina del camión de la mudanza, y cuando enfilamos la calle (que entonces era de dos sentidos) vimos a mi tía y nos pusimos muy contentos, seguramente porque nos sirvió de indicación de cuál era la casa, que no conocíamos.

jueves, 24 de julio de 2025

Una casa (1)

¿Habéis pensado alguna vez qué es una casa? Por supuesto que sí, y habréis obtenido un montón de respuestas y de ideas. Podríamos estar hablando horas y horas. Pero yo hoy no tengo ganas de hablar (de escribir), y veo que Jean-Jacques Sempé me da la entrada hecha. Voy a poner una secuencia de dibujos suyos y ya está.

Yo conocí a Sempé, supongo que como nos ha pasado a tantos, como el ilustrador de los relatos del Pequeño Nicolás, de René Goscinny. Venerador de Don René desde que me alcanza la memoria, leía las divertidas historias del pequeño escolar por el placer del texto, y veía los dibujos como agradables aderezos, pero nada más. Qué ignorante. Poco a poco fui descubriendo obras de Sempé en solitario, y comprobando que es uno de los mayores poetas visuales que he conocido. Tiene un poder de observación y de evocación, un tacto y un cariño verdaderamente prodigiosos.

Hoy me voy a limitar a poner diez dibujos suyos en secuencia. Cuentan una historia al mismo tiempo triste y feliz, plasman con nitidez lo que es la vida, pero concretamente, para lo que aquí me ocupa, nos explican extraordinariamente qué es una casa.

Por favor, id viéndolos en orden, despacio, paladeando cada elemento que aparece, cada gesto, y no escatiméis ni sonrisas ni lágrimas.

Qué preciosidad.

jueves, 17 de julio de 2025

Heliotropos

Introduje mi anterior entrada contando un episodio de un escritor insoportable para mí que escribió un prólogo a un libro sin hablar de ese libro, sino de uno que había escrito él sobre el mismo tema. Pues bien, todos conocemos gente así de toda edad y condición, de todo lugar, profesión y pelaje, pero en la sacrosanta arquitecturidad es algo que se da muy especialmente. Y es que tenemos que tener siempre presente que nuestra profesión es muy de artista y de querer llamar la atención.

Me acaba de volver a pasar: un homenaje a un viejo arquitecto en el cual quienes decían unas palabras no lo hacían en honor del compañero (y en cierto modo maestro), sino en el suyo propio. Hay muchísima gente que solo sabe hacer autohomenajes.

A esa actitud permanente e insufrible de "el guapo soy yo", "el listo soy yo", "quien tiene que destacar a toda costa soy yo" la acompaña, lógicamente, un estilo verborreico pasmoso. Se trata de que nadie entienda nada. Se trata de decir "heliotropo" siempre que se pueda, sea eso lo que sea.

Nota: He buscado una palabra sorprendente en el fondo de mi memoria y me ha salido eso: "heliotropo". No sabía qué podía ser. Me podía sonar más o menos a "bicho vegetal" o algo así. He buscado una imagen en Google y me ha salido esta:

Heliotropo

sábado, 12 de julio de 2025

Con mi banjo y mi caballo

Un escritor español a quien nunca he soportado escribió el prólogo de un libro que me interesaba mucho, y, no sé si por morbo, lo leí en vez de saltármelo. Craso error. Contaba que él había escrito un libro sobre el mismo tema, y a partir de esa declaración se ponía a hablar de su libro y no del que estaba prologando. Me pareció una desfachatez que acrecentó mi atragantamiento hacia ese mamarracho, y a partir de entonces lo soporté aún menos.

Pues bien, ahora estoy a punto de hacer lo mismo, y no quisiera, pero lo voy a hacer (un poco), porque esto no es una crítica ni una reseña de un libro, sino -ya que este es mi blog, pañuelo de todas mis lágrimas y foro de todas mis alegrías, preocupaciones, opiniones y desvíos- un rápido relato de lo que he sentido al leerlo. Así que no tengo más remedio que contar algunas cosas mías.

El libro se titula ¡Oh, Susana!(1), es del arquitecto Manuel Ocaña y lo edita Plasson & Bartleboom. Es, como dice la portada, "una novela técnica".

Tengo sensaciones confusas y contradictorias al hablar de Manuel Ocaña. Entre ellas siento que prevalece la vergüenza. Dejadme un momentito que os lo explique y luego me pongo con el libro.

domingo, 29 de junio de 2025

Menudo Cristo

Una cosa que me llama muchísimo la atención es cuánto se aburre la gente y qué de cosas está dispuesta a hacer para que se le pase esa intolerable sensación. A mí el aburrimiento me parece muy bien, pero creo que siempre hay que tomárselo con paciencia y tranquilidad, y no con ese loco frenesí drogadicto de buscar nuevas excitaciones por todas partes.

Saco este tema porque leo que en Boadilla un grupo de pazguatos (y ojalá fueran solo eso) quieren hacer el Cristo más grande del mundo.

¿Por qué? Pues porque ha terminado la liga y en la tele no echan nada que les guste. Y tampoco se van a poner a agarrar un libro a estas alturas.