lunes, 3 de marzo de 2025

El cuerpo

Llevamos unas cuantas décadas viviendo un urbanismo loco, unas ciudades hostiles que nos expulsan a los extrarradios cada vez más lejanos, y, en ellos, unos pueblos que lo eran y que ahora ya ni son pueblo ni son ciudad, sino unos inmensos aparcamientos de personas.

En la ciudad siempre ha habido barrios ricos y barrios pobres, pero desde hace años es sencillamente imposible que los menos pudientes puedan vivir en ellas; en ningún barrio. Los que eran menos boyantes se han ido empijando y ahora da gusto: Donde estaba el Bar Manolo hay ahora un laboratorio gastronómico que expende unas tostadas hechas con harinas de cereales que no has oído en tu vida y rociadas con espuma de albahaca. Nos han gentrificado a nosotros mismos de las calles de nuestros padres y nos han expulsado a cuarenta kilómetros de distancia, a unos lugares que han crecido metastásicamente: no hay más que ver los absurdos nombres de sus calles, debidos a la velocidad y a la falta de motivos.

Vivimos en unos extrarradios cada vez más remotos y también más abstractos. Y dependemos del tren de cercanías, del autobús interurbano o del coche para todo.