miércoles, 25 de octubre de 2023

El sentido de la arquitectura (y II)

El otro día corté mi discurso y la verdad es que no sabía exactamente cómo lo iba a terminar. Ahora, pasados unos días, ya no tengo ni idea.

Quizá tomé un mal ejemplo con las Torres de Colón. O, mejor dicho, esas torres son un magnífico ejemplo de muchas cosas, pero lo que hice mal fue poner ese título. ¿Qué sentido tiene la arquitectura? Muchos, muchos sentidos, pero precisamente en este caso no lo sé muy bien, porque, como dije, las riendas las ha tomado la ingeniería, y ha hecho (está haciendo) muy bien su trabajo.

En todo caso podría decir que la ingeniería hace muy bien lo suyo aunque todo el conjunto sea más que discutible. ¿No sería precisamente ese el papel de la arquitectura en este asunto: diseñar una buena solución, darle argumento y contenido a todo ello y pedirle a las ingenierías (estructuras, instalaciones) la ayuda necesaria para llevarlo a cabo? ¿Puede hacer algo la arquitectura, atrapada entre la normativa, la tecnología y los ambiciosos deseos de los propietarios?

Definitivamente creo que las Torres de Colón son un buen ejemplo para reflexionar sobre muchas cuestiones, pero no sé si lo son para buscarle un sentido a la arquitectura.

Bruno Zevi dedicó un extenso y muy buen libro -Arquitectura in nuce- a recopilar definiciones de la arquitectura: qué cosa es, qué objeto tiene, en qué consiste, para qué sirve.

Al final esta cuestión falla porque depende de qué entendamos por arquitectura. Como tantas discusiones bizantinas, parte de un difuso planteamiento del problema. Según como definamos la palabra así tendrá un cometido u otro. No es posible cruzar conceptos de belleza, proporción, forma... con otros de aprovechamiento, rentabilidad, inversión... y pretender que una sola ecuación los explique y resuelva todos a la vez y con un solo gesto.

Sí queda claro que en este caso hay una nueva entidad mercantil que compra las torres y quiere sacarles más provecho; encarga el trabajo a unos profesionales y estos consiguen satisfacerla con propuestas técnicamente solventes. Pues ese es su sentido. O uno de los sentidos.

Esta intervención, ya lo dijimos, no solo altera la configuración original, sino que la contradice de tal forma que prácticamente la anula.

En este sentido debemos mencionar que el actual director del Estudio Lamela, e hijo del fundador, ha denunciado el proyecto por desvirtuar el propósito inicial ("es un disparate: fulmina la obra original"), pero también tenemos que añadir que él mismo propuso una ampliación similar. (Tal vez algo más entonada y elegante, y con mayor continuidad material, pero igualmente negadora de la obra del padre).


Propuesta de ampliación del Estudio Lamela,
muy similar a la que se está ejecutando.

Lo que palpita por debajo de todo esto, además, es otro "invariante castizo": la pelea entre dos estudios de arquitectura rivales. Quien está llevando a cabo la reforma fue colaborador del Estudio Lamela y ahora aparece como una especie de traidor. En fin: un espinoso asunto del que no tengo la información suficiente como para entrar a saco. Lo dejaremos ahí.

Sigo con el paseo con el que empecé. Hacía tiempo que no pasaba por allí. El día era bonito, con un cielo arrebatador, y la plaza de Colón era una rara combinación de imágenes y sensaciones.






Por donde pasé y desde donde vi las torres todo mi recorrido estuvo mediatizado por la gran cabeza blanca de Julia, obra de Jaume Plensa, y aproveché para preguntarme también cuál es el sentido de la escultura urbana. Creo que allí mismo las moles del descubrimiento, de Joaquín Vaquero jr., son un excelente ejemplo de escultura urbana, que crea calle y plaza, que arriesga a hacer espacio público a escala ciudadana y cívica, que se la juega y provoca, que puede fracasar y quiere afirmarse y actuar, mientras que la cabeza blanca de Julia es un bello objeto, una delicada joya que ya sabe de sobra que es hermosa, que se ensimisma y que acaso tiene como único gran desafío la escala incierta (ni natural ni monstruosamente grande) y un ligero adelgazamiento pseudogrequiano. Ah, y también unas bandas horizontales cuyas juntas no están pulidas y se notan, como para decirnos que hasta la belleza perfecta tiene sus cositas. Como si Judit Mascó nos dijera consternada que le ha salido una espinilla.

Al final la cabeza de Plensa me dice lo mismo que los culos de Botero. Están bien, pero, sobre todo, ni molestan ni levantan pasiones. Son seguros. Producen los buenos rollos previstos y prescritos.

¿Y las Torres de Colon? Son de una compañía de seguros que tampoco quiere complicarse la vida ni dar mala imagen, y que ha promovido esa ampliación dentro de una política de bien hacer y de no liarse con disquisiciones metafísicas.

(Y mientras estamos perdiendo el tiempo con estas cosas, y para terminar de cerrar el círculo vicioso, en algún rincón de algunas de las fotos se atisba o intuye la obra más penosa y lamentable de toda la carrera de Norman Foster, que ya ha superado las tibérrimas críticas que recibió en su día y ahí está, tan pancha como inútil, sin desdorar ni un poquito el infinito prestigio de su demiúrgico artífice).

¿Qué sentido tiene la arquitectura y la imagen urbana de Madrid, poblachón manchego? ¿Qué objetivo tiene Madrid, proa de todas las tonterías y espejo de todas las risiones?

No lo sé. No lo entiendo. Creo que hay mucha gente brillante haciendo bien su trabajo, pero nadie que lo mire a una escala más amplia, con una perspectiva global. No lo sé; es todo muy difícil. Vuelvo a recordar a Samuel Beckett cuando le preguntaron para qué poetas en tiempos de carencia, y contestó: "No tengo la menor idea".

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