jueves, 5 de noviembre de 2020

El último mono

A Francis, que pasaba por ahí y sin
comerlo ni beberlo se ha encontrado
con esta entrada dedicada.
Y, naturalmente, a Karlos Garmendia.




Mi amigo Francis me ha mandado por WhatsApp el texto que pongo aquí debajo, capturado del periódico bilbaíno El Correo. Lo ha hecho porque le ha recordado a cosas que ya he contado otras veces.

(Si lo clicáis lo veréis más grande)

Le ha recordado concretamente lo que conté aquí. No debería repetir lo que ya dije (y menos después de haberos puesto el enlace a aquello, para que lo leáis si queréis), pero es que precisamente Carlos (¿o Karlos?)(1) Garmedia es amigo virtual mío de las redes y le sigo y le admiro desde hace tiempo. Primero lo admiré como fotógrafo (todas las fotos de esta entrada son suyas, y pueden verse, con otras cuantas más, en su web), y después, casi simultáneamente, por sus tremendas obras de arquitectura y por su formidable abuela.

Vi una reforma que hizo en una oficina de Bilbao que convirtió en vivienda y me quedé entusiasmado, y recuerdo perfectamente cuando me enseñó esta obra recién terminada y ya me maravilló. En ambos casos, muy audaces, no paraba de alabar a sus clientes. Parece que este no le ha pagado con la misma moneda.

(El dueño)

Carlos es un arquitecto brillante, lleno de talento y de valentía. Optimista, creativo, feliz. Creo que estas cualidades son buenas para todo el mundo, pero si eres arquitecto con más razón, porque siempre estás proponiendo cosas inciertas, dudosas, arriesgadas, y necesitas una enorme dosis de optimismo y de confianza para hacerlas realidad logrando el apoyo y concertando el entusiasmo de todos los demás, especialmente de los clientes.

Carlos Garmendia trabaja con Álvaro Cordero Iturregui, a quien no conozco, pero no es justo que no lo mencione. Ambos se meten en unos proyectazos que le dejan a uno sin aliento.

En esta ocasión se enfrentaron a la ardua tarea de meterle mano a una muy pequeña iglesia (muy poco más que una ermita) en ruinas, en el municipio de Sopuerta (Vizcaya). Fue construida a finales del siglo XVI y reformada y ampliada en el siglo XVIII. Cuando ellos llegaron allí no tenía tejado (bueno, sí lo tenía, pero todo caído en el suelo), estaba abandonada y sus muros se encontraban en una situación muy inestable. El edificio estaba desacralizado y completamente arruinado, y a su nuevo propietario le sedujo la idea de convertirlo en una vivienda de fin de semana y vacaciones.

Aquí hay que decir que bravo por el propietario, que olé por su visión -no a todo el mundo se le ocurriría hacerse una casa en las ruinas de una iglesia; da un poquito de repelús-, que Carlos siempre ha valorado y agradecido, y llamó a su amigo para que le hiciera el proyecto.

Por supuesto, en una cosa tan especial la colaboración entre arquitecto y cliente es fundamental, la confianza ha de ser ciega y el trabajo conjunto y muy fluido, pero cabe preguntarse qué habría logrado este ingrato sin Carlos. Dice que todo es suyo: "jefe de obra, planos, pisos, escaleras..." Ya, claro que sí, majete. Y añade: "Se me fueron ocurriendo a mí sobre la marcha". Los cojones.


-¡Hernández! ¡Esa boquita!
-Perdona, cariño. Me he cegado.
-¡Pues no se ciegue!

Se le fue ocurriendo a él sobre la marcha. No sé qué hace que no demanda a Garmendia-Cordero por robarle estos planos para ponerlos en su web:



(Por cierto: Qué bien dibuja el tío. Podría dedicarse a la arquitectura. No lo hace porque en esta ingrata profesión no se gana el mismo dinero que con las actividades empresariales).

Hasta los planos los dibujaba él. Verdaderamente hay gente que tiene la cara de HA-25/P/20/IIa, y no me refiero al dueño de la casa, sino a los supuestos arquitectos que le han chorizado esos planos y esas ideas y han tenido el desparpajo de cobrárselo, así como la dirección de obra, cuando claramente la ha hecho también este señor pariendo ideas sobre la marcha, con el cerebro bulléndole de creatividad incontenible.



Lo digo una vez más, por si alguien aún duda de mi opinión: Este demostró ser un cliente excepcional, fantástico, maravilloso, el sueño de cualquier arquitecto, y así lo ha dicho Carlos sin que se le caigan los anillos por ello, porque no hay anillos que caer: Es un orgullo mutuo y una alegría. Pero os recomiendo que miréis la web de Garmendia y Cordero y veáis otros proyectos suyos, a ver si no tiene pinta de que ellos solitos hubieran sabido hacer aquí una brillante intervención. Pero se ve que el dueño no les dejó porque él lo hizo todo.

Ya lo decía en mi entrada anterior y lo repito: Es sorprendente que una persona que no se dedica a la arquitectura, que no la ha estudiado, que no tiene experiencia previa en ella, de repente sepa mucho más que los arquitectos profesionales, y además en este caso unos especialmente buenos. No sé cómo hemos sido tan tontos quienes hemos perdido años de nuestra vida estudiando unas asignaturas que demuestran ser inútiles, y ejerciendo una profesión a todas luces innecesaria.

Dejadme que lo vuelva a copiar. Al final hasta me está gustando:
De la restauración de esta construcción del siglo XVI se encargó Carlos Garmendia, un amigo que dirige el estudio de arquitectura bilbaíno Garmendia-Cordero, aunque él [el propietario] ejerció en todo momento de "jefe de obra. Planos, pisos, escaleras... Se me fueron ocurriendo a mí sobre la marcha", incide.

Sí que incide sí. Incide hasta hacer daño. Provoca una herida inciso-contusa.

¿Qué dicen esas líneas? Pues obviamente que a él se le ocurrió todo, pero que las absurdas leyes y el absurdo ayuntamiento que las respeta le exigieron que el proyecto lo firmara un arquitecto, quien además, junto con un arquitecto técnico, debería firmar un certificado final de obra. Ante tamaño atropello él recurrió al arquitecto que tenía más a mano: su amigo Carlos Garmendia (con la esperanza de que no le cobrara demasiado por el abuso). Fue el sufrido propietario quien le hizo los planos al arquitecto, le dio las especificaciones de materiales, equipos y todo lo demás, y el cachazas de Carlos lo firmó (a estos especímenes impresentables se los conoce como "firmones"). Después dirigió la obra y el huevón de Carlos (con un arquitecto técnico igual de indignante) firmó el certificado final.

Y si Carlos hizo eso esta vez es de suponer que lo hace habitualmente, porque le hemos desenmascarado en una obra brillante que sin pudor ni arrepentimiento alguno quería hacer pasar como suya. De modo que ese era su truco. De modo que ese es su método: la extorsión continua.

Tal vez pensabais que el título de esta entrada iba en el sentido de que al arquitecto no se le tiene en cuenta, de que es el último mono. No, qué va. El último mono es el cliente, que compra la ruina, paga, contrata al arquitecto, paga, compra los materiales, paga, hace los planos, paga, dirige la obra, paga, y sale cornudo y apaleado, abusado, vejado y humillado. No me extraña que se haya hartado de la casa y que la venda por un millón seiscientos mil euros. Criatura.






-----------------------------
(1).- Unas veces lo pone con C y otras con K. A ver si se va aclarando.

2 comentarios:

  1. Aquí un vídeo de Youtube al respecto: https://www.youtube.com/watch?v=m__xcCj7p6Q Efectivamente, al arquitecto (llevo viendo ya más de la mitad del vídeo) ni se lo menciona. Saludos de otro arquitecto, renegado, emigrado, ¡y también toledano!

    ResponderEliminar