viernes, 24 de enero de 2020

Destacar

Hace un par de fines de semana he estado de "turismo interior" y he visto muchas cosas interesantes. Pero he de confesar, lamentablemente, que aunque yo sea un amante y un defensor de "lo moderno" (entiéndase esto como se quiera), ha sido muy deprimente constatar la penuria arquitectónica y urbanística media de lo construido en el siglo veinte y en lo que llevamos del veintiuno.

He disfrutado de algún palacio renacentista, alguna iglesia barroca y alguna casona judía o mudéjar que, sin ser grandes cosas en sí mismas, mostraban un carácter, un tono medio y una adecuación espacio-temporal estupendos. Y, sobre todo, las casas de arquitectura anónima, incluso pobretona en el reseco sur de Castilla y en el norte de Andalucía, con su silencio y modestia crean entornos amables, habitables, tranquilos y al mismo tiempo duros y agrestes. Llenos de vida y de fuerza.

Pero, por el contrario, cuando he visto el tono medio de lo de ahora (dándole a ese "lo de ahora" unos sesenta o setenta años de margen) he constatado su futilidad, su bajeza, su paletez, que hacen que en cualquier ciudad, salvando dos o tres hitos valiosos de arquitectura contemporánea que vemos con unción y devoción, prefiramos pasear por el casco antiguo por más anodino que sea antes que sufrir los barrios nuevos y, no digamos, las urbanizaciones.

¿Qué ha pasado?

Puse esta foto en las redes sociales:

Valdepeñas (Ciudad Real). Puerta del Vino

y obtuve muchas reacciones de estupor. No es para menos. (Aparte de que podéis clicar la foto para verla más grande, os dejo aquí un enlace para que podáis daros un paseo virtual).

¿Qué mente enferma ha podido perpetrar esa cosa? ¿A qué corporación municipal o a qué jurado le pudo parecer bien que se hiciera eso?

Este ejemplo está tomado en Valdepeñas, pero no quiero ensañarme con esta ciudad: Es un fenómeno incomprensible que arrasa y vandaliza cualquier otra que se nos ocurra visitar. Pero ya que estoy con este famoso emporio manchego del vino aprovecho para poner una foto de sus bolardos. ¿Apetece una copita?


De verdad: Qué gracia y qué humor tiene la gente. Qué derroche de imaginación el de todos los ayuntamientos. Así da gusto vivir en estos entornos sugerentes, simbólicos y divertidos.

Sin embargo, creo que todas estas chorradas y mamarrachadas no son lo peor. Creo que mucho más doloroso que estos chispazos de pobre ingenio y de dudoso gusto son los paisajes urbanos desabridos, son los entornos tan chungos en los que vivimos casi todos nosotros.

Nos paseamos por cualquier ciudad y siempre es lo mismo. Ese cansancio visual, esa boca reseca y como atorada de bocadillos de polvorones, esos chistes sin gracia, esa plasta, ese paisaje duro, pesado, aburrido, desangelado.






Os acabo de mostrar cinco imágenes tomadas al azar de cinco ciudades de Castilla-La Mancha, mi comunidad autónoma. No es peor que otras. Es mi comunidad y por eso la he tomado como ejemplo. Y os aseguro que no he seleccionado los testigos. (Se nota que no lo he hecho porque son "lo normal"). Me he puesto sobre la foto aérea de cada ciudad, he lanzado al hombrecito del Google Street como un paracaidista sobre cada una y he tomado la captura de pantalla. Sin elegir. A la primera. Lo que muestro no es malo, no es ignominioso. Es, sencillamente, fútil, inconsistente.

Es lógico que disparando al azar no encontremos ninguna obra maestra de la arquitectura ni del urbanismo, pero deberíamos tener un tono medio bastante mejor, no tanto en calidad arquitectónica, sino en calidad ambiental, en neutralidad digna.
Lo verdaderamente importante de la arquitectura y del urbanismo como entornos para la vida no son las dos o tres obras maestras que nos emocionan y por cuyo conocimiento y disfrute estamos dispuestos a cruzar el mundo, sino las obras comunes, corrientes, el tono medio en el que vivimos, que refleja la temperatura cultural, cívica y ética de la sociedad y nos permite estar a gusto en un entorno útil y fértil.

En todos los edificios anodinos (sí: los que haces tú y los que hago yo) lo más triste es querer destacar. La arquitectura popular anónima no tenía nada especialmente digno de atención, pero la sinceridad constructiva y la naturalidad e inmediatez con la que se daba solución al perentorio problema de la habitación la llenaban de dignidad y de decencia. Hoy, por el contrario, todos los edificios ñoños combinan ladrillos de dos colores, o ladrillo visto y chapado de piedra, o tienen alguna ventana circular, o un balcón triangular o poligonal. Y recuadros en fachada, carpinterías de colores, etc. Y nada de ello consigue belleza, ni paz, ni alegría, ni placer, sino solo hastío y acidez de estómago.

En su libro Saber ver la arquitectura Bruno Zevi habla de ese afán que tenemos todos de destacar, y que, en definitiva, consigue lo contrario: que nos neutralicemos en el caos, que nos disolvamos en el ruido que creamos:

Nosotros que vivimos en una época en la que cada uno cree tener un mensaje de importancia universal que aportar al mundo, en la que cada uno se preocupa de ser original, de inventar algo nuevo, de destacarse del conjunto social, de sobresalir, en la que cada uno cree ser más listo que los demás, estamos rodeados por una edilicia que podrá tener todas las cualidades, pero que de ninguna manera puede llamarse urbana. Si notamos en los nuevos barrios de nuestras ciudades la estridencia de los colores, de los mármoles, de la forma de los balcones, de las alturas de los cornisamentos, advertiremos cómo estos conatos de originalidad resultan, en su conjunto, de una monotonía muy superior a la de algunos armoniosos barrios del siglo XVIII y hasta del siglo XIX, en los que existía entre los edificios un hábito de convivencia civil. En el gran baile de la moderna edilicia mercantilista, todos, inteligentes y cretinos, quieren imponerse y distinguirse, hablan y gritan simultáneamente, todos llaman la atención de sus vecinos, y nadie quiere escuchar: el resultado es una algarabía vacua [...]: quien tiene prisa en hacerse notar, tiene generalmente poco que decir.

Esto, según Zevi, es un problema de urbanidad. Y si nos salimos de la urbe más densa para entrar en las urbanizaciones de chalés unifamiliares el desasosiego degenera en ansiedades, taquicardias y desmayos. El furor por la "originalidad" y la falta de respeto por el entorno, por los vecinos y por los paseantes llega al paroxismo. (Todo ello queda perfectamente complementado con los feroces perros ladradores, a razón de uno por chalé, que te infartean si pretendes dar un paseo por la acera).

Este afán de destacar ni siquiera nos distingue como los más tontos o los más horteras o chabacanos. Ni eso: Somos tan tontos, horteras y chabacanos como los demás. Ni para malos valemos. Entre todos formamos ese ruido zumbón y neutro provocado por tantos gritos y tantos do de pecho que no llegan ni a la bemol y se quedan en un sucio guirigay.

Lamentablemente, todos creemos tener algo muy importante que decir y una gran ansiedad por decirlo. Mejor nos iría si obedeciéramos a Karl Kraus: "Si alguien tiene algo que decir que dé un paso al frente y se calle".

8 comentarios:

  1. Y lo peor de todo es que la mediocridad se retroalimenta de sí misma, y los que se creen punteros establecen nuevos principios, nuevas consignas para tratar de convertirse en ese "patrón de los mediocres" que invoca Salieri en su manicomio en Amadeus. José Ramón, da igual si la cita es de Cela, de Delibes o de San Agustín. Viene al pelo, y eso es lo importante. Enhorabuena por la entrada.

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    1. Muchas gracias, Félix.

      (Nota para los lectores: El comentario que hace Félix sobre Cela, Delibes o San Agustín es porque he atribuido la frase del final, sin ninguna seguridad, a Cela, y en nota al pie pedía ayuda para atribuirla bien. Me han dicho que es de Karl Kraus y lo he corregido y he quitado la nota).

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  2. El cliente es el promotor, quien mira por sus beneficios y no por la calidad, ni material, ni estética. El comprador o el usuario no pinta nada en el diseño del producto, su funcionalidad o adecuación a sus necesidades; pasa lo mismo que con cualquier otro producto del mercado. De ahí los resultados desastrosos con edificios construidos este mismo siglo, pagado su valor triplicado y oyendo toser al vecino... Muy bien explicado en "Antifragilidad" de N Taleb, cada vez menso win-win y más win-lost

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  3. No podría estar más de acuerdo en la ignominia de nuestros entornos urbanos.
    Pero francamente dudo mucho que tenga nada que ver con el ego de quien construye la mayoría de los edificios que conforman las ciudades. Casi todo lo que se construye se construye con un promotor como cliente, al que ningún arquitecto conseguirá engatusar con una buena obra si con ello pierde algunos metros que no puede rentabilizar.
    El provincianismo presente en las fachadas no es más que un simple "ponle algo bonito que eso le gusta a la gente" y ese algo bonito son frontones, ventanas circulares y demás detalles superficiales para que al comprador le haga "gracia" el edificio.
    Si algún arquitecto se salta la infranqueable barrera del promotor, entonces tiene la normativa, el CTE, las ordenanzas, y cualesquiera otra que se le antoje al ayto. de turno, para tirar por tierra cualquier intento de construir algo loable.

    Me vas a decir que tiro la pelota fuera, pero vamos me parece que si verdaderamente tuviese algo que ver con los arquitectos, o si tuviésemos algún mínimo papel en la definición contemporánea de la forma urbana, la cosa sería bien distinta.
    Creo que la forma urbana ya no está en manos de arquitectos, si no en manos de políticos y legisladores.

    En su SMLXL Rem habla del obsoleto papel del arquitecto en la definición de los planes urbanos, y no podría darle más la razón.

    Por otra parte, como en todo, tenemos lo que nos merecemos. La gente compra esa vulgaridad, así que no hay ninguna razón para construir nada mejor.
    La gente sigue viendo las pelis de super héroes, así que toma tres tazas.
    La gente ve Super Chef Junior edición nº 13, así que habrá una 14 y una 15.
    Y todas estas cosas están muy bien, el super chef junior, las pelis de super heroes, y la arquitectura mediocre, y deben existir y son disfrutables (bueno la arquitectura mediocre no sé, pero pa´ algo servirá digo yo...) pero cuando se convierten en la norma y en lo único que los promotores quieren hacer porque es el negocio seguro, entonces, entonces tenemos lo que nos merecemos...

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  4. Yo también estoy de acuerdo con la ignominia de nuestros entornos urbanos, llenos de "estafermos" arquitectónicos, esa palabreja que acertadamente inventó Camilo Gonsar, si no me equivoco.
    Para consolarnos un poco, podrías poner algún que otro ejemplo pero esta vez de buen hacer, en ciudades pequeñas de nuestro país. Sería interesante ver el contraste.

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  5. Muchas gracias a todos.
    A Ben y a Paloma: Estoy de acuerdo. No digo que este panorama sea (solo) por culpa de los arquitectos. Estas ganas de destacar las tenemos todos, y muy particularmente los promotores, quienes por una parte quieren hacer lo que todo el mundo, lo de siempre, y por otra quieren distinguirse. (Pero los arquitectos somos sus cómplices). De ahí viene lo anodino de todo lo que hacemos y a la vez lo patético de los detallitos de distinción.
    Anónimo: También comento ejemplos dignos de admiración. Me esmeraré más en ello.
    Repito: Muchas gracias.

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  6. "Lamentablemente, todos creemos tener algo muy importante que decir y una gran ansiedad por decirlo".
    ¿Para qué sirve si no twiter, facebook,..... o este blog?

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