martes, 21 de agosto de 2018

¿Para qué sirve un arquitecto?

Dedicado a Stepien y Barnó, con
mi reconocimiento por su labor.


Los incansables Stepien y Barnó están haciendo, entre sus numerosas campañas, una que se titula "¿Para qué sirve un arquitecto?", en la que le ponen cámara y microfóno a varios ilustres compañeros (y, sin embargo, muchos de ellos incluso amigos) para que contesten esa pregunta.
Son siempre testimonios optimistas, constructivos y positivos. Yo los miro y los escucho con ganas, envidiando su envidiable actitud, pero al terminar de ver cada vídeo me quedo mal.

La guinda ha sido ver ahora un vídeo similar, pero de una universidad, que pone a varios de sus profesores explicando para qué estudiar arquitectura; para qué ser arquitecto.

Pues perdonadme, porque se ve que llevo unos días bastante bajo. Os entiendo, os respeto e incluso os admiro. Sé que hacéis un esfuerzo para explicar a la sociedad lo que somos y lo útiles que le podemos ser. Sé que con esa actitud desinteresada me estáis intentando ayudar hasta a mí. Os lo agradezco de verdad, pero no. Mis posibles clientes no creo que vean ninguno de esos vídeos, así que os aplaudo las buenas intenciones, pero me temo que son inútiles.
Me temo que esos vídeos solo los vemos nosotros para autoconvencernos de algo de lo que ya estamos convencidos.


Nadie tiene que hacer un vídeo explicando para qué sirve un médico, porque es obvio para qué sirve. Sin embargo un arquitecto no sirve para nada, y eso también es obvio para todo el mundo.

Vale, me refiero a "todo el mundo" entre quien me muevo habitualmente. No discuto que un uno por ciento de los arquitectos (bueno, pongamos un dos por ciento) son verdaderamente creativos, buenos gestores, eficaces, limpios, y son buscados con espíritu abierto por el uno por ciento de los clientes (bueno, digamos el dos por ciento) para que les hagan obras funcionales, luminosas, hermosas, felices... Pero me temo que la inmensísima mayoría chapoteamos en el barro dándonos dentelladas unos a otros por unas migajas de balaustrada o de falsa columna de escayola. Al menos esa es la profesión que yo veo todos los días, y en la que estoy.

Os pondré un ejemplo que tal vez os parezca idiota (y tal vez lo sea), pero os aseguro que es casi literal con nuestra profesión:

Imaginemos que el mes que viene el gobierno aprobara un decreto ley que, en aras del decoro urbano, de la imagen cívica y de la estética pública, nos obligara a contratar a un "asesor indumentario" sin cuyo informe favorable no podríamos salir de casa.
Habría que abrir el armario y preguntarle si me puedo poner la camiseta de Barrio Sésamo con los vaqueros viejos y las zapatillas del rastrillo. Él nos haría unas pocas preguntas (con quién vamos, a dónde vamos, qué vamos a hacer, cuánto rato vamos a estar fuera...) y o bien nos extendería el informe favorable o bien nos propondría (ordenaría) alternativas (mejor ese polo azul, y cámbiese esos calcetines).
¿Qué haríamos? Obviamente, intentar escaquearnos: Salir a la calle sin el informe (multazo al canto), intentar hacernos uno nosotros mismos (multazo al canto), tratar de utilizar uno que hemos pillado por ahí (multazo al canto).

Escaldado por las multas, yo empezaría a pensar que, aunque mi aliño indumentario siempre me ha importado menos que las peleas de mejillones salvajes en el Mar Rojo, no tengo más narices que contratar a un asesor.
Imaginaos mi indignación.
Vale: Ya estoy resignado. Voy a ello. Ahora la pregunta: ¿Esa gilipollez por cuánto me sale? Y ahí ya se abre un mundo de posibilidades. Los asesores indumentarios se han movido ante esta nueva y enorme oportunidad profesional y nos ofrecen de todo: Abonos por semanas, por meses, por años, informes telemáticos e incluso telefónicos para no perder el tiempo y salir de casa con la prisa habitual, webs interactivas de consulta... Y unos precios asombrosos. En los primeros días de esta nueva obligación la cosa parecía que iba a ser muy onerosa, pero ya se están poniendo la zancadilla unos a otros y cada día que pasa recibimos nuevas ofertas con los precios cada vez más bajos.

Estupendo: El nuevo decreto ley es kafkiano y abusivo, pero de una forma u otra todos nos hemos buscado las mañas y más o menos lo hemos conseguido encajar.

(Esto mismo ha pasado, exactamente así, con los certificados de eficiencia energética, pero también pasó con la construcción de casas. Cuando yo empecé a trabajar, en 1985, ya empezaba a asumir la gente -con bastante rabia- que para hacerse una casa tenían que contratar a un arquitecto y a un aparejador, y los albañiles no hacían más que decirme en las obras: "Yo no sé a qué vienes, muchacho, si llevo toda mi vida haciendo casas y nunca he necesitado ningún arquitecto". También había varios pueblos en la provincia de Toledo -la mía; supongo que en las demás también- cuyos alcaldes se negaban a exigir proyectos para conceder licencias porque no querían ponerse a mal con sus convecinos y, lo que es más grave, votantes, y el colegio de arquitectos se hinchaba a mandar cartas, a poner denuncias... yo qué sé. Un disparate. ¿Para qué servía un arquitecto?)

Supongamos ahora que mi querido amigo Santiago Manuel Sacalaburra Gómez de Piorrea-Sansaturno y Pérez Cebollino me dice muy convencido que hay asesores indumentarios realmente buenos, y que él tiene uno que le ayuda mucho.
"Un buen profesional te hace un estudio de verdad, te justifica colores y texturas con un informe que es realmente útil", me dice.
"No, si ya me hago cargo", le contesto, "pero es que me da igual; en serio".

¿Para qué pagar algo menos de dinero a un asesor indumentario chapucero y perezoso que siempre copia el mismo informe-certificado si por un poco más puedes contratar a uno bueno, concienzudo, honrado, que te haga un estudio personalizado? Pues por eso: porque el primero es algo más barato. Y ya está.
¿Acaso quiero yo un informe bien hecho? No. Ni tampoco el otro, pero al menos el otro me cuesta algo menos.

Tengo muy buena relación con Stepien y Barnó, y a veces, viendo que en su serie de vídeos "¿Para qué sirve un arquitecto?" han salido amigos comunes, con muchos de los cuales pienso que tengo alguna proximidad, he fantaseado con que incluso, si me cruzara con ellos en el momento y lugar oportunos, hasta yo podría salir en esa serie. Con lo que llevo dicho es casi mejor que no me lo pidan, pero tendría su aquel que me enchufaran la cámara y me preguntaran: "¿Para qué sirve un arquitecto?" y yo contestara: "Para nada", y aguantara plano durante dos o tres minutos, callado y mirando a la cámara con cara de bobo (eso se me da muy bien) como las vacas ven pasar el tren, incluso tal vez rumiando un poco. Luego, quizá al cabo de un par de minutos, matizaría mi rotunda y desconsiderada respuesta: "Vamos, yo creo que para nada".

6 comentarios:

  1. Es cierto, no servimos "para nada", lo mismo que los músicos o los escritores o los historiadores o los exploradores o los cocineros o los filósofos o los ... porque la música no sirve para nada ni tampoco La Odisea ni nos interesa un comino quien coño era Sócrates ni nos alimenta peor un trozo de carne comida a mordiscos de la pata de un cerdo que un tournedo Rossini y nos importa un pepino que un tio raro haya descubierto el Lago Victoria y, por supuesto, que coño hacían los faraones por las tardes..
    En realidad nada sirve para nada, mi buen y voluntarioso amigo, pero mientras nos vamos dando cuenta, me gusta navegar en un barco hecho de carbono que corta "el ancho y venturoso Ponto" como un cuchillo preciso mientras escucho Who Knows Where the Time Goes? de Sandy Denny, por ejemplo, tomándome un buen vinito hecho en Graves y disfrutando de una conversación inteligente que se perderá en la nada...

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  2. Sabes... a veces escribes como un Charlie Brown que creció y se hizo arquitecto. Y en eso radica tu encanto. Y así nos pones a pensar un poco.

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  3. Lo que dices es muy verdadero. Y pensar que la carrera es la que más demanda tiempo de los estudiantes entre todas. Y para qué?

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  4. Para qué un arquitecto? La mejor respuesta es "no sé, no tengo ni la menor idea". Al menos dá que pensar...

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  5. Un Arquitecto sirve para lo que tu quieras,y entre ellas para nada, que ya es bastante.

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